Capítulo I
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“El de la locura y el de la cordura son dos países limítrofes, de fronteras
tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el
territorio de la una o en el territorio de la otra.”
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Hay ciertos pasos en la vida que te llevan irremediablemente
al que será tu camino.
No estaba demasiado segura de cuáles eran los pasos que me
habían llevado por el mundo de la
medicina. Mi padre se dedicaba a la administración, una carrera en la que había
comenzado muy joven y desde muy abajo. Siempre que podía, hacía mención del
modo en que había estado por tres meses repartiendo la correspondencia interna
en la empresa, en la que ahora era encargado de un departamento completo.
Trabajaba de sol a sol y mi madre, que era profesora de nivelación para niños
con problemas de aprendizaje, solía quejarse de ello. Mi hermano, él era un
asunto aparte. Había pasado de videojuego en videojuego, desde que tenía doce
años. Así que ahora estaba estudiando diseño y desarrollo de éstos, y parecía
feliz. Así que, con una familia que se consideraba bastante normal, la
diferente era yo. Ellos no comprendían, aunque aceptaban, que a mí me
apasionara la medicina, pero no la que suele reparar huesos o diagnosticar un
edema. No, a mí me entusiasmaba la mente humana, el modo en que un individuo
podía disfrazar la realidad hasta convencerse a sí mismo de aquel disfraz.
Aunque inclusive en este ámbito de la medicina, los casos habituales eran tan
simples como reparar un hueso o diagnosticar un edema.
Probé nuevamente el café que tenía entre mis manos, pero aún
estaba demasiado caliente como para beberlo.
Sabía que era cruel desear encontrarme con un caso
clínicamente interesante, como era cruel encontrarse con una enfermedad del
sistema inmunológico, por ejemplo. Pero ahí era dónde entraba la mente del
especialista. Esa que era capaz de aislarse de la parte humana y sólo tratar la
dolencia. Mecánicamente. Del mismo modo me llevé el café hasta la boca y me
quemé la lengua.
—Estás aquí —escuché la voz de Benjamín desde la puerta. Lo miré
mientras intentaba calmar mi lengua contra los dientes.
—Sabes que siempre estoy aquí a esta hora —le respondí aún
molesta. Él entró y se sentó en una silla junto a la mía.
—Tienes razón, debería saberlo, eres demasiado predecible
—dijo aquello, extendiendo hacía mí una barra de cereales de la máquina expendedora
que había en el pasillo. La observé con desprecio fingido.
—¿Qué se supone que es esto?, ¿intentas hacer las paces
conmigo con una barra de cereal? —le pregunté, manteniendo mi actitud de
desprecio, tomando lo que me ofrecía.
—Es tu desayuno, y no te me pongas exigente que no vuelvo a
alimentarte —respondió, simulando indignación. Un pequeño juego que se nos daba
muy bien.
Desde que Benjamín y yo habíamos coincidido en clase de ética,
durante el segundo año de la carrera, no habíamos dejado de ser amigos. De eso
hacía ya ocho años. Él era de las pocas personas que aceptaba mi carácter tal
cual, sin ponerme limites, ni presionarme. Con él me sentía yo misma.
—Lo recibiré, porque soy una mujer educada, pero no creas
que me lo comeré —continúe con nuestro juego, rompiendo el envoltorio a pesar
de mis palabras.
—Estoy seguro que tu orgullo no te lo permitirá —contestó
riendo, mientras yo le daba el primer mordisco a la barra.
No pude responder, ya que tenía la boca llena y muchas ganas
de terminarme la barrita. Benjamín no se equivocaba, era mi desayuno. Lo
primero que llenaba mi estómago, además del café.
—Mañana habrá una reunión en casa de Anne —comenzó a
explicarme, en tanto yo masticaba. Le hice un gesto con los ojos para que
continuara, lo que él interpretó perfectamente—, deberías venir, la última vez
no quisiste.
Suspiré con la boca llena, sabía que tenía razón. Es
extraño, o quizás no tanto en realidad, pero siempre me había costado
relacionarme con las personas. Más veces de las que desearía, me sentía
incomoda y confusa en medio de las doctrinas sociales. Y digo, es extraño,
porque justamente son aquellas conductas asociadas con la normalidad hacia las
que yo debía guiar a mis pacientes.
—Bien… —me chupé el índice y el pulgar— iré…
—Perfecto —sonrió él, como si fuese un hermano mayor que ha
conseguido que su hermanita consentida haga algo.
—Pero con una condición —me apresuré a aclarar. Él movió sus
manos, indicándome que hablara—, no tienes permitido dejarme sola… nada de irte
con alguna de las compañeras de Anne.
Anne era una amiga que habíamos hecho en la facultad. Luego
de nuestros primeros cuatro años de carrera, ella se había decidido por otra
rama de la medicina, pero aún seguíamos siendo amigos.
Benjamín suspiró.
—Vaya, esta relación no es equitativa, ¿lo sabías? —se
quejó.
—¿Por qué lo dices? —reí, bebiendo al fin de mi café.
—¿Qué por qué lo digo? —preguntó alzando ligeramente la
voz—, ¿te parece poco? —continué sonriendo, sin dejar de mirarlo—, no me das
sexo, ni me dejas buscarlo por mi cuenta.
En ese momento reí del todo.
—Bueno… —se puso de pie él—tengo que seguir con mi turno.
—Sí, claro… gracias por… —levanté lo que me quedaba de la
barrita— el desayuno.
Benjamín miró al suelo mientras sonreía, un gesto muy
propio.
—Por nada —me miró nuevamente—. Recuerda que estás
comprometida para el viernes —indicó.
—Recuerda tú tu parte del trato.
—¿Cómo olvidarlo? —habló con cierto deje meditabundo, que
preferí obviar. Me comí el resto de la barrita de cereal.
Lo siguiente, fue ver a mi amigo perderse al otro lado de la
puerta.
Miré la hora en mi reloj, había cumplido mis diez minutos de
receso. Bebí un nuevo sorbo de café y tiré el resto. Aún me quedaban tres horas
de trabajo en el hospital.
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Caminaba apresuradamente, por uno de los pasillos de la
clínica en la que trabajaba durante dos tardes a la semana. El edificio, un
antiguo palacio de la parte sur de Los Ángeles, estaba a cerca de una hora de
distancia del hospital en el que me desempeñaba por las mañanas. Eso, cuando el
tráfico era expedito.
Los tacones que calzaba repiqueteaban, haciendo un pequeño
eco al final del pasillo. Tras la puerta doble a la que me acercaba, estaban
las oficinas de los especialistas y la del director del centro. La ajustada
falda oscura que vestía, me permitía un ritmo de pasos cortos, pero constantes.
Metí un poco más la blusa marfil en la cintura de la primera prenda, esperando
mantener la apariencia de pulcritud y perfección que buscaba. Para algunos
podía parecer demasiado conservadora. Para mí, era el aspecto adecuado para la
labor que desempeñaba.
Empujé las puertas dobles y avancé directamente a la oficina
de Robert Hayman. Hoy comenzaba con un nuevo caso y me sentía emocionada. No,
mucho más que emocionada, sólo esperaba que no se tratara de una nueva adicción
solucionable en cinco sesiones. No es que no me sintiese satisfecha cuando
podía ayudar a alguien a equilibrar su vida, pero hasta en un trabajo como el
mío era necesario un reto.
Me puse en pie frente a la puerta y acomodé mi cabello,
asegurándome de que se encontrase en su lugar. Respiré profundamente y toqué la
puerta.
—Adelante —escuché y obedecí.
—Buenas tardes doctor Hayman —dije cerrando la puerta.
Observé al hombre de cabello ligeramente cano y con algo más de cincuenta años—,
perdón por el retraso.
—No te preocupes, entiendo que el tráfico en Los Ángeles es
una pesadilla —aceptó mi disculpa—. Siéntate —me pidió.
Yo sólo quería comenzar con mi nuevo paciente, pero de todos
modos me senté.
—Hoy empiezo un nuevo caso ¿no? —quise avanzar. El doctor
Hayman me miró.
—Tienes que trabajar esa paciencia —respondió, marcando una
sonrisa paternal. No me gustan las sonrisas paternales. No me gusta la
condescendencia.
Sonreí. Él extendió sobre su escritorio tres expedientes.
—Sé que llevas tiempo pidiéndome un caso que te exija más
—comenzó a decir. Noté como se me aceleraba ligeramente el corazón ante la
expectación—. Aquí, en estos tres expedientes, hay dos ‘lunas de miel’ y una ‘ruina’.
El doctor, con ambos codos sobre el escritorio, apoyó la
barbilla en sus manos unidas, esperando por mi reacción.
—¿Tengo que escoger? —pregunté, filtrando algo de entusiasmo
en el tono de mi voz.
Él sonrió con aprobación. Y yo noté mi excitación, escondida
bajo la pulcra apariencia que vestía. Quizás en mi mente también había algo que
tratar.
Extendí la mano sobre el expediente del centro. Él había
dicho, dos ‘lunas de miel’, el modo coloquial con el que nos referíamos a la
segunda etapa de una adicción. Esa parte en la que el enfermo aún se siente
enamorado y tocando el cielo con su nuevo estado. Normalmente, un paciente en
esta etapa venía aquí para mejorar pronto con un tratamiento más intenso. Pero el
doctor Hayman también había hablado de una ‘ruina’, la cuarta etapa, y yo no
podía evitar la agitación ante la posibilidad de atender una. Sería la primera
y me moría de ganas de trabajar en ella.
Moví mi mano ligeramente a la derecha. Era el movimiento lógico
y supuse que él también lo pensaría, así que escogí el de la izquierda. Lo arrastré
acercándolo a mí.
—Bien —dijo, recogiendo las dos carpetas restantes, para
meterlas luego en un cajón de su escritorio.
Abrí el expediente con rapidez y leí; “estado de adicción:
cuarta etapa”. Noté como el corazón me daba un salto en el pecho, lo contuve
con la misma correa con la que ataba todas mis emociones. Me puse en pie.
—¿Lo aceptas? —preguntó con disimulo.
—Desde luego —respondí, buscando no parecer desesperada,
aunque ahora mismo deseaba saltar de gusto.
—Estudia el caso y si tienes alguna duda me la comunicas, si
no es así, habla con Amanda para el primer contacto con el paciente —me pidió,
con el mismo tono amable y condescendiente de siempre.
—Lo haré. Gracias.
—Seele —me habló y me giré desde la puerta para mirarlo, él
me observó por encima de los cristales de sus lentes— ¿No creo que necesite
recordarte la privacidad de nuestros pacientes? —negué con un gesto ¿A qué
venía eso?— Bien… si tienes problemas, búscame.
—Sí. Gracias.
Salí de ahí con el expediente en la mano. La oficina de la
encargada de enfermería estaba al final del pasillo.
—Hola Amanda —le dije en cuanto llegué. Ella era una mujer
menuda, muy alegre y de unos treinta y tantos años.
—Doctora Lausen —me sonrió ella—, ¿va con algún paciente?
—No, no aún, pero quería que me dieras la planificación
diaria de… —le extendí el expediente, para que ella revisara el nombre.
—Claro —respondió, comenzando a buscar en su computador—.
¿Quiere que se la imprima o se la envió por correo electrónico?
—Un correo estará bien.
—Ahora mismo el paciente está en su hora de paseo —me contó
a modo de observación. Yo no respondí— Listo, enviado.
—Gracias Amanda.
Caminé hasta la puerta de mi oficina y entré. Tras el
escritorio había una ventana que daba a un jardín interno del centro,
iluminando el lugar. Abrí el expediente sin siquiera sentarme, y me mordí el
labio ante la expectativa del caso. Comencé a leer.
Trastorno de adicción de nivel cuatro. Descripción: el
paciente muestra un estado de ánimo negativo y
propenso a la insatisfacción. Indicios de paranoias. No existen intentos
de suicidio registrados. Dos intentos fallidos de rehabilitación. El paciente
se encuentra, legalmente, bajo la tutela de un familiar.
—O sea que es tu tercer intento —hablé con mi paciente
ausente—. Leamos tus adicciones.
Excesos con el alcohol, antidepresivos, tranquilizantes,
estimulantes.
Se recomienda terapia grupal e individual. No tiene
autorizada la comunicación con el exterior de forma autónoma. Tiene asignada
una medicación preventiva, además de pequeñas dosis de tranquilizantes para
nivelar su estado.
Recién en ese momento me senté, buscando en mi bolso la caja
con mis cigarrillos. Hablando de adicciones. Encendí uno y continué mirando el
expediente. Encontré los dos centros anteriores en los que había estado. La
primera vez de forma externa. La segunda en internamiento por un mes.
Aspiré el humo lentamente, mientras se encendía mi
computador, abriendo luego el correo que me había enviado Amanda. La
planificación de mi paciente decía que dentro de media hora tenía terapia de
grupo. Una provisional, hasta que yo lo evaluara. Tomé el teléfono y marqué un
número interno.
—Amanda —dije, cuando ella respondió—, ¿podrías pedir que me
lleven al paciente a la sala de terapia individual?
—¿En la hora de terapia grupal? —preguntó ella, con justa
razón.
—Sí.
—Ya está en la agenda —contestó con diligencia y hasta pude
imaginarme su sonrisa.
Me puse en pie y miré por la ventana. Aún quedaban varias
horas de sol y los árboles se mecían por la brisa. Algunos de los pacientes
paseaban por el parque que se había habilitado en aquel jardín. Algunos leían.
Otros simplemente se sentaban, justo como hacía un joven en una de las
banquetas de hierro forjado que había. Tenía ambas piernas subidas al asiento y
parecía tranquilo. No debía de extrañarme ver gente joven en el centro, muchos
de nuestros pacientes no superaban los treinta años.
Me llevé el cigarrillo a los labios y aspiré el humo. En ese
momento el joven alzó la mirada, como si supiera que lo observaba. Sus ojos estaban
fijos en mí.
Me retiré de la ventana lentamente, con una duda que
necesitaba satisfacer. Rebusqué en el expediente, encontrando una foto de mi
paciente.
—Así que ese es usted, señor Kaulitz.
Dejé el expediente y regresé a la ventana. El joven ya no
estaba.
Continuará…
N/A
Aquí les dejo el
primer capítulo de esta historia. Vamos poco a poco situando a los personajes y
ya iremos viendo cómo se desarrollan sus historias, y en qué punto se van
uniendo.
Muchas gracias por
leer.
Siempre en amor.
Anyara
¿Te he dicho, primeramente, que me encanta cómo escribes? Pues ya qué, siempre te lo diré porque es inevitable no resaltar ese punto. Me encanta, me encanta.
ResponderEliminarY se nota que la trama es muy interesante, yéndonos por el otro lado, tan llena de misterios e intriga que ya querré saber qué sucede con el paciente Kaulitz en relidad. Y bueno, porqué no decir que ya espero esos acercamientos más que nada con la chica y el paciente, sus tragedias y...
Yo no sé mucho de estas cosas, aunque me gusté, así que tú me darás otro motivo para seguir sabiendo más acerca del tema, estudiarlo y aprender algo más al día.
Porque me ha parecido que el tema te envuelve y sugiere mucha seriedad al respecto.
Eres de lo mejor, Any, siempre quise comentarte pero cuando la página THF.es estaba en condiciones, yo estaba en medio de exámenes, tareas y lo que prosigue; sin embargo, en vacaciones, al fin pude leer, más ahora que sé que tienes tu propio blog y lo haré con mayor tranquilidad de saber que tendré mucho que seguir.
Me encanta. Me iré a leer el siguiente capítulo porque la historia me ha gustado mucho y...Ojalá que sigas, porque no nos puedes dejar alma en vilo con tanta emoción.
Un saludo, preciosa. Besitos y abrazo.
Siempre en amor, como dices tú~
Se te quiere <3 *--*
Encontrarme con una maravilla de comentario como este, me deja sin palabras. Muchas gracias por apreciar mi trabajo Katherine, pero por sobre todo, muchas gracias por el cariño que llena tus palabras.
EliminarCápsulas es un proyecto complejo. Intento contar, a través de una ficción, cosas que me imagino que serán parte de la vida de los chicos. Sus ilusiones y desilusiones. El intrincado mundo de la música. La intriga es la que mantiene el interés en la historia, pero los pequeños detalles que la rodean también son importantes.
Un beso enorme mi niña. Muchas gracias por tu compañía y apoyo. ♥