jueves, 17 de enero de 2013

Cápsulas de Oro - Capítulo II



Capítulo II
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Mis tacones repiqueteaban en el piso de piedra en tanto me dirigía a la zona de los pacientes de ‘cuarta etapa’. La distancia entre las oficinas de los especialistas y este segmento del centro era bastante amplia. El pabellón de los internados se encontraba al otro lado del edificio, por lo tanto, yo iba repasando mentalmente las primeras preguntas que haría. Eran preguntas de rutina, de reconocimiento. El primer encuentro con un paciente normalmente era más relajado, o al menos eso era lo habitual para mí hasta ahora. Había que permitirle un espacio cómodo en el que expresarse, ganarse ligeramente su confianza, pero marcando una nítida línea entre paciente y médico.
A lo lejos divisé la puerta de gruesa madera que delimitaba el acceso. Cuando llegué junto a ella saqué mi tarjeta y la pasé por la cerradura. Al otro lado me encontré con Brett, el guardia que custodiaba esa entrada. Un hombre alto, de cabello castaño claro y profundos ojos verdes. El tipo de hombre en el que me fijaría, si no fuésemos compañeros de trabajo y tuviese que encontrarlo cada día.
—Buenas tardes Brett —lo saludé en cuanto entré.
—Buenos tardes doctora Lausen —me sonrió, en tanto escribía en el libro de ingresos, el que luego me extendió junto con un bolígrafo.
Firmé.
—¿Un paciente nuevo? —preguntó. Lo miré divertida.
—Las noticias vuelan rápido —me abracé al expediente que llevaba en las manos.
Brett sonrió y hasta podía decir que había cierta coquetería en su gesto.
—La seguridad implica estar informado, doctora.
Asentí, entretenida.
—Entonces, haces muy bien tu trabajo.
—Gracias —admitió el cumplido, haciendo una seudo reverencia con su mano derecha, para indicarme que podía pasar.
Acepté con un gesto y comencé a caminar mirándolo una vez más, sonriendo.
La distancia a recorrer era más bien corta, así que no tardé demasiado. Cuando llegué junto a la puerta, un enfermero la custodiaba. La normativa en pacientes de cuarta y quinta etapa era que se mantuviesen siempre vigilados. Por lo mismo el centro era uno de los más caros.
—Buenas tardes —dije— ¿todo bien?
—Buenas tardes. Sí, todo bien.
—Okey.
Puse la mano en la manilla de la puerta, pero antes de abrir miré al interior por la pequeña ventaba que había en ésta. El interno parecía en calma, sentado con ambos pies subidos al sillón y las piernas flexionadas contra el pecho. Tenía los ojos puestos en la ventana y un ligero movimiento en los dedos que indicaba claramente su ansiedad.
Abrí.
“Hay ciertos pasos en la vida que te llevan irremediablemente al que será tu camino.”
Entré y cerré la puerta tras de mí, sabiendo que del otro lado había un enfermero capaz de venir en mi ayuda si la necesitaba.
—Buenas tardes —dije a un par de metros del joven. Él se giró hacia mí y alzó ambas cejas a modo de respuesta.
Apatía.
Dejé el expediente en una pequeña mesa adjunta a un sillón en el que me instalé.
—Bueno, soy…
—¿Tienes un cigarrillo?
Habló, interrumpiéndome.
—No.
Su voz había sonado ansiosa, tanto como el repiqueteo de sus dedos sobre las piernas. Ante mi respuesta, masculló algo que no alcancé a dilucidar.
—Bueno, decía que soy…
—Mi psiquiatra, ¿no?
Me interrumpió nuevamente.
Lo miré, él observaba hacia la ventana. Si ésta fuese una conversación cualquiera, con un conocido cualquiera, lo habría mandado a la mierda. Pero era mi paciente, así que simplemente apunté en mi libreta su conducta. De ese modo mantuve a raya mis propias emociones, como toda una profesional, aunque aún me faltaban algo más de dos años para titularme.
—Me gustaría saber algunas cosas de ti Bill, ¿crees que podríamos? —formulé la pregunta con amabilidad, pero también con autoridad.
Volvió la vista a mí, observándome como si me evaluara. Sus ojos eran los de una persona inteligente, intuitiva. Cuando su análisis pareció terminar, el repiqueteo de sus dedos cesó también.
—Lo siento… —habló con calma— normalmente no soy así…
Se giró nuevamente hacia la ventana, perdiéndose otra vez en el paisaje.
—¿Cómo eres normalmente?
Se encogió de hombros, manteniendo la misma posición.
—De otra manera.
—¿Me puedes describir esa otra manera?
Me miró. Había una intensidad en su mirada que pocas veces había visto en un paciente, o en cualquier otra persona. Lo normal era que un paciente llegara con la vulnerabilidad de su adicción manifestada en las pupilas.
—¿Alguna vez has visto la luna llena reflejada en el agua?
Su respuesta fue una metáfora. No pude dejar de reparar en ello.
—Claro.
Se quedó mirándome. Esperé un instante a que complementara aquello, pero él volvió a girarse hacia la ventana.
—¿Qué más? —insistí.
—No hay más.
Arrugué el ceño involuntariamente y cuando me di cuenta, me llevé un dedo al sitio para relajarlo con un pequeño masaje. Apunté su metáfora en mi libreta.
—Bien Bill. Aquí dice que estás bajo la tutela de un familiar —dije. Él, que tenía ambas manos enlazadas sosteniendo sus piernas, comenzó a golpear suavemente el dedo índice sobre la otra mano— ¿quieres hablarme de tu hermano Tom?
—Gemelo.
Aclaró de forma concisa. Yo observé las notas en el expediente, en él sólo hablaba de su hermano. En mi libreta destaqué el hecho. Gemelos.
—Entendido. Háblame de tu gemelo —pedí.
—No.
Lo miré y parpadeé. Me resultaba complejo entender que una persona, clasificada como de cuarta etapa, demostrara a primera vista una determinación tan clara. Con el tiempo podría encontrar la grieta por la que habían entrado las adicciones. Después de todo, de eso trataba la terapia, ¿no?
—¿De qué te gustaría hablar? —pregunté.
—De ti.
Agregué una nota al análisis: “Intenta controlar la situación”.
—Antes quise decirte mi nombre —respondí.
—Lo siento… ¿cómo te llamas? —preguntó, prestándome completa atención. Me quedé por un instante estupefacta ante la profundidad de su mirada.
—Seele Lausen.
Mi respuesta fue precisa, sin adornos, sin filtraciones en la voz. Completamente profesional. No obstante, noté un pequeño aumento en mi pulso.
—Seele… —repitió mi nombre con una cadencia que le daba textura y contenido— ¿nombre alemán?
—Sí.
—¿Sabes lo que significa? —insistió con sus preguntas.
Comprendí que debía tomar el control de la conversación nuevamente.
—No —contesté—. Ahora tú deberías responder algunas preguntas más —insistí.
Él sonrió, jugueteó con los dedos entre su cabello y desvió la mirada a la ventana.
—Claro. Soy el paciente —acotó con distante frialdad.
Tensé la espalda, manteniendo mi recta postura en el asiento. No podía negar que me sentía algo molesta por cómo se estaba desarrollando la sesión. Normalmente mis pacientes eran más cooperadores, pero no debía olvidar que era yo la que quería un ‘reto’, ¿no?
—Bueno Bill. Esta será una sesión de evaluación —comencé a explicar lo que debía de ser mi presentación. Él se mantenía en silencio—. Probablemente no será la única. Luego hablaremos de tu tratamiento —el paciente permanecía en ese silencio— ¿Comprendes lo que te digo?
—Desde luego.
Respondió, sin mirarme.
—Bien —comencé a remover el expediente sobre la mesa—. Aquí dice que eres músico —hice una pequeña pausa, esperando a que él complementara mi comentario, pero mantuvo su mutismo— ¿Qué instrumento tocas? —pregunté.
—Canto.
Me aclaró. Volví la vista al expediente. No especificaba aquello, así que dejé una nota al margen.
—¿Eres solista o perteneces a algún grupo? —continué con las preguntas, esperando que la conversación fluyera.
No podía negar que la tensión comenzaba a pesarme. Él me miró y respondió.
—Tengo… tenía… tengo… una banda —comenzaban a filtrarse sus inquietudes.
—¿No estás seguro? —presioné un poco más.
—Tengo —aclaró enfático—. Éste es sólo un descanso.
—Entiendo ¿Qué dicen tus compañeros sobre tu descanso?
Bill arrugó el ceño, meditabundo.
—Supongo que lo comprenden —la seguridad que destilaba hacía sólo un instante se estaba esfumando.
—Lo supones —aseguré. Su reacción fue inmediata.
Me miró y alzó un poco la voz.
—Lo sé.
—Muy bien —acepté su respuesta— ¿Cuántas personas componen tu banda? —insistí en el único tema neurálgico que tenía ahora mismo.
—Cuatro. Somos cuatro.
—¿Chicos, chicas o ambos? —iba anotando los datos.
—¿Importa? —me increpó.
—Sí. Son las personas con las que te relacionas —se produjo una pequeña pausa, durante la cual, le sostuve la mirada.
—Todos chicos —contestó.
—¿Cómo se llaman? —continué, cuando pensé que había conseguido un hilo conductor. Pero entonces él volvió a soltarlo.
—¿Qué hora es? —quiso saber. En su mirada se reflejaba la impaciencia.
Miré mi reloj.
—Aún nos quedan diez minutos de sesión —le aclaré.
—¿Cuánto falta para las ocho? —continuó preguntando.
—Algo más de dos horas —dije, en tanto revisaba en su expediente las horas de medicación. Confirmé que las ocho de la noche era una de ellas.
—¿Te sientes ansioso por algo? —consulté. Él desvió la mirada a la ventana y sus dedos dejaron de repiquetear en un esfuerzo por mantener el control.
—No.
—Tu medicación es a las ocho ¿no? —lo presioné un poco más. Me miró, pero no respondió, simplemente cambió de tema.
—Georg tiene tres años más que yo y Gustav uno —me concedió parte de la información.
—Dijiste que eran cuatro.
Hubo una pequeña pausa. Él no dejaba de observarme.
—El otro es Tom.
—¿Tom?
—Mi gemelo —contestó, alzando la ceja derecha, en una clara indirecta a mi falta de atención.
Bajé la mirada y contuve una sonrisa que me hizo temblar los músculos de la cara.
—Creo que es suficiente por hoy —acepté la pequeña derrota.
—Aún nos quedan diez minutos ¿recuerdas? —dijo, con un aire de superioridad que parecía natural en él.
—Ocho —corregí.
—Ocho —repitió.
—Ya los recuperaremos.
Me puse en pie, con mis notas y el expediente en las manos.
—Claro. Aún queda mucho por dilucidar —reflexionó.
Me quedé observándolo un instante más de lo necesario. Las preguntas inundaban mi mente ¿Cómo era posible tal estado de lucidez? ¿Quizás se tratara de uno de sus días buenos? Con el paso de las sesiones podría saberlo.
—Nos veremos en unos días Bill —me despedí, girándome hacia la puerta.
—Seele significa alma —dijo, captando mi atención—. Curioso para alguien que trabaja con la mente.
No respondí. Así que él volvió a hablar.
—¿Crees que en la siguiente sesión, puedas traerme un cigarrillo? —preguntó, con cierta vulnerabilidad que no pude pasar por alto. Volví a mirarlo.
—¿Responderás mis preguntas? —abrí la oferta de un trueque entre ambos. Él se relamió, como si casi pudiese saborear ese cigarrillo. Luego su rostro se tensó.
—Hecho.
Cerró el trato.
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Me encontraba sentada en el escritorio que había junto a mi cama. Moví el cuello de un lado a otro intentando liberar la tensión acumulada durante el día. Miré la hora en mi reloj, pasaba de medianoche.
—Bueno… terminemos por hoy… —me animé, volviendo al archivo de trabajo que había abierto para mi nuevo paciente.
“El encabezado: Bill Kaulitz. Estado de la adicción: cuarta etapa.
Primera sesión.
El paciente se muestra renuente a la terapia. No acepta con facilidad las preguntas, al contrario, procura hacerlas él. Presenta una lucidez particular dado su estado de adicción. Intenta mantener la ansiedad a raya, lo que demuestra un claro manejo de ella. Es probable (y esto debo corroborarlo con sus allegados) que no haya dado señales de dependencia hasta muy avanzado su estado.”
Me apoyé en el respaldo de la silla, leyendo lo que acababa de escribir. Para ser una primera sesión, me parecía que había captado algunos puntos interesantes en los que trabajar. Volví a las notas y agregué:
“Programar cita con el tutor”
Con eso estaría terminado el primer resumen. Cerré los ojos y respiré profundamente, notando como me costaba abrirlos de nuevo. Estaba cansada.
Entonces recordé un último detalle y lo añadí:
“Llevar un cigarrillo a la siguiente sesión”
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Continuará…
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N/A
Hola niñas. Espero que el capítulo les haya gustado y que se vaya entendiendo un poco mejor la situación de Bill.
Un beso enorme y muchas gracias por leer.
Siempre en amor.
Anyara

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