martes, 3 de febrero de 2015

Cápsulas de Oro - Capítulo XLIII



Capítulo XLIII
.
Hay un punto en el que los humanos comprendemos lo divino. A veces es sólo un segundo y en ocasiones tenemos la suerte de que dure unos cuantos minutos; si nuestra capacidad de comprensión alcanza a un par de días, desde luego, podemos decir que hemos pisado el paraíso.
Llevaba un momento contemplando a Bill mientras dormía. Una parte de mí sentía que llevaba mucho tiempo; otra, que apenas eran unos segundos. Sentía que el tiempo había perdido su peso en mi vida, que ya no existía. Por un instante me sentí dueña de todo lo que habitaba en mi interior y todo ello se traducía en amor y nacía desde el hombre que me acompañaba en la cama. Retrocedí unos pasos en mi mente y miré lo que habían sido mis prioridades, sin llegar a comprender cómo habían conseguido convertirse en algo con tan poca relevancia en mi presente. Por un momento abrigué tristeza por todos esos sueños que fueron importantes y que habían pasado a convertirse en algo más que una anécdota. Sabía que si me tocaba enfrentarme a un tribunal feminista la condena sería la cadena perpetua, pero es que todo lo que tenía sentido en mi interior ahora mismo se alimentaba de la felicidad de Bill. Sabía que otorgarle ese estado perfecto era muy difícil, pero me sentía impulsada a crear la posibilidad para él. Podía verme diluida en mis pensamientos, prisionera de la pasión que este hombre de rostro delicado despertaba. Me extraviaba en sus ojos, cuando buscaban en los míos; en esos momentos comprendía la sutil convivencia que existe entre el amor y la locura.
Lo vi removerse en el lugar, arrugar el ceño poco a poco y comenzar a ovillarse sobre sí mismo. Su respiración se agitó y empezó a sollozar muy despacio; parecía estar teniendo una pesadilla. La calma que expresaba su rostro hacía un instante, se iba contrayendo en un gesto casi doloroso.
—Bill —Comencé a decirle con voz calmada, buscando tranquilizarlo—Bill, despierta —le toqué la mejilla y se la acaricié. Él seguía con el ceño apretado ¿Qué podía estar soñando?
Noté la fuerza con que crecía la angustia dentro de mí. Se me apretó el pecho y se me llenaron los ojos de lágrimas. Quería proteger a Bill de tantas cosas, pero me sentía impotente.
—Bill —insistí un poco más, con la voz carcomida por la pena. Él bufó, se quejó con un sonido atrapado en su garganta y abrió los ojos. Me miró asustado, casi con pánico, como si intentara reconocer mi rostro. De inmediato recordé su expresión la noche en que tuvo una crisis en el centro—. Soy Seele —dije de forma refleja, y del mismo modo que aquella vez. Él me miraba, pero no parecía reconocerme—¿ Sabes quién soy?—pregunté, intentando mantener la calma, y preguntándome cuántas veces le habría pasado esto. Bill contuvo el aire un momento y luego bajó la mirada.
—Sí, sí, sí —comenzó a sentarse.
—Tenías una pesadilla —le acaricié el antebrazo y él hizo el ademán de alejarse de mi contacto— ¿Estás bien? —me miró, aún con el ceño apretado, y confirmó cuando finalmente se sitúo. Luego observó mi mano sobre su brazo y me dio dos toquecitos, como quien recompensa a una niña.
—Voy al baño —dijo con la voz contraída.
Se alejó, dejando la puerta del baño entreabierta. Me quedé mirando la pequeña rendija de luz que salía, pensando en cómo haríamos Tom y yo, según lo acordado, para hablar con su hermano sobre las fotos que le habían enviado. El agua del lavamanos comenzó a chocar contra éste y luego de un momento Bill salió del baño.
—¿Quieres desayunar? —preguntó, como si no acabara de despertar de lo que claramente era un mal sueño. Intentaba ocultar su debilidad.
—Quizás un café —acepté. No tenía estómago para nada más.
—Claro —vi en su rostro algo cercano a una sonrisa, pero esta se fue de inmediato, oculta como su mirada que no se dirigía directa a mis ojos.
Comencé a buscar mi ropa. Alcé la falda que traía puesta la noche anterior y pensé en que necesitaría traer una muda de ropa si pensaba quedarme a dormir aquí.
—Tengo algo que puedes usar —dijo Bill, hurgando en su armario.
Me cedió un par de jeans desgastados y una camiseta. Para mi sorpresa el pantalón me sentó bien. Se me ajustaba un poco en la cadera, pero luego caía cómodamente. Me miré al espejo, me veía extraña con aquella indumentaria, sólo me faltaba una gorra para parecer una grafitera.
—Te queda bien —lo miré, pero él seguía sin dirigirse a mis ojos.
—¿Quieres hablar? —pregunté. Negó con un gesto suave.
—Estoy bien, tranquila —me regaló una mirada fugaz que buscaba apaciguarme. No funcionó.
Ambos salimos de la habitación en silencio. Tom se encontraba en la cocina, acompañado de los perros que descansaban a sus pies y una taza de café que humeaba. El olor de la bebida se me antojó revitalizante y fui directa a la estantería en la que encontraría un par de tazas.
—Buenos días —dije en el proceso.
—Buenos días —respondió Tom, con un tono de preocupación que ya le reconocía. Lo miré y este me hizo un gesto con la cabeza, indicándome la dirección que había tomado Bill. Dejé las tazas sobre la isla de cocina y salí a mirarlo. Lo encontré en la sala, hacía movimientos con el cuello, como quien busca relajarse; sus ojos estaban fijos en el bar.
—¿Quieres café? —le pregunté, aunque sabía que se le antojaba otro tipo de bebida. Él se dio media vuelta y asintió— Vamos a la cocina —continué—,  Tom está ahí.
Bill se tomó un par de segundos antes de caminar hacia mí. Entró a la cocina y saludó a Tom con un apático gesto de cabeza. Su hermano y yo nos miramos y coincidimos en que no era el mejor momento para contarle lo que estaba sucediendo. Bill se inclinó cerca de uno de sus perros y le acarició la cabeza.
—Anda, bebe el café —le ofrecí la taza que acababa de servir—, luego te vestirás y nos iremos por ahí.
—¿Por ahí? —por fin me miró a los ojos con más detención.
—¿A dónde? —la voz de Tom sonaba cautelosa.
—Por ahí —le contesté, buscando su tranquilidad—. Es una sorpresa —dije, dirigiendo a Bill una sonrisa tranquila. Él necesitaba aire libre, distracción, algo que le hiciera recordar que vivir era la clave.
Se puso en pie y tomó la taza que le ofrecía. Por un momento tuve la sensación de que el líquido caliente resultaba suficiente para él, que no necesitaba de ningún estimulante más.
.
.
La tienda en la que nos encontrábamos Seele y yo, era estrecha y larga; tanto que no alcanzaba a ver en donde terminaba. A unos pasos de la entrada, comenzabas a encontrar una serie de pequeños artefactos que no estaba muy seguro de si eran decorativos o tenían alguna otra función. Se trataba de una tienda esotérica, término que yo siempre he asociado a una especie de locura inútil ¿Quién podía creer que por colgarse una piedra del cuello su suerte cambiaría?
—¿Para qué estamos aquí? —me dirigí a Seele, mientras ojeaba la contratapa de un libro llamado Hechicería financiera.
—Para distraernos —contestó, tocando las piezas colgantes de un canta viento.
—¿Y crees en estas cosas? —pregunté, acercándole el libre en mi mano. Ella leyó y sonrió.
—No en esa exactamente.
—Entonces, crees en estas cosas —soné tan sorprendido como estaba. No habría imaginado a Seele interesada en… ¿brujería?
Ella río, soltando una suave carcajada. Pocas veces la veía reír, y no podía reprochárselo; sabía lo duro que era estar junto a mí.
—Digamos que no niego la posibilidad —ahora ella tomó un libro de la estantería: La sabiduría antigua. Comenzó a ojearlo y yo me permití mirarla a ella un poco más. Aún vestía el jeans que le había dejado y se había calzado unos tenis de tela que compró en una tienda que dejamos atrás, guardando en el coche los tacones con los que salió de casa.
—Entonces, ¿estamos aquí para hacerme un sahumerio o algo? —pregunté, pasando tras de Seele, para husmear en los paquetes de papel que había sobre una mesilla y que parecían anunciar sus hechizos con runas y dibujos. Ella sonrió, pero no contestó.
Avancé un poco más por aquella estrecha tienda y luego de sortear atrapa sueños que colgaban desde el techo y quedarme un momento observando las pinturas que retrataban escenas de los indios nativos de la zona de hace un par de siglos, llegué a expositor de velas. Se podían encontrar diversos colores y combinaciones de estos. Me sorprendí cuando comencé a encontrar velas con formas; algunas eran corazones, parejas tomadas de la mano, abrazadas e incluso directamente protagonistas de una escena pornográfica.
—En serio, ¿qué le ves a esto? —me dirigí a Seele que había llegado junto a mí. Ella mostró un gesto divertido.
—A eso nada, desde luego —tomó la vela y la observó con descaro. No creía que fuese posible que aquello me ruborizara, pero notaba las mejillas encendidas.
—Deja eso —se la quité de las manos y la puse en su sitio.
—Pero… —su sonrisa delataba sus pensamientos.
—¿Qué? —la cuestioné, casi a la defensiva.
—Te da vergüenza que piensen que necesitamos de esto —me indicó con el dedo, muy cerca de la nariz.
—No digas estupideces —le palmeé el dedo a un lado. Ella continuaba riendo y su gesto, acompañado de su cabello arreglado con un recogido casual, pareció quitarle años, o quizás mostrar los que realmente tenía. Por un momento olvidé la angustia que me había dejado la pesadilla de horas antes. Incluso el nuevo trabajo que Luther quería que hiciese para él. Por un instante sentí la calma que se experimenta cuando consigues frenar todo lo que te preocupa; cuando tu mente para y eres realmente consciente de ti mismo.
Acerqué mi mano hasta un mechón de pelo, que caía por delante de su oreja; probablemente estaba bien ahí, pero sentí la necesidad de acomodarlo tras ella como un gesto de amor. Entonces miré su expresión y su risa se había calmado. No estaba seguro si sería por la forma en que estaba iluminado el lugar, con algunas lámparas de sal y velas en los rincones, pero sus ojos me parecieron especialmente hermosos y expresivos. Sus pupilas, bordeadas de un tono pardo claro y seguidos de un verde plomizo, creaban un conjunto maravilloso. En ese momento comprendí que jamás miramos con la atención adecuada.
—Bill —sus labios sin maquillaje murmuraron mi nombre; quizás también percibía que el mundo se había parado. Quise besarla, pero no lo hice. Había algo mágico en mantener todo inmóvil. Seele bajó la mirada—… voy a… —no terminó la frase y se alejó de mí un par de pasos.
La seguí con la mirada y del mismo modo en que ella se alejaba, se iba alejando la sensación de eternidad que atesoré por ese instante tan corto que casi no llegué a comprenderlo.
—Me llevo éstas —la oí decir al dependiente. Seele llevaba en las manos un paquete con hierbas.
Noté que junto a nosotros se quemaba una vara de incienso. No me había dado cuenta de que ese era el olor estimulante que había percibido desde que llegásemos.
—¿Y eso? —pregunté por el paquete de hierbas que había comprado.
—Son para mi padre —dijo, ajustando el cinturón de seguridad—. Él cree en la medicina alternativa —volvió a sonreír. En ese momento comprendí que Seele nunca hablaba de su familia, o quizás era yo quien no se lo había preguntado jamás.
—¿Tiene alguna dolencia tu padre? —intenté adentrarme en su vida.
—Oh, no —sonó agradecida—. Son las típicas hierbas para después de comer.
—¿Y crees que le sirven? —observé el paquete en mi mano y los componentes que figuraban con letra enana.
—Su mente cree que le sirven y por eso le sirven —argumentó ella, mientras ponía en marcha el coche.
—Esa no es la respuesta que tú deberías dar, ¿no? —quise saber, dejando el paquete de hierbas dentro de la guantera.
—¿Por qué? —se marcó una suave sonrisa en su rostro. Nuevamente jugábamos nuestro juego.
—Porque no es científico —declaré con cierta seguridad.
—Está científicamente comprobado que hay personas que enferman porque en su mente creen que lo están, ¿por qué eso no puede ser aplicable a la salud? —cuestionó ella. No podía negarle razón. Lo primero que pensé fue en la réplica que podía dar a sus palabras para ganar la partida; sin embargo, miré a la carretera un momento, manteniendo mi silencio mientras pensaba en la posibilidad de cambiar mi realidad sólo porque mi mente lo dijese. Era tan difícil de imaginar, tan complejo,  que resultaba más fácil quedarse en medio de los problemas. No pude evitar el rumbo que tomaron mis pensamientos. El modo en que nos convertíamos en seres que eran absorbidos por el día a día, en el que olvidábamos la verdadera razón de nuestra existencia. Estamos tan acostumbrados a seguir las normas, que nuestra mente, simplemente, se rebela a ello y nos convierte en vagabundos de la realidad; en ocasiones, llenos de maravillas para el resto de los humanos— ¿No dices nada? —comprendí que mi silencio la había contrariado.
—Bueno… sólo pensaba —expliqué. Seele se puso seria y fijó la mirada en la carretera. Hacía días que notaba algo extraño en ella, como si se contuviera cada vez que nuestras conversaciones se volvían más profundas— ¿Te pasa algo? —pregunté, sin pensarlo demasiado.
—¿Eh?... no, nada —respondió casi de forma refleja.
—Nada, nunca es nada —continué mirándola. Tomó aire como si fuese a decir algo, para luego soltarlo. Repitió el primer paso, pero esta vez habló antes de exhalar.
—Hoy es domingo y debería ir a comer a casa de mis padres —me contó.
—Oh, ya veo —¿esa era la enorme revelación que tenía? No, había algo más; algo complicado que no sabía cómo decir, y Tom estaba al tanto—. Podemos ir —contesté, divertido, casi como si la estuviese castigando.
—¿Con mis padres? —escuché un leve tono de pánico, que se camufló entre su incredulidad.
—Sí. Supongo que tendrás amigos ¿no?, no será tan raro —la instigué un poco más. Seele se mantuvo en silencio. Por un momento pensé que ignoraría mi petición, pero finalmente giró en el primer descanso y me habló mientras observaba la carretera para volver a entrar a ella.
—Ellos no deben saber que soy tu psiquiatra —sentenció.
—Eras —aclaré.
—Como quieras, pero ellos no deben saber el modo en que nos conocimos —continuó con sus indicaciones—. Tú y yo… vamos a correr por la misma zona —se inventó de pronto.
—Oye, eso me hace sentir bien, significa que práctico algún deporte además de levantar copas de vodka —bromeé, Seele suspiró. Estaba jugando con su paciencia. Si ella no quería confesarse, yo no sería una compañía fácil.
—Esta no es una buena idea —se lamentó.
—Tranquila, me portaré muy bien —le sonreí con mi mejor expresión de dulzura; ella alcanzó a verme de reojo.
Minutos más tarde, recorríamos un barrio residencial  a muy baja velocidad. Se veía bastante movimiento peatonal en la zona y algunos niños jugando en la parte delantera de las casas. Los jardines estaban bien cuidados, tal como lo debía de indicar el “manual del buen vecino”.
—¿Siempre has vivido aquí? —pregunté, con genuina curiosidad. Por un momento quise imaginar a Seele de niña, ¿llevaría coleta?, ¿el cabello corto?, ¿se habría raspado alguna vez las rodillas en la acera?
—Sí, la casa fue una herencia familiar de mi padre, y cuando él y mi madre decidieron casarse les pareció un buen lugar para cuidar de una familia —me contó. En ese momento los árboles, las casas, todo alrededor pasó a ser para mí un trozo de su historia—Ya estamos, es la casa con el arce —indicó un lugar a unos quince metros.
Dejamos su coche aparcado frente a la casa y comenzamos a recorrer el camino de adoquines que marcaba la entrada. Empecé a experimentar una mezcla de sentimientos. Por una parte me arrepentía de estar aquí, quería dar media vuelta y olvidarme de esta especie de venganza hacia Seele, pero por otro lado sentía una enorme curiosidad por explorarla a ella en un ambiente tan privado como su hogar.
La vi acercarse al árbol, que se mantenía desprovisto de hojas. Puso su mano sobre el tronco, y por un momento me pareció que ambos se comunicaban.
—Cuando era niña me encantaba pasarme las tardes sobre este árbol —declaró y luego me miró. Su expresión reflejaba la alegría que le traía ese recuerdo—. También me subía a un nogal que había en la parte de atrás, pero hace unos años lo tiraron.
—Pero este árbol no era tan alto entonces ¿no? —pregunté un tanto alarmado por la altura, mirando las ramas que se extendían al cielo como si quieran tocarlo.
—¿No creerás que subía a lo más alto? —Otra vez me sentía atraído por la profundidad de sus ojos, y el modo en que Seele parecía florecer en su ambiente; en su hogar. Hice el ademán de acercarme, deseaba besarla, pero me detuve medio segundo más tarde, cuando razoné el sitio en el que estábamos.
—No, claro —bajé la mirada y sonreí con suavidad. Ella rio también.
—Vamos, será mejor entrar o mi padre saldrá a mirar porque no lo hacemos —dijo, limpiando en la parte trasera de mi jeans la mano que había puesto en el árbol.
—Pero no sabe que hemos llegado —concluí.
—Créeme, para este momento ya lo sabe —aclaró, entrando en el pequeño porche que había antes de la puerta. Un camino rojo y dos escalones nos separaban de ésta, que se abrió antes de que Seele alcanzara a meter la llave.
—Hola —nos recibió un hombre alto, con el cabello cano y un aspecto bastante tradicional en su vestir.
—Hola papá —Seele le dio un beso en la mejilla antes de que el hombre me extendiera la mano.
—Hola, soy Bill —respondí al saludo.
—Bienvenido muchacho, adelante. Soy Joseph —me palmeó el hombro, invitándome a entrar tras Seele.
La sala resultaba acogedora y un ligero olor a comida casera se filtraba desde la cocina.
—Tu madre ya se estaba preguntando si es que hoy vendrías —Joseph se dirigió a su hija.
—Como llevas algunos domingos faltando —se escuchó una voz que se acercaba.
—No han sido tantos, mamá —la voz de Seele que había comenzado siendo una expresión de alegría, se fue apagando. Su amigo, ese que pasaba tanto tiempo con ella y al que muchas veces tenía que dar explicaciones, apareció junto con su madre—. Hola Benjamín, no sabía que venías —el hombre me miró y de pronto todo fue silencio, sólo se oía el murmullo del televisor.
.
.
Tom estaba sentado en el sofá de la sala, tocaba algunos acordes en su guitarra acústica. Las notas llevaban varios días dando vueltas y perfeccionándose en su cabeza. No sabía qué letra podría poner Bill a la melodía, pero a él le sonaban como a una tormenta. Sus perros descansaban junto a él, relajados y escuchando. De pronto uno de ellos levantó la cabeza y se quedó mirando hacia la puerta. Otro se unió al gesto y Tom hizo lo mismo. Le pareció escuchar unos pasos a la carrera que subían los escalones del porche y supo que dejaban algo en el buzón. Se puso de pie sin saber cómo y se abalanzó hacia la puerta, la abrió y alcanzó a ver a un chico que se alejaba corriendo.
—¡Eh! —gritó, y aunque sabía que no serviría de nada, lo hizo de todos modos.
El corazón se le había acelerado al punto de causarle dolor en el pecho. Buscó la llave en su bolsillo y abrió la puerta del buzón, encontrando justo lo que temía. Era un sobre exactamente igual al que dejaran para Bill días atrás. Miró el remitente vacío y se encontró otra vez con el nombre de su hermano como destinatario.
—Mierda —masculló al comprender lo que encontraría en el interior.
.
Continuará.
.
N/A
Aquí estoy con un nuevo capítulo de esta historia que estuvo parada un tiempo. No sabía si la iba a terminar porque no tenía ganas de escribir, pero mi ánimo ha mejorado y creo que esta historia se merece llegar al final, así que andaré por aquí un poco más seguido. Agradezco a todos los que me han esperado.
Ojalá les guste.
Siempre en amor.
Anyara

3 comentarios:

  1. Será que la historia la terminas antes de ver a Bill en concierto? me encantaría que así fuera, ha quedado muy interesante, creo que esta novela es la mas misteriosa que has escrito y me encanta tiene tantos matices, se que siempre he sido una desesperada y ya quisiera verle la solución al problema pero todo requiere de una trma para una buena solución así que seré paciente, felicitaciones me quede con el alma en vilo. Un abrazo con cariño para ti.

    ResponderEliminar
  2. La verdad yo también he sido muy insistente por volver a leer esta historia, pero como siempre te dije eres muy talentosa y esto transmite tantos sentimientos que he quedado como siempre encantada con eso!!! Deseosa de saber que mas le espera a esa pareja que realmente veo que tienen casi todo en contra, por último, no vuelvas a desaparecer tanto porfa!!!! Gracias por continuar, gracias... GRACIAS!

    ResponderEliminar
  3. y aqui seguimos!! Uff Y en q parte nos has dejado!!! Me identifico mucho con Selee casi senti su corazon salirsele del pecho cuando vio a Benjamin.. y q embrollo!! A ver como lo resuelve.. no nos abandones tanto querida.

    Pd: besos y abrazos muy apachurrantes <3

    ResponderEliminar