lunes, 29 de abril de 2013

Cápsulas de Oro - Capítulo XVII



Capítulo XVII

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Las calles pasaban ante mis ojos sin novedad alguna. Conocía muy bien el paisaje de Los Ángeles. Al principio, cuando llevábamos poco tiempo aquí, Tom y yo nos recorríamos las calles, impregnándonos de la vida de la ciudad. Salíamos a media tarde y pasear cerca de la playa como haría cualquier otra persona, casi me hizo pensar en que la normalidad era posible. Pero me equivocaba, como tantas veces durante los últimos años.

—Pediremos una pizza —dijo Tom, desde el lugar del conductor.

—Bien.

—Luego podemos ver una película —continuó.

—Bien.

Sabía cuál era la intención de Tom. Quería mantenerme ocupado y vigilado para que no recayera ante su nariz, como ya había sucedido. Lo que Tom no entendía, era que no estaba en su mano impedir mi mal. Ni siquiera estaba en la mía.

—Me quedaré en casa por las noches —me avisó, volviendo a sus paternales comentarios.

—Bien —volví a decir.

Escuché como contenía una queja de malestar. No quise mirarlo. Suspiró y volvió a hablar.

—Las terapias serán en casa —lo intentó un poco más. En ese momento lo miré.

—No necesitas esforzarte tanto, Tom —le dije.

—Sólo quiero que estés cómodo —contestó.

—Lo sé —volví a mirar por la ventanilla—. Hoy estoy bien —aseguré. Mañana ya era otra historia.

Nos detuvimos en un semáforo. Los segundos en espera de la luz verde pasaban con lentitud. A metros de nosotros había un hombre mayor, de unos sesenta o setenta años, tocando una guitarra desteñida por el sol. Los surcos de sus vivencias se le marcaban en la piel. Yo me pregunté por todas aquellas experiencias, y me pregunté también si las marcas de mi vida llegarían a grabarse en la mía.

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Había pasados muchas horas intentando recobrar la vida habitual de casa. Me había sentado junto a Tom en el sofá y habíamos recorrido las dos horas que duraba una película. Él hablaba. Yo mantenía el silencio. Junto a nosotros se encontraban nuestros perros. Los acaricié con la calma resignada de quién sabe lo poco que falta para la tormenta.

Horas más tarde me encontraba mirando el techo de mi habitación. Tom se había despedido para dormir hacía largo tiempo. La casa estaba completamente a oscuras y sumergida en el profundo silencio que otorga la noche. El único sonido que percibía, permanente y rítmico, eran los latidos de mi corazón. Retumbaban en mis tímpanos, acelerando con rapidez. Ella estaba aquí, podía sentirla aproximarse. Su recuerdo era nítido, como si la estuviese viendo junto a mí en la cama. Sonreía y se arrastraba, acercándose. En sus ojos brillaba el deseo y el desenfreno. Me giré, escondiendo el rostro contra la almohada. No quería verla. No quería recordarla llena de vida.

Noté como se me humedecían las manos. Estaba sudando frío. Luego vendrían los estremecimientos y la necesidad de calmar todo con algo que me noqueara, que no me permitiese mantener los ojos abiertos o soñar.

Necesitaba hacer algo, quizás encender la televisión, o salir a correr. Algo que me agotara.

Me puse en pie de un salto. El corazón me latía tan fuerte que parecía que iba a estallarme el pecho. Me encorvé ligeramente, manteniendo la vista puesta en el frente. Sabía que si miraba un poco hacia mi izquierda, la vería. Podía presentirla ahí, de pie.

Caminé por el pasillo, respirando agitado como si acabara de correr varios kilómetros. Me detuve junto a la puerta de Tom y apoyé el hombro contra el umbral. Intentaba controlar la angustia, pero ésta me iba convirtiendo en un ser pequeño e incapaz. Golpeé con los nudillos, dando dos golpes demasiado débiles. Cerré los ojos y respiré un par de veces por la nariz, apretando los dientes hasta que la mandíbula me dolió. Toqué nuevamente con algo más de fuerza, pero nadie respondió. Puse la mano en el pomo y quise abrir, pero temblaba de miedo y de rabia porque si entraba en aquella habitación le daría a mi hermano la prueba que necesitaba. Volví a cerrar los ojos, y esta vez apoyé la frente en la pared buscando ocultarme de lo que sentía, de lo que Ella representaba.

—¿Bill? —escuché mi nombre y reaccioné espantado. Debí suponer que se trataba de Tom, ya que su puerta se había abierto, pero mi mente comenzaba a descoordinarse, a trabajar mal. Había demasiadas voces diciéndome lo que debía pensar, lo que debía preocuparme, lo que debía sentir. Todas esas voces se aplacaban cuando dormía tan profundamente que parecía un muerto— ¿Qué pasa? —insistió. Yo lo miraba fijamente. Sus ojos, iguales que los míos, parecían preocupados y tristes. Tocó mi frente— Estas sudando —indicó. Su voz sonó calma y resignada. Quizás, si me aferraba a ella, las demás voces se callarían—. Ven, entra.

Lo hice sin remilgos. De alguna manera la presencia de Tom funcionaba como una pared entre el pánico y yo. Me dejé caer sobre su cama, justo sobre el espacio que él ocupara antes. Aún estaba tibio, y aquella tibieza me entrego un roce de tranquilidad.

—¿Estás bien? ¿Necesitas que llame  a un médico? —preguntó, acomodándose a mi lado. Quería negar, decirle que todo estaba bien, pero el único movimiento que me pedía el cuerpo era el de recogerme sobre mi mismo, como un animal al que han herido demasiadas veces— ¿Llamo a tu doctora?

Seele. Su nombre se gestó en mi mente como algo bueno. No me había sentido con fuerza para entender lo que sucedía dentro de mí cuando estaba con ella. Era mi doctora, una más de las personas que han intentado curarme de algo que no tiene remedio. Sin embargo no me sentía agredido ni vulnerado con ella. Seele aún me parecía perfecta, y yo amaba la perfección por encima de todo.

—¿Bill? —insistió Tom, poniendo su mano sobre mi hombro.

—No… no llames a nadie —respondí finalmente—, se me pasará.

Él se mantuvo en silencio, sentado en su lado de la cama. Lo escuché suspirar. Las sombras que se formaban en la pared, gracias a la luz de una pequeña lámpara, me llevaron a evocar un paisaje antiguo de nuestra vida. Un momento casi olvidado.

—¿Recuerdas que en casa de la abuela había un reloj cuco? —pregunté.

—Sí, claro —rió, sin muchas ganas—, el que rompimos y que la abuela no notó que le faltaba el cuco hasta tres días después.

—Sí —me sentí un poco más ligero ante ese recuerdo. Aún veía el gesto enfadado de mi abuela cuando nos preguntaba dónde habíamos dejado el cuco. Tom y yo nos habíamos subido a un árbol cercano a la casa y lo dejamos en un nido junto a unos huevos.

—Nunca le dijimos dónde lo habíamos puesto —mi voz sonaba cansada. Los latidos de mi corazón se habían calmado.

—Le dijimos que se había ido volando —continuó.

—Cuando habían dado las cinco…

Luego de eso me dormí.

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Sentía el aire presionar mi rostro, el sonido abrumador del viento rompiéndose contra mi cuerpo, y la absoluta sensación de libertad que llenaba cada pequeño espacio de mí. Éste era el único momento en el que me sentía realmente yo. Etérea y despreocupada, como si no le debiera nada a nadie, ni siquiera a mí misma. Abrí los ojos y la inmensidad del paisaje me sobrecogió. La tierra me esperaba a varios cientos de metros, y me permití cerrar los ojos una vez más. Pensé en la libertad que tienen las mentes menos desarrolladas de los animales. Pensé también en mis diez años, y en el ciruelo que había en casa de mis abuelos y en el movimiento sinuoso de la rama que yo usaba como asidero, y en la que pasé largas horas leyendo Tom Sawyer. Finalmente pensé en el amor y ya no pude mantener los ojos cerrados.

Volví a abrirlos y deseé permanecer en el aire por siempre, pero no podía. El instructor hizo su trabajo y el paracaídas nos elevó a ambos, ayudándonos a descender con menos velocidad. En ese momento mis pensamientos comenzaron a ser más organizados y coherentes. Era de nuevo una prisionera de mi cuerpo.

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Horas más tarde me encontraba de pie junto a la puerta de la casa de los Kaulitz. Vista desde fuera, la propiedad resultaba bastante grande para que sólo dos chicos vivieran en ella, pero eso no debía de extrañarme, era algo habitual por esta zona.

Repasé mentalmente mi aspecto. El cabello recogido, el traje perfectamente ceñido y en su sitio. No quería que nada revelase la implacable inquietud que se mecía como un péndulo en mi interior; de un lado a otro, esperando el momento preciso para detenerse.

¿Qué sucedería cuando lo hiciera?

Agradecí el necesario golpe de libertad que había experimentado esa misma mañana, sin él no podría estar tan centrada.

Toqué el timbre y esperé. Habían pasado cinco días desde que mi paciente dejara el centro,  cinco días desde la última vez que lo había visto. Miré hacia atrás, mi coche se encontraba sólo a metros de la puerta, como si me esperara en caso de necesitar un escape ¿Pero de qué?

El primer saltó que dio mi corazón fue ante la voz que me recibió en el intercomunicador.

—¿Sí? —preguntó. Me tomó un segundo dilucidar el tono y la pertenencia de éste. Era Tom.

—Buenas tardes, soy la doctora Lausen —dije.

—Buenas tarde —respondió a la formalidad—, pase.

La puerta se abrió de inmediato.

Recorrí el jardín delantero por un ondulante camino hecho con lozas de piedra. El verde de los arbustos que vallaban el lugar lo sumía en un ambiente fresco, a pesar del calor reinante. La casa se veía muy luminosa y abierta, con grandes ventanales. Supuse que se podría salir al jardín desde cualquier habitación.

Tom Kaulitz apareció por una de las puertas laterales y dos perros grandes lo hicieron con él. Uno comenzó a ladrar en mi dirección y él los calmó a ambos. Los sostuvo por el collar que llevaban y no los soltó hasta que se los entregó a un muchacho que debía de trabajar con ellos.

—Que no entren en casa de momento —le pidió al chico. Luego se dirigió a mí— ¿Le costó encontrar la casa?

Se metió las manos a los bolsillos y encorvó un poco la espalda, un gesto que ya le había visto y que era muy propio de una persona relativamente insegura. Siempre había creído que aquellos que se dedicaban a la vida pública debían de ser personas enormemente extrovertidas, pero claro, nunca me había tocado analizar a nadie de ese ámbito.

—Me di un par de vueltas, pero ya no sucederá nuevamente —respondí con amabilidad.

—El camino es fácil una vez que se conoce —aceptó, mirándome por un segundo, luego me invitó a pasar—. Adelante.

—Gracias —entré y avancé por la amplia sala. Todo el lugar parecía muy pulcro, a pesar de que era obvio que sus mascotas deambulaban libremente cuando no había desconocidos.

—¿Quiere sentarse? ¿Le sirvo algo? —quiso ser amable.

—No, gracias. Me gustaría comenzar con la sesión —pedí, directamente.

—Claro —asintió—. Iré por Bill.

—No es necesario —escuchamos su voz saliendo por el pasillo.

Se ajustaba una pulsera a la muñeca y traía el cabello perfectamente peinado. A pesar de no ser un cambio tan radical el de su vestimenta, parecía otro. La espalda recta, tanto que parecía que no podrías doblarlo con nada.

—Doctora Lausen —se dirigió a mí a modo de saludo, de paso hacia uno de los sillones. Tomó un bolso y comenzó a rebuscar en su contenido.

—Bill —respondí, de pie en el mismo sitio. Parecía estar preparándose para salir— ¿Vas a alguna parte?

—Sí, tenemos trabajo en el estudio —caminó hacia un mueble, a varios metros del sillón, tomó algo de uno de los cajones y regresó. Todo con paso raudo— ¿No se lo dijo Tom?

—Yo no soy tu secretario —se defendió éste, notoriamente molesto.

—Pero hoy toca sesión —lo increpé, utilizando amabilidad y decisión.

Me miró de reojo y marcó una sonrisa ladina, para luego cerrar el bolso y girarse hacia mí con él en la mano.

—Vente al estudio —propuso.

Quise decir algo, pero antes de pensarlo Bill ya iba de camino a la salida.

—No podemos tener una sesión en el estudio —me quejé, justo cuando iba pasando a mi lado.

Se detuvo, me miró y en sus ojos había algo distinto ¿Malicia?

—Así podrás estudiar al animal en su hábitat —habló bajito, casi en un susurro.

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Continuará.

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Hola!!!

Aquí estoy con un nuevo capítulo, esperando que les guste y que no se haya hecho tan larga la espera. Hay una serie de pequeños elementos en él, que espero comprendan y les sirvan para posicionarse fuera del centro en el que se encontraba Bill. Ahora comenzarán a abrirse otras puertas.

Besos y muchas gracias por leer y comentar.

Siempre en amor.

Anyara

10 comentarios:

  1. Saludos y me quede con el mujajaja en la cara, pero bueno pasando de eso, el llegar a casa sin duda a descontrolado a Bill mas de lo que el creyó imaginar, si bien es cierto se mantuvo firme en la clínica ahora esta en otro sitio mas familiar pero menos vigilado y con mayor libertad para dejar salir sus temores, me pareció muy bonita la complicidad con Tom y un recuerdo que lo ayudo a calmarlo, luego algo mas de la vida de Seele, nos ha mostrado un estilo de vida asta ahora que se encontraba en el anonimato y zaz ahora al parecer Bill tiene su vida en sus manos y me pregunto si dejara que ella pueda realizar su trabajo, ame su tono de voz en murmullo casi de imaginarlo caigo muerta, si fuera Seele primero me desintegro y después voy y lo cuelgo del techo mas alto de la casa como se atreve a hacerle algo como eso? jejejeje malicia me imagino esos ojitos bellos llenos de ella. Un abrazo y mi felicitación así como también mi agradecimiento por actualizar.

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    1. Ahora nuestro Bill comenzará a experimentar las dificultades de estar fuera. Ese recuerdo con su hermano me resultó muy bonito, a veces cuando menos lo esperamos se nos vienen a la memoria momentos inconexos pero hermosos.Sí, la vida de Seele tiene que ir saliendo poco a poco, ahora ambos están "fuera" y creo que ese "murmullo" de Bill nos indica que las sesión serán de todo menos convencionales... jejejejej... un beso mi Gaby, muchas gracias por leer y comentar ♥

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  2. Santa cachucha mi any jejejejeje sorprendente el capitulo... se me escaparon unas lagrimitas por alli cuanso lei su desesperacion y fue en busca de su hermano... a veces es tan vunerable... ahora al ver a Seele es como si el fenix renaciera... esa frase del animal en su habitat jejejejej me dio mucha risa... lo imagine como una pantera en la selva jejejejej grrrr,... encantador capitulo... con ganas de leer mas...

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    1. Muchas gracias por dejar el comentario aquí mi Lixi. Ahora no sé si debería copiar y pegar el mío... jejejejejeje

      "Me alegra mi Lixmar (si me puedes dejar los comentarios en el blog, te lo agradecería para no perderlos) Esa primera parte es muy intensa y profunda, me gusta crear esos momentos en que el miedo puede con el ser humano, pienso que todos lo hemos pasado alguna vez. Y sí, con Seele parece muy seguro, pero ya veremos... ejejjejeje... Un beso enorme, y gracias por leer"

      Muakkk!!!...Gracias ♥

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  3. Woooow es la primera vez que comento en el blog ♥ Debo decir que los momentos de Bill con su delirio aún por dilucidar, sea tóxico, fantasmagórico, culposo, o como queramos etiquetarlo,(incluso una mezcla relativamente equilibrada de todo ello) me resultan muy duros de leer; es doloroso contemplar cómo sufre, la persistencia y contundencia de su desventura, para la que no atisba ningún remedio y sólo se calma con la tibia calidez de la presencia de su reflejo(qué lindo momento, y tierno, y suave; y qué bella anécdota la del cuco en el nido jajajaja).La pesadilla de la doctora es toda una declaración de principios del estado de su agitada mente, a la que cada vez le va a costar más trabajo mantener la objetividad. Me crea mucha curiosidad que lo contemple en su elemento con la curiosidad con que un biólogo o un naturalista contemplaría una especie aún por clasificar "in situ" jajaja ♥

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    1. Muchas gracias por pasar por aquí mi Selene. Sé que te saco de tu hábitat... jajajjja...

      Qué bien que hayas percibido todo eso en el momento de Bill por la noche. El miedo , sea cuál sea su raíz, es paralizante (no lo sabré yo) Ese momento con Tom es algo que me gustó mucho, porque así me imagino la relación de ello (incluso más profunda de lo que llego a explicar) y la anécdota es como uno de esos recuerdos que sin tener relación con el presente, nos protegen de él.

      Lo que Seele narra no es una pesadilla, es un salto en paracaídas. Lamento si no quedó el todo claro :/ Ver a Bill en su elemento, como dices, será algo muy, muy interesante. Creo que Seele está consumiendo una droga muy particular al estar con Bill.

      Un beso, y muchas gracias por leer ♥

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  4. Es angustiante la primera noche en casa, al borde del abismo, sin la "protección" que le provocan los sedantes y la propia clínica, definitivamente ¡Tom es único! :)
    ¡¡¡Wooowww!!! ¡El salto de Seele es genial! ¿Quién lo pensaría? Tan racional y al mismo tiempo tan sensitiva. Este breve episodio me fascinó porque revela mucho de ella, nos muestra que detrás de esa mente analítica existe un ser que también busca y disfruta de los momentos "adrenalíticos" :) Bien Seele, ahora me explico la decisión de arriesgarte con la salida de tu paciente de la clínica.
    Y bueno, Bill ha decidido que, al estar en sus terrenos, las cosas tienen que hacerse a su manera, jajaja. Y Seele no puede negarse! De lo contrario no logrará llegar al fondo del problema. Mmmm.... me encanta esto!!!!
    Mil gracias Anyara! <3

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    1. Qué bien que te ha gustado el salto de Seele, la pobre estaba necesitando mostrarnos algo más de su carácter. Seele significa alma, siempre ha sido un punto claro en mi mente a la hora de escribir, aquí no sólo Bill nos mostrará parte de sí mismo, creo que Seele se descubrirá a sí misma también.
      Sí, Bill está en su territorio. Veremos en que problemas se mete Seele :)

      Muchas gracias por leer y tomarte el trabajo de contestar aquí. ♥

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  5. JAJAJAJA COMO DIGO YO OHH JODER SIGAMOS!!!!! xD lo ame lo ameeee!! next! Así podrás estudiar al animal en su hábitat jajajajaaj
    att: LA PEQUE

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    1. Jjjajajajajja... ¿Así dices tú? ¿No era "changos"? XDDD
      Oinsss... el animal en si hábitat tiene que ser muy interesante.
      Besos mi Yuyisk ♥
      Gracias por leer y comentar

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