Capítulo II
.
Mis tacones repiqueteaban en el piso de piedra en tanto me
dirigía a la zona de los pacientes de ‘cuarta etapa’. La distancia entre las
oficinas de los especialistas y este segmento del centro era bastante amplia. El
pabellón de los internados se encontraba al otro lado del edificio, por lo
tanto, yo iba repasando mentalmente las primeras preguntas que haría. Eran
preguntas de rutina, de reconocimiento. El primer encuentro con un paciente
normalmente era más relajado, o al menos eso era lo habitual para mí hasta
ahora. Había que permitirle un espacio cómodo en el que expresarse, ganarse
ligeramente su confianza, pero marcando una nítida línea entre paciente y médico.
A lo lejos divisé la puerta de gruesa madera que delimitaba
el acceso. Cuando llegué junto a ella saqué mi tarjeta y la pasé por la
cerradura. Al otro lado me encontré con Brett, el guardia que custodiaba esa
entrada. Un hombre alto, de cabello castaño claro y profundos ojos verdes. El
tipo de hombre en el que me fijaría, si no fuésemos compañeros de trabajo y
tuviese que encontrarlo cada día.
—Buenas tardes Brett —lo saludé en cuanto entré.
—Buenos tardes doctora Lausen —me sonrió, en tanto escribía
en el libro de ingresos, el que luego me extendió junto con un bolígrafo.
Firmé.
—¿Un paciente nuevo? —preguntó. Lo miré divertida.
—Las noticias vuelan rápido —me abracé al expediente que
llevaba en las manos.
Brett sonrió y hasta podía decir que había cierta coquetería
en su gesto.
—La seguridad implica estar informado, doctora.
Asentí, entretenida.
—Entonces, haces muy bien tu trabajo.
—Gracias —admitió el cumplido, haciendo una seudo reverencia
con su mano derecha, para indicarme que podía pasar.
Acepté con un gesto y comencé a caminar mirándolo una vez
más, sonriendo.
La distancia a recorrer era más bien corta, así que no tardé
demasiado. Cuando llegué junto a la puerta, un enfermero la custodiaba. La
normativa en pacientes de cuarta y quinta etapa era que se mantuviesen siempre vigilados.
Por lo mismo el centro era uno de los más caros.
—Buenas tardes —dije— ¿todo bien?
—Buenas tardes. Sí, todo bien.
—Okey.
Puse la mano en la manilla de la puerta, pero antes de abrir
miré al interior por la pequeña ventaba que había en ésta. El interno parecía
en calma, sentado con ambos pies subidos al sillón y las piernas flexionadas
contra el pecho. Tenía los ojos puestos en la ventana y un ligero movimiento en
los dedos que indicaba claramente su ansiedad.
Abrí.
“Hay ciertos pasos en
la vida que te llevan irremediablemente al que será tu camino.”
Entré y cerré la puerta tras de mí, sabiendo que del otro
lado había un enfermero capaz de venir en mi ayuda si la necesitaba.
—Buenas tardes —dije a un par de metros del joven. Él se
giró hacia mí y alzó ambas cejas a modo de respuesta.
Apatía.
Dejé el expediente en una pequeña mesa adjunta a un sillón
en el que me instalé.
—Bueno, soy…
—¿Tienes un cigarrillo?
Habló, interrumpiéndome.
—No.
Su voz había sonado ansiosa, tanto como el repiqueteo de sus
dedos sobre las piernas. Ante mi respuesta, masculló algo que no alcancé a
dilucidar.
—Bueno, decía que soy…
—Mi psiquiatra, ¿no?
Me interrumpió nuevamente.
Lo miré, él observaba hacia la ventana. Si ésta fuese una
conversación cualquiera, con un conocido cualquiera, lo habría mandado a la
mierda. Pero era mi paciente, así que simplemente apunté en mi libreta su
conducta. De ese modo mantuve a raya mis propias emociones, como toda una
profesional, aunque aún me faltaban algo más de dos años para titularme.
—Me gustaría saber algunas cosas de ti Bill, ¿crees que
podríamos? —formulé la pregunta con amabilidad, pero también con autoridad.
Volvió la vista a mí, observándome como si me evaluara. Sus
ojos eran los de una persona inteligente, intuitiva. Cuando su análisis pareció
terminar, el repiqueteo de sus dedos cesó también.
—Lo siento… —habló con calma— normalmente no soy así…
Se giró nuevamente hacia la ventana, perdiéndose otra vez en
el paisaje.
—¿Cómo eres normalmente?
Se encogió de hombros, manteniendo la misma posición.
—De otra manera.
—¿Me puedes describir esa otra manera?
Me miró. Había una intensidad en su mirada que pocas veces
había visto en un paciente, o en cualquier otra persona. Lo normal era que un
paciente llegara con la vulnerabilidad de su adicción manifestada en las
pupilas.
—¿Alguna vez has visto la luna llena reflejada en el agua?
Su respuesta fue una metáfora. No pude dejar de reparar en
ello.
—Claro.
Se quedó mirándome. Esperé un instante a que complementara
aquello, pero él volvió a girarse hacia la ventana.
—¿Qué más? —insistí.
—No hay más.
Arrugué el ceño involuntariamente y cuando me di cuenta, me
llevé un dedo al sitio para relajarlo con un pequeño masaje. Apunté su metáfora
en mi libreta.
—Bien Bill. Aquí dice que estás bajo la tutela de un familiar
—dije. Él, que tenía ambas manos enlazadas sosteniendo sus piernas, comenzó a
golpear suavemente el dedo índice sobre la otra mano— ¿quieres hablarme de tu
hermano Tom?
—Gemelo.
Aclaró de forma concisa. Yo observé las notas en el
expediente, en él sólo hablaba de su hermano. En mi libreta destaqué el hecho.
Gemelos.
—Entendido. Háblame de tu gemelo —pedí.
—No.
Lo miré y parpadeé. Me resultaba complejo entender que una
persona, clasificada como de cuarta etapa, demostrara a primera vista una determinación
tan clara. Con el tiempo podría encontrar la grieta por la que habían entrado
las adicciones. Después de todo, de eso trataba la terapia, ¿no?
—¿De qué te gustaría hablar? —pregunté.
—De ti.
Agregué una nota al análisis: “Intenta controlar la
situación”.
—Antes quise decirte mi nombre —respondí.
—Lo siento… ¿cómo te llamas? —preguntó, prestándome completa
atención. Me quedé por un instante estupefacta ante la profundidad de su mirada.
—Seele Lausen.
Mi respuesta fue precisa, sin adornos, sin filtraciones en
la voz. Completamente profesional. No obstante, noté un pequeño aumento en mi
pulso.
—Seele… —repitió mi nombre con una cadencia que le daba
textura y contenido— ¿nombre alemán?
—Sí.
—¿Sabes lo que significa? —insistió con sus preguntas.
Comprendí que debía tomar el control de la conversación
nuevamente.
—No —contesté—. Ahora tú deberías responder algunas
preguntas más —insistí.
Él sonrió, jugueteó con los dedos entre su cabello y desvió
la mirada a la ventana.
—Claro. Soy el paciente —acotó con distante frialdad.
Tensé la espalda, manteniendo mi recta postura en el
asiento. No podía negar que me sentía algo molesta por cómo se estaba
desarrollando la sesión. Normalmente mis pacientes eran más cooperadores, pero
no debía olvidar que era yo la que quería un ‘reto’, ¿no?
—Bueno Bill. Esta será una sesión de evaluación —comencé a
explicar lo que debía de ser mi presentación. Él se mantenía en silencio—. Probablemente
no será la única. Luego hablaremos de tu tratamiento —el paciente permanecía en
ese silencio— ¿Comprendes lo que te digo?
—Desde luego.
Respondió, sin mirarme.
—Bien —comencé a remover el expediente sobre la mesa—. Aquí
dice que eres músico —hice una pequeña pausa, esperando a que él complementara
mi comentario, pero mantuvo su mutismo— ¿Qué instrumento tocas? —pregunté.
—Canto.
Me aclaró. Volví la vista al expediente. No especificaba
aquello, así que dejé una nota al margen.
—¿Eres solista o perteneces a algún grupo? —continué con las
preguntas, esperando que la conversación fluyera.
No podía negar que la tensión comenzaba a pesarme. Él me
miró y respondió.
—Tengo… tenía… tengo… una banda —comenzaban a filtrarse sus
inquietudes.
—¿No estás seguro? —presioné un poco más.
—Tengo —aclaró enfático—. Éste es sólo un descanso.
—Entiendo ¿Qué dicen tus compañeros sobre tu descanso?
Bill arrugó el ceño, meditabundo.
—Supongo que lo comprenden —la seguridad que destilaba hacía
sólo un instante se estaba esfumando.
—Lo supones —aseguré. Su reacción fue inmediata.
Me miró y alzó un poco la voz.
—Lo sé.
—Muy bien —acepté su respuesta— ¿Cuántas personas componen
tu banda? —insistí en el único tema neurálgico que tenía ahora mismo.
—Cuatro. Somos cuatro.
—¿Chicos, chicas o ambos? —iba anotando los datos.
—¿Importa? —me increpó.
—Sí. Son las personas con las que te relacionas —se produjo
una pequeña pausa, durante la cual, le sostuve la mirada.
—Todos chicos —contestó.
—¿Cómo se llaman? —continué, cuando pensé que había
conseguido un hilo conductor. Pero entonces él volvió a soltarlo.
—¿Qué hora es? —quiso saber. En su mirada se reflejaba la
impaciencia.
Miré mi reloj.
—Aún nos quedan diez minutos de sesión —le aclaré.
—¿Cuánto falta para las ocho? —continuó preguntando.
—Algo más de dos horas —dije, en tanto revisaba en su
expediente las horas de medicación. Confirmé que las ocho de la noche era una
de ellas.
—¿Te sientes ansioso por algo? —consulté. Él desvió la
mirada a la ventana y sus dedos dejaron de repiquetear en un esfuerzo por
mantener el control.
—No.
—Tu medicación es a las ocho ¿no? —lo presioné un poco más.
Me miró, pero no respondió, simplemente cambió de tema.
—Georg tiene tres años más que yo y Gustav uno —me concedió
parte de la información.
—Dijiste que eran cuatro.
Hubo una pequeña pausa. Él no dejaba de observarme.
—El otro es Tom.
—¿Tom?
—Mi gemelo —contestó, alzando la ceja derecha, en una clara
indirecta a mi falta de atención.
Bajé la mirada y contuve una sonrisa que me hizo temblar los
músculos de la cara.
—Creo que es suficiente por hoy —acepté la pequeña derrota.
—Aún nos quedan diez minutos ¿recuerdas? —dijo, con un aire
de superioridad que parecía natural en él.
—Ocho —corregí.
—Ocho —repitió.
—Ya los recuperaremos.
Me puse en pie, con mis notas y el expediente en las manos.
—Claro. Aún queda mucho por dilucidar —reflexionó.
Me quedé observándolo un instante más de lo necesario. Las
preguntas inundaban mi mente ¿Cómo era posible tal estado de lucidez? ¿Quizás
se tratara de uno de sus días buenos? Con el paso de las sesiones podría
saberlo.
—Nos veremos en unos días Bill —me despedí, girándome hacia
la puerta.
—Seele significa alma —dijo, captando mi atención—. Curioso
para alguien que trabaja con la mente.
No respondí. Así que él volvió a hablar.
—¿Crees que en la siguiente sesión, puedas traerme un
cigarrillo? —preguntó, con cierta vulnerabilidad que no pude pasar por alto.
Volví a mirarlo.
—¿Responderás mis preguntas? —abrí la oferta de un trueque
entre ambos. Él se relamió, como si casi pudiese saborear ese cigarrillo. Luego
su rostro se tensó.
—Hecho.
Cerró el trato.
.
Me encontraba sentada en el escritorio que había junto a mi
cama. Moví el cuello de un lado a otro intentando liberar la tensión acumulada
durante el día. Miré la hora en mi reloj, pasaba de medianoche.
—Bueno… terminemos por hoy… —me animé, volviendo al archivo
de trabajo que había abierto para mi nuevo paciente.
“El encabezado: Bill
Kaulitz. Estado de la adicción: cuarta etapa.
Primera sesión.
El paciente se muestra
renuente a la terapia. No acepta con facilidad las preguntas, al contrario, procura
hacerlas él. Presenta una lucidez particular dado su estado de adicción.
Intenta mantener la ansiedad a raya, lo que demuestra un claro manejo de ella.
Es probable (y esto debo corroborarlo con sus allegados) que no haya dado
señales de dependencia hasta muy avanzado su estado.”
Me apoyé en el respaldo de la silla, leyendo lo que acababa
de escribir. Para ser una primera sesión, me parecía que había captado algunos
puntos interesantes en los que trabajar. Volví a las notas y agregué:
“Programar cita con el
tutor”
Con eso estaría terminado el primer resumen. Cerré los ojos
y respiré profundamente, notando como me costaba abrirlos de nuevo. Estaba
cansada.
Entonces recordé un último detalle y lo añadí:
“Llevar un cigarrillo
a la siguiente sesión”
.
Continuará…
.
N/A
Hola niñas. Espero
que el capítulo les haya gustado y que se vaya entendiendo un poco mejor la
situación de Bill.
Un beso enorme y
muchas gracias por leer.
Siempre en amor.
Anyara
No hay comentarios:
Publicar un comentario