viernes, 17 de octubre de 2014

Cápsulas de Oro - Capítulo XLI


Capítulo XLI
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Me encontraba en casa de Bill, sentada en uno de los sillones de la sala, en silencio. Sostenía entre las manos una taza de café, mientras observaba a los hermanos hablar. Su diálogo era fascinante; el modo en que Tom hacía un gesto con una mano y Bill encontraba la palabra para representarlo. La conversación que fluía entre ellos con monosílabos y sonidos que otro apenas podría interpretar. Me pareció estar frente a una escena del pasado, quizás de la infancia. El tono de preocupación era claro y hasta pesado, pero aún así conseguían parecer calmados. Me pregunté si no sería mejor irme, pero incluso el ponerme de pie me causaba temor, no quería romper esa delicada membrana que los separaba del resto. Sabía que la situación de Bill había mermado dolorosamente la unión entre ellos y ser testigo de cómo comenzaban a recuperarla era algo que como psiquiatra, no me quería perder. Sabía que parecía frío por mi parte, pero habría dado cualquier cosa por tener una grabadora en la mano y poder plasmar mis impresiones.
“La interacción entre los sujetos fluye de forma constante. No se aprecia baja en la intensidad del diálogo. Los gestos y los monosílabos reemplazan a las largas oraciones habituales en cualquier conversación normal”
Tom había regresado desde Alemania hacía unas horas. Luego de recogerlo en el aeropuerto nos contó, con algo más de detalle, el poco avance que había dado como resultado su viaje. Bill se había mostrado silencioso y preocupado. Sus expresiones, por muy tenues que fuesen, ya no me pasaban desapercibidas. Pero ahora, en su casa, parecía haber recobrado algo de ánimo.
—¿Quieres otro café? —me preguntó, de pie frente a mí.
—No —negué con suavidad, entregándole el tazón que reposaba entre mis manos—. Tengo que irme.
—¿No te quedarás? —inquirió, como si aquello fuese una ruptura en su universo. Lo miré y negué suavemente, después de todo, Tom había regresado y podría relevarme en su cuidado.
—Mañana tengo una reunión —le expliqué. Una reunión que me tenía mucho más inquieta de lo que parecía.
—Puedo llevarte —ofreció, y note la incertidumbre en sus palabras.
—Es en el centro ¿Te parece una buena idea? —pregunté, sonriendo, mientras me ponía en pie.
—¿Te parece mala? —ahí estábamos, como siempre, chocando pregunta con pregunta. Toqué levemente el vello de su antebrazo derecho y deslicé los dedos, con lentitud, de forma ascendente.
—Tengo que irme —murmuré, notando como se me erizaba la piel tanto como a él.
Un carraspeo de Tom, nos recordó su presencia.
—Me voy a la cama —dijo, poniéndose en pie—. Ha sido un viaje largo.
—Claro —acepté de forma cordial.
—Puedo llevarte yo mañana, si quieres —se ofreció.
Negarme a su oferta me costó un poco más de lo que pensé, porque quedarme parecía casi natural, pero finalmente la razón ganó en voluntad al deseo.
—No gracias, Tom. Tengo una casa, y si tuviese un gato se estaría comiendo mis almohadas —intenté parecer amena. Había demasiadas preocupaciones en el aire como para agregar otra.
Necesitaba estar en casa y repasar todo lo que enseñaría a Hayman. El avance en las sesiones con Bill y el siguiente paso que debía sugerir para su tratamiento. No sabía muy bien como se me daría mentir, porque en mi cabeza coexistían dos Bill, el real y el de ficción. Hayman tenía que creer que el segundo era el auténtico.
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2008
La entrada de la primavera comenzaría pronto en Alemania, pero el invierno no quería remitir aún y fuera caía una nevada que, aunque suave, era persistente. Podía ver los edificios de Berlín a través de los copos y me sentía tan gris como ellos. Tragué algo de saliva y sentí el dolor de la operación que me habían hecho hacía menos de doce horas. Me llevé una mano hasta la garganta como si eso pudiese mitigar en algo la molestia. Me moría por un cigarrillo, pero no había ninguno cerca, y aunque lo hubiese no tenía permitido fumar. Me acerqué el vaso que me habían dejado sobre la mesilla, con un líquido dulce y anaranjado. Bebí un poco con la pajita, pero hasta la succión me causo dolor. Los analgésicos hacían su trabajo, por lo que quizás debía de estar agradecido por que la molestia no fuese mayor.
La puerta de la habitación se abrió y miré sin mucho entusiasmo. Era Tom, que llevaba dos días durmiendo en una cama supletoria que habían puesto junto a la mía. Le agradecía la compañía, más de lo que él podía imaginar dada la distancia que yo mismo había creado entre ambos.
—¡Ya está! —declaró a viva voz— He conseguido que no te pongan puré de brócoli en la comida —sonrió. No tenía hambre, así que probablemente no me comería nada de lo que trajeran, pero Tom era así, quería anteponerse a todas las situaciones y cuando éstas lo superaban, se pasaba días enteros de mal humor.
Asentí y le mostré una media sonrisa para que se sintiera mejor. Luego volví a enfocarme en la ventana y en la nieve que se iba haciendo cada vez más intensa.
—¿Cómo estás ahora? ¿Sientes mucho dolor? —preguntó, sentándose en el borde de mi cama. Negué con un gesto— Dicen que si pasas buen día, te darán el alta mañana —continuó—. Claro que luego tienes que estar dos semanas sin hablar —se quedó un momento en silencio. Estaba preocupado, pero Tom combatía su preocupación con bromas—. Pero te he traído una libreta, así me puedes escribir lo que quieras —me extendió la libreta que traía en uno de los bolsillos de su enorme sudadera.
La recibí y a continuación busqué un lápiz sobre la mesilla de noche y escribí.
Quiero un cigarrillo —Tom comenzó a leer con entusiasmo, para luego arrugar el ceño.
—Sí, claro. Y yo quiero un buen polvo, pero aquí me tienes, cuidándote —me reclamó. Yo volví a enfocarme en la ventana, con indiferencia— ¿No te das cuenta de que puedes perder la voz? —me preguntó, más molesto que exaltado.
Claro que me daba cuenta, y en más de una oportunidad durante los últimos días me había preguntado qué pasaría si fuese así.  ¡Una parte de mí sentía pánico! No podría seguir cantando, no podía seguir con la carrera y con eso a lo que los chicos y yo habíamos llamado sueño. Pero otra parte, esa que llevaba sufriendo en silencio desde hacía más de un año, se preguntaba si no sería la solución de todo. Si yo no podía cantar, no podía ser un artista y Luther no podría continuar utilizándome ¿Verdad?
Había momentos en los que me aferraba a esa idea, y no era la primera vez que lo pensaba. Era una idea que rondaba mi mente mucho antes de que me diagnosticaran. Parecía irónico. Alguna vez le había oído a alguien, no sabía si en la televisión o en alguna conversación entre aquellos que nos acompañaban a la gira, sobre el modo en que el cuerpo acusaba los dolores del alma. Si era así, mi alma me iba a matar.
Pueden buscar otro cantante —escribí y le pasé a Tom. Mi hermano leyó y su rostro se desfiguró. Arrancó la hoja de cuajo y la arrugó en su mano, lleno de ira. Me quitó el lápiz de la mano y escribió: ¡Vete a la mierda!
Se puso de pie y se largó de la habitación. No volvió hasta un par de horas después. No tocó más el tema, aunque en algún momento bromeó con que quizás iba a tener que comenzar a aprenderse las canciones porque además de tocar la guitarra debería cantar.
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No estaba seguro de qué hora serían, posiblemente las cuatro o las cinco de la madrugada. Me mantenía con los ojos muy abiertos y con los recuerdos a flor de piel ¿Qué tan diferentes habrían sido las cosas si no hubiese vuelto a cantar? ¿Cuál sería mi vida ahora mismo? No tenía sueños, quizás alguno muy tímido y reservado. Una casa junto a un lago aislado del mundo. Cuando lo imaginaba, casi podía sentir el aire frío del invierno junto al agua ¿Le gustaría a Seele un lugar así? Quizás algún día podríamos escaparnos a un sitio junto a un lago.
Me permití sonreír un momento mientras la veía en mis fantasías. Estaba sentada en el porche, envuelta en una enorme manta y con una taza de café entre las manos. Me imaginé el bosque tras la casa y el modo en que podríamos recorrerlo e impregnarnos de la calma de la naturaleza. Entonces la vi a Ella. Desvencijada sobre las ramas caídas de las hayas, con mi cinturón rodeándole el cuello.
Me senté en la cama con rapidez. Me enfoqué en un punto de la sábana para intentar calmarme, no quería comenzar nuevamente con las alucinaciones. Miré el espacio que había junto a mí y sólo en ese momento me di cuenta de que ya no ocupaba la cama al completo. Esta noche me hacía falta Seele y Ella lo sabía.
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Robert Hayman permanecía sentado frente a mí, separado por la distancia que nos daba su amplio escritorio. Las canas que decoraban su sien, lo hacían parecer mayor y le daban un aura respetable. Mantenía la mirada fija en las páginas del informe que le había entregado y pasaba de una a otra, fijando la atención en mis anotaciones, para regresar a la hoja anterior como si necesitara corroborar a cada instante mis palabras. Yo intentaba controlar mi desasosiego, respirando profundamente y exhalando muy despacio; todo de forma discreta para que él no lo notara.
—Bueno —dijo, finalmente, echándose atrás en su sillón mientras se quitaba los lentes—, según esto tu paciente estaría prácticamente curado.
No estaba segura de si el deje neutro en sus palabras estaba ahí porque no me creía o porque yo estaba demasiado sugestionada con el tema. Apenas había dormitado un par de horas, sentada sobre la cama y repasando las notas ficticias sobre la recuperación de Bill.
—Así es —afirmé, deseando tragar el nudo que se me había formado en la garganta, pero no lo hice; no mostraría ningún signo de inseguridad.
—Veo que recomiendas —hizo una pausa, regresando a mis notas y acercándose los lentes a los ojos sin llegar a ponérselos—… Una evaluación de rutina pasada dos semanas.
—Sí —no quería que Bill siguiera dependiendo de este centro, ni que los informes de su estado pasaran por las manos de Luther Wulff.
—Era un caso difícil —Se acomodó, apoyando ambos brazos sobre el escritorio, entregándome toda su atención—. Era todo un reto para ti que no habías tenido en tus manos un paciente de estado cuatro.
—Ha sido complejo —acepté. Me sentía rígida, me dolía el cuello de lo tensa que me encontraba.
—¡Cuéntame tu secreto! —dijo de pronto, liberando toda la potencia de su voz en aquella petición. Sentí cómo se me helaba el cuerpo, a pesar de la sonrisa que él manifestaba.
—¿Secreto? —pregunté.
—Sí, claro ¿Cómo lo has hecho? —se echó atrás en la silla y mi cerebro comenzó a procesar su actitud: empatía.
—Paciencia —argumenté—. Pocas horas de sueño. Preocupación por el caso.
Hayman asintió ante mis palabras.
—Has usado las palabras correctas —cerró la carpeta con mi informe y la apiló a su derecha, junto a otros expedientes.
—¿Correctas? —no lo comprendía.
—Sí. Has hablado de caso y no de paciente —aclaró. El nudo que tenía en la garganta parecía ahogarme. Pasaron por mi mente, en cuestión de segundos: la mirada de Bill, sus labios, sus besos, nuestros encuentros, la última noche juntos. Si Hayman creía que lo había hecho bien, estaba muy equivocado. Sentí un vacío en el estómago y sudor frío en las manos— Seele ¿Estás bien? —se acercó. Lo miré y me obligué a centrarme.
—Sí —aseguré con un susurro. Me aclaré la garganta—… será una baja de azúcar.
—¿Tienes problemas de azúcar? —insistió, y a mí me pareció muy molesta su pregunta, por inútil. Claro que no tenía problemas de azúcar; tenía problemas de conciencia.
—No, no. Es que no he comido nada hoy —me puse en pie— ¿Me puedo ir? —lo miré a los ojos y notaba nauseas.
—Claro, hemos terminado. Pero ¿estás bien? —insistió.
—Sí —sonreí, para dar credibilidad a mi mentira—. Tomaré un café o algo.
Salí de la oficina y en cuanto había dado unos pocos pasos, me sostuve contra una pared. El pasillo estaba solitario a aquella hora de la tarde en la que los pacientes estaban en sus terapias. En ese momento ansié con vehemencia una de las barritas de cereal que siempre me daba Benjamín.
Respiré hondo y seguí mi camino hasta la oficina que tenía asignada. Me bebí un largo sorbo de agua en cuanto me pude sentar y comencé a relajarme poco a poco. La melodía de mi teléfono empezó a sonar dentro del bolso y comencé a rebuscar. Cuando lo encontré, la pantalla me mostró el nombre de Tom Kaulitz.
—Si —respondí, temerosa. No sabía si el nudo que tenía en el estómago era producto de la tensión en la oficina de Hayman, o de la anticipación por alguna nueva complicación.
—¿Podemos reunirnos? —preguntó.
—¿Ahora?
—De ser posible —su voz sonaba tensa.
—¿Bill está bien? —quise saber. Tom se quedó en silencio, como si no supiera qué responder— ¡Tom! —la angustia se disparó y me volvieron a sudar las manos.
—Sí, sí lo está —sus palabras no me tranquilizaron.
—Tom —mi voz se rompió en el transcurso de esas tres letras.
—Él está bien —repitió—, pero necesito que nos veamos.
Cerré los ojos y obligué a mi mente y a mi cuerpo a calmarse.
—Ok —intenté centrarme—¿En la cafetería de la última vez?
—Sí. Bien. Te espero —lo siguiente fue el silencio.
Solté el teléfono sobre el escritorio y éste se golpeó porque ya no podía parar el temblor de mis manos. Me quedé mirando el modo en que éstas tiritaban delante de mis ojos sin que mi mente consciente pudiese controlarlo. Entonces me pregunté cuándo era momento de decir basta.
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Continuará.
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N/A
Hemos llegado al capítulo 41 de esta historia, y yo que soy la primera que me quejo cuando veo “capítulo 75” :D Lo que sí es seguro es que no tendrá tres ni cuatro temporadas… ejejejjeje… aunque los capítulos salen con la lentitud de una temporada entera.
Muchas gracias a todas las que leen y dejan sus mensajitos. Espero que les guste y me cuenten lo que piensan.
Siempre en amor.
Anyara

3 comentarios:

  1. Awwwwwwwwwwwwwww me ha encantado mucho mucho la verdad, la primera escena de los chicos hablando ainss es fascinante y es que hacen gestos y se entienden entre ellos dejándonos por fuera como Seele es la verdad <3 y pues ese recuerdo del 2008 con su operación fue tan acertado... calzó como anillo al dedo en esta historia y pues ainsss su hermanote cuidando de el siempre a su lado... eso es una linda relación de hermanos... y pues ainss esa reunión con el jefe de Seele ufff casi se descubre ella solaaaaaa la pobre... hasta cuando esa relación ainss es que yo creo que me pierdo en esa relación yo no saldría nunca de ella a la final Bill termina siendo la capsula de oro de Seele... definitivamente lo veo así jeejjeje y pues ainsss que querrá hablar mi Tomi con Seele??? ainsss quiero saberr masss todo esto me tiene en ascuas... no tardes en escribir el proximo sipissss?? muak

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  2. Bueno que te digo después del esfuerzo del comentario que no paso jajajaja te diré que me encanto y que todo parece caminar jejeje aunque viéndolo bien que han avanzado? bueno la verdad el que Seele lo este dando de alta da mucha ayuda ya que asi Luther deja de tenerlo al 100% vigilado. Eso es un avance

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  3. Wiiii!! Al fin me he puesto al dia *corre en circulos* y me ha encantado todo!! La reconciliacion, el escape, el regreso de Tom uff.. y lo que Seele esta haciendo por ayudar a Bill es waaaoooo!! Su amor esta creciendo.
    Pd: espero ansiosa el siguiente.
    Pd2: besos y abrazos muy apachurrantes <3

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