lunes, 29 de abril de 2013

Cápsulas de Oro - Capítulo XVI



Capítulo XVI

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Entré lentamente en la oficina del doctor Hayman. Me sentía aturdida y confusa. Lo miré de reojo, deseando preguntarle quién era ese hombre al que acababa de despedir. Pero ese sentido común particular que últimamente estaba desarrollando en torno a Bill, me hizo desistir.

—Siéntate —me invitó, luego de cerrar la puerta y dirigirse hacia su escritorio— ¿Esperabas hacía mucho?

La pregunta me pilló por sorpresa. No por su contexto, ni siquiera por su fondo; en realidad yo me encontraba en un estado difícil de llevar.

—No —me aclaré suavemente la garganta—, llegué hace un momento.

—Ya veo —se sentó en su lugar, y desde ahí volvió a hablar— ¿Hablaremos de tu paciente? —preguntó, regalándome una sonrisa a continuación.

Bajé la mirada al expediente que traía en las manos. Quise tomar aire profundamente para infundirme fuerza, pero no iba a delatarme delante de Hayman.

—Sí —acepté, sentándome frente a él.

—Muy bien, adelante —me pidió.

En ese momento supe que debía sacar a Bill del centro.

—Bueno —comencé, centrándome en la documentación que traía en mis manos—, el tiempo de prueba ha concluido, y salvo algunas alteraciones poco relevantes en el estado de ánimo del paciente, todo ha resultado como debía.

—¿A qué te refieres con cómo debía? —preguntó. No quise alzar la mirada, continué sumergida en mis papeles.

—Se la ha quitado la medicación, salvo un tranquilizante leve, el paciente está completamente libre de toxinas. Así que por mi parte le permitiría dejar el centro sin problemas —en ese momento lo miré.

—Pero aún está recibiendo medicamentos —quiso objetar.

—Nada que una tila no pueda sustituir —respondí con determinación, aunque por dentro temblaba como un flan.

—Permíteme revisar los análisis —pidió, extendiendo la mano por encima del escritorio.

A pesar de que en aquel informe que portaba estaban mis notas más generales sobre Bill, no pude evitar sentir que todo eso caía en las peores manos. Quizás lo estaba juzgando mal, quizás el doctor Hayman no sabía a quién le estaba entregando informes de mi paciente, pero ¿Lo sabía yo en realidad?

Sólo tenía unas cuantas palabras de aprensión por parte de un enfermo, que había sufrido un episodio claro de alucinación en mi presencia.

¿Y si me equivocaba?

Tal vez debía considerar hablar con el doctor Hayman. Después de todo ¿No se suponía que él debía ser mi guía en este caso?

Lo observé atentamente mientras repasaba mi informe. Él me miró por encima de sus lentes de lectura.

—¿Pasa algo Seele? —pregunto con amabilidad.

¿Por qué dudaba de él y no de Bill? ¿Por qué me permitía el involucrarme de este modo en las emociones rotas de un paciente?

“Hay ciertos pasos en la vida que te llevan irremediablemente al que será tu camino.”

—No, nada —negué con un gesto suave.

Sabía que estaba tomando una decisión que podía ser equivocada, pero la opción también podía serlo, aunque probablemente no traería consecuencias a mi carrera.

—Al parecer tu paciente se mantiene estable —habló, pasando las hojas del informe.

—Sí, lo está.

—Las sesiones no parecen haber avanzado demasiado —otra vez me miró por encima de sus lentes.

—Han avanzado —sentencié—. No siempre los pacientes cuentan las razones de sus dependencias. Basta con que las reconozcan interiormente para comenzar con una rehabilitación.

Me observó en silencio, olvidando completamente el informe. Luego lo cerró y lo dejó sobre su escritorio.

—Entonces crees que va en vías de una rehabilitación —dijo.

—Es lo que me muestran los antecedentes que le he entregado —No estaba diciendo nada que no fuese verdad.

Él asintió lentamente, recorriendo con la mirada los objetos de su escritorio. Parecía estar esperando un suspiro, un sonido, cualquier reacción de mi parte que abriera una fisura de inseguridad por la que entrar.

No se la daría.

En ese momento me di cuenta que estaba viendo al doctor Hayman como una especie de enemigo del que debía protegerme.

—Bien Seele —me habló, finalmente—, por mi parte puedes darle el alta a tu paciente cuando decidas —asentí—. Eso sí, quiero estar informado de los resultados de las sesiones que tengas con él, recuerda que es un alta parcial.

—Desde luego —respondí y me puse en pie de inmediato.

—¿Las sesiones serán aquí? —preguntó de pronto. Eso ni siquiera me lo había planteado.

Así que despeje la interrogante que me acababa de hacer de la mejor manera posible.

—En el domicilio del paciente —contesté.

—Muy bien —aceptó.

—¿Eso es todo? —necesitaba salir de esa oficina y respirar profundamente.

—Sí, puedes marcharte —me sonrió.

Aquella sonrisa que semanas atrás me resultaba condescendiente, ahora me parecía hipócrita. Tenía que calmarme o mi juicio caería del todo.

Mientras abría la puerta para salir, no pude evitar pensar en cuánto de lo que aquí se había hablado lo sabría Luther Wulff en cuestión de horas.

Respiré profundamente cuando entré en la oficina que ocupaba durante mis turnos. Busqué un cigarrillo, me temblaban las manos, comencé a fumarlo torpemente. Sólo cuando el humo recorrió mi garganta empecé a calmarme. Me acerqué a la ventana, esperando que el verde del paisaje me relajara. En ese momento vi a Bill sentado en uno de los bancos del parque. Parecía tranquilo, lo que de alguna forma me tranquilizaba a mí también. Quizás no estaba cometiendo un error. Después de todo no siempre se puede avanzar sólo por el terreno seguro ¿no?

El auto convencimiento también era una patología.

Sacudí la ceniza del cigarrillo y volví a aspirar el humo. Bill alzó la mirada, observándome. Este momento lo habíamos vivido el día en que me asignaron su caso, y volvíamos a vivirlo hoy, que estaba dispuesta a dejarlo salir de aquí. Nos miramos y nos mantuvimos así bajo un silencio obligado por la distancia, pero que de alguna forma supe que existiría a pesar de estar frente a frente.

El teléfono interno del centro sonó.

—¿Si? —respondí.

—Doctora Lausen —dijo Amanda—, el señor Kaulitz está aquí.

—Bien, voy de inmediato —contesté, antes de apagar el cigarrillo.

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Había salido al parque hacia un momento. Era una hora intermedia entre mi sesión grupal y la privada que solía tener con Seele. Intentaba mantenerme calmado, a pesar de la inquietud que sentía. Ella me había dejado ver señales y creía que el salir de aquí sería inminente, pero aún no me comunicaba su decisión. Esperaba que lo hiciese hoy.

Alcé la mirada hasta la ventana en que la había visto por primera vez. Me sorprendí al encontrarla ahí, observándome. Fue sólo un instante en el que ninguno de los dos apartó la mirada, como si nos conociéramos profundamente. Luego se alejó, pero yo continué mirando la ventana, esperando a que apareciese otra vez.

—¿Te vas o no? —escuché la voz de Michael.

Estaba a mi espalda, se había acercado sigilosamente.

—Aún no lo sé —contesté, quitando la mirada de la ventana.

—¿Tu doctora no te lo ha dicho? —continuó preguntando. Lo tenía muy cerca, así que me moví ligeramente evitando su respiración en mi cuello.

—No —dije— ¿Y cómo va tu tratamiento? —quise evitar más preguntas. Michael tenía la facultad de llevar todo a su terreno.

—Ya sabes —respondió.

—¿Saldrás pronto? —insistí.

—Sí —aseguró.

Me giré para mirarlo mejor. Su respuesta no me parecía coherente, su rehabilitación no avanzaba, yo tenía pruebas irrefutables de ello.

—¿Te darán el alta? —pregunté, perspicaz.

La pequeña sonrisa de Michael confirmó mis sospechas.

—No hagas estupideces —le dije, volviendo a la hoja que había arrancado a un árbol y que doblaba en múltiples partes.

—Puf —lo escuché bufar—, aún no sales de aquí y ya te has convertido en un aburrido.

Se sentó a mi lado.

—Si quieres verlo así —contesté. No tenía deseos de discutir.

Ambos nos quedamos en silencio un momento.

—Cuando llegaste eras divertido —se quejó— ¿Qué te ha pasado?

—No lo entenderías —negué suavemente.

Michael hizo un sonido de hastío.

—Siempre dices lo mismo —volvió a quejarse.

Por un segundo tuve deseos de escupir mis razones, pero no lo haría, nunca lo haría. Ni con él, ni con nadie.

—¿Has hecho algo realmente terrible en tu vida? —le pregunté de todas formas. Empujado por la presión que ejerce el tener por tanto tiempo un secreto.

Michael se rió.

—Unas cuantas —contestó.

—No me refiero a insignificancias —intenté aclarar. Dentro de mis consideraciones no estaban los robos menores o las fiestas sin inhibiciones—, si no a algo que te condene, algo realmente horrible —mi voz se fue apagando a medida que terminaba la frase. El ímpetu siempre se extinguía mientras más cerca estaba de confesar.

—No lo sé —se encogió de hombros—. Algunos dicen que por esto me iré al infierno —removió las muñequeras que siempre llevaba y me enseñó dos gruesas cicatrices.
Él había sido más valiente que yo, o más cobarde; eso dependía de a quién se lo preguntaras.

—¿Valió la pena? —quise saber, de todos modos.

—Por un momento sí, luego me di cuenta de que me habían salvado —miró en otra dirección.

Ambos mantuvimos el silencio por un instante.

Lo observé, y vi una parte de mí mismo en él, esa que se desespera y anhela morir para descansar. Las cicatrices que Michael llevaba en las manos, las tenía yo en el alma de forma invisible pero igual de dolorosas. Lo envidiaba por lo que él podía hacer. Su locura, su permanente estado de irreverencia le permitía dejar de pensar y dar ese paso, porque cuando el veneno invade tu sistema sólo queda abrir las venas y desangrarte.

—Quiero un cigarrillo —dijo.

—Y yo… no te imaginas cuánto.

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Tom Kaulitz leía con cuidado el documento que le había entregado. Llevábamos unos minutos reunidos y le había puesto al tanto del alta de su hermano.

—¿Hay algo que no comprenda? —pregunté, las condiciones del alta eran muy claras y estaban perfectamente enumeradas para no llevar a equívocos.

—El documento es conciso —aceptó, dejando el papel sobre la mesa de reuniones.

—Pero hay alguna objeción ¿No es así? —dejé la pregunta abierta, porque sabía que Tom Kaulitz se manejaba con la misma inquietante minuciosidad de su gemelo.

Él se mantuvo pensativo, creando un pequeño vacío en la conversación. Podía suponer su intranquilidad, ambos la compartíamos.

—¿Está Bill realmente preparado para salir de aquí? —formuló su pregunta. Yo bajé la mirada un instante. Él lo aprovechó para complementarla— Mi hermano puede ser muy persuasivo, puede parecer muy entero y seguro de sus pasos, pero si lo traje aquí fue por algo.

No pude evitar mirarlo directamente mientras hablaba. Sus palabras eran como un reflejo de mi consciencia, de esa parte de mí que temía dejar salir a Bill.

—Acepto que hay riesgos en enviarlo a casa —comencé a decir. Tom se iba tensando un poco más con cada una de mis palabras—, pero es el único modo que veo para avanzar.

—¿Jugando con su seguridad? —preguntó, molesto. No sin razón— ¿Se hará cargo usted de él día y noche? —comenzaba a alzar la voz. Algo poco conveniente si quería que todo pareciese normal. No podía darme el lujo de dar más explicaciones a Hayman y si Tom no estaba de acuerdo, tendría que darlas.




—Comprendo su preocupación, pero no puedo ser una doctora de veinticuatro horas —aclaré. En su mirada podía ver la profunda preocupación que sentía por su hermano—, pero sí puedo ofrecerle una amplia disposición. Me interesa la recuperación de Bill tanto como a usted —intenté calmarlo.

Tom se dejó caer, apoyando la espalda en la silla. Parecía cansado.

—Estoy en medio de muchas exigencias en el trabajo —comenzó a decir—. Sé que Bill querrá involucrarse en todo y lo hará bien —se rió con cierta ironía.

—El trabajo puede funcionar como una terapia —aseguré.

—No en su caso —afirmó él.

En ese momento relacioné la música, las palabras de Bill sobre Luther y su necesidad de salir para actuar como un escudo entre su hermano y él.

—Tom —hablé, el me miró. Las facciones de su rostro estaban rígidas por el enfado—, Bill tiene muchas cosas que contar, pero no dirá nada mientras esté aquí —él se mantuvo en silencio—, firme el consentimiento para la terapia externa y le prometo que haré todo lo que esté en mi mano para ayudarle.

Ambos nos observamos. Nos medimos como dos contrincantes, del mismo modo en que Bill se media conmigo.

—Él no puede estar sólo —quiso condicionar.

—Nos encargaremos de que no lo esté —dije. Sin saber cómo podría cumplir con aquella promesa.

—Si hay alguna crisis, la llamaré, así sean las tres de la madrugada —me advirtió.

—Bien —acepté. De todos modos ya estaba renunciando a horas de sueño por éste paciente.

Luego de eso continuó mirándome como si esperara a que una nueva advertencia apareciera en su mente. Finalmente, cuando no pudo pensar en nada más, acercó el papel y tomó el lápiz que yo le había extendido antes y firmó.

Estaba hecho, me acababa de convertir en niñera a tiempo parcial de una bomba de tiempo.

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Continuará…
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Aquí estoy con un capítulo más de Cápsulas. Éste es más bien uno de transición en el que los elementos para seguir adelante se están poniendo en orden. A pesar de ello, se dejan ver ciertas cosas importantes.

Espero que les guste y que me dejen sus comentarios.
Un beso enorme, y gracias por leer.

Siempre en amor.

Anyara

3 comentarios:

  1. Me gusta muchisimo , sin duda la lealtad de hermanos elamro siempre sera un factor importanisimo ... me gusta muchisimo Selee ... ¿en que te has metido?

    ATT: PEQUE :D

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    1. Mi linda peque. Muchas gracias por pasarte por aquí!!!! Muakkk ♥
      Seele no sabe en lo que se está metiendo, pero algo me dice que se está metiendo porque su espíritu aventurero se lo pide.
      Gracias por leer, mi niña ♥

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  2. Cada vez me atrapa más !!

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