domingo, 24 de marzo de 2013

Cápsulas de Oro - Capítulo XI


Capítulo XI
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En mi mente se repetía una y otra vez la declaración que le había hecho a Bill, y cada vez que eso sucedía me daban deseos de gritar de frustración. Sabía que estaba caminando por el filo de un cuchillo y que en cualquier momento sentiría el dolor del corte en mis pies. Pero no era capaz de renunciar a mi paciente, menos ahora que parecíamos haber creado un estado de bienestar. Un lazo. Ambos nos sentíamos cómodos hablando, y sentía que por fin habíamos logrado el ambiente de confianza necesario para que Bill expusiera su problema real. Pero cuando llegaba a esta conclusión, me perdía en el recuerdo de su mirada. Me disipaba en el modo en que sus ojos castaños y profundos me observaron en silencio luego de mis palabras.
—Seele —escuché mi nombre, y miré asustada al doctor Hayman que permanecía sentado en su sitio.
Nos encontrábamos en una reunión de evaluación en la que cada uno de los presentes, cuatro médicos y tres estudiantes, exponíamos nuestros últimos avances.
—¿Sí? —pregunté, notando como se me aceleraba el pulso. Estaba demasiado distraída.
—Preguntaba si tienes algo que compartir con nosotros —ahí estaba su tono paternalista.
—Sí, claro —volví a centrarme rápidamente—. El paciente ha mostrado grandes avances. Su adicción y la reacción adversa a la reducción paulatina de la medicación, es satisfactoria. Salvo un incidente desde su internamiento, su estado de ánimo ha sido estable.
—¿Qué recomiendas? —insistió el doctor Hayman, sin dejar de mirarme.
—Un período de prueba corto con una dosis nula de medicación, para evaluarlo y pasar a la terapia externa —hablé con seguridad a pesar del miedo que me daba equivocarme.
—¿Consideras que está listo para salir? —enfatizó.
Tuve que controlar mi deseo de suspirar.
—Sí, eso digo.
—Muy bien —comenzó a anotar en su libreta—. Hablaremos de esto más tarde en mi oficina —me aclaró.
De ese modo se pasó a otro tema en la reunión, pero yo no podía quitarme el nudo que se me había formado en el estómago. No mejoró cuando me encontré frente a su oficina.
Toqué a la puerta dos veces.
—Buenas tardes —dije al entrar.
—Buenas tarde Seele, siéntate por favor —me recibió e indicó una silla.
Él permaneció un momento en silencio. Revisaba el informe que yo había hecho de Bill, la mayoría de mis notas estaban en ahí.
—¿Esto es todo? —preguntó, mirándome por encima de su lentes para leer.
—Sí.
Se acomodó mejor en la silla y cerró el expediente.
—Necesito estar al corriente de todo, el responsable de nuestros honorarios por este paciente ha pedido informes constantes —me contó.
No pude evitar sentir cierta contradicción ante sus palabras.
—He hablado con Tom Kaulitz, y lo mantengo al tanto de los avances —acoté.
Una sonrisa condescendiente se instaló en su rostro.
—No hablo de Tom Kaulitz —aquella declaración abrió de par en par mi curiosidad.
—¿Y entonces de quién hablamos? —pregunté.
—De otra persona —no quiso especificar—. Es habitual que cuando se trata de artistas de este tipo, las compañías que los manejan se hagan cargo de los gastos —volvió a abrir el informe—. Ahora dime ¿Has incorporado un sistema de trabajo externo?
—¿Y una compañía puede pedir informes personales de un paciente? —insistí.
Él me miró nuevamente por encima de sus lentes.
—En este caso sí.
—¿Por qué?
Su mirada se hizo más intensa, por un momento pensé que mi curiosidad significaría mi exclusión del caso.
—Déjame a mí los asuntos administrativos —puso un freno a mis preguntas— . Ahora dime ¿Cuál es tu propuesta de trabajo?
Bajé la mirada a mis apuntes y respiré profundamente. Esta nueva información me llevó a recordar la reticencia de Bill a sincerarse.
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En ocasiones haces cosas que sabes que no son correctas, o al menos no se encuentran dentro de los parámetros de lo habitualmente correcto. Escaparme una vez más del centro en el que estaba era una de esas cosas incorrectas, aunque ahora mismo no me importara demasiado.
Michael me había convencido durante el paseo de la tarde. Argumentó un: “todo va a salir bien”, que yo quería creer por débil que fuera. Necesitaba evadirme una vez más, una última vez.
El recorrido al principio fue idéntico. Nos saltamos la custodia, recorrimos el parque y franqueamos el muro. El destino cambió.
—Iremos a un sitio nuevo, lo han abierto hace muy poco —me contó, con una sonrisa amplia y los ojos oscurecidos por las dos pastillas que ya se había tomado— ¿Supongo que no me dejarás tirado esta vez? —preguntó con cierta nota de ironía.
—Supongo —acepté, encogiéndome de hombros.
Me miró sin una expresión concreta. No sabía si meditaba mi respuesta o si había olvidado lo que iba a decir.
Se metió una mano al bolsillo.
—Toma —me entregó dos grageas de color blanco. Por el tamaño podía suponer de qué fármaco se trataba. Las miré sobre la palma de mi mano, intentando calcular el peso que tenía esa fugaz libertad.
Cerré el puño y me las metí a un bolsillo.
—¿No te las tomarás? —preguntó Michael, sorprendido.
—Luego —dije, intentando quitarle importancia.
No podía perder el control. Las personas, la música y un par de copas debían de ser suficiente para distraerme.
—Anda anímate —insistió, meciendo mi hombro—, no me vas a salir ahora con que te has rehabilitado porque me pondré celoso.
—¿Celoso? —pregunté con un tono divertido. Michael ostentaba una frescura y despreocupación que le envidiaba.
—Claro, significará que ha ganado ella —declaró. Supuse a quién se refería, pero a pesar de ello pregunté.
—¿Ella?
—Sí, ella —extendió su respuesta mirando detenidamente mi rostro. Yo se lo permití con total libertad, y le regalé además una sonrisa. Después de todo era quien me estaba ayudando a evadirme—… tu doctora.
—¿Y por qué crees que deberías estar celoso? —le seguí el juego, comenzando a caminar. Él me acompañó.
—Te he visto mirarla —confesó. Lo miré de reojo y él hizo lo mismo.
—¿Y cómo se supone que la miro? —volví a sonreír, quitándole importancia a lo que acababa de decirme.
Michael se encogió de hombros, como hacía muchas veces. Sacó una caja de cigarrillos, y la sacudió comprobando que sólo quedaba uno.
—Bueno, ya conseguiremos más —dijo, extendiéndolo hacia mí.
—¿Cómo consigues estas cosas? —amenicé, recibiendo el cigarrillo. Me detuve cuando me acercó al encendedor.
—Tengo mis métodos —contestó.
Aspiré el humo con los ojos cerrados. Hacia unos días desde la última sesión con Seele, y por tanto de mi última calada.
Michael acercó su mano al cigarrillo que aún estaba muy cerca de mi boca y tomó el filtro rozando mis dedos. Me miró fijamente, mientras sus labios se cerraban en torno a la marca invisible de los míos. Sabía lo que estaba insinuando, y me sentí con deseos de responder sus atenciones con un poco de las mías, pero no podía. Bajé la mirada. Había cosas que yo ya no hacía.
—Dime —habló— ¿Te has curado?
Me reí con ironía, y me permití volver a mirarlo. Aunque pudiese prescindir de los estimulantes, nada cambiaría.
—No, tranquilo... lo mío no tiene cura —contesté. Michael me devolvió el cigarrillo.
—Bienvenido al club —dijo.
No podía sorprenderme, desde que lo conocía era consciente de lo poco que le importaba mejorar.
—Vamos —me apremió.
Buscamos un taxi, y en unos cuantos minutos no encontramos dentro de aquel nuevo club. En apariencia era diferente pero una vez dentro lo único que cambiaba era la decoración, encontrabas la misma desgastada diversión.
Nos fuimos hasta la barra y pedimos algo de beber. Necesitaba algo fuerte, que me ayudara a soltarme. Me sentía abrumado, tenso.
—Ven, los chicos estarán por aquí —me indicó Michael. Supuse que al decir “los chicos” se referiría al grupo que habíamos encontrado la vez anterior.
Llegamos junto a un grupo de seis personas que nos recibieron con cordial indiferencia. De todas maneras no venía aquí para hacer amigos. Hace mucho que había dejado de intentarlo. Michael se dejó caer en el sofá, dejando sitio para mí. Bebí de mi copa y observé un poco más el lugar, mientras él se secreteaba con uno de sus amigos.
De pronto, casi sin darme cuenta, lo tenía pegado a mi oído.
—¿Vas a querer algo más fuerte? —me preguntó.
—No, aún tengo lo que me diste —aquellas pastillas pesaban en mi bolsillo como piedras.
—Anda, tómatelas y te consigo más —apoyó su barbilla en mi hombro.
—Luego —lo observé. Su frescura me resultaba insultante en medio de la densidad de mis emociones.
—Ya vengo —dijo, antes de ponerse en pie.
Lo vi alejarse en medio de las personas. Sus amigos permanecían enfrascados en sus conversaciones. Yo me bebí el resto de mi copa como si fuese agua, ignorando el ardor que los grados de alcohol me ocasionaron. Metí la mano a mi bolsillo y palpé las cápsulas que tenía ahí, considerando la posibilidad de tomarme una. Las luces y la música estridente me invitaban a buscar la escapatoria. Cerré los ojos deseando un control que muchas veces había tenido que utilizar.
Recordaba una de ellas en particular. Era un amargo momento que no borraría ni la más fuerte pastilla, sólo la muerte.
¿Cuántas veces había pensado en ella? ¿Cuántas veces me había plateado la posibilidad? Sabía que habían sido muchas. Hasta que finalmente desistí, porque en cada oportunidad aparecía el recuerdo de mi hermano y ya no era capaz de hacerlo.
Miré a una pareja a la distancia. Estaban bailando, y se susurraban entre sonrisas palabras al oído. Ella sonrió, acompañando su sonrisa con una mirada intensa, pensada para conseguir algo. Muchas veces había utilizado miradas de esas. El resultado para la chica fue claro, salió de la pista de baile y el chico la siguió sin pensarlo.
Así éramos algunas personas: llegábamos, consumíamos y luego nos íbamos. Así me sentía yo. Nada podía basarse en el amor, aquel sentimiento se había convertido en una bonita utopía a la que no podía aspirar por imposible. No había espacio en mi vida para algo puro, todo lo que tocaban mis manos se profanaba.
—¿Bailas? —me preguntó una de las amigas de Michael, sacándome de mi abstracción.
Negué con suavidad, empleando una sonrisa radiante. La máscara de mi ser real.
La chica se encogió de hombros y se fue en busca de alguien más.
Me planteé el ir por otra copa, pero en ese momento vi a Michael llegar a mi lado justo con lo que necesitaba. Un ambarino licor se mecía dentro de la copa que traía en su mano y que me extendió.
—Que bien sabe la libertad —dijo, sentándose a mi lado. Parecía incluso más alegre de lo que estaba antes de irse. Esperaba que no hubiese consumido tanto como para no poder volver. Lo miré detenidamente y él hizo lo mismo.
Dejó caer su cabeza sobre mi regazo en un gesto espontaneo que me hizo reír. Alcé la copa para que no la tirara.
—¿Y esto? —le pregunté divertido. Él me miraba con los ojos vidriosos.
Se encogió de hombros.
—¿Te gustaría si fuese una chica? —me preguntó.
Esto se ponía cada vez más divertido. Hacía mucho tiempo que no escuchaba las confesiones que ocasiona el frenesí de una noche de este tipo.
—Me gustas como chico —me encogí de hombros.
—Pero no te gusto como tú a mí —miró los botones de mi camisa y jugueteó con uno sin llegar a abrirlo.
—Nadie me gusta de esa manera —confesé.
Me miró a los ojos, y luego los rodó enfatizando su opinión.
—Mentira, ella te gusta de esa manera —noté como desaparecía la sonrisa de mi rostro.
—No sé porque insistes con eso —bebí de mi copa.
Comenzaba a pensar que Seele se estaba convirtiendo en una tercera invitada en esta escapada. Miré a la distancia, noté que había una chica de cabello castaño y largo con sus ojos fijos en mí. Observé un poco más, la cubría una ligera penumbra por lo que no lograba verle el rostro con claridad. Las personas se cruzaban entre ella y yo
¿La conocía?
Movió la cabeza buscando  encontrarme en medio de la gente. Un rayo de luz de los focos que jugueteaba por todo el recinto le dio en el rostro, y se me heló la sangre. Era Seele.
¿Me la estaría imaginando?
Repasé mentalmente lo bebido, y me aseguré a mi mismo que no había tomado ninguna pastilla como para estar teniendo alucinaciones.
La vi abriéndose paso en medio de las personas que nos separaban.
—Vamos Michael —apremié a mi mimoso acompañante.
—¿A dónde? —preguntó éste, casi cayéndose de encima de mis piernas cuando me paré.
—Vamos —le tomé la muñeca, y comencé a tirar de él en busca de la salida.
No necesitaba mirar atrás para saber que Seele nos estaba siguiendo.
Maldije a mi suerte por encontrarla aquí. Creo que no me paré a pensar en ningún momento en la posibilidad de que ella también saliera a divertirse. Parecía tan sensata y centrada que no había dejado lugar ni siquiera para preguntármelo.
Michael y yo salimos. El aire fresco del exterior me alertó aún más.
—¿A dónde vamos? —volvió a preguntar él.
—Luego te digo — seguí tirando de su mano.
—A no, yo no me muevo si no me dices —se plantó en el sitio, cuando aún no nos habíamos distanciado de la puerta del club ni cincuenta metros.
Me giré y lo miré, observando de reojo a la distancia. Seele acababa de salir del recinto. Me refugié tras el cuerpo de Michael para que no me viera.
—¿Quieres saber si me gustas? —intenté una medida desesperada. Si le decía ahora mismo que mi doctora nos seguía seguramente se giraría, convirtiéndonos en un blanco más evidente.
Asintió a mi pregunta.
—Sígueme —volví a ordenarle.
Michael obedeció. Caminamos un poco más y al llegar a la esquina, y antes de que Seele nos diera alcance, nos metimos en la primera callejuela que encontramos. Era un pequeño pasillo en medio de dos edificios, lo suficientemente oscuro para que no nos viera.
—¿Me quieres contar algo aquí? —preguntó Michael, con un tono cantarín que me indicaba la sonrisa de debía tener.
—Shhh… —le indiqué. El silencio de la noche hacía evidente los pasos que se acercaban, por lo tanto también nuestras voces.
—Vamos Bill —su mano asió una presilla de mi pantalón, tirándome hacia él—, no me hagas sufrir.
Apreté los labios, conteniendo la frustración. Si no se callaba Seele nos escucharía, así que lo silencié con un beso. Presioné los labios contra su boca, y él aprovechó el impulso para meterme la lengua hasta la garganta. Sabía a tabaco y whisky, una agradable combinación que en otro tiempo me habría detenido a disfrutar. Sus manos comenzaron a buscar mi cintura, yo mantenía los sentidos puestos en la calzada. Los tacones que chocaban contra la acera pasaron junto a nuestro escondite, repiqueteando con la misma rapidez con que lo hacía mi corazón. Si nos descubría no me permitiría salir del centro. Al menos no pronto.
Michael tiró de mí un poco más, y pude sentir su excitación. Me separé de él, mirando al fondo de aquel callejón sin encontrar otra salida.
—Quiero más… —dijo, buscando nuevamente mi boca.
Puse mi dedo índice en sus labios, y le susurré silencio. El repiqueteo de los tacones regresaba.
—Bill… —suplicó en voz baja, pero sentí como si lo gritara.
En ese momento fui yo el que le metió la lengua hasta la garganta. Necesitaba que se callara.
Apreté la mano en un puño cuando escuché los tacones pasar lentamente por la entrada al callejón. Creo que casi dejé de respirar. Miré de reojo, comprobando que aquella era la silueta de una mujer que miraba hacia la oscuridad en la que nos encontrábamos Michael y yo. Las manos de él buscaban el botón de mi pantalón, yo las sostuve y escuché una leve queja por su parte, me pareció muy suave como para que Seele la escuchara pero eso no me evitó el escalofrió.
Cuando ella decidió que no había nadie en medio de la penumbra y se alejó, pude soltar a Michael, recuperando todo el aire que me faltaba.
—Quiero hacerlo ya —dijo, intentando besarme nuevamente.
Me eché hacia atrás.
—Tenemos que irnos —lo apremié.
—No, aquí… no me importa —insistió.
Tomé su rostro y lo miré fijamente, esperando tener su atención.
—Michael, era mi doctora… me ha visto —le expliqué.
Él arrugó el ceño, y sacudió la cabeza separándose de mí.
Teníamos que regresar, algo me decía que la noche aún no terminaba.
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Continuará.
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Si han llegado hasta aquí, se los agradezco mucho. Esta historia tiene matices complejos. Desde su inicio les he dicho que abarca conceptos que tengo sobre el Bill real y los mezcla con la fantasía de la historia.
Espero que el capítulo les haya gustado y que me dejen sus impresiones.
Besos.
Siempre en amor.
Anyara

2 comentarios:

  1. Bueno por aqui anda tu peque , adelantandome en lectura vaya que es compleja la historia , te dire alguna opinion por Skype :) ... me encanta preciosa , Michael ... sabes no se como verlo ... leere el siguiente :*

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    1. Gracias mi niña... ya me contarás esa opinión secreta por skype ;)
      Besos ♥

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