jueves, 30 de julio de 2020

Condensación — Serie Erótica


Condensación

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Llegué hace un rato a casa, la ciudad parece arder al final de uno de los días más caluroso que hemos tenido hasta aquí. Hay una inquietante sensación durante los días de mayor calor, sientes que nunca va a parar y, sin embargo, sabes que como todo, cambiará y lo añorarás.

 

Nada más cruzar la puerta de casa me quito la ropa y me meto a la ducha, el agua en contraste con el calor de mi piel me ocasiona escalofríos, pero enseguida la sensación es grata, la temperatura interna baja y se regula, permitiéndome sentir alivio. Cuando termino me seco los pies, para no resbalar, el resto del cuerpo lo dejo mojado, se secará de inmediato y voy notando como la ducha, como controlador del calor, ha parecido inútil. Noto como la temperatura del aire se cierra en torno a mi cuerpo como una segunda piel que no puedo quitarme. Abro las puertas de cristal de mi habitación que dan a la terraza, permitiendo que entre una brisa sutil que parece esforzarse por penetrar por la capas de calor. El sol ya se esconde, dejando una línea de fuego en el horizonte.

 

Hay algo perverso en el verano, en el calor que notas en la piel y que condensa el cuerpo, haciendo más evidente cualquier deseo, como si estos florecieran y se abrieran paso a través de los poros.

 

Me dejo caer sobre la cama y me extiendo en todas las direcciones, esperando a que el aire me ayude. Cierro los ojos y siento la brisa, es apenas un contacto fresco y noto como remueve los vellos de mi piel, es agradable y a pesar del calor, me permite relajarme y sólo sentir el aire y el sonido de algún pájaro que se atreve a volar al atardecer. Entonces me permito pensar en ti y en el modo en que llenas mi alma en sueños y también cuando despierto, sin embargo, y aunque los sueños son dulces regalos de la imaginación, el despertar siempre me llena de melancolía y en tardes como estas en que la soledad se hace tan densa como el calor, no puedo evitar desear no haber sabido jamás del amor incondicional, porque el otro, el que se maneja de forma simple, con convenciones sociales que más o menos marcan un camino, ese permite una armadura de resguardo, pero el que tú me has enseñado lo traspasa todo, no deja un solo espacio de lo que soy sin que te pertenezca, y lejos de aquellos sueños sólo estoy yo.

 

¿Se puede amar de este modo toda la vida? —me pregunto

 

Y todas las vidas —escucho la respuesta, sé que viene de mí, de una especie de letanía que se ha despertado desde nuestro último encuentro, en medio de luces y psicodelia.

 

Me mantengo calmado y silente, sé que mi vida es amable y buena, a pesar de todo lo que sucede en el mundo y alrededor. Sin embargo, el alma humana es una exploradora, ha sido creada para buscar más allá, siempre, y necesito de tu alma para acompañarme y encontrar aquello por lo que estamos aquí. Algunos se sienten plenos creando nuevas formas de comunicación y otros trayendo nueva vida, yo sólo quiero explorar. Respiro hondamente por la nariz, siento como el aire me llena los pulmones y amplía mi diafragma, lo suelto con suavidad por la boca y repito un par de veces más porque sé que esto limpia mi mente de angustia. La brisa sigue siendo sutil y un poco más fresca que antes, se regodea por entre los vellos de mis piernas y mis brazos, me acaricia los pezones y la entrepierna. Hay cierta libertad en sentir el aire en el cuerpo desnudo y sin nada más que la piel. No puedo evitar pensar en lo bien que me vendría una hamaca ahora mismo, y lo apunto como una idea en algún resquicio de mi pensamiento.

 

Entonces siento que el toque de la brisa cambia y creo que es una caricia que comienza en mis tobillos y sube por la pantorrilla, pienso que puedes ser tú, pero no quiero abrir los ojos por miedo a que seas sólo parte de mi imaginación, separo los labios y lo que hasta ahora había sido una respiración relajada se convierte en necesidad de aire, el corazón ha comenzado a bombear con más fuerza. Siento el roce en las rodillas y en la cara interna de los muslos, sí tienes que ser tú, separo las piernas un poco más para dejarte espacio y noto el calor de tu cuerpo instalándose entre ellas. Mi sexo responde y se agita con movimientos erráticos y liberadores, mientras se van llenando de sangre las arterias que lo recorren y lo endurecen, siento tu respiración sobre él y aquello que hasta ahora era un momento de calma se convierte en ansia pura.

 

—Ha… —exhalo el aire y vuelvo a llenarme los pulmones cuando siento tu mano en mi sexo, sosteniéndolo contra la palma, sin siquiera encerrarlo.

 

¿Cómo puede una caricia tan delicada, resultar tan excitante?

 

Me mantengo expectante y a la espera, he censurado los movimientos para que tú, como una sombra, me vayas cubriendo. Y me desespero sin remedio cuando tu lengua toma contacto con mis testículos y sube lentamente, dejando un rastro húmedo hasta la punta de mi pene, antes de metértelo a la boca.

 

Oh, amor —retuerzo los dedos, sujetándome de la manta.

 

Abro los ojos y los vuelvo a cerrar, presiono los talones contra la cama y aflojo el movimiento, así una y otra vez, como muestra de la tensión que me produces. La temperatura en la habitación ha aumentado de súbito y noto como se me perla la piel con el sudor que emana de la hoguera que has encendido dentro de mí. Tu boca me atrapa y me consume, tu saliva me ha humedecido por completo y la fricción me ha endurecido hasta el dolor, ya no puedo esperar, ya no puedo sólo aceptar tus caricias.

 

¿No ves que soy humano? ¿No lo ves? Tú estás prendida de las estrellas, mientras yo espero como un simple hombre plagado de fallos, terreno y frágil. Sé que soy basto la mitad del tiempo, la otra mitad me dedico a culparme por no haber sido más conscientes de ello y finalmente todo es tiempo que pierdo, que como especie perdemos, sintiéndonos inadecuados en un mar de cardúmenes. Es por eso que cuando estás aquí  siento que puedo navegar sin rumbo, con alguien que me comprende.

 

Me siento en la cama y me miras abstraída, tus ojos se tardan un instante en verme realmente. Tienes la frente humedecida por el sudor, el mismo que me cubre el cuerpo, te atraigo hasta mí con tus piernas rodeando mi cadera, empujo mi sexo con los dedos para darle posición en el tuyo, tus manos se sostienen de mis hombros y arrastro con la lengua una gota de sudor que ha bajado por entre tus pechos, mis oídos se llenan con el seductor sonido de tu voz que se rompe en un gemido en el momento en que comienzas a sentirme en tu interior.

 

No hay palabras que grafiquen lo que tantas veces hemos vivido, no es la forma en que nos unimos, si no la razón por la que lo hacemos, siempre buscando un nuevo modo de conectarnos mediante el placer absoluto.

 

Ambos acercamos nuestras bocas y nos respiramos, sin que nuestros labios se rocen aún, como un acto de sublime sutileza que contiene todo lo que somos en este instante; la fuerza de la unión física y la delicadeza de un suspiro. Nos mantenemos así un momento, yo dentro de ti, tú pegada a mí y nuestras respiraciones aliándose, contándose secretos. No tardas en besarme de ese modo maquiavélico y sensual que es tan tuyo y que no encuentro en otra boca. Contienes entre los labios mi labio y sus piercing, los acaricias con la lengua como si buscaras en ellos una leyenda que te será confidenciada y sólo después de eso te abres a mis besos.

 

Ansió cada detalle de ti, el modo en que tus brazos me rodean cuando te tengo a horcajadas, los suspiros entrecortados que declaras junto a mi oído y como se te eriza la piel cuando te sostengo la parte baja de la espalda con la mano tatuada, porque mi amor, siempre sabes si es esa mano.

 

Comienzas a danzar sobre mí, esta danza primitiva de amor, acariciando mi sexo con el tuyo en un vaivén que conocemos y nos deleita, te beso la clavícula que está humedecida por el sudor, mis propios ojos se cierran por la humedad que cae desde mi frente. Te escucho decir mi nombre y es a mí a quién se le eriza la piel, te retuerces conmigo dentro y buscas más intensidad con tus movimientos, deseas que te toque de otro modo, que encuentre dentro de ti la exigencia que hoy contienes. Así que me giró contigo en la cama, nuestros cuerpos se pegan por la humedad que se condensa entre nosotros, y que nos representa en esta alianza y su destino. Resulta extenuante y exquisito notar el roce de tu piel, arrastrándose junto a la mía, y su calor —oh, su calor—, pero ninguno de los dos cesa en este afán, anhelando la inmolación, y me muevo retrocediendo y abriéndote cada vez que vuelvo a tu encuentro, buscando en tu interior todas las formas de hacerte sentir.

 

Tus piernas se enroscan en torno a mi cintura y llevas las manos a un lateral de la cama y te mantienes sujeta del colchón, como si en ello encontraras la resistencia necesaria para contenerme. El sonido de nuestra unión se vuelve constante, la humedad de la piel se ha aliado a la de tu interior creando un ritmo que nos excita aún más. Te retuerces y vas más allá en la cama, extiendes los brazos hacia mí y te sostengo mientras tu cabeza cuelga, tu cuerpo se arquea y tu cadera se alza, justo antes de que comiences a vibrar y sacudirte, liberando sonidos que tiran de mi orgasmo como si lo anclaran.

 

Oh, por… —no lo puedo evitar, me derramo dentro de ti en medio de las convulsiones de mi vientre.

 

Me deshago sobre parte de tu cuerpo, tu corazón galopa tan rápido como el mío, por un momento sólo puedo pensar en respirar y en acariciarte, llevándome en las manos la humedad de tu cuerpo.

 

—Te has platinado —me dices, acariciando las puntas húmedas de mi pelo que hoy está más corto.

 

—Sí —acepto, rozando el vello de tu pubis.

 

—Me gusta —susurras—, pero moreno me gustas aún más…

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N/A

 

Erótica se escribe de momentos, se los he mencionado antes, y este salió del calor enorme que hace en el país en que vivo, de un concierto de 2019 en que Bill sudo muchísimo, de su nuevo color de pelo y de una ducha que se dio hoy, que curiosamente ya estaba escrita en este capítulo antes de que la subiera, cosas de Erótica.

 

Gracias por leer

 

Anyara

domingo, 19 de julio de 2020

Ensoñación — Serie Erótica




Ensoñación
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Admirarte mientras duermes siempre ha sido un acto de profundo amor para mí. Me gusta mirar los matices en tu rostro, notar el modo en que varía tu respiración, según sea aquello que estás soñando y la forma en que cambia tu energía. Existe una fina capa entre los mundos que recorres en sueños y la realidad que ha creado tu mente para darte un sostén y cuando te veo dormir esa capa es tan delicada que intento contener el aliento con tal de no romperla y despertarte al sueño real. No sabes la belleza que implica ser observadora de tu delicadeza en ese momento en que eres vulnerable y todas las posibilidades del universo están en ti, las puedes tocar a través de las creaciones que recorres en el espacio astral sólo por desearlo.

Suspiro muy bajito.

Llevó largo tiempo mirándote, quizás horas. Al principio me deleité observando las figuras que crean los lunares de tu espalda, podría resumir variadas constelaciones en ellos, observadas desde múltiples perspectivas del universo, cada una de ella me muestra una característica y una posibilidad para tu camino. Sin embargo, yo sólo me quedo mirando como adornan tu piel, conteniéndome para no tocarla y besarla hasta desfallecer. También consigo ver el tatuaje de tu nuca, que es como un recordatorio permanente de tu rebeldía y por el costado de tu cuerpo se adivinan algunos trazos de aquel otro dibujo que te lleva a inmortalizar el ciclo constante de este viaje.

De pronto te remueves y yo contengo el aliento, creo que te he despertado y experimento desconsuelo y ansiedad al mismo tiempo; desconsuelo porque ya no podré seguir contemplándote como hasta ahora y ansiedad, porque deseo tenerte. Sin embargo, te das la vuelta aún dormido, el sonido de las sabanas siguiendo el movimiento de tu cuerpo se me antoja sensual e íntimo, algo que muy pocos conocerán y apreciarán. Mantienes los ojos cerrados y no puedo evitar maravillarme por la hermosa inocencia que expresas, así dormido.

Quiero besarte —pienso, al observar el gesto de tus labios unidos, relajados y franqueados por los brillantes aros que has puesto en ellos y que me gusta llamar custodios, porque me parecen un símbolo de fuerza que marca distancia, para que tu boca sólo sea tocada por besos sinceros, como los que deseo poner en ella. Detengo mi atención un poco más abajo, en el lunar junto a tu labio y hasta puedo recrear su forma en la yema de mis dedos, lo mismo que la textura de la barba que llevas más larga desde hace unos días.

Tomas aire profundamente, aún dormido, como si algo en tus sueños te emocionara y puedo visualizar colores en tu aura, hoy brillas maravillosamente en azul, entremezclado con trazos anaranjados, amarillos y violetas, que componen un hermoso cuadro que recuerda a los colores del atardecer y entonces creo que me has traspasado la emoción a mí.

Te amo —consigo pensar y tus labios curvan una sonrisa, como si en sueños leyeras mis pensamientos.

En ocasiones creo que nada que pueda explicar con palabras conseguiría describir la magia de lo que veo en ti. Para mí eres todos los colores, todas las acciones, todos los pensamientos que las crean, todos los significados que poseen y todas las ramificaciones que crean, lo sé dentro de mí, en aquella zona de certezas de la que hablo y que sólo encuentra cabida en el alma.

Acerco una mano hasta ti con suavidad, no busco tocarte, al menos no a tu Ser material. Acaricio el espacio que te rodea, ahí dónde se forman los colores que emites y la magia cobra sentido. Me emociono profundamente cuando consigo ver el plateado en tu aura, no es algo que cualquiera pueda visionar y eso me lleva a comprender que hoy, en este segundo, en este instante del Universo, tú y yo podemos cruzar más allá.

Inspiro el aire y me embriago de tu aroma, hoy hueles a naranja, ylang ylang e incienso, cierro los ojos y percibo el contacto de tu energía en la palma de mi mano.

Bill, mi amor, viajemos.

Nos veo de pronto en mitad de un atardecer que se compone de los colores de tu energía, pero hay más, nos rodean luces como luciérnagas plateadas y brillantes, parecen estrellas que se mueven en torno a nosotros y que se multiplican ante tu risa. Me emociono hasta las lágrimas, hay un hermoso momento de creación en aquello que experimentamos, tanto así que mis propias lágrimas se suman a las luces como cristales que la reflejaban.

—¿Qué es esto? —pregunto, recibiendo una de mis lágrimas en la palma de la mano.

—¿No lo ves? Somos nosotros —respondes, como si lo entendieras todo.

Tomas mi mano y el contacto es tan profundo que pierdo el aliento, es como si sintiera cada trazo de energía que compone la piel de ese toque, las arterias que la irrigan de sangre, haciéndola cálida y firme, los huesos que le dan sustento. Siento, incluso, el palpitar de tu corazón en aquella extensión de ti. Mis pensamientos se han mantenido tan inmersos en el contacto de tus dedos, que no soy consciente de que nos movemos por el aire, nos movemos con cada respiración, como si fuese un impulso que nos lleva a transitar de un lugar a otro en lo que parece un infinito, nos trasladamos tal como hacen las golondrinas que vuelan y cantan en las tardes de verano, entre los colores de atardeceres como el tuyo.

—¿Dónde estamos? —te pregunto y tu sonríes, creando con ese sólo gesto una nueva ola de energía que me atraviesa y me estremece.

—En mí —dices y sólo puedo reafirmar tu sentencia.

Te vas acercando y lo primero que siento es tu otra mano en mi cintura, su toque es tan asombroso como el anterior, incluso más. Percibo el modo en que todo lo que eres me toca y se extiende más allá del contacto de tu mano, se ramifica por mi cadera, ingle y costilla, puedo ver la luz que compone el toque y el modo en que ilumina en mí todo lo que alcanza y me recreo en esa sensación como si tuviese la eternidad para definirlo. Sin embargo, nada me prepara para el acoplamiento de tu pecho y el mío, de nuestras piernas enredándose y del beso que pones en mis labios. Me quedo atrapada en cada contacto, en el modo que se extiende por mí como energía pura hasta que ya no puedo contener mis emociones y éstas se disparan, estallan, rodeándonos de colores que no sé nombrar.

Cierro los ojos y cuando lo hago te veo en la cama, aún duermes y sonríes y has puesto tu mano sobre la mía. Mi corazón está calmo, a pesar de las emociones, todo mi cuerpo está en vigilia, sé que la ensoñación aún no ha acabado. Cierro los ojos y vuelvo a vernos abrazados y envueltos en rayos de colores y luz.

No lo creí posible —pensé

Lo es —respondes y comprendo que puedo oírte en mi mente. Mi amado pleyadiano, otra vez  me rondas.

Suspiras, cuando lees también ese pensamiento y tu suspiro me llena el pecho y me traslada todo lo que sientes cuando te reencuentras a ti mismo en este espacio, hemos creado sincronía en un lugar de amor en el que somos dos y uno.

Amor— Amor— Amor

Cierro los ojos y te veo en la cama, ahora tú me miras también y me acercas a ti, tirando de mi cintura, el mismo gesto, la misma cercanía, aunque tu cuerpo es ajeno al mío a pesar de la proximidad, el calor y la entrega. Nuestras piernas se enredan y noto como buscas entrar en mí. Tus ojos se han velado por el deseo y la desesperación que sientes por recuperar algo de lo que hemos visto, más allá del velo.

Te siento dentro y pierdo el aliento, todo parece exquisito, caliente y hecho para perdernos en el placer, pero ambos estamos desconectados, nos sentimos ansiosos y carentes.

—Cierra los ojos —te pido, deseando que tal como en nuestros sueños, seas capaz de leer más allá de mis palabras.

Nos volvemos a encontrar en este otro plano y nos recuperamos. Todo lo que gesta mi mente  es todo lo que viene desde la tuya y aquí somos amor. Las emociones que se generan por nuestros movimientos han creado ondas que viajan entre nosotros, pasando de uno a otro sin hacer distinción, me cuentan tus miedos, tus anhelos y tus alegrías, y sé que te transmiten todo aquello que a veces, por miedo, me callo.

El amor es la llave que abre las almas ¿Estamos preparados para ello?

Noto la piel levantada, el vello en ella se me erizan, emitiendo la energía que las emociones me producen, trasladándolas al campo que nos contiene. Te siento en mi interior del modo físico que hemos experimentado tantas veces, tú también me sientes y te remueves creando girones de sensaciones, conozco el placer que me produces y comienzo a reconocer el placer que yo te doy.

Oh, amor ¿Así te sientes? —cuestiono, cuando tu placer me aborda.

¿Así te sientes tú? —escucho tu propia pregunta y sonrió, expresando tu misma sonrisa.

En esta forma de unión hay suspiros, jadeos, gemidos contenidos y caricias, pero hay más. Siento como tus pensamientos me abordan y me muevo cómo ellos desean. Tú, en cambio, adivinas mis propios anhelos y los gemidos se convierten en exhalaciones de pura tensión, emoción y goce que salen de ambos, casi al unísono, creando una sinfonía y una hermosa capa de energía dorada que nos rodea y nos fortalece.

Me recuerda al ámbar de tus ojos —pienso, en medio de las oleadas de vértigo que siento. Tú ríes y luego exhalas sobre mi pecho y tu aliento me toca el corazón, haciéndolo bombear más rápido.

Todo lo que somos comienza a aliarse, tus manos se enlazan, traslúcidas entre las mías, hemos abandonado la materia rígida que nos compone. Tus toques ya no están sólo en mi piel, también bajo ella, entre ella y son ella. Por un momento entiendo a todo lo que vive.

Lo sientes —te escucho en mi mente, eufórico.

Cierro los ojos y te veo, tienes el rostro enrojecido por el esfuerzo y la pasión. Tus movimientos me llevan a pasos del clímax y por el modo en que sostienes mi cadera para embestir, sé que tú también estar por alcanzarlo. Cierro los ojos y la energía que nos compone ha creado una espiral doble que de un lado sube y del otro baja, formando ondas que parecen sustentar todos nuestros anhelos, están ahí, somos nosotros. La luz que nos rodea es cada vez más brillante y se contrae en torno a nosotros atraída por nuestro amor como si éste fuese gravedad. Cierro los ojos y los tuyos me miran con la oscuridad profunda que sueles expresar antes de estallar, lo sé por la resistencia en tu agarre, por la forma en que tus hombros se han tensado y mantienes la respiración contenida, hasta que exhalas y tiemblas y los temblores se convierten en sacudidas y el ámbar de tus ojos se aviva por el impulso de la oscuridad de tu pupila que se dilata. Cierro los ojos ante mi propio orgasmo y veo como la energía que nos ha rodeado como una esfera se ha expandido hacia el infinito, en un estallido de creación en el que tú y yo, como uno solo,  podemos sentir todo lo que ha existido, existe y existirá.

Nos hemos unido de un modo elevado que en la densidad humana sólo podemos conseguir por medio de una psicodélica ensoñación…

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N/A

Erótica nunca se ha caracterizado por ser lógica, así que les dejo lo que mi mente ha creado, véanlo como a un cuadro abstracto y saquen de la lectura lo que puedan.

Gracias por leer.

Anyara

lunes, 13 de julio de 2020

Medianoche / Serie Erótica



Medianoche
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—La luz de la noche se refleja en tus ojos —me dices, sentada a horcajadas sobre mí, en este sillón flotante de cristal.

—Y ¿Qué luz es esa? —pregunto, respirando profundamente y permitiendo que mis sentidos se llenen de ti y el aroma a jazmín y sándalo que traes contigo.

—La luz de todas las estrellas cuando entran en ti y buscan volver al infinito, quedando atrapadas en tus sueños —respondes.

—Mhmm —consigo liberar un sonido de comprensión, de satisfacción quizás. Siempre consigues hilar poesía cuando hablas de mí y yo no consigo ver esa magia que me adjudicas. Sin embargo, me deleito en ella, del mismo modo en que me deleito con el tacto de la piel de tu pecho al rozarla con los labios.

—Me gustan tus ojos de azul —dices, hundiendo los dedos en mi pelo, enredándolos en él.

—Pensé que te gustarían —te refieres a las lentillas que probé hoy y decidí enviar un mensaje para ti a través de la red, muchas veces lo hago, con la esperanza de que ese mundo virtual que se despliega a través de un móvil sea capaz de traspasar tiempo y espacio.

—Me gusta, ahora mismo son como el azul de la medianoche —aceptas, peinando mi pelo con ambas manos, desde la sien, hasta la nuca—. Aunque prefiero tus ojos castaños, el modo en que el abismo de tu pupila se rodea de ámbar oscuro y destella en un verde tenue que me habla del modo delicado en que percibes la esperanza.

Desde luego, consigues poesía y aunque no consigo ver lo que tú ves, te amo por permitirme amarme a través de tu visión.

Te miró intensamente, tus ojos también son hermosos, nunca he sabido definir su color, en ellos encuentro matices y me recuerdan a la vida y sus tonos, a veces grises, otras casi tan amarillos como el sol. Bajo la mirada y me quedo prendado de tus labios, están ligeramente separados, como si el amor y el ansia pudiesen entrar en ti a través de ese diminuto espacio. Quisiera profanarlos con mis dedos, la lengua y mi propia boca, pero me contengo, o lo intento. Noto el deseo arremolinado en mi sangre, empujándola para que corra más rápido y con más intensidad. En ese momento, y de forma involuntaria, hundo los dedos en tus muslos.

—Me encantas —me dices, tú también te has quedado prisionera en la imagen de mi boca.

—Demuéstralo —te pido, con un tono de exigencia que no puedo disfrazar.

¿No sabes el modo en que te busco en cada mirada que me ronda?

¿No sabes cómo grita mi alma por encontrar un lugar en medio del desastre de mi vida?

—¿Qué quieres que haga? —preguntas, aún acariciando mi nuca.

No lo comprendes o simulas no hacerlo. El mundo ante mí se cierra porque no te encuentro en él. Quiero dar los pasos que le quedan a mi vida tomado de tu mano, asido a ti a cada momento para que la armadura que muestro a los demás, al fin, sea real e indestructible. Quiero abandonar la inseguridad y el dolor, que sólo encuentran un bálsamo cuando subo a un escenario y soy todos los matices de mí mismo. Quiero sentir que pertenezco a algo, a alguien, a ti.

—Poséeme

Respiras lenta y hondamente. La demanda está hecha y la comprendes en todos los sentidos que ésta proclama. Respondes a la petición que te profeso, con el conocimiento de todas las veces en que me has tocado y con la vehemencia de la primera de ellas.

Tu boca busca la mía y muerdes mi labio en lo que parece un acto de total desespero. Sin embargo, te demoras en él, lo oprimes hasta que la presión se convierte en una caricia que disfruto como si toda mi vida se encontrara prendida a ella, como si cada parte de mi estuviese conectada a ese mínimo trozo de piel y desde ahí paso al universo que te compone, en el que me amplio y crezco. Mantengo los ojos cerrados y  puedo sentir la humedad de tu boca, el toque de tu lengua que busca la mía y presiento el suspiro que vendrá, ese que liberas cuando tu cuerpo se ha tensado al extremo y luego se ablanda para mí, reconociendo el momento en que estás preparada para dejarme entrar.

—Dime tu nombre —te pido, como si se tratara de una ofrenda que me niegas siempre.
Suspiras, liberas el ansia que preveía y te sobrecoges ¿Por qué?

—Si te lo digo dejaré de Ser —me confiesas. No lo comprendo, ni siquiera me atrevería a hacerlo. No obstante, tus ojos me expresan el hermoso y frágil tejido del universo y yo sólo puedo entregarme a ti, a él, al todo del que siempre hablas y que nos compone.

Tu mano busca entre ambos para hacer física la unión de este pensamiento que ahora compartimos. Mi sexo se endurece hasta el dolor sólo con notar el roce de tus dedos y siseo cuando noto el modo en que lo empuñas. Recuerdo el toque de cada dedo, el modo en que los cierras y vas oprimiendo el conducto inflamado al subir y bajar con la caricia, preparándome y llevándome a murmurar letanías que hablan de placer. Me ofreces la entrada de tu cuerpo, ese punto que es más que sólo un lugar húmedo en el que cobijarme. Nuestras miradas cambian, se vuelven más intensas y por momentos parece que no me vieras. Me rozas, sin dejarme entrar ¿Puedes sentir la angustia que siento yo? ¿Puedes notar cómo se condensa la sangre en el punto del cuerpo que es capaz de unirnos? Yo sí lo hago y noto la presión de la sangre en mi sexo, en mis pezones, en las palmas de las manos, en mi boca.

¿Sabes lo que es desear y no conseguir alivio?

Yo sí.

—Quiero hacerte el amor —confieso, sabiendo que aún me debato en su concepto.

—¿Qué esconde esa frase hecha? —me dices, besándome y decidiendo que me dejarás entrar. Siento como me hundo poco a poco, me lo permites con más lentitud de la habitual y ambos vamos perdiendo el aliento. Hay tanto de ritual en la unión de nuestros cuerpos, yo dentro de ti, pero igualmente tú conteniéndome— A veces me parece una frase hasta presuntuosa y melancólica ¿Lo ves? —preguntas, exhalando, me tienes dentro por completo— Es como el canto a una añoranza desprovista y lejana… hacer el amor…

—… hacerte —interrumpo—… crearte… moldearte —te sostengo por la cadera con ambas manos y te indico movimientos suaves, adelante y atrás, que tú sigues sin remilgo—… atraerte…

—… inquietarte —continúas, sostenida de mis hombros, sin dejar de mirarme—… desesperarte…

—… excitarte —tus manos oprimen mis hombros y siento como me clavas las uñas.

—… provocarte —te detienes y me miras con intensidad.

Intento azuzar el movimiento, pero te niegas, sin dejar de mirarme, haciendo de cada segundo de espera se convierta en una angustia que el cuerpo apenas puede tolerar.

—… anhelarte —intento, arrastrando la voz. La piel se te eriza, lo noto en el tacto de tu cadera, de tus brazos que se rozan con los míos y en el modo en que tus pezones se marcan bajo la tela de tu vestido.

Siento como tu interior arde y escucho tu respiración que se agita sólo por el esfuerzo que haces de mantenerte inmóvil.

—… por favor —pido, acariciando con los pulgares la piel de tu vientre. Contienes el aire y suspiras la palabra.

—… ansiarte —dices finalmente, volviendo al ritmo que te marcan mis manos, adelante y atrás.

Cierro los ojos, quiero centrar mi atención en cada sonido que emites, en el roce de tu pecho sobre el mío, en el tacto de tus labios cuando intentan un beso que no llegas a concretar. Alzo las manos desde tu cadera, tú sigues con el movimiento, ondeando sobre mí, algo que nos estimula cada vez más. Te acaricio el cuello con calma, a pesar de los suspiros que me vas arrancando, recorro tus hombros y arrastró los tirantes de tu vestido. El gesto me permite ver tu pecho desnudo al instante y los acuno con las manos, acariciando los pezones con los pulgares, hasta llenarme la boca con uno de ellos. Y ahí está el sonido por el que esperaba, un quejido suave que se asemeja a un lamento.

El sonido de tu voz retumba dentro de mí como los truenos que rompen el cielo en medio de la tormenta. Son bellos y salvajes, los puedes oír por horas y fascinarte con el espectáculo de las luces que les preceden, pero siempre están destinados a alejarse, a disolverse con el viento.
Los movimientos se aceleran, la respiración se agita, los sonidos se vuelven ondas que viajan de ti a mí, entremezclándose. El corazón me late frenético, siento como palpita en mis venas, en mi cuello, en mi sien. Tú te sostienes de mí para que te rescate de las sensaciones que yo mismo te provoco, en un acto de inmolación.

¿Cómo podemos entregarnos de este modo a ese instante de muerte y temer morir?

Las piernas se me tensan, necesito explotar dentro de ti, profundamente en ti, para sentir que aceptas lo que soy, tal cual soy.

Me encierras en un abrazo y yo te correspondo, tus movimientos se han vuelto rápidos y exigentes. Nos mantenemos muy unidos, conectando todo lo que somos en un instante de éxtasis. Tu boca está a centímetros de mi oído y se me eriza la piel con cada respiración entrecortada que liberas. Quiero alzar la cadera y darte un soporte férreo para que alcances el orgasmo. Sin embargo, también quiero amarte despacio, como si tuviésemos todas las vidas para hacerlo.

—Te amo… —dices como si temieras a las palabras y a sus consecuencias. Es apenas un susurro que no llegaría a adivinar si no lo suspiraras en mi oído.

Mi corazón se dispara y choca contra el tuyo, se han convertido en compañeros que se encuentran al unísono, van y vuelven, creando una resonancia infinita. Quiero susurrar tu nombre, quisiera tener uno que musitar.

—Mi amor… —me conformo, abriendo las manos sobre tu espalda, para mantener de forma férrea tu cuerpo junto al mío. La oscilación sinuosa del tuyo se rompe en temblores. Tu libertad está ahí, mi amor— ¿La sientes? —te pregunto, intentando mirar tu expresión. Tus ojos se entreabren y me observas, dejándome adivinar en ellos las poesías que tú me cuentas sobre los míos—… mi amor… —te vuelvo a decir y noto los temblores que se acumulan en  mi propio cuerpo.

El aire alrededor se convierte en una caricia que me eriza la piel y me provoca lamentos. Tiemblas y te sostengo, pegada a mí. Tu sexo me presiona con cada sacudida de tu orgasmo y el estímulo tira del mío, arrancándome un quejido que se mezcla y confunde con el tuyo. Nos mecemos, nos aferramos, nos enredamos, nos pertenecemos.

Amo el pensamiento indefinido que surge durante el clímax y el modo en que me mantengo fuera de mí mismo, siendo parte de ti y de todo lo que sientes. Tú y yo, unidos de un modo que creo que no llegaré a contar con el burdo lenguaje humano. Quizás algún día, en una canción.
Respiro sobre tu pecho, hay tanta emotividad en el segundo exacto en el que bajamos de la gloria y tocamos nuevamente la realidad.

—No salgas de mí —me pides. Cuántas lecturas puede tener esa frase, ahora, que somos sólo uno.

—No podrías amarme siempre —confieso, aún no me regalas poesía que defina mi opacidad—, no me quieres ver, no querrías saber los oscuros tonos que escondo.

Has acomodado tu cabeza sobre mi hombro y la silla colgante que nos sostiene se mece suavemente. Siento tus dedos acariciando mi mejilla, la barba, la mandíbula, hasta detenerte en el lunar que hay bajo mi labio y crear círculos en torno a él.

—Oh, mi amor, los veo todos, los visiono, los conozco y los integro, porque son tuyos y en ellos te despliegas —tu voz suena apacible y segura, como si pudieses domar cualquier bestia.

—Hablas de algo que no entiendes —digo, tentando la fe que comienza a crecer dentro de mí. Temo a que no imagines lo que hay en mi mente, ni los locos experimentos que he hecho en mi vida. Tomo tu mano y la acerco a mis labios, para dejar un beso en tu palma. Mi sexo se estremece, aún dentro de ti.

—El amor no es mejor o peor por el modo en que lo haces —susurras y siento tu aliento cosquillear en mi cuello y como tus palabras abren mi alma—, adquiere su valor por la emoción real que pones en él.

—Hacer el amor… —repito la frase, quizás comprendiéndola.

—Sí…

Te incorporas sentada sobre mí, tus ojos han cambiado al color de la medianoche, como si reflejaran la intensidad de los míos. Hay seguridad y certeza en ellos, parece que nada pudiese tocarnos hoy, ahora, en este preciso momento de creación.

—Amaré tu alma hasta en las noches más oscuras —sentencias.

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N/A

Erótica siempre ha sido un enlace para amar a Bill, da igual los colores que vista o cuánto le cueste caminar en esta vida que nos encierra.

Gracias por leer y acompañarnos en el amor.

Anyara


















miércoles, 8 de julio de 2020

Pedazos / Serie Erótica




Pedazos
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La piel, los sentidos, el aire que nos rodea, todo parece un cúmulo de estímulos hechos para concebir este único momento. Parece como si la vida en su totalidad estuviese construida para que yo pudiese, hoy, tenerte. Suspiro hondamente, mantienes tu cabeza sobre mi regazo, mientras intento unir los pedazos que han ido quedando de ti, a través de ti.

Bill, mi Bill, mi amado Ser de otro Sistema, creado para mostrarme la fragilidad de la vida en todas sus dimensiones.

Te he visto fuerte ante el mundo, como una roca arcturiana que nada podría derribar. Parecías un niño esculpido en mármol, perfecto y reluciente, a quien el paso de los años jamás tocaría. Cuántos sueños esgrimías por entonces, asido a tu voluntad, sabiendo que el mundo era tuyo.

Luego te convertiste en puro fuego pleyadiano, abierto a las emociones, sintiéndolas y desplegándolas en cada nota de tu voz, en cada gesto de tus manos y en el maravilloso brillo de tus ojos. Eras capaz de creer en el amor y en su poder unificador por encima de todo. También te vi kryoniano, preparado para sostener una realidad que creías posible, dando siempre el primer paso, para que te reconocieran y guardaran en la memoria, extendiendo tu magia. Supe de ti, incluso siriano, dividido en los claroscuros de tu propia divinidad, sonrisas de ángel y miradas de demonio. Tantos intentos, tantos caminos quedaron abiertos y jamás pensé verte draconiano, apenas sobreviviendo a la imagen que has creado de ti mismo, perdido en el miedo a la soledad.

Amor, mi amor de ojos cansados ya de la vida, comprende que eres todas esas partes y más,  que estás aquí para visionarlas todas. No permitas que el pensamiento de otro, como notas mal afinadas de una melodía, interfiera en ese camino que sólo tú construyes y sólo tú recorres. Yo, que te amo de un modo infinito, sólo puedo mirarte y acompañarte en un paralelo de tu Universo que de vez en cuando me permite ofrecerte mi mano, y alivio.

A veces creo que sería capaz de leer cada momento en el que te dividiste, cada instante en que algo en ti se fragmento y no te creíste capaz de recuperarlo.

¿Dónde está mi niño arcturiano, invencible?
¿Dónde, mi adolescente pleyadiano, lleno de sueños?

Ahora sólo consigo ver el dragón en ti, el reptil que busca sobrevivir en un mundo al que no pertenece, sangre fría, mirando en todas direcciones para encontrar a un igual. Aún no comprendes que tu mundo lo creas tú, sólo por desearlo.

Te remueves, sobre mi regazo, buscas asir mi cintura y hundir el rostro en mi vientre ¿Qué buscas, amor? La soledad no se vence con miedo, sólo el amor, que es la energía más perfecta,  puede fortalecerte. Está en ti, dentro de ti y para ti. Sin embargo, y hasta que lo adviertas, quiero procurarte todo el amor que te haga falta. Quiero ser para ti lo que necesites que sea. Azul, rojo, verde.  Amor, placer, lujuria. Femenino, masculino… Equilibrio. Susurro dócil o grito que irrumpe. Quiero que veas la luz que conforma cada uno de tus pedazos y que te guíes por esas líneas hasta volver a unirte. Deja que las luces brillen a través de ti, que destaquen las grietas como cicatrices de lo que has reconstruido.

No, no hay una sola parte de ti que no ame. Te veo en todas ellas y todas ellas Eres.

No te dejes vencer, mi amor. Hasta los mechones de este cabello que acaricio llevan un rubio roto, uno que no te pertenece, que has puesto ahí para disfrazar lo que no puedes expresar. Importa tan poco lo que vistas si no eres tú, a través de cada cosa que tocas.

Ven, amor, permite que te ame y te recuerde lo que has sido, envuelto en sedas y en simple algodón. Todo lo que eres está en ti, más allá de cualquier reminiscencia ajena. Sí, mi amor, besa mis labios, deja que ellos te ayuden a pasar por el alma el amor por el que existes, la fuerza que corre por tus venas y que nadie puede tocar cuando alzas la espada de la certeza. Soy tuya, como el aire que entra en tus pulmones y te alimenta, como la luz que te revitaliza, como el fuego que te recorre, así… tal como la pasión que ahora se arremolina en tu vientre y desea crear.

Ven, transita junto a mí los pasajes que has vivido, toma mi mano y confía.

Encuentra a ese niño que fuiste, el que gritaba al mundo una verdad más clara que cualquier mañana. Míralo a los ojos, recuerda la rebeldía en ellos y la pasión que le indicaba el camino. Deja que mis caricias alivien el peso de no recordar cómo vivir.

No sufras, mi amor, el dolor sólo debe existir para que afines el camino.

Amado mío, recuerdo la primera parte de ti que se dividió cuando diste ese último beso a la orilla del río de un pequeño pueblo; lo diste, porque sabías que tu amor por la música era mayor. En ese momento se desprendió el niño, dando paso al adolescente que comenzó, con ojos brillantes, a iluminar todo lo que le rodeaba. Comprendí que la segunda parte de ti se desprendió luego, cuando ella, la que amabas, no pudo amarte. Lo intentaste de todas las formas posibles, transformándote y floreciendo de mil formas para que te viese. Sólo conseguiste que en su vientre se fundara la luz de tu semilla, que ahora crece lejos de ti.

La siguiente parte cayó cuando la fe en aquellos que creías que te protegían se rompió. Tu propia voz se fraccionó de la mano de la confianza. Los viste desfilar entre firmas, halagos vacíos y luces frías. Te quedaste solo en medio de la incertidumbre y el silencio, hasta que la música, y tu voz, volvieron a brotar.

No, mi Bill, no contengas las lágrimas, deja que existan y me mojen la piel, yo las absorberé y las transformaré para ti.

Fui testigo de cómo se desmoronó el siguiente trozo, Billy. Y aún te duele como si fuese ayer. Se derrumbó ante tus pies cuando comprendiste que por mucho que te esforzaras no había amor para ti en aquella que intentaste amar. Cuántos experimentos para demostrarle amor, cuántas falsas partes de ti quisiste encontrar hasta dar con una que ella amara. Buscaste encajar en un mundo vacío de ojos azules. Sin embargo, sólo encontraste arrogancia, desesperanza… y degradación.

Si de algo no te pueden acusar es de cobarde, porque eres valiente hasta cuando las batallas están perdidas.

Sostengo tu rostro entre las manos y miro a través de tus ojos, de ese hermoso castaño claro que no tiene replica en todo la extensión de la creación. Por favor, amor, visiónate como lo hago yo, utilízame como a un espejo y cree que eres el único Dios de tu mundo. Sé un Dios, uno humilde, benévolo y dócil; fuerte, cuando te hurgan las tormentas de aquellos que aún no saben quiénes son. Sé amor infinito, cuando comprendas la belleza de vivir.

Por favor, permite que te bese en el espacio que hay entre los custodios de tu boca, deja que busque en la humedad de tus besos la vitalidad que esgrimías cuando el amor era una puerta abierta en ti y todo te llevaba a él. Por favor, mi amor, permite la reminiscencia de las palabras que por entonces alzaba tu pluma y encendían el cielo.

Sí. Oh, sí…  Permite que aflore el hombre que surgió de los sueños y danzó al ritmo de una realidad diferente, que comprendió que su “no lugar” en este mundo era compartido por muchos otros que se consideraban extranjeros en su tierra. Toma las partes de mí que puedan ayudarte a reestructurar aquello, todas las que te resuenen, todos mis recuerdos de ti, para que sientas que sólo tú eres parte de mi realidad, en éste y en los demás Universos que hemos creado. Hunde en mí la forma de tu pasión, imagina, como si yo fuese la Nada y tú el Todo. Sí, crea, dibujando en mi interior la vida que quieres vivir.

Dame todas las partes de ti que crees perdidas, consiente que las una con la fe de mi amor por ti. Demora la liberación, besa mi piel, creando remolinos de emociones que serán mi combustible y permite que bese la tuya, que despliegue mi ritual, rezagándome en cada línea que has dibujado en ella. Quiero escuchar tu voz arrastrando incoherencias, que broten de ti sin ataduras y que recorran el éter hasta tocarte. No te ciñas a ninguna cosmología, no lo hagas. Tú abres puertas y rehaces caminos.

Por favor, déjame ser la presa que tu instinto más primordial pida, que sea yo quién te alimente y le dé al dragón lo esencial, hasta que consigas integrar al arcturiano, pleyadiano, siriano y a todos los demás. Deja que me beba tu aliento entrecortado, mientras esgrimes entre mis piernas la fortaleza que te compone. Renuncia a la semilla que traes para germinar campos completos de ti ¿Aún no lo comprendes? Tú estás hecho para brillar y tu brillo debe erigir infinitos nuevos espacios de luz. Sí, tómame así, bébete mi cuerpo a raudales, devóralo como si fueras una bestia salvaje que sólo busca sobrevivir. Sí, amor, sobrevive.

Oh, Bill, mi Bill… De labios ardientes y manos ajadas por las pieles en las que no te has encontrado. Ven, despliega en mí tus sueños, estoy viva para que vivas a través de mí y te descubras. El amor sólo puede existir en un camino que es todos los caminos. Comprende, mi Ser de otro Sistema, el amor jamás te limitará, nunca.

Si te limita no es amor.

Quiero que te sobrecojas y dejes salir todas las lágrimas que se te han quedado dentro. Quiero que conozcas el fuego, para que se arremoline con el aire, que lo sientas quemarte con cada respiración. Sí, mi amado, quiero que te retuerzas y busques entre las sábanas algo a lo que aferrarte, que se desdibujen tus pensamientos y que explores ese momento en que te sumas al esplendor del Infinito. Quiero que visiones todos los colores, expandidos en el orgasmo del cosmos y que tus ojos se abran a la inmensidad infinita del amor que los ha creado.

Quiero que te estremezcas al observar como el Universo entero cabe en el tamaño de tus sentimientos. Y deseo que regreses y me reconozcas y que te refugies en mi abrazo, sintiendo como voy recomponiendo en tu alma todos los pedazos.

¿Lo ves ahora?
Estás hecho del magma caliente que decora las laderas antes del renacer.
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N/A
Erótica es una historia de amor, de la forma en que el amor comprende y crea nuevas formas cuando parece que todo está roto. Erótica es verdadera en uno de los infinitos universos que habitamos.

Espero que disfruten de este capítulo.

Anyara (debo decir que pleyadiana)








miércoles, 24 de junio de 2020

Cápsulas de Oro — Capítulo L




Capítulo L


He buscado por tantos caminos el matiz que le diera sentido a todo lo que tengo dentro. Cada camino, como un laberinto, termina en un alto muro que no me deja paso, pero aun así he insistido porque la fuerza de la vida que me habita no me permite nada más.

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Dejé escapar un nuevo suspiro, entre una calada y otra del último cigarrillo que me quedaba. En algún momento debía dejarlo, no sería hoy. Llevaba horas esperando alguna llamada, alguna señal. Tom y yo nos habíamos reunido en mi apartamento, seguramente él pensaba en encontrar algún signo de lo que había pasado con Bill, algo que yo hubiese omitido, pero no había nada. La luna llena se asomaba por entre los edificios, iluminando una noche que para mí era lúgubre. Por un instante imaginé no volver a ver a Bill, que se esfumara de mi vida, y el peso de una realidad sin él fue tan grande que me encorvé sin quererlo, mi cuerpo se resintió y parecía como si me hiciera más vieja ante el dolor de esa idea.

—No podemos seguir esperando —exclamó Tom, poniéndose en pie y recorriendo de un lado a otro, los cuatro metros de sala que tenía mi apartamento.

—Yo no sé qué más hacer —acepté. La derrota en mis palabras era evidente.

Tom dio un par de paseos más y se detuvo en seco, tomó la caja de cigarrillos que teníamos sobre la mesa y la dejó caer nuevamente al comprobar que estaba vacía.

—Ni siquiera sabemos lo que ha pasado —cuestionaba—. No es la primera vez que desaparece

—No, no lo es —tenía que darle la razón—, pero esta vez es diferente —aseveré, volviendo la mirada a la luna.

—¡En qué! —discutió, era lógico, Tom necesitaba creer en algo fácil y que le devolviera a su gemelo, la incertidumbre se lo estaba comiendo.

—No sé explicártelo Tom, llámalo presentimiento —apagué el cigarrillo en el cenicero y caminé hasta mi bolso—. Vamos a tu casa, vamos por ese teléfono.

Entre las últimas fotos que habían llegado al buzón de la casa de los Kaulitz, había un teléfono, y llegamos a la conclusión de que aquello podía darnos un hilo que seguir.

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—¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? Seguro que lo recuerdas. Yo estaba de pie a un lado de la zona vip de ese club de Hamburgo que tanto te gustaba visitar. Ibas al menos dos veces al mes, cada vez que la agenda de trabajo te lo permitía. Oh, eras tan hermoso por entonces. Cómo me gustaba tu cabello oscuro con esas mechas blanquecinas que llevabas ¿Recuerdas? —Michael hablaba como si yo no estuviese atado y no se tratara de un monólogo.

Llevaba un largo tiempo sumergido en la oscuridad que sólo era clareada por una vela que ahora mismo estaba a punto de apagarse ¿Cuánto tiempo podía durar una vela? Esta era la segunda que encendía desde que yo había despertado.

—¿Sabes? Lo primero que me gustó de ti fue tu perfil; es tan perfecto, tan armónico. El modo en que tu nariz da paso a la hendidura de tu labio —dice aquello mientras recorre con el índice mi nariz y luego mi boca. Hago un gesto de evasión cuando su dedo se posa entre mis labios, separándolos.

—Déjame —le digo de forma casi refleja ¿Cómo es posible que no entienda lo que me está haciendo? Entonces detengo mi indignación y razono sus palabras— ¿Hamburgo? —¿desde cuándo me conocía?

—Te parece extraño, ya lo sé, lo es un poco —se sinceró. Yo no pude evitar que la angustia se acentuara aún más, me recordó a los peores momentos de acoso que vivimos en Alemania, pero no, aquello no podía ni acercarse a esto.

Debía pensar, dejar que las ideas se ordenaran por encima de los eventos y salir de esto.

—Michael, suéltame, me duelen las manos —intente disfrazar la agitación, no obstante notaba un fino temblor en la voz.

—Oh, claro, debe molestarte la cuerda —parecía reaccionar y eso me daba un pequeño espacio para la esperanza.

Él salió de la habitación oscura en la que me mantenía, más allá de la puerta que abrió había luz artificial y casi me pareció reconocer una lámpara ¿estábamos en su ático? Probablemente. Noté la agitación que sigue al descubrimiento ¿Ahora debía encontrar el modo de avisar que estaba aquí?

Michael volvió a entrar y se me acercó con un bote de crema en las manos, me sonrió mientras se untaba los dedos con parte del contenido y tomó mis manos unidas por la cuerda, que a su vez estaba atada por otra que daba a una de las patas de la cama, las descansó sobre sus piernas, para comenzar a masajear las muñecas enrojecidas. Por un momento pensé en que la humectación podría ayudarme a liberar las manos, pero después de terminar su labor, la que llevó a cabo con mimo y en silencio, tomó otra cuerda del bolsillo trasero del pantalón y quiso atarme las manos.

—¡Qué haces! —puse resistencia, contrayéndome, pero entonces sacó algo más de su bolsillo, era un arma, y la depositó a su lado.

—Aún no lo entiendes, pero sólo conmigo estarás bien —habló con dulzura, mientras atraía mis manos hacia él nuevamente.

Lo observé con curiosidad y rabia a la vez, lo terrible es que podía comprender cómo funcionaba su cabeza y aquello debía ser un infierno.

Sentí la fuerza de la nueva atadura, mis manos ahora estaban rígidas y aquello tensaba mis brazos y mis hombros. La segunda vela estaba a punto de consumirse, en ese momento quedaría a oscuras, me notaba cansado, pero no me iba a dormir, aunque la cama en la que me encontraba resultaba cómoda. Michael se puso en pie, me ofreció algo de beber en un vaso con pajita, yo lo rechacé.

—Es sólo agua —dijo, sorprendido— ¿Quieres algo más fuerte? —me ofreció.

No podía creer el mundo que parecía gestarse en su cabeza. Un escalofrío me recorrió la médula, cerré los ojos en busca de calma. Michael tenía una visión distorsionada de la realidad y un loco cree lo que ve.

De fondo escuché la melodía de un móvil, era una canción nuestra, Down on you. Estuve a punto de echarme a llorar.

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Estábamos llegando a casa de Bill y Tom, habíamos hecho el camino hasta aquí en tiempo record y en total silencio. Tom sólo había hablado una vez, exponiendo su plan de ir a hablar directamente con Luther para saber qué había hecho con Bill. Cuando le conté lo que descubrí de Michael, él también había encajado las piezas. Quise calmarlo, aplacar en algo la necesidad que sentía de encontrar respuestas en cualquier parte, yo también sentía la misma necesidad, pero había que mantener la cabeza clara, aunque doliese el corazón. Toda esta historia ya estaba causando demasiado sufrimiento. Haríamos esa llamada y luego decidiríamos, yo misma encararía a Luther, o a su hijo, de ser necesario.

Tom aparcó el coche sin quitar la llave y entró en la casa casi corriendo. Yo quité el contacto del motor y lo seguí. Bill ya llevaba más de doce horas fuera de mi radar, desde que lo había dejado en mi apartamento a medio vestir, con el pelo mojado y una taza de café en la mano. La imagen de aquella escena se me había quedado grabada como lo más hermoso que podía ver en ese momento; ahora me dolía el pecho ante el recuerdo y la idea de que ese fuese el último momento…

Sacudí mi cabeza, no podía permitirme emociones inútiles, debía utilizar toda mi energía en encontrarlo.

Al entrar en casa, Tom ya venía por el pasillo y traía en la mano el papel que contenía el número. Tomó el teléfono, me miró como si buscara apoyo, así que asentí y él comenzó a marcar.

No somos conscientes de los segundos que componen un minuto, hasta que de ese minuto pende tu vida entera.

Tom me miraba, mientras esperaba a que alguien respondiera.

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Michael respondió la llamada, pero en lugar de ponerse él al teléfono, me lo acercó al oído.

Hola, hola —escuché la voz de Tom.

—Tom ¡Tom!—grité. Michael apartó el móvil—¡Ático de Michael! —alcancé a reaccionar. Michael tapó la entrada de audio.

—Shhh… —me reprendió, como haría con un niño pequeño y acercó el arma que tenía sobre la mesa un poco más hacia él. Aún escuchaba a Tom vociferar a través del teléfono, pensé en volver a gritar de todos modos, pero Michael cortó la llamada— Cuánto escándalo, ya no puedes darle tu número a nadie.

¡Quise responder, decirle que era un loco, que estaba más que loco, que le faltaban todos los tornillos! Pero me quedé en silencio, un ápice de cordura me decía que era mejor un Michael calmo que uno desesperado. El corazón me latía frenético ¿Me habría escuchado Tom? ¿Sabría buscarme?

El teléfono volvió a sonar y esta vez Michael se limitó a mirarlo.

—¿Será ella esta vez? —preguntó, mirándome— Ya sabes, tu doctorcita

—No sé, por qué no respondes y lo averiguamos —me atreví a sugerir, quizás eso me diera unos segundos más para decir algo.

Michael miró nuevamente el móvil, y deslizó el dedo por la pantalla para que dejara de sonar. Mi esperanza se apagó junto con la llamada.

—Sabes, cuando te conocí me pareciste radiante —comenzó a decir, mientras encendía una nueva vela, con la última llama de la que moría—, brillabas del mismo modo que lo hace esta vela —continuaba, mientras hacía girar la vela delante de sus ojos—, tu luz era capaz de iluminar todo entorno a ti, sólo porque existías. Por eso ella te eligió.

¿Hablaba de Seele? ¿A quién se refería?

—¿De quién hablamos? —pregunté, queriendo parecer despreocupado, tirando de la conversación para que él bajase la guardia.

—¿Sabías que mi padre la quería? —indagó — Bueno, aquello a lo que mi padre llama amor — yo comencé a sentirme cada vez más tenso. Michael empezó a pasearse por la habitación, moviendo cosas de allá para acá.

—Me he perdido —confesé, sin perder el tono coloquial de quién habla del tiempo.

—¿Recuerdas ese maquillaje maravilloso que llevabas por entonces? —continuó, como si todo guardara relación— Y tus uñas ¡Qué manos tan extraordinarias! —en ese momento sus palabras se acomodaron en mi mente.

—Tú mandaste esas fotos —aseguré, casi como una acusación.

—¡Claro! —su alegría al ser reconocido resultó evidente. Se dejó caer a mi lado y sacó del bolsillo una caja con cápsulas doradas— Amenicemos la velada —ofreció y soltó una carcajada—, la velada ¿lo pillas?

—¿Quién es tu padre? —pregunté, sintiendo el peso de la respuesta como una loza sobre los hombros.

—Ya lo sabes, nunca te he tenido por tonto, loco quizás —sonrió y luego rio—, pero ambos lo estamos ¿No? —se giró hacia mí, como si su afirmación nos convirtiera en iguales. El pecho me iba a estallar y las lágrimas se acumularon en mis ojos cuando lo entendí.

—Luther —pronuncié el nombre en medio de una exhalación, como si el sólo mencionarlo me quitara la vida.

—¿Lo ves? No sólo eres hermoso —afirmó, delineando mis labios con un dedo. Pensé en evadirlo, pero no tenía fuerza.

Finalmente se mantuvo en silencio, perfilando las formas de mi rostro con un dedo, tocando mis cejas y mis pestañas. Mi mente se esforzaba por crear una vía de escape, quizás, si lo dejaba creer que estábamos bien, me soltaría, quizás hasta se durmiese y entonces yo tomaría el arma y saldría y…

—Oh, Bill —suspiró mi nombre y se movió con rapidez, sobresaltándome, para ponerse a horcajadas sobre mis muslos—. Dentro de mí hay un hambre física, y de aquí dentro —tomo mis manos atadas y se las pegó al pecho—, de aquí —indicó su cabeza—, que sólo puede ser saciada por ti ¿Pero cómo? —negó y perdió la mirada en la oscuridad. Yo no me atrevía a interrumpir su monólogo— A veces quiero embriagarme con tu piel, enredarme y perderme a mí mismo, orgasmo tras orgasmo —volvió a mirarme, esta vez directo a los ojos—… otras veces sólo quiero comerte a trozos, literalmente, devorarte.

No pude contener el escalofrío que me producían sus palabras. Supongo que la muerte, cuando es una idea, algo que existe por ahí en tu universo, no consigues tomarle un peso real, puedes imaginar lo que se sentiría —o no— al morir, incluso qué sentirían aquellos que quedan tras de ti; pero cuando la ves rondando, realmente rondando, sabes si quieres entregarte a ella o no, y yo quería vivir.

—Michael —pronuncié su nombre cuando pude encontrar la fuerza. Intenté que mi voz sonara melódica, sugerente, con el don natural que poseía y que los años me habían enseñado a utilizar. Si tenía algún arma para usar, debía hacerlo—, ¿por qué no te echas aquí a mi lado y descansamos de todo esto?

Él me observó casi inexpresivo, sólo un suave gesto de sus ojos delataba sus intenciones. Se inclinó hacia mí y me besó.

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—Sabemos que se llama Michael Wulff y que vive en un ático —dije, buscando esperanza. Recordar el grito de Bill al teléfono me helaba la sangre y todo el amor que sentía por él, tiraba de mí para salir a buscarlo, así fuese de forma errática, así diera vueltas sin sentido.

Intento mantenerme tranquila, pero dentro de mí hay voces rotas por los gritos de mi propia desesperación y nadie las oye, yo misma no quiero oírlas porque mi propia fuerza comenzaba a decaer, llevaba ya muchas horas de angustia y no podía permitirme pensar en cómo estaría Bill, al menos había gritado, estaba vivo, y eso era lo único importante.
—Mierda —expresó Tom, y con justa razón, no teníamos nada.

Me dejé caer en un sillón de la sala y me abracé a mí misma, debía contenerme. Intenté pensar en un modo de reducir las posibilidades.

—Deberíamos avisar a la policía —dijo Tom, con justa razón. Resultaba difícil saber lo que era correcto hacer en una situación como esta.

—Deberíamos —acepté. Él mantenía el teléfono en su mano, pero no se decidía a hacer la llamada. Ambos éramos conscientes de todo lo que significaba implicar a la policía, pero se trataba de la vida de Bill.

Tom se quedó mirándome un momento, no necesitábamos decir lo que estábamos pensando. Se dio un par de golpecitos con el teléfono en la frente, respiró hondo y comenzó a marcar.

—¡Espera! —lo detuve, tapando la pantalla del móvil. Había recordado algo— Mi padre tiene un amigo que es dueño de una inmobiliaria, alguna vez les escuché hablar de un registro de propiedades.

—No sé si tenemos tiempo para eso Seele —y tenía razón.

—La policía se tomará más tiempo —aseguré—, no comenzarán una búsqueda de inmediato, ya lo sabes

Tom asintió con rapidez, le estaba dando una alternativa y ahora mismo era lo único que teníamos.

Busqué mi propio móvil y llamé a mi padre. Se sobresaltó por la hora, no era habitual que yo me comunicara tan tarde. Le explique el problema que tenía, callándome casi toda la información, para él yo había perdido a un paciente y quería encontrar el lugar en qué podía estar. Lo escuché suspirar profundamente al otro lado de la línea.

—¿Es el chico con que viniste a casa? —quiso saber. A mi padre nunca se le escapaba nada, él era el intuitivo de la familia.

—Sí —acepté, sabiendo que si él consideraba que para mí era importante, me ayudaría.

Minutos más tarde, recibí una nueva llamada suya de vuelta.

—Tienes que buscar en la web del conservador de bienes y poner la clave que te estoy mandando por mensaje —me explicó.

—Gracias papá —quise agradecer.

—Seele —me interrumpió—, se prudente.

Sus palabras sonaban preocupadas, del modo en que un padre le dice a una hija que espera que todo vaya bien, no sólo hoy, si no siempre.

—Lo seré —aseguré, sin saber si la prudencia tenía lugar en todo lo que pasaba ahora mismo en mi vida.

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Michael había desperdigado sobre la cama una cantidad escalofriante de fotografías, no podía decir cuántas eran, no me atrevía a dar un número, y en todas ellas estaba yo. Había fotografías de diferentes etapas de la banda, de los comienzos, muchas correspondían al tiempo del incidente con Ella, incluso alguna había sido tomada aquella misma noche. Entre las imágenes había algunas actuales, en una de ellas yo permanecía dormido, durante la reclusión en el centro, además de otras en las que paseaba por calles cercanas a casa. Por mucho que me resultara perturbador, no quise demostrarle mi inquietud, el tiempo que llevaba conociendo a Michael me había dado una idea de cómo divagaba su mente. Sin embargo, la sensación de estar prisionero y ser subyugado era insoportable, él insistía con los besos y yo los recibía sin mover ni un músculo. Su respiración se había agitado y notaba la presión bajo su pantalón, cada vez que movía su cadera sobre la mía, a punto estuve de soltar una arcada que bien sabía que en nada me iba a ayudar. Lo escuché suspirar, parecía que finalmente se había cansado. Sostuvo mi rostro entre sus manos, aún con el suyo muy cerca.  Podía vislumbrar sus facciones, era un hombre atractivo, aunque el deterioro de su cuerpo comenzaba a notarse en las leves arrugas que se le marcaban bajo los ojos, unos ojos que me observaban con emoción.

—Sabes Bill —comenzó a hablar en un tono sosegado, casi podría decir que con una calma que nunca le había visto—, las personas creen lo que quieren creer. Tú mismo, sabes que te amo, pero tu vanidad no te ha permitido pensar más allá. Te has sentido bien sabiendo que mi atención es tuya, sólo que no has reparado en desde cuándo. No —su voz continuaba siendo tranquila —, cómo iba a preocuparte, soy sólo uno más de tantos que se han enamorado —entonces se enfocó en mis labios—… pero seré el último.

Mi mente estaba cansada, sus palabras eran una confesión y una amenaza, no obstante ya no podía ni enfadarme, toda la energía que poseía y la claridad de mis pensamientos estaba puesta en buscar el modo de salir.

—Déjame ir —le susurré bajito, apelando quizás a esa emotividad que le parecía brotar.

—¿Para qué? —preguntó, casi con igual tono— Ya te he dicho que estás más seguro conmigo.

Su retórica me desesperaba cada vez más, era absurda, él no era más que un loco.  Sentía los ojos cansados, el cuello y los hombros. La tercera vela que ardía sobre la mesa, ya había consumido la mitad de su tamaño original, cuánto tiempo llevaba aquí, parecían días completos. Junto a nosotros aún estaban las cápsulas de oro y en ese momento surgió en mi mente la pregunta.

—¿De qué me proteges? —quise saber, sin olvidar el tono amable, casi cómplice, con el que yo me obligaba a tratarlo.

—Oh, Bill —la forma en que pronunció mi nombre contenía dulzura y ese deje comprensivo de quién advierte la inocencia.

—Michael —busqué igualar la emoción de su voz, y alcé las manos atadas y doloridas, dándole una caricia en la mejilla que resultó incómoda para él producto de la cuerda. Él tomo mis manos entre las suyas y las frotó con suavidad— ¿De quién me proteges? —insistí.

Se mantuvo un momento en silencio, sin soltar mis manos. Miró las fotos, las cápsulas, mis ojos y las manos nuevamente.

—Deben dolerte las manos —enfatizó.

—Un poco —continuaba en su línea de pensamiento.

—Sabes —aún seguía acariciando mis manos—, el suicida se siente fascinado por el arma que puede acabar con su sufrimiento. La mira, la idolatra y la ama casi tanto como a su deseo de liberación.
Tomó la pistola que estaba hacia los pies de la cama, a mí se me escapó un estremecimiento, él marcó una leve sonrisa, inclinó la cabeza hacia su hombro izquierdo mientras me miraba y descansó el cañón sobre mi pecho, yo contuve el aliento.

—Tú eres mi arma —remarcó, dando dos golpes con el hierro sobre mí, respiró hondamente y soltó un suspiro, para luego ponerse en pie, dejando la pistola sobre la mesa. Sólo en ese momento me permití volver a respirar—. Quiero que veas algo.

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Minutos más tarde, Michael había puesto un portátil sobre la cama, lo encendió con calma, puso un disco y se amoldó a mi lado. Tal y como estábamos parecía que sólo nos faltaba algo para picar mientras veíamos una película.

—Michael —quise detener aquello, volver a suplicar por mi libertad, quizás si tocaba la tecla correcta él podía reaccionar.

—Shhh… no te pierdas esto —dejó caer su cabeza sobre mi hombro, la mía ya no era capaz de gestar ideas. No podía pensar en alcanzar el arma y amenazarlo, la cuerda que me ataba a la cama no me lo permitía y Michael no parecía dispuesto a dejarme solo. El teléfono no había vuelto a sonar y ya habrían pasado lo que yo calculaba más de dos horas desde que lo había hecho. Tenía sed, mucha sed, pero no me atrevía a pedir agua, no me sentía capaz de confiar en lo que me traería, aunque tal vez eso me daría tiempo de intentar desatarme— ¡Mira, mira, ahí está!

Su ímpetu me sobresaltó, su mano oprimía mi brazo, mostrando su emoción. El video comenzaba a visualizarse, al principio sólo como una lluvia estática que daba paso a una imagen verdosa, como si se tratara de una película antigua. El primer fotograma apareció y noté el apretón del presentimiento en el pecho. Me quedé en silencio, incapaz de procesar pensamientos. Estábamos viendo una habitación vacía, iluminada por la luz baja que provenía de las mesillas, suficiente para distinguir el espacio con claridad. Los segundos corrían en una esquina de la escena, junto al día en que había sido grabado. Noté el aire entrando con fuerza en mis pulmones, como si quisiera ahogarme y lo contuve hasta que vi a dos figuras acercarse a la cama, para dejarse caer.

—¿Qué te gustó de ella? —preguntó Michael. A mí no me salían las palabras— No sé si adelantar esta parte —mencionó—, aunque me gusta verla, me resultas tan… ¿cómo diría?... erótico —se removió un poco y puso una mano sobre mi muslo, pero aquello apenas podía captar mi atención, ésta estaba puesta en las imágenes de la pantalla.

Podía ver cómo nos quitábamos la ropa casi sin desabotonarla, mis pantalones, su vestido, el modo en que ella comenzaba una felación, mi expresión desvanecida. Cada imagen era también un recuerdo que me estremecía. A cada segundo que pasaba, a cada movimiento que se gestaba en la pantalla, era más consciente del momento que venía y la desesperación crecía, atrapada dentro de mí sin poder gritar, me encontraba paralizado. No quería ver, pero seguía haciéndolo, hipnotizado, a la espera del inminente desenlace.

—Mira, mira —insistía Michael. Yo había tomado el poder sobre ella en la cama. Notaba como mi cuerpo se contraía, sabiendo que lo siguiente que vería era como le rodeaba el cuello con mi cinturón.

—¡Para! —conseguí gritarle a Michael, necesitaba dejar de ver.

—Espera, aún no llega a la mejor parte —respondió, oprimiendo mi muslo.

—Para —supliqué, cerrando los ojos con fuerza.

—No, no —me removió él—, no te tengo por cobarde

No quería hacerlo, intenté evitarlo. Sin embargo, y a pesar de mi respiración agitada, continúe mirando. Podía ver como entraba en ella con fuerza, mientras sostenía el extremo libre del cinturón enrollado en mi muñeca. Distinguía sus manos en mis muslos y sus uñas en mi carne. Ella se retorcía ¿es que yo no lo veía? La desesperación era cada vez más evidente para mí. La escena se intensificó y aunque no había sonido, yo podía reproducirlo en mi mente, hasta que todo culminó, pero no del modo que yo conocía. Veía como me desplomaba junto a ella, vencido, y como su mano me despejaba el cabello que tenía sobre el rostro.

—Esto… ¿esto es real? —titubee

Michael no respondió, se limitó a esperar, mientras la grabación continuaba. Al cabo de unos cuántos minutos en los que yo no pude dejar de mirar, comprobando por momentos que la cronología del tiempo seguía correcta, una tercera figura apareció y necesité solo un momento para descubrir que se trataba de Luther.

—Se llamaba Helen —mencionó Michael, mientras la tercera figura llegaba junto a la chica que dormía, aún con mi cinturón al cuello—. Mi padre la quería —continuó, mientras en la escena Luther se enrollaba el extremo de cuero de éste en su mano enguantada—, bueno, aquello a lo que mi padre llama amor.

Lo vi poniendo la mano en la boca de la mujer y tirar de la correa hasta que Helen dejó la poca resistencia que consiguió poner, yo ni siquiera me moví. Ambos estábamos demasiado drogados para reaccionar.

Un instante después, Luther se había ido. Todo lo que continuaba yo ya lo llevaba tatuado en la memoria.

—¿Lo ves? —dijo Michael— Debo protegerte.

Lo miré, nada tenía sentido. Sacó un cigarrillo y lo encendió, la llama se iluminó cuando dio la primera calada, para ofrecerme otra a mí. En ese momento reparó en mis manos atadas.

—Espera —acotó, manteniendo el cigarrillo en la boca. Se puso en pie y rebuscó en una cajonera que había en un rincón. Al regresar pasó un cuchillo por entre la cuerda y me liberó, sin preámbulos ni advertencia, y acto seguido me pasó el cigarrillo, que yo acepté sin que me importara saber lo que contenía.

Mis pensamientos pasaban de un punto a otro en mis recuerdos, creando líneas que buscaban dar un sentido a todo esto.

—Nos podemos ir lejos —propuso, intentando un tono de alegría y despreocupación que en ocasiones usaba. Yo lo miré, devolviéndole el cigarrillo—, no sé, Inglaterra o Francia

—¿Él sabe que tienes esto? —parecía querer huir. Negó con un gesto.

—Pero lo sabrá —sacó el disco del portátil y me lo pasó. Aspiró una calada más del cigarrillo y arrugó la nariz mientras soltaba el humo—. Necesito algo más fuerte

Rebuscó entre las fotografías y dio con las cápsulas doradas que aún seguían en la caja de cristal. Yo puse mi mano sobre la suya, intentando detenerlo.

—No —le dije, quizás intentando protegerlo también. Sonrió.

—No pasa nada, no son como las que te dio a ti ese día —confesó—, esas habrían tumbado a un caballo

Sus palabras me sacaban de quicio.

—¿Por qué? —quise saber.

—Oh, Bill. Mi Bill —otra vez el tono dulce—. Porque eres bello y ella te eligió. Él tuvo su venganza con ambos —la sentencia fue concluyente. Bajó la mirada hasta mi mano que aún seguía sobre la suya—. Debo cuidarte las manos.

En ese momento vi que entre las fotos había aparecido una en la que estaba Seele, saliendo de su apartamento, más abajo había otra y otra, en algunas estábamos juntos, en otras ella sola.

—¿Estas? —señalé las fotos, tomando una de ellas. Michael se encogió de hombros.

—Quería saber cómo era, qué veías —confesó. Me miró y debió leer mi incertidumbre. Intento una sonrisa— No lo entiendes —dijo—, me dueles tanto y es extraño, porque ese dolor me da placer —negó con un gesto y tomó otra de las fotografías de Seele, la sostuvo con ambas manos— ¿Quieres saber lo que se siente? —preguntó, comenzando a rasgar el papel lentamente por la mitad— ¿Quieres que te la arrebate para que puedas sufrir como yo?

Me puse de pie con rapidez, pero tuve que sostenerme del borde de la cama, las piernas apenas me respondían.

—Tranquilo —su voz continuaba siendo calma. Dejó la foto a medio romper junto a las demás. Se incorporó y caminó hacia mí, quedando a muy poca distancia—. Eres tan hermoso —me miró directamente a los ojos y delineó una de mis cejas. Sus ojos transmitían algo que no creí ver. El Michael siempre ligero, loco y enrevesado, ese Michael había dejado caer la máscara y me mostraba su derrota— No confíes en ella, no confíes ni en tu sombra, porque te abandonará en cuanto llegue la oscuridad.

Liberó su advertencia y caminó hasta la puerta, dejándola abierta.

—Necesito algo más fuerte —le escuché a la distancia.

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¿Cuánto de nosotros mostramos a los demás? ¿Cuántas personas, en realidad, llegan a vernos de cerca, tal como somos? ¿Llegamos a conocernos a nosotros mismos? ¿Llegamos a descubrir todas nuestras facetas?

Salí del edificio en el que vivía Michael, era de madrugada y el eco que trae consigo la noche era lo único presente en la calle. Comencé a caminar, notaba el cansancio por la falta de sueño y alimento, pero el aire fresco me resultaba revitalizador. Esta noche me había liberado de la carga más enorme que había experimentado en la vida. Una parte de mí sentía alegría por la redención, otra tristeza por el destino de Helen, otra un odio que parecía no encontrar final. Sostuve con más fuerza el disco que me había dado Michael, no sabía qué haría con él exactamente, ahora mismo sólo quería llegar con Seele y con Tom, abrazarlos y dormir.

Por el camino detuve a un taxi, podría llegar a casa y luego… No pude continuar el hilo de mi propio pensamiento, ver ante mí un horizonte era algo que ya no recordaba.

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Qué amplio nos puede parecer el universo cuando lo miramos desde el silencio, apreciando su infinito y el misterio que encierra para nosotros. Permanecemos en él como si sólo nosotros, cada uno, tuviésemos una historia y un fin. Sin embargo, cuando conseguimos mirar la sinfonía de la que somos parte, las piezas encajan y el silencio es armonía y el infinito cobra sentido.

Bill descansaba junto a mí en la cama, se había dormido pocos minutos atrás, yo no podía dejar de mirarlo como se mira aquello que es insustituible en tu vida, aquello que ocupa un lugar tan importante que la estructura de tu mundo se forma y se reforma en torno.

Tom y yo buscamos el modo de encontrarlo, dimos con un nombre y una dirección, no era mucho, pero pusimos toda nuestra esperanza en ello. Subimos al coche, a Tom le temblaban las manos al poner la llave en el contacto. Intenté calmarlo y él me lo agradeció con una mueca que intentaba ser una sonrisa. Salimos a la calle y cuando nos disponíamos a partir lo vimos bajar de un taxi. Creo que en ese momento se desperdigaron por mi cuerpo todas las emociones que contenía y me eché a llorar sin poder evitarlo.

Bill nos dio una explicación más larga de lo que sus fuerzas parecían soportar. Los tres vimos el video que le había entregado Michael. Cuando vimos la escena más relevante, nos quedamos mudos.

Muchas veces al estudiar esta carrera me vi enfrentada a posibles patrones de conducta que me resultaban increíbles, sabía que si aquellas especificaciones salían en un libro era porque alguien las había estudiado, pero aun así me negaba a pensar que existiesen personas perturbadas hasta la maldad. Sin embargo, acababa de presenciar un acto de maldad por excelencia: matar a alguien porque podía. Había algo siniestro en la mente de aquel que comete un crimen sabiéndose impune.

Al terminar de ver aquella escena en el video, el primero en reaccionar fue Tom. Detuvo la imagen, mostrando a la pareja, cada uno en su lado de la cama. Luego dijo que grabaría una copia.

¿Qué haríamos?

Esa era una pregunta que había quedado en el aire.

Bill se había metido a la ducha y yo lo había hecho con él. Le puse shampoo en el pelo y se lo limpié con mimo, permitiendo que mis dedos de mezclaran con las hebras y la espuma, luego él cerró los ojos y dejó que el agua lo enjuagara. Yo, simplemente lo abracé y nos quedamos así, en silencio por un instante que quería hacer eterno. Al salir de la ducha lo sequé, casi sin mediar palabra, por qué hay momentos en que dos personas que se aman no necesitan hablar para entenderse, su sensibilidad, su intuición crean un vínculo que las sincroniza. Nos metimos a la cama, mirándonos, confiando en aquel entrelazamiento, hasta que él se durmió.

Ahora lo observaba, aún permanecía dentro de mí el miedo profundo a no volver a mirar sus ojos que desde que lo conocí me han dado tantos matices de miradas. Miedo a no volver a tocar su boca con la mía, justo antes de entregarme al amor que siento. Miedo, incluso, a no llegar a transitar otra vez los espacios de vida que ahora nos componían. Enlacé sus dedos con los míos y a pesar de la incertidumbre por el futuro, supe que me encontraba en el mejor lugar del mundo. Probablemente nadie que conociera, sería capaz de comprender que estando con Bill yo abrazara el riesgo sin cuestionármelo. Nadie que no hubiese experimentado el amor en múltiples matices podía llegar a entenderlo. Sin embargo, yo navegaba en lo que llamaba mi zona de certezas, ese espacio en el que sólo yo sabía que algo, por enrevesado que pareciera, estaba bien y el amor, como único guía, le susurraba al corazón con la contundencia que sólo se encuentra en el creer.

Si supiéramos todo lo que nos va a pasar, a cada momento, cuando algo maravilloso nos toca o cuando alguien que amamos se va, viviríamos cada segundo en el presente de aquellos hechos, disfrutándolos, integrándolos en nosotros para que formen parte y de ese modo un día se conviertan en nuestra herencia. Por eso, yo había decidido vivir cada instante en presente, como el regalo que era, aunque en el camino se acabaran relaciones, momentos o no alcanzase los sueños que soñé, para no perderme nada de lo extraordinario que es vivir.

Me acerqué un poco más a Bill y le besé la frente, agradeciendo por tener este día, y aunque sólo fuera éste.

—Te amo, por todas esas cosas que los demás no comprenden —murmuré y él, aunque permanecía con los ojos cerrados, oprimió el enlace de nuestros dedos.

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A la edad que sea, si dejas de pensar con la neutralidad de la inocencia y comienzas a ser consciente de la consecuencia de tus actos, en ese momento abandonas la infancia.

Bill y Tom permanecían junto a los otros dos chicos de la banda, los había conocido finalmente, Georg y Gustav eran muy agradables y nada más llegar a Alemania, me hicieron sentir la felicidad de vernos a todos. Llevábamos aquí un par de semanas y por fin hoy la banda completa había conseguido firmar un nuevo contrato para un siguiente álbum que en parte estaría financiado por un sello de música independiente. Bill y Tom llevaban meses trabajando en nuevas canciones y yo había sido testigo de cómo Bill parecía florecer en medio de la música. Se pasaba horas divagando en el modo en que todo ello vería la luz, haciendo bosquejos de arte que representaban el modo en que lo mostrarían al mundo. Mientras tanto yo había decidido continuar mis prácticas en otro centro y terminar la carrera en cuanto fuese posible. Luther en cambio, permanecía en su trono de lealtades compradas, al menos Bill había podido salir de sus garras, aunque no sin dificultad; la nota final había sido un fotograma del video que Bill mantenía custodiado. Habíamos intentado contactar con Michael, pero parecía haber desaparecido.

Detuve mi atención en Georg cuando puso una cinta de cassette en un equipo de música que había en su casa, me miró y me guiñó un ojo, como si quisiera mostrarme algo que yo desconocía. Al cabo de unos segundos de espera comenzó a sonar un bajo, luego una guitarra, para dar paso a una batería y a la voz de un niño, que a pesar de no haberla escuchado nunca antes, no pude dudar que era la de Bill, quién comenzó a cantar desde el adulto que era, buscando el tono adecuado para acompañar a aquel niño que fue. Se giró hacia mí, bailando de ese modo desvencijado que solía tener, tomó mis manos e intentó que me moviera junto a él.

— Wir sind jung und nicht mehr jugendfrei, tut mir leid, ich weiß wir sollen nicht, doch wir fangen schon mal zu leben an
Somos jóvenes y sin libertad, lo siento, sé que no deberíamos, pero estamos empezando a vivir
Había tanta vida y alegría en él.
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¿Cuántos latidos guarda un corazón? ¿Nacemos con un número concreto que marca la extensión de nuestra vida?

Quizás sí, quizás todo lo que nos pasa a través de esos latidos nos va creando, nos va pintando en el lienzo de esta vida que venimos a vivir. Esperaba que ella tuviese miles de millones de latidos, que su vida fuese larga y hermosa y que todo lo que le tocase experimentar no fuese perturbado, jamás, por el dolor. Sin embargo, sabía que nada de eso estaba asegurado, que abrir los ojos al mundo nos abre todas las posibilidades que éste trae, y quizás la vería llorar al caer mientras jugara, o por perder al amor de su vida con trece años. Sonreí, mis cavilaciones pasaban por tantas probabilidades para su vida y quería estar en todas ellas, protegiéndola. No obstante, sabía que no podía, que no debía, tal como me recordaba Seele cada día.

En ese momento la vi tambalearse, como si fuese a caer en medio de su carrera entre el columpio y el tobogán, me dispuse a socorrerla y Seele me contuvo, como tantas veces.

—No pasa nada, ella puede —dijo, con el tono certero que siempre la ha caracterizado. La miré a los ojos y enlacé sus dedos con los míos.

—Cuatro años ya —expresé mi incredulidad, volviendo la mirada al parque. El tiempo pasa de forma diversa, según cuales sean tus sentimientos.

—Cuatro años —confirmó. A lo lejos se escuchó un pitido, era el tren de las seis de la tarde.

Recordé el sueño que Seele me contó, algo que resultó premonitorio. También recordé como me sentía cuando la conocí, estaba tan cansado de sobrevivir, pero por alguna razón no aceptaba morir, y cuando miro a nuestra hija, creo que lo entiendo, creo que finalmente comprendo que yo existía sólo para encontrar a Seele y crear con ella una vida más hermosa que la nuestra, que heredara nuestros sueños y nuestras experiencias. Nos habíamos conocido  para crear a Emma, nuestro universo.

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 N/A

Finalmente está aquí el último capítulo de Cápsulas, una historia que desde la primera línea habló del amor, y creo que a lo largo de ella nos muestra como éste puede ser comprendido, según lo que prima en cada persona a cada momento.

Para llegar hasta aquí, he repasado un montón fotos y videos, para recuperar al Bill que me enamoró. Espero que el final les guste y gracias a todos los que me han acompañado hasta aquí.

Anyara