lunes, 8 de abril de 2013

Cápsulas de Oro - Capítulo XII



Capítulo XII
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Me abracé a mi misma mientras caminaba hacia el club. Estaba prácticamente segura de que había visto a Bill, no podía estar imaginándolo ¿No?

Negué con un gesto, no podía ser eso.

Miré atrás nuevamente, encontrándome la calle casi vacía. A lo lejos podía distinguirse un grupo pequeño de personas que seguramente iban en busca de otro tipo de diversión. Ni siquiera me detuve a mirarlos, daba por hecho que él no estaría ahí.

Entré al club nuevamente, tenía que encontrar a Benjamín. El ruido en el interior se me hizo insoportable. Me abrí paso entre las personas, buscando la zona en que lo había dejado.

Cuando llegué junto a él, se encontraba de espalda a mí. Lo tomé por el hombro, y lo hice girar. Cuando me vio se inclinó para que le hablara y poder escucharme.

—Tengo que irme —le dije. Él me había traído en su auto.

—¿Pasa algo? —preguntó con cierto tono de preocupación.

Arrugué un poco el ceño. Ni yo misma estaba segura de si pasaba algo, y menos aún de que Benjamín lo entendiera.

—Nada —negué—, cosas del trabajo.

Él alzó ambas cejas en un claro gesto de sorpresa, aunque yo sabía que estaba matizado con cierto sarcasmo.

—¿Otra vez tu paciente? —quiso saber.

Bajé la mirada un segundo, lo suficiente para poder recomponerme y sonreír.

—Seguro no será nada, no te preocupes —intenté disimular.

—¿Quieres que te lleve a alguna parte?

Negué rápidamente.

—Despídeme de los demás —le pedí. Tomé mi chaqueta y salí del lugar.

Una vez en la calle fue cuestión de unos minutos el encontrar un taxi.

El recorrido silencioso y solitario se me estaba haciendo muy largo. Mantenía el teléfono en mi mano, barajando la idea de llamar al encargado del turno de noche y pedirle que fuese a mirar a mi paciente. Pero me contenía, necesitaba ser yo misma la que confirmara o echara por tierra mis sospechas. No quería más involucrados. Si me había equivocado y Bill se encontraba en su habitación, bastaría con que me diese la vuelta y regresara a casa… pero si no estaba.
Prefería no pensar en ello pero mi rol de médico me obligaba a hacerlo.

Detuve mis divagaciones cuando estuvimos en la puerta de centro, las crucé con toda la prisa que los tacones altos que llevaba me permitían.

Intenté calmarme cuando me encontré con el encargado de la sección en la que se hallaba Bill. No quería que él sospechara pero no había pensado en una excusa para estar aquí un sábado de madrugada.

—Buenas noches —le dije, entregándole mi tarjeta para que me autorizara.

—¿Algún problema doctora? —preguntó, observando mi credencial. Luego me miró, probablemente preguntándose qué tanto podía cambiar de aspecto una persona en horario de trabajo y fuera de él, ya que mi apariencia era completamente diferente a la foto. Le sonreí con cierto deje de circunstancia.

—Quiero comprobar si he pedido la dosis adecuada de medicación a un paciente —comencé a explicarme, fingiendo mala memoria—, a veces tienes tanto que hacer durante un día que no recuerdas todo.

—Se ha tomado una gran molestia en venir aquí sólo para eso —se puso en pie, entregándome mi tarjeta.

—En realidad no, andaba cerca —tenía que fingir de la mejor manera pero si no encontrábamos a Bill en su habitación, no sabía cómo iba a fingir que no me lo esperaba.

—Ya veo —hizo el amago de acompañarme pero lo detuve antes.

—Ya sé el camino —dije, comenzando a recorrer el pasillo, sin esperar su respuesta.

Noté como se me aceleraba el corazón a medida que avanzaba. Al girar en un pasillo pude ver a dos enfermeros que venían desde el fondo de éste, seguramente de tomar un café de media noche. Uno de ellos debía ser el de Bill porque su puerta estaba sin custodia. Llegué a ella, y pensé en esperar al enfermero que me miró y apresuró el paso. Observé el interior de la habitación por la ventanilla pero la penumbra no me permitía vislumbrar nada.

Volví a mirar al enfermero, y pude notar como el otro lo retenía. Todo era demasiado extraño.
Entré en la habitación sin vacilar. No pude evitar la sensación de vacío cuando vi que la cama estaba perfectamente hecha. Un escalofrío se instaló en mi nuca y descendió por mi espalda hasta el final de mi columna.

¿Y que debía hacer ahora?

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Me encontraba en medio de la oscuridad, intentando calmar mi respiración. Me pasé el dorso de la mano por la frente que estaba cubierta por una película fina de sudor. Michael había logrado reaccionar lo suficiente como para llegar a un taxi, y prácticamente volar en dirección al centro. De camino no dijo ni media palabra, parecía estar enfadado pero eso no era algo que me preocupara en ese instante. Cuando pisamos el interior del parque todo parecía en calma. Supuse que nadie había notado nuestra ausencia. Quizás Seele se hubiese convencido de que no era a mí al que vio.

Evadir la seguridad era algo que estaba arreglado. Bastó una llamada de móvil de Michael a su enfermero.

Entré en la habitación y me quité la chaqueta, tirándola sobre una silla. Apoyé la espalda en la pared, y creo que no tuve el tiempo suficiente para pensar si me metería en la cama o no cuando la puerta de mi habitación se abrió.

Por un instante me quedé sin respirar. Seele permaneció de pie junto a la puerta, mirando la cama. La voz del enfermero que me custodiaba se escuchó desde el exterior, y noté como Seele exhalaba el aire, agotada. Luego se dio la vuelta dispuesta a salir.

—Es un poco tarde para una visita médica —dije, manteniendo mi posición contra la pared.

Ella miró en mi dirección. Su rostro estaba iluminado por la luz del pasillo. Al principio me pareció ver alivio en él, pero en cuestión de un instante pasó a endurecerse, su enfado resultaba evidente.

—¿Por qué no estás dormido? —preguntó, con poca delicadeza. Era lógico, ella sospechaba.
Bajé ligeramente la cabeza, sin dejar de mirarla.

—No tenía sueño —me excusé.

El enfermero desde la entrada le preguntaba si todo estaba en orden. Seele respondió con un escueto ‘Sí’, para luego cerrar parcialmente la puerta.

La escasa luz que ahora iluminaba la habitación le daba un aire casi tiránico.

—¿Tienes algo que decirme? —insistió, susurrando.

En ese momento supe que tendría que usar todo mi encanto. Un arma que me había sido útil muchas veces, en diferentes situaciones. Con Seele también la había usado al principio de nuestros encuentros.

—¿Intentas comenzar una sesión? —le pregunté con el mismo tono confidencial, separándome de la pared y avanzando muy despacio hacia ella.

Sabía que si le insinuaba un acercamiento, se intimidaría. Seele tensó la espalda, pero no se movió de su sitio.

—Te he preguntado si tienes algo que decirme —insistió.

Me quedé de pie frente a ella, ambos sumidos en la penumbra.

—Hoy estás más alta —desvié el tema.

Seele se mantuvo en silencio, me observaba todo lo que la escasa luz le permitía. No quería mentirle, ese sentimiento estaba en mí desde hacia un tiempo. Su proximidad y calidez me hacían sentir cómodo. Pero siempre que quería cruzar el umbral del oscuro cuartucho en el que me había confinado a mi mismo, el miedo volvía. Si la involucraba saldría perjudicada.
Delinee con la mirada las ondas que se formaban en su pelo suelto. Dos veces la había visto con el cabello libre de ataduras. Las dos en esta misma habitación.

—Bill —dijo mi nombre con un tono muy duro, luego dejo caer la pregunta en voz muy baja— ¿Has salido del centro esta noche?

No, no quería engañarla, pero tampoco quería permanecer encerrado. Ante esa encrucijada sabía que había llegado el momento de mentir descaradamente. El momento de utilizar mi encanto más fino, y meterla a ella en mi bolsillo. Quizás incluso, podía regalarle un beso.

Respiré profundamente.

—Seele, quiero ser honesto contigo, pero también necesito que me cedas el alta médica —la miré directamente. Su rostro permanecía rígido.

—Eso no responde a mi pregunta —me increpó.

Bajé la mirada hasta sus labios. Brillaban ligeramente, creando luces y sombras que acentuaban su forma.

—De cierto modo sí —confesé. Y esa sería toda la confesión que obtendría de mí.

Se mantuvo en silencio. Era una mujer inteligente, y sabía que podría interpretar mis palabras ¿Qué haría con ellas? Eso era lo que yo desconocía. Creo que de alguna manera estábamos en medio de una prueba de fuego para ambos.

Nuestras miradas se encontraron. El silencio nos rodeaba, y por un instante me sentí tranquilo en medio de la oscuridad.

Volví a pensar en la posibilidad de un beso, pero ya no como parte de una táctica. La tenía muy cerca, tanto como para tocar su boca con la mía. Noté como se me aceleraba el corazón ante esa idea y me sentí alterado. Me alejé unos pasos, mirando a Seele de reojo.

—Hablaremos de esto después —me dijo.

Asentí.

—¿Necesitas que te dé algo para dormir? —preguntó.

Me quedé un momento pensándolo. Dormir sedado sería como un regalo, hacia mucho que no descansaba, pero negué con un gesto. Debía ser fuerte. Por esta noche me sentía capaz de sobrellevarlo. No sabía cuánto tiempo me iba a durar la voluntad, pero al final de cuentas todos los días son un Hoy.

—Bien. Buenas noches, entonces —su voz continuaba tensa.

Cuando estuvo en el umbral de la puerta, le volví a hablar.

—Seele —ella se giró, pero no vi su rostro. La luz del pasillo recortaba su figura—, gracias.

—No me las des, aún no te concedo el alta —sus palabras habían sido una aclaración.

De ese modo cerró la puerta, y volvió a dejarme sumido en la oscuridad.

Me dejé caer sobre la cama y miré al techo oscurecido, en el que sólo se marcaba la luz que entraba por la ventana. Cerré los ojos y quise enfocarme en cosas buenas, pequeños resquicios de felicidad que recordaba. Me di cuenta de los pocos que me venían a la cabeza ¿Es que había borrado todo lo bueno de mí?

No debía extrañarme, hacia mucho que sabía que no me lo merecía.

Entonces recordé el pelo de Seele. Una dulce sensación de tranquilidad  me llenó ante su recuerdo. Sus ojos, sus labios. El corazón volvió a acelerárseme cuando me imaginé besándola ¿Cómo sería tocar su boca? ¿Cuál sería su consistencia y sabor? ¿Me respondería o me rechazaría?

Por un momento quise suponer que me recibiría ávida. Me imaginé acariciando sus hombros y sus brazos. Amoldando la forma de su pecho con mis manos. La desee de ese modo en que se desea con la piel a alguien que te toca con el alma.

Abrí los ojos, despertando de mi fantasía. Me ovillé en la cama. Yo no podía pensar en ella de esa manera. Yo no podía permitirme arrastrarla a las ruinas que había en mi interior.

Poco a poco me dormí. El silencio se alió a Ella una vez más. La vi en mis sueños, riendo y reptando por la cama, encendiendo mi cuerpo. Luego sus ojos vacios me miraban.
Ella venía para recordarme que yo era un monstruo.

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Tiré la chaqueta sobre la silla que había junto a mi escritorio. Me quité un zapato, luego el otro, y caminé descalza hasta la cama. Mi teléfono me avisó que tenía un mensaje.

“¿Todo bien?”, preguntaba Benjamín.

Me quedé pensando en su pregunta, me toqué los labios con el teléfono y suspiré.

“Sí, todo bien”.

No podía decirle lo que había pasado, menos aún hablarle de la sospecha que tenía y que cobraba cada vez más fuerza como una realidad. No podía contarle a él ni a nadie, porque a pesar de la situación quería creer que Bill había confiado en mí.

Me senté a los pies de la cama y observé por la ventana. El cielo estaba despejado, pero a pesar de ello no se podían ver las estrellas en todo su esplendor. A veces sabes que algo está ahí, aunque no puedas verlo claramente. Así me sentía con Bill, sabía que en el fondo quería confiar en mí, pero algo más fuerte se lo impedía.

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Continuará…
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Aquí estoy con un nuevo capítulo. Las conductas, pensamientos, acciones y demás de estos personajes son las que ellos desean que sean. Yo me presto para escribirlas :D

Espero que les haya gustado y que me cuenten lo que piensan.

Besos.

Siempre en amor.

Anyara


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