viernes, 6 de septiembre de 2013

Cápsulas de Oro - Capítulo XXIII


Capítulo XXIII
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2009
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Acababa un día más, lleno de los flashes de las cámaras, de las preguntas rutinarias de un entrevistador y de las sonrisas que enmascaraban la soledad que ahora me rodeaba. Era una soledad fría como la mirada que el espejo me devolvía. El baño que me había dado no había sido suficiente para quitar el negro maquillaje de mis ojos, y éste había dejado gruesos surcos que descendían paralelos por mis mejillas para unirse, finalmente, en el mentón. Parecían lágrimas. Las toqué y comprobé que sí lo eran. Aún así la indiferencia de aquel que me miraba en el espejo era imperturbable. Había tocado tantas veces el fondo vacío de la culpabilidad, que la resignación se había convertido en el único sentimiento del que me creía capaz.

Todo lo que me rodeaba era inmundo. Me miraba al espejo y éste sólo me mostraba la inmunda imagen de un asesino cobarde. De un criminal que se subía a un escenario y que plagado de luces le sonreía al público. Era un mentiroso, un ladrón de ilusiones y de… vida…

A veces, cuando una canción tocaba mi alma, las lágrimas me quemaban los ojos y permitía que en medio de los miles de ojos que me observaban, estas cayeran. Era como confesarme sin palabras, era como si les gritará ¡Aquí estoy! ¡¿No me ven?! Y en la intimidad de ese momento en el que todos creían conectar con un yo que no soy yo, permitía que compartieran mi dolor… aunque nadie lo supiese, nunca.

Toqué el relicario que colgaba de mi pecho. Su contenido podría brindarme un escape, pero no sería duradero. Lo había comprobado el día anterior cuando conducía frenético por la carretera. Intentaba huir del recuerdo de Ella que me perseguía sin tregua, más aún cuando tenía que acatar las peticiones de Luther y hacer cosas que todo mi ser desaprobaba. La presión que ejercía cuando había que tomar decisiones para la banda, algo que yo consideraba tan celosamente mío. Pero debía sonreír y mostrar mi complacencia, porque ninguno de los que me rodeaba debía suponer que por dentro m retorcía.

Busqué en el bolso que estaba en el asiento junto a mí y me metí en la boca, desesperado, una de las tantas pastillas que mantenía ahí. Un trago de agua la hizo pasar por mi garganta y el aletargamiento no tardó demasiado en llegar, sin embargo, alcance a pensar y reír cuando me di cuenta que me había equivocado de pastilla. Perdí ligeramente el control del coche y éste fue a dar contra unos de los raíles de seguridad. Tardé varios minutos en entender lo que había pasado y en llamar a alguien para que me ayudara.

Hoy teníamos una presentación importante, y lejos de parecer frágil por el incidente del coche, me mostraba resuelto y seguro. Podía notar las preguntas en las miradas de los chicos, pero las ignoraba, del mismo modo que hacía con la expectativa de los periodistas en la alfombra roja. En un comunicado se les había dejado en claro que no debían preguntar por el accidente. Yo estaba en pie, sonreía y salía perfecto en las fotos, no les daría respuestas, no les daría nada más.

La actuación había salido impecable. La algarabía de los fan había borrado de mi mente todo, por un instante, durante los poco más de tres minutos que duraba la canción, me sentí liviano. Canté, entregado, y los aplausos al final, cuando el piano y el escenario ardían en llamas, lo llenaron todo. Me sentí feliz.

Luego, cuando cumplíamos nuestro compromiso en la fiesta posterior a los premios, comencé a experimentar la angustia que precede a la desesperación. Sentía como Ella me miraba desde los rincones de aquel recinto, siempre me perseguía como un recuerdo imborrable, pero hoy era distinto, parecía estar presente. La oscuridad en la que nos sumergíamos y las luces focalizadas no ayudaban demasiado. Estábamos en el mismo club en el que la había conocido. Su presencia me pesaba en los huesos, en los pensamientos, en el aire que respiraba. Me mantenía inmóvil, intentando enfocarme en el vaso que sostenía en las manos por miedo a encontrarme con sus ojos, pero lo inevitable llegó; finalmente la vi, apoyada en una de las barandillas azules de la zona privada. Se veía tan exacta, tan idéntica a aquella noche, que me quedé de hielo. Se me olvidó el compromiso, la obligación y la apariencia. Lo único que deseaba era salir de ahí. Yo sabía que estaba muerta, no podía estar ahí.

Esa fue la primera vez que la visualicé.

Comencé a abrirme paso entre la gente y me fui al coche, buscando un cigarrillo que calmara en parte el pánico. Todos creyeron que necesitaba retocar mi maquillaje, y Natalie hizo lo suyo. La desesperación se acrecentó cuando todos quisieron que volviese dentro. No soporté mucho más, y contra todas las miradas de reproche, me largué.

Y ahora estaba aquí, mirando mi rostro pálido e inexpresivo en el espejo.

Abrí el cajón de la mesilla y hurgue en el interior, encontrando las pastillas que me ayudarían a dormir. Mañana, cuando llegase alguien a recordarme que debía volver a fingir, otra pastilla me ayudaría a sonreír.

Me dejé caer en la cama, sin quitar los restos de maquillaje de mi rostro. Aquello le daba a mi estado de ánimo el toque de dramatismo que necesitaba.

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Presente
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—Me he disfrazado de indiferencia por tanto tiempo, que ya no sé dejar de hacerlo —dije, al finalizar mi relato.

De fondo sonaban los acordes finales de la canción que habíamos dejado repitiéndose en el reproductor. Seele permanecía sentada en el sofá que antes ocupaba yo. La observaba desde una silla que había puesto del revés, la miraba atentamente, esperando por alguna palabra o algún gesto que me dijera que pensaba. Ella, sin embargo, permanecía envuelta en esa pulcritud suya, en esa impecable máscara de perfección que había cedido sólo un poco desde que nos conocíamos.

La observaba con detención. Miraba el modo en que tomaba notas, la manera en que cambiaba ligeramente de postura y su ceño quería fruncirse con algún pensamiento funesto, pero Seele controlaba todo eso para que yo, su paciente, no fuese capaz de dilucidar bajo la máscara.

En ese momento me pregunté qué podía ocultar Seele.

—Debes verme como un monstruo —aseguré. Ella me miró con esa calma que anhelaba romper, desesperadamente. No quería su beneplácito, ni su carisma. No quería su simpatía, ni su comprensión. Necesitaba un contrincante, alguien que luchara, que me enfrentara. No necesitaba un médico.

—Como yo te veo no es relevante —contestó, y eso fue suficiente.

Me puse en pie con un gesto rápido que dejó la silla tambaleándose. Le di la espalda, incapaz de contener por más tiempo la frustración que sentía. Ella había llegado como si se tratara de una sesión más, sin apuntarme como el asesino que era, ni darme explicaciones de su silencio. Había venido y no se había bajado de su pedestal de profesionalidad.

¿Debía agradecérselo?

—¡Estos últimos días me lo he pasado esperando a que la policía tocara mi puerta! —alcé la voz más de lo que debería, mirándola directamente. Quería que entendiera lo que su silencio había significado para mí.

Seele me observó, manteniendo una actitud serena, aunque podía notar la tensión en sus hombros.

La canción comenzó a sonar nuevamente.

—Tenemos que hablar sobre lo que me contaste la otra noche —me dijo. Yo sentí la boca seca ante la idea de volver a relatar todo aquello.

—No me hagas repetirlo —le pedí.

Seele me miró, sosteniendo una libreta en la mano. No era su habitual carpeta de anotaciones, pero era la que había usado, así que no pude evitar mantener la atención en ella.

Respiró profundamente, su respiración no era alterada o producto de una necesidad física. Había llenado sus pulmones de voluntad y tesón, buscaba la fortaleza que ambos requeríamos para dar el siguiente paso.

—Me gustaría que comprendieras, Bill, que a raíz de los cambios tan drásticos que se produjeron en tu vida cuando estallo tu carrera, la presión ha sido una constante… —comenzó a decir. Ya sabía por dónde iría, aunque jamás le había relatado mi experiencia a nadie. Los médicos usaban una jerga similar. A los locos siempre se les trata con condescendencia.

—No me gusta la condescendencia —corté sus palabras.

Se quedó en silencio, por un momento creí que había tocado un punto personal en ella. Bajó la mirada a sus notas. Pensé que abandonaría, que tomaría sus cosas y aplazaría la conversación, pero no lo hizo.

—Te voy a ser muy sincera —dijo.

—Por favor —pedí.

Nos miramos fijamente, intensamente, y por un instante, unos cuantos segundos, lo único que sonó en la habitación fue mi voz en aquella canción acústica.

—No creo que hayas matado a nadie, si fuese así ¿Por qué  no estás en la cárcel? ¿Tan importante eres para Luther como para que él encubra un crimen? Creo que tu ego te traiciona y piensas que eres demasiado importante y esa fantasía tuya del asesino, es lo que necesitas para mantenerte en la cúspide —dijo sin reparos, sin siquiera arrugar su rostro impecable, pero yo sabía que se equivocaba. Comencé a reír y a negar.

Fui hasta un mueble y busqué un cigarrillo.

—¿Quieres? —le ofrecí. Su negativa tardó un poco más de lo habitual en llegar.

Encendí el cigarrillo, sin poder dejar de sonreír. No estaba seguro de cuál era la razón de su diagnostico. No sabía si era lo que le habían enseñado en tantos años de carrera, o su propia necesidad de verme inocente.

—No soy inocente, Seele —aseguré.

No me respondió, y comenzó a hacer un trazado en el blog de notas. Aspiré la primera calada de mi cigarrillo, sin quitar la mirada de ella y del modo en que las yemas de sus dedos se blanqueaban ligeramente por la presión con la que sostenía el lápiz. Por un momento pensé en que no me importaría detenerme en este instante, para siempre.

—Mira —dijo, poniéndose en pie para avanzar hasta mí.

Me enseñó el dibujo de un cubo con cuadrados negros y blancos.

—¿Qué ves? —preguntó.

No era la primera vez que veía una figura como esa, sabía que era una ilusión óptica.

—¿Qué quieres que te diga? —la miré a ella, que permanecía de pie junto a mí, sobrepasando por muy poco la altura de mi hombro.

—Lo que ves —insistió, tocando el cuaderno de notas con el dedo como si presintiera que yo no estaba observando el dibujo.

—Un cubo —respondí, sin demasiado interés, llevándome a la boca el cigarrillo.

—O una pared y el suelo —rebatió, mirándome finalmente.

Contuve el humo por unos segundos, sin dejar de observarla. Seele esperaba a que lo soltara y le dijese algo, podía notar la impaciencia bailando en sus pupilas y me impresionó la forma en que esa simple situación borraba todo lo demás. Desvié la mirada y solté el humo hacia arriba.

—Es un juego, una ilusión óptica —acepté, sin mucho interés.

—Sí, es una ilusión —pareció chispear de alegría— y es lo que pasa con muchas personas frente a la realidad, forman su propia visión de ella y se convencen de que lo que ven es un cubo —indicó con el dedo el dibujo— y no otra cosa.

Suspiré.

—Seele, yo sé lo que hice —insistí.
—Sé que estás convencido de ello, pero nada te vincula con lo que me has contado. Has creado esa historia en tu cabeza.

Nos quedamos en silencio. Nos observábamos como dos contrincantes.

—Nuestra mente es tan fuerte y capaz, que puede construir universos que creemos reales —enfatizó.

Solté el aire y miré al suelo.

—¿De verdad crees que me haría un daño semejante? —pregunté.

Se quedó en silencio y caminó hacia mí nuevamente. Se acercó tanto que pude oler el perfume que llevaba. Su mano se acercó a la mía que colgaba con el cigarrillo entre los dedos y me rozó suavemente cuando lo tomó entre los suyos. Se lo llevó a la boca y aspiró, sin mirarme.

—No puedes ser un asesino —dijo, tocando el filtro con los labios. Sus ojos estaban fijos en mi pecho.

—¿Por qué no puedo serlo? —noté la poca fuerza que tenía mi voz.

Ella continuaba tocando el filtro con su boca.

—Porque yo no quiero. Porque me habría equivocado contigo —aspiró del cigarrillo, necesitando la pausa que aquello le daba. La distancia que nos separaba no era mayor a medio metro. Quería tocarla, quería abrazarla sin una razón concreta para hacerlo. Quizás sólo buscaba sentir afecto. Soltó el humo—…no quiero estar equivocada…

—Tienes un sentido demasiado estricto de lo correcto —le dije, cuando volvía a llevar el cigarrillo a su boca. Lo tomé con mis dedos, rozando sus labios con delicadeza— ¿Sabes lo que es sentir que has fracasado sólo por tener que exponerte a ese juicio?

Bajó la mirada y retrocedió medio paso.

—¿Nunca publicaste está canción? —cambió de tema, drásticamente. Negué con un gesto suave— ¿Piensas hacerlo? —continúo. Me encogí de hombros.

—En mi situación es difícil saber qué pasará mañana —respondí con sinceridad.

—Comprendo —aceptó.

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Continuará.
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N/A
Finalmente ha salido un nuevo capítulo de Cápsulas. Esta historia es densa, a pesar de que no lo parezca por las cosas que se cuentan. Siempre he pensado que la complejidad real de una historia está entre líneas.

Espero que les haya gustado y que me dejen sus comentarios. Si el blog no les deja, siempre se pueden pasar por mi facebook.

Un beso, y muchas gracias por leer.

Siempre en amor.

Anyara



5 comentarios:

  1. Aquí dejando mi comentario, el capitulo en si puede que no diga mucho de parte de él, pero Seele nos deja con una cierta sensación extraña no solo por su forma de hablar sino por su forma de actuar, cual será su punto sobre lo que él le ha contado.

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  2. Gracias Anyara por retomar la historia, la extrañaba :)

    Por fin encuentro la confirmación de que Bill es víctima, tanto de Luther (alias Dieter, jajaja) como de sí mismo. Él vivió un evento traumático que fue y sigue siendo aprovechado por el pseudo-productor, con este capi ya me tranquilizo porque me confirma que no todo lo que se cree como cierto es verdad, la mente nos juega a veces muy rudo, y más cuando la circunstancias no ayudan en nada.

    Me gustó la retrospectiva :)

    Este párrafo de Seele dice demasiado, ojalá retomes el tema en siguientes capis: "...Creo que tu ego te traiciona y piensas que eres demasiado importante y esa fantasía tuya del asesino, es lo que necesitas para mantenerte en la cúspide..." Ego... ¿Ella encarna al persecutor? Es decir, la teoría de Seele, ¿es que Bill ha creado en su mente a "Ella", cuando en realidad es él mismo quien se mantiene atrapado?

    Por otro lado, me perturba la actitud de Seele, jajajaja, ¡Ya se descubrió ante él! "—Porque yo no quiero. Porque me habría equivocado contigo..." En este punto no hay vuelta atrás, ella debe dejarlo como paciente, ¡punto! Jajajaja.

    Esta frase no me quedó clara: "...¿Sabes lo que es sentir que has fracasado sólo por tener que exponerte a ese juicio?" ¿A qué juicio se refiere?

    Mil Gracias :) <3

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  3. La postura de Seele me ha dejado con incertidumbre, porque no sé si ella de su juicio por el hecho de que Bill le gusta y no quiere verlo ante sus ojos como el culpable de lo que sucedió con la chica y por eso diga que Bill no es un asesino o también por el hecho de pensar que se equivoco con Bill(que implica su ego(jaja) y su diagnóstico fue erróneo y eso le dolería.

    yo pienso que lo que sucedió con Bill y con la chica,es que fueron víctimas de las circunstancias, y circunstancias que ha sabido manejar muy bien Luther... lo que plantea Seele de que Bill se ha creado un escenario, donde todo gira entorno a él, no es descabellada, pero ahí entra Luther otra vez y no, no creo que Bill no sea importante para él. Hay gato encerrado.

    Andrea, haces que me quiebre el "coco" con esta historia, jajaja. Besos!

    Adriana.

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  4. Aayyy cómo me he disfrutando este cap *__* ; en primer lugar me resulta increíble cómo una pic te dá tanta inspiración para desarrollar todo un cap y de esta complejidad, genial *__* . Desgarrado el relato de Bill de esa noche de premios...la primer vez q la vio... En cuanto a Seele coincido plenamente con su análisis de los hechos, Bill es una victima de un ser inescrupuloso q lo chantejea y él esta tan convenido de la historia q le hicieron creer q no es capas de cuestionarse nada....

    Me encanta la forma en cómo vas desarrollando la historia Any y por cierto me gusta mucho el nuevo diseño de tu blog....me resulta mas amigable....Muakkkk

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  5. Lo cierto es que uno mismo puede crearse estas ilusiones, estas historias y cosas peores en momentos de desesperación, de descontrol, de haber llegado a tu límite. La mente humana es tan complicada...

    Aún así me gustaría destacar el acercamiento con ella. Ese intercambio de cigarros.... ufff. Rozar los labios de Bill... en fin... que como siempre revolucionas mis emociones y lo haces con maestría.

    Gracias!!!

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