Capítulo XI
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En mi mente se repetía una y otra vez la declaración que le
había hecho a Bill, y cada vez que eso sucedía me daban deseos de gritar de
frustración. Sabía que estaba caminando por el filo de un cuchillo y que en
cualquier momento sentiría el dolor del corte en mis pies. Pero no era capaz de
renunciar a mi paciente, menos ahora que parecíamos haber creado un estado de
bienestar. Un lazo. Ambos nos sentíamos cómodos hablando, y sentía que por fin
habíamos logrado el ambiente de confianza necesario para que Bill expusiera su
problema real. Pero cuando llegaba a esta conclusión, me perdía en el recuerdo
de su mirada. Me disipaba en el modo en que sus ojos castaños y profundos me
observaron en silencio luego de mis palabras.
—Seele —escuché mi nombre, y miré asustada al doctor Hayman
que permanecía sentado en su sitio.
Nos encontrábamos en una reunión de evaluación en la que
cada uno de los presentes, cuatro médicos y tres estudiantes, exponíamos
nuestros últimos avances.
—¿Sí? —pregunté, notando como se me aceleraba el pulso.
Estaba demasiado distraída.
—Preguntaba si tienes algo que compartir con nosotros —ahí
estaba su tono paternalista.
—Sí, claro —volví a centrarme rápidamente—. El paciente ha
mostrado grandes avances. Su adicción y la reacción adversa a la reducción
paulatina de la medicación, es satisfactoria. Salvo un incidente desde su
internamiento, su estado de ánimo ha sido estable.
—¿Qué recomiendas? —insistió el doctor Hayman, sin dejar de
mirarme.
—Un período de prueba corto con una dosis nula de medicación,
para evaluarlo y pasar a la terapia externa —hablé con seguridad a pesar del
miedo que me daba equivocarme.
—¿Consideras que está listo para salir? —enfatizó.
Tuve que controlar mi deseo de suspirar.
—Sí, eso digo.
—Muy bien —comenzó a anotar en su libreta—. Hablaremos de
esto más tarde en mi oficina —me aclaró.
De ese modo se pasó a otro tema en la reunión, pero yo no
podía quitarme el nudo que se me había formado en el estómago. No mejoró cuando
me encontré frente a su oficina.
Toqué a la puerta dos veces.
—Buenas tardes —dije al entrar.
—Buenas tarde Seele, siéntate por favor —me recibió e indicó
una silla.
Él permaneció un momento en silencio. Revisaba el informe
que yo había hecho de Bill, la mayoría de mis notas estaban en ahí.
—¿Esto es todo? —preguntó, mirándome por encima de su lentes
para leer.
—Sí.
Se acomodó mejor en la silla y cerró el expediente.
—Necesito estar al corriente de todo, el responsable de
nuestros honorarios por este paciente ha pedido informes constantes —me contó.
No pude evitar sentir cierta contradicción ante sus
palabras.
—He hablado con Tom Kaulitz, y lo mantengo al tanto de los
avances —acoté.
Una sonrisa condescendiente se instaló en su rostro.
—No hablo de Tom Kaulitz —aquella declaración abrió de par
en par mi curiosidad.
—¿Y entonces de quién hablamos? —pregunté.
—De otra persona —no quiso especificar—. Es habitual que
cuando se trata de artistas de este tipo, las compañías que los manejan se
hagan cargo de los gastos —volvió a abrir el informe—. Ahora dime ¿Has incorporado
un sistema de trabajo externo?
—¿Y una compañía puede pedir informes personales de un
paciente? —insistí.
Él me miró nuevamente por encima de sus lentes.
—En este caso sí.
—¿Por qué?
Su mirada se hizo más intensa, por un momento pensé que mi curiosidad
significaría mi exclusión del caso.
—Déjame a mí los asuntos administrativos —puso un freno a
mis preguntas— . Ahora dime ¿Cuál es tu propuesta de trabajo?
Bajé la mirada a mis apuntes y respiré profundamente. Esta
nueva información me llevó a recordar la reticencia de Bill a sincerarse.
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En ocasiones haces cosas que sabes que no son correctas, o
al menos no se encuentran dentro de los parámetros de lo habitualmente
correcto. Escaparme una vez más del centro en el que estaba era una de esas
cosas incorrectas, aunque ahora mismo no me importara demasiado.
Michael me había convencido durante el paseo de la tarde.
Argumentó un: “todo va a salir bien”, que yo quería creer por débil que fuera. Necesitaba
evadirme una vez más, una última vez.
El recorrido al principio fue idéntico. Nos saltamos la
custodia, recorrimos el parque y franqueamos el muro. El destino cambió.
—Iremos a un sitio nuevo, lo han abierto hace muy poco —me
contó, con una sonrisa amplia y los ojos oscurecidos por las dos pastillas que
ya se había tomado— ¿Supongo que no me dejarás tirado esta vez? —preguntó con
cierta nota de ironía.
—Supongo —acepté, encogiéndome de hombros.
Me miró sin una expresión concreta. No sabía si meditaba mi
respuesta o si había olvidado lo que iba a decir.
Se metió una mano al bolsillo.
—Toma —me entregó dos grageas de color blanco. Por el tamaño
podía suponer de qué fármaco se trataba. Las miré sobre la palma de mi mano,
intentando calcular el peso que tenía esa fugaz libertad.
Cerré el puño y me las metí a un bolsillo.
—¿No te las tomarás? —preguntó Michael, sorprendido.
—Luego —dije, intentando quitarle importancia.
No podía perder el control. Las personas, la música y un par
de copas debían de ser suficiente para distraerme.
—Anda anímate —insistió, meciendo mi hombro—, no me vas a
salir ahora con que te has rehabilitado porque me pondré celoso.
—¿Celoso? —pregunté con un tono divertido. Michael ostentaba
una frescura y despreocupación que le envidiaba.
—Claro, significará que ha ganado ella —declaró. Supuse a
quién se refería, pero a pesar de ello pregunté.
—¿Ella?
—Sí, ella —extendió su respuesta mirando detenidamente mi
rostro. Yo se lo permití con total libertad, y le regalé además una sonrisa.
Después de todo era quien me estaba ayudando a evadirme—… tu doctora.
—¿Y por qué crees que deberías estar celoso? —le seguí el
juego, comenzando a caminar. Él me acompañó.
—Te he visto mirarla —confesó. Lo miré de reojo y él hizo lo
mismo.
—¿Y cómo se supone que la miro? —volví a sonreír, quitándole
importancia a lo que acababa de decirme.
Michael se encogió de hombros, como hacía muchas veces. Sacó
una caja de cigarrillos, y la sacudió comprobando que sólo quedaba uno.
—Bueno, ya conseguiremos más —dijo, extendiéndolo hacia mí.
—¿Cómo consigues estas cosas? —amenicé, recibiendo el
cigarrillo. Me detuve cuando me acercó al encendedor.
—Tengo mis métodos —contestó.
Aspiré el humo con los ojos cerrados. Hacia unos días desde
la última sesión con Seele, y por tanto de mi última calada.
Michael acercó su mano al cigarrillo que aún estaba muy
cerca de mi boca y tomó el filtro rozando mis dedos. Me miró fijamente,
mientras sus labios se cerraban en torno a la marca invisible de los míos.
Sabía lo que estaba insinuando, y me sentí con deseos de responder sus
atenciones con un poco de las mías, pero no podía. Bajé la mirada. Había cosas
que yo ya no hacía.
—Dime —habló— ¿Te has curado?
Me reí con ironía, y me permití volver a mirarlo. Aunque
pudiese prescindir de los estimulantes, nada cambiaría.
—No, tranquilo... lo mío no tiene cura —contesté. Michael me
devolvió el cigarrillo.
—Bienvenido al club —dijo.
No podía sorprenderme, desde que lo conocía era consciente
de lo poco que le importaba mejorar.
—Vamos —me apremió.
Buscamos un taxi, y en unos cuantos minutos no encontramos
dentro de aquel nuevo club. En apariencia era diferente pero una vez dentro lo
único que cambiaba era la decoración, encontrabas la misma desgastada
diversión.
Nos fuimos hasta la barra y pedimos algo de beber.
Necesitaba algo fuerte, que me ayudara a soltarme. Me sentía abrumado, tenso.
—Ven, los chicos estarán por aquí —me indicó Michael. Supuse
que al decir “los chicos” se referiría al grupo que habíamos encontrado la vez
anterior.
Llegamos junto a un grupo de seis personas que nos
recibieron con cordial indiferencia. De todas maneras no venía aquí para hacer
amigos. Hace mucho que había dejado de intentarlo. Michael se dejó caer en el
sofá, dejando sitio para mí. Bebí de mi copa y observé un poco más el lugar,
mientras él se secreteaba con uno de sus amigos.
De pronto, casi sin darme cuenta, lo tenía pegado a mi oído.
—¿Vas a querer algo más fuerte? —me preguntó.
—No, aún tengo lo que me diste —aquellas pastillas pesaban
en mi bolsillo como piedras.
—Anda, tómatelas y te consigo más —apoyó su barbilla en mi
hombro.
—Luego —lo observé. Su frescura me resultaba insultante en
medio de la densidad de mis emociones.
—Ya vengo —dijo, antes de ponerse en pie.
Lo vi alejarse en medio de las personas. Sus amigos
permanecían enfrascados en sus conversaciones. Yo me bebí el resto de mi copa
como si fuese agua, ignorando el ardor que los grados de alcohol me
ocasionaron. Metí la mano a mi bolsillo y palpé las cápsulas que tenía ahí,
considerando la posibilidad de tomarme una. Las luces y la música estridente me
invitaban a buscar la escapatoria. Cerré los ojos deseando un control que
muchas veces había tenido que utilizar.
Recordaba una de ellas en particular. Era un amargo momento
que no borraría ni la más fuerte pastilla, sólo la muerte.
¿Cuántas veces había pensado en ella? ¿Cuántas veces me
había plateado la posibilidad? Sabía que habían sido muchas. Hasta que
finalmente desistí, porque en cada oportunidad aparecía el recuerdo de mi
hermano y ya no era capaz de hacerlo.
Miré a una pareja a la distancia. Estaban bailando, y se
susurraban entre sonrisas palabras al oído. Ella sonrió, acompañando su sonrisa
con una mirada intensa, pensada para conseguir algo. Muchas veces había
utilizado miradas de esas. El resultado para la chica fue claro, salió de la
pista de baile y el chico la siguió sin pensarlo.
Así éramos algunas personas: llegábamos, consumíamos y luego
nos íbamos. Así me sentía yo. Nada podía basarse en el amor, aquel sentimiento
se había convertido en una bonita utopía a la que no podía aspirar por
imposible. No había espacio en mi vida para algo puro, todo lo que tocaban mis
manos se profanaba.
—¿Bailas? —me preguntó una de las amigas de Michael,
sacándome de mi abstracción.
Negué con suavidad, empleando una sonrisa radiante. La
máscara de mi ser real.
La chica se encogió de hombros y se fue en busca de alguien
más.
Me planteé el ir por otra copa, pero en ese momento vi a Michael
llegar a mi lado justo con lo que necesitaba. Un ambarino licor se mecía dentro
de la copa que traía en su mano y que me extendió.
—Que bien sabe la libertad —dijo, sentándose a mi lado.
Parecía incluso más alegre de lo que estaba antes de irse. Esperaba que no
hubiese consumido tanto como para no poder volver. Lo miré detenidamente y él
hizo lo mismo.
Dejó caer su cabeza sobre mi regazo en un gesto espontaneo
que me hizo reír. Alcé la copa para que no la tirara.
—¿Y esto? —le pregunté divertido. Él me miraba con los ojos
vidriosos.
Se encogió de hombros.
—¿Te gustaría si fuese una chica? —me preguntó.
Esto se ponía cada vez más divertido. Hacía mucho tiempo que
no escuchaba las confesiones que ocasiona el frenesí de una noche de este tipo.
—Me gustas como chico —me encogí de hombros.
—Pero no te gusto como tú a mí —miró los botones de mi
camisa y jugueteó con uno sin llegar a abrirlo.
—Nadie me gusta de esa manera —confesé.
Me miró a los ojos, y luego los rodó enfatizando su opinión.
—Mentira, ella te gusta de esa manera —noté como desaparecía
la sonrisa de mi rostro.
—No sé porque insistes con eso —bebí de mi copa.
Comenzaba a pensar que Seele se estaba convirtiendo en una
tercera invitada en esta escapada. Miré a la distancia, noté que había una
chica de cabello castaño y largo con sus ojos fijos en mí. Observé un poco más,
la cubría una ligera penumbra por lo que no lograba verle el rostro con
claridad. Las personas se cruzaban entre ella y yo
¿La conocía?
Movió la cabeza buscando
encontrarme en medio de la gente. Un rayo de luz de los focos que
jugueteaba por todo el recinto le dio en el rostro, y se me heló la sangre. Era
Seele.
¿Me la estaría imaginando?
Repasé mentalmente lo bebido, y me aseguré a mi mismo que no
había tomado ninguna pastilla como para estar teniendo alucinaciones.
La vi abriéndose paso en medio de las personas que nos
separaban.
—Vamos Michael —apremié a mi mimoso acompañante.
—¿A dónde? —preguntó éste, casi cayéndose de encima de mis
piernas cuando me paré.
—Vamos —le tomé la muñeca, y comencé a tirar de él en busca
de la salida.
No necesitaba mirar atrás para saber que Seele nos estaba
siguiendo.
Maldije a mi suerte por encontrarla aquí. Creo que no me
paré a pensar en ningún momento en la posibilidad de que ella también saliera a
divertirse. Parecía tan sensata y centrada que no había dejado lugar ni
siquiera para preguntármelo.
Michael y yo salimos. El aire fresco del exterior me alertó
aún más.
—¿A dónde vamos? —volvió a preguntar él.
—Luego te digo — seguí tirando de su mano.
—A no, yo no me muevo si no me dices —se plantó en el sitio,
cuando aún no nos habíamos distanciado de la puerta del club ni cincuenta
metros.
Me giré y lo miré, observando de reojo a la distancia. Seele
acababa de salir del recinto. Me refugié tras el cuerpo de Michael para que no
me viera.
—¿Quieres saber si me gustas? —intenté una medida
desesperada. Si le decía ahora mismo que mi doctora nos seguía seguramente se
giraría, convirtiéndonos en un blanco más evidente.
Asintió a mi pregunta.
—Sígueme —volví a ordenarle.
Michael obedeció. Caminamos un poco más y al llegar a la
esquina, y antes de que Seele nos diera alcance, nos metimos en la primera
callejuela que encontramos. Era un pequeño pasillo en medio de dos edificios,
lo suficientemente oscuro para que no nos viera.
—¿Me quieres contar algo aquí? —preguntó Michael, con un
tono cantarín que me indicaba la sonrisa de debía tener.
—Shhh… —le indiqué. El silencio de la noche hacía evidente
los pasos que se acercaban, por lo tanto también nuestras voces.
—Vamos Bill —su mano asió una presilla de mi pantalón,
tirándome hacia él—, no me hagas sufrir.
Apreté los labios, conteniendo la frustración. Si no se
callaba Seele nos escucharía, así que lo silencié con un beso. Presioné los
labios contra su boca, y él aprovechó el impulso para meterme la lengua hasta
la garganta. Sabía a tabaco y whisky, una agradable combinación que en otro
tiempo me habría detenido a disfrutar. Sus manos comenzaron a buscar mi
cintura, yo mantenía los sentidos puestos en la calzada. Los tacones que
chocaban contra la acera pasaron junto a nuestro escondite, repiqueteando con
la misma rapidez con que lo hacía mi corazón. Si nos descubría no me permitiría
salir del centro. Al menos no pronto.
Michael tiró de mí un poco más, y pude sentir su excitación.
Me separé de él, mirando al fondo de aquel callejón sin encontrar otra salida.
—Quiero más… —dijo, buscando nuevamente mi boca.
Puse mi dedo índice en sus labios, y le susurré silencio. El
repiqueteo de los tacones regresaba.
—Bill… —suplicó en voz baja, pero sentí como si lo gritara.
En ese momento fui yo el que le metió la lengua hasta la
garganta. Necesitaba que se callara.
Apreté la mano en un puño cuando escuché los tacones pasar
lentamente por la entrada al callejón. Creo que casi dejé de respirar. Miré de
reojo, comprobando que aquella era la silueta de una mujer que miraba hacia la
oscuridad en la que nos encontrábamos Michael y yo. Las manos de él buscaban el
botón de mi pantalón, yo las sostuve y escuché una leve queja por su parte, me
pareció muy suave como para que Seele la escuchara pero eso no me evitó el
escalofrió.
Cuando ella decidió que no había nadie en medio de la
penumbra y se alejó, pude soltar a Michael, recuperando todo el aire que me
faltaba.
—Quiero hacerlo ya —dijo, intentando besarme nuevamente.
Me eché hacia atrás.
—Tenemos que irnos —lo apremié.
—No, aquí… no me importa —insistió.
Tomé su rostro y lo miré fijamente, esperando tener su
atención.
—Michael, era mi doctora… me ha visto —le expliqué.
Él arrugó el ceño, y sacudió la cabeza separándose de mí.
Teníamos que regresar, algo me decía que la noche aún no
terminaba.
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Continuará.
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Si han llegado hasta
aquí, se los agradezco mucho. Esta historia tiene matices complejos. Desde su
inicio les he dicho que abarca conceptos que tengo sobre el Bill real y los
mezcla con la fantasía de la historia.
Espero que el
capítulo les haya gustado y que me dejen sus impresiones.
Besos.
Siempre en amor.
Anyara
Bueno por aqui anda tu peque , adelantandome en lectura vaya que es compleja la historia , te dire alguna opinion por Skype :) ... me encanta preciosa , Michael ... sabes no se como verlo ... leere el siguiente :*
ResponderEliminarGracias mi niña... ya me contarás esa opinión secreta por skype ;)
EliminarBesos ♥