Capítulo XLII
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Las brazadas que daba en el agua
eran fuertes y rápidas. Me sentía ansioso, casi angustiado. Tenía la sensación
de que no avanzaba, de que el agua era como una masa espesa que me encerraba y
no me permitía llegar al otro lado de la piscina. Saqué la cabeza y busqué
aire. Era fresco y olía a pintura. Me di la vuelta, flotando mientras observaba
el cielo. Sabía que estaba en un sueño y las gruesas pinceladas azules,
matizadas con orlas de color plateado semejando a las estrellas me lo
confirmaban. Una de ellas cayó, golpeando contra mi mejilla. Comencé a
hundirme; el agua había dejado de ser densa y podía ver el resplandor de las
estrellas de pintura juguetear en las ondas de la superficie. Me sentí liviano,
casi incorpóreo, y me pregunté si así se sentía la muerte.
Mi teléfono sonaba con
insistencia. Palmeé la mesilla de noche hasta que di con él, pero no llegué a
relacionar la melodía con la voz que iba a encontrar al otro lado.
—Si —respondí, con apenas voz.
Buenos días, muchacho —las palabras de Luther sonaron sarcásticas y
llenas de esa seguridad desagradable que me agriaba el estómago.
—¿Qué quieres? —pregunté sin mucho
adorno. Hacía tiempo que había dejado de tratarlo con amabilidad. Él sabía lo
que quería de mí y yo también.
¿Te he pillado en la cama? ¿Estás acompañado? —el tono irónico no
lo abandonaba y noté como se me tensaban los músculos. Sus palabras escondían
algo y de alguna manera lo presentía.
—¿Qué quieres? —insistí,
llevándome el antebrazo hasta los ojos para cubrirlos de la luz.
Saber cómo estás —casi podía ver la sonrisa en su rostro.
—¿Y qué más? —deseaba colgar.
Darme la vuelta en la cama y pensar que esto era una pesadilla. No importaba
soñarla con tal de saber que iba a despertar.
Ese es mi muchacho; siempre directo —se mofó—. Necesito que nos veamos, tengo que presentarte a alguien.
¿Cuándo se terminaría? Tenía la
sensación de estar en el fondo de un pozo desde el que podía ver la luz, pero
no alcanzarla. Sentí la boca seca, el estomago vacío y la mente desesperada.
—Tú dirás —mi voz continuaba
oscurecida por el sueño y por la pesadilla.
Será una reunión pequeña, unos cuantos nombres relacionados con la
música —comenzó a decir con un tono igualmente propio de él en el que
disfrazada la autoridad de gentileza—. Mañana
por la noche. Ve solo.
—¿Y si no puedo?... o no quiero…
—me atreví a preguntar. No solía rebelarme así con Luther, eso era algo que
había quedado en el pasado, quizás en mis diecisiete años, pero estaba tan
cansado que parecía que nada podía empeorar.
¿Vamos a volver a tener esta conversación? —preguntó, tal como un
padre pregunta a un hijo cuando este se quiere saltar alguna norma— Sabes que tengo como hundirte.
—Quizás ya no me importa —alegué,
con el tono tranquilo de quién no tiene nada que perder.
Hubo un momento de silencio en el
que ambos nos medimos. Él sabía que este día iba a llegar y yo no estaba seguro
de si encontraría la fuerza para concretarlo. Finalmente la voz de Luther se
abrió paso en medio de la nebulosa que se había creado con mis miedos, mis
recriminaciones y mi deseo de terminar con todo; y habló.
Sí, tengo claro que a ti no te importas, pero no estás solo
—aquello que Luther ocultaba comenzaba a tomar forma. Me quedé callado, notaba
la mandíbula temblorosa y los ojos quemándome. Él sabía algo… Él lo sabía—. Nos encontramos mañana, deja a tu doctorcita
en casa —dijo. Luego de eso cortó la llamada.
Repasé en cuestión de minutos cada
uno de los encargos que había hecho para él. Cada uno de los rostros que había
engañado y las palabras que había empleado en ello. Notaba como el silencio me
sumergía en una agonía conocida y de la que sólo escapaba con pastillas y
alcohol. Entonces recordé a Seele, mi última adicción. Miré el teléfono y
busqué su nombre, un nombre que no tenía imagen aún. El tono de llamada se hizo
eterno antes de que saltara el buzón de voz. Corté y volví a marcar, con la
esperanza de que no hubiese podido responder a tiempo, pero el buzón volvió a
saltar.
Me levanté, estaba demasiado
ansioso como para poder pasar un minuto más en la cama. Necesitaba a Tom.
Necesitaba un trago.
Me paseé por la casa en busca de
mi hermano, pero ésta parecía vacía. Marqué su número en el teléfono sin
obtener respuesta. Me acerqué al bar y me serví un dedo de vodka que me bebí
como si fuese agua.
—Buenas tardes —escuché tras de
mí, era la voz de Mike, un chico que nos ayudaba a Tom y a mí con diferentes
funciones.
—Hola —saludé, bebiéndome un
segundo dedo de vodka— ¿Y Tom?
—Salió hace una hora, más o menos
—respondió.
Y te dejó a ti de niñero —pensé.
—¿Dijo a dónde iba? —mientras
hacía la pregunta, pensaba en si era prudente servirme un poco más de alcohol.
Mike negó.
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Llegué a la cafetería con cinco
minutos de retraso. El tráfico, a medio día en Los Angeles, era horroroso y se
conjugaba con el nerviosismo que llevaba encima. Entré al lugar y encontré a
Tom con facilidad. En cuanto me vio se puso en pie y ambos caminamos al
encuentro del otro.
—¿Podemos ir a otro lugar?
—preguntó— Necesito fumar.
Era evidente que se encontraba inquieto.
—Claro —acepté, dejándome guiar.
En cuanto pusimos un pie fuera,
Tom sacó un cigarrillo y lo encendió.
—¿Quieres? —me ofreció uno de la
caja.
—Ahora no —rechacé la oferta por
extraña, por compleja; por toda la carga de angustia que tenía.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me has
llamado? —pregunté, sin dar más vueltas. Tom me miró con el ceño apretado. Fumó
y soltó el humo con un gesto muy parecido al que empleaba su hermano.
—Ven, caminemos un poco —pidió, pero
yo ya estaba demasiado impaciente como para seguir sumando minutos a la espera.
—¿Qué pasa? —insistí.
—Qué pasa —repitió con voz inanimada.
Por un momento sentí que no era capaz de explicarlo —Vamos, busquemos un sitio
donde sentarnos —noté como me tensaba ante la petición. Nadie te pedía que
estuvieras sentado para contarte algo, a no ser que se tratase de algo muy
terrible.
Bajé la mirada y comencé a caminar
junto a él. No nos resultó difícil encontrar un pequeño parque y hallar cobijo
del sol bajo un árbol. Esperé, contra mi propia voluntad, a que Tom se
decidiera a hablar.
—Esta mañana encontré esto en el
buzón del correo —me pasó un sobre grande, de papel oscuro y sin remitente. Era
tanto mi nerviosismo que no había notado que lo traía todo el tiempo bajo el
brazo.
—¿Qué es? —pregunté. Encontrándome
con el nombre de Bill escrito con prisa y sin dirección.
—Toma aire y mira lo que hay
dentro —Tom volvió a fumar, esta vez con dos caladas cortas.
Abrí la lengüeta del sobre que
estaba asegurada con un cierre metálico. Miré el interior de forma refleja y
saqué el contenido. Encontré fotografías de gran tamaño, poco menos que una
hoja de papel de carta, pero a pesar de ello no eran de buena calidad; parecían
fotogramas de algún video que mostraban una escena. En la primera pude distinguir
dos cuerpos sobre una cama, desnudos y a medio cubrir con las sábanas. Uno de ellos
era el de una chica y en el otro de un chico al que me pareció reconocer. Noté como
se me aceleraba el corazón ante la imagen y la duda, pasé a la segunda foto y el
gesto que el chico hacía con el antebrazo sobre los ojos para evadirse del sol
me resultó aplastante.
—Este es… —quise preguntar, sin
llegar a terminar la frase.
—Sí, es Bill —Tom sonó
dolorosamente seguro.
Mantuve las fotos en mis manos, oprimiéndolas
entre los dedos hasta que estos comenzaron a blanquearse. Me faltaba el aire y
separé los labios para recuperar un poco el aliento. Pasé lentamente a la
siguiente imagen y me encontré con Bill de pie junto a la cama, las demás fotos
eran una secuencia separada por milésimas de segundos en las que aparecía Bill
cayendo arrodillado, para luego arrastrarse por el suelo. La expresión de
pánico que debía sentir no se podía ver, ya que las fotos estaban tomadas desde
cierta altura, y su rostro aparecía cubierto por el cabello que en ese tiempo
llevaba largo. Llegué a la última imagen con las manos temblorosas; en ella aparecía
Bill ya vestido, saliendo de aquella habitación. El cuerpo de la chica
continuaba inerte sobre la cama.
Me tomó un largo momento llegar a
comprender la dirección de mis propios pensamientos. Mi mente divagaba entre la
veracidad de aquellas imágenes que acababa de ver, el relato de Bill sobre
estos hechos y mi papel en todo esto. Intenté encontrar un ápice de juicio en
mí que me ayudara a deliberar, pero no conseguía encontrarme. Mi parte más
racional intentaba hallar las palabras aprendidas durante mis estudios, que me
ayudaran a salir del bucle en el que me encontraba, pero ninguna conseguía
conectar con mi parte emocional que estaba simplemente desbordada.
—No puedo con esto —dije,
entregándole las fotos a Tom en medio de los temblores de mis manos.
—¿Qué? —se sorprendió— ¿Qué
quieres decir? —hizo el ademán de recibir lo que le pasaba, pero cerró el puño
en el aire.
—Tómalas, Tom. Yo no puedo —… con
esto, con esta situación, con las emociones.
—No puedes dejar a Bill ahora,
eres su apoyo —intentó.
—Te tiene a ti —volví a agitar las
fotos en el aire para que las recibiera.
Bajó la mirada, se sonrió de ese
modo triste en que la sonrisa disfraza la desilusión.
—Sabía que harías esto —me arrancó
la fotos de un tirón, sin mirarme a la cara.
Aferré con ambas manos el asa de
mi bolso. Él y yo nos habíamos tratado muy poco, no teníamos la confianza
suficiente como para esto. Además yo no me merecía que me tratara así, menos
aún después de todo lo que estaba arriesgando por Bill. Me sentí alentada por
todos esos reclamos internos y decidí que era momento de marcharme. Me di media
vuelta, sin mediar una despedida, y caminé unos cuantos metros con las piernas
temblorosas.
¿Qué le daba derecho a Tom Kaulitz
a tratarme así?
Volví sobre mis pasos, decidida a
desagraviarme con unas cuantas palabras malsonantes. Tom me miró de medio lado,
sin dar la cara del todo, y pude ver en sus ojos la misma mirada asustada que
había visto en algún momento en Bill. Solté el aire que contenía y con él toda
mi intención de un enfrentamiento.
—No sé qué hacer —confesé—. No sé
qué pensar.
—Yo tampoco —aligeró él también su
carga. Luego sacudió la caja de los cigarrillos y me ofreció. Miré el tomo
arena del filtro que se asomaba y recibí uno, llevándomelo a la boca. Me
temblaba entre los dedos cuando Tom lo encendió, luego hizo lo mismo con el suyo.
Dimos un par de caladas sin cruzar palabra.
—Él, ¿las ha visto? —pregunté,
finalmente.
—No, no sabe que han llegado.
Encontré el sobre y me extrañó, así que lo abrí —respondió, gesticulando con
una mano; otra cosa en la que se parecía a Bill.
—Has hecho bien. No quiero ni
imaginar lo que sucedería con él, teniendo imágenes de ese momento tan difícil
—volví a confesarme.
—Es lo mismo que pensé —aceptó—. Pero
ahora viene la parte más compleja de esto.
—¿Quién? y ¿por qué? —aspiré el
humo profundamente, intentando pensar.
—Sólo puedo culpar a una persona
—tiró al suelo el cigarrillo casi acabado y lo pisó.
—¿Se habrá dado cuenta de algo?
¿Bill habrá hecho alguna cosa que no sabemos? ¿Le habrá dicho algo?—apagué mi
cigarrillo a la mitad. Tom se encogió de hombros para luego negar con la
cabeza. Yo me abracé a mí misma— No sé qué debo hacer con todo esto. Hoy estuve
así —indique lo cerca que estuve, con los dedos—, así, de decirle a Hayman la
verdad.
—Sé que estás haciendo más de lo
que deberías —aceptó.
Miré a lo lejos, quizás como una
forma de buscar una perspectiva para la situación en la que estábamos. Luego
miré al cielo y pensé en el paracaidismo y en lo anclada que me sentía ahora
mismo a la tierra. Cuando se está en la altura todo parece pequeño y hasta
inútil.
—Tenemos que decírselo —aseguré.
Tom arrugó ligeramente el ceño como muestra de su inseguridad—. No le
enseñaremos las fotos. Dámelas, yo las guardaré —esperé un momento con la mano
extendida.
—¿Estás segura? —quiso saber— Y si
recae, o algo peor —ambos sabíamos lo que ese “algo peor” podía significar.
—Él está mejor y yo puedo calmarlo
—no quería parecer frívola, pero Tom comprendió el modo en que podía mantener a
Bill en calma.
—Bien —aceptó, entregándome las
fotos—. Pero se lo diremos juntos.
—Claro —estuve de acuerdo.
—Luego harás lo que debas para
darle tranquilidad —fijé la mirada en las fotos, mientras las volvía a meter al
sobre y esperé a que el calor en mis mejillas se disipara. Hacía mucho que no
experimentaba esa sensación de rubor frente a una situación.
—De acuerdo —expresé, con mi mejor
pose adulta.
Ciertamente no estaba segura de
nada, pero necesitaba creer que los pasos que daba eran los correctos.
—¿Cómo crees que se lo tomará? —le
pregunté. Los había visto interactuar, Tom sabía de Bill más que yo.
—Se desesperará —aseguró—. Se
pondrá de pie, se sentará, buscará un cigarrillo, le temblaran las manos; todo
eso mientras piensa cómo asumir toda la responsabilidad y las consecuencias…
—Lo mismo que harías tú —dije con
certeza. Tom me miró y luego de una pausa pequeña, asintió sólo una vez.
Nos quedamos ahí, uno junto al
otro, mirando un punto distante.
—Tú le haces bien —me dijo—. Lo
veo en el modo en que te mira y en las pocas sonrisas que he vuelto a ver en él
—hizo una pequeña pausa en la que lo miré. Tom era igual a Bill, pero
diferente. Sus facciones se habían marcado de otro modo, como solía pasar en
las personas. Sonreían por cosas diferentes y se preocupaban por cosas
diferentes—. Tú le haces bien —insistió, buscando mi mano junto a la suya y entregándome
un apretón fuerte en los dedos, que no esperé. Se me llenaron los ojos de
lágrimas.
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Continuará.
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N/A
Estaba empecinada en terminar este capítulo antes de ponerme de cabeza
con la revista. Creo que puedo pensar en que he cumplido mi cometido, aunque me
atrase un poco con el resto de las tareas que me he impuesto.
Espero que el capítulo les haya gustado. Hay muchos cabos que aún hay
que unir y que de alguna manera consiguen que esta historia no termine de
mostrarse cuando la lees; eso me gusta de un argumento, ojalá que ustedes
sientan lo mismo.
Les dejo un beso grandote y les agradezco que hayan llegado hasta aquí.
Siempre en amor.
Anyara
Aayyyy q historia tan llena de matices interesantes, estan en el punto en que los personajes centrales causan una ternura y compresión por diferentes motivos; pobre Seele tiene q comenzar a plantearse como real algo q no quería creer...q dificil situación, espero ansiosa cómo se desenredará todo este embrollo
ResponderEliminarDetesto a Luther, lo detestooooo xD....
Muakkkk mi Any *__*
Bueno quizá al leer de primera mano sentí que las cosas no avanzaban, ahora me doy cuenta de los alcances de Luther, también de el chantaje que ahora estan viviendo los personajes, pero me pregunto que tanto sabe él hombre? muy interesante la dinámica puesto que Seele dice que Bill esta curado, y ahora que pasará con ambos y el hombre misterioso, me agrada el misterio ya que me deja con un muajajaja
ResponderEliminarAwww... me encantó mucho !!!! oye!!! me has dejado con muchas emociones jeje primero ufff ese Luther desgraciado... provoca encontrarlo y retorcerle el pescuezo XD yo tan sutil XD y es que sabe como manejarlo tiene un chantaje emocional increible sobre Bill. Y pues me encantó ver a Tom y a Seele converzando sobre Bill, y es que es tan importante para ambos que como no unirse y ayudarlo entre ambos... lindoss de verdad... Y mas viendo como narras sus parecidos y diferencias es estupendo... en fin me has dejado con ganas de mas y mas... y es que a la final la adiccion aqui es la mia por la historia ejejejje muak nos leemos lueguito en otra capi esperando que sea pronto...
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