jueves, 16 de abril de 2015

Cápsulas de Oro - Capítulo XLIV


Capítulo XLIV
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Pocas veces le concedemos a la vida el protagonismo real que tiene. Estamos tan enfrascados en nuestros minúsculos problemas que nos convertimos en ese insecto mínimo que recorre un jardín de dos por dos metros cuadrados y ni siquiera reparamos en ello.
La escena que se desarrolla en casa de Seele era simple en apariencia, cualquiera que nos viese pensaría incluso que era agradable, pero estábamos lejos de algo como eso. Me sentía sumergido en un momento de los años cincuenta; la familia perfecta sentaba a la mesa y entre sonrisas compartiendo una comida. Parecían masticar sus ideas, para no contarlas y miraban con ojos de cristal, para que no se leyeran las maldiciones que escondían. Benjamín no perdía oportunidad para mirarme de reojo. Seele, casi no había probado la comida que tenía en el plato. Su madre parecía contrariada, pero yo aún no podía adivinar la causa. El único en la mesa que parecía transparente era el padre; sonreía de vez en cuando, hablando del último partido de baloncesto que habían transmitido por tv y de los acontecimientos deportivos por venir; hasta que cambió de tema.
—Cuéntanos, Bill ¿De qué se conocen Seele y tú? —su pregunta era lógica, de hecho Seele y yo sabíamos que en algún momento se plantearía la duda. Sentí deseos de reír. Ella me miró y aunque su expresión parecía calma, en sus ojos yo podía leer el temor. A su lado estaba Benjamín, que se había echado atrás en la silla como si esperara para oír la respuesta que suponía inventada..
—Ya sabe, su hija es psiquiatra y yo estoy loco —sonreí. El hombre, Joseph, se quedó mirándome un instante como si procesara mis palabras. Luego miró a Seele que intentó una mueca parecida a una sonrisa, para volver a mirarme y romper en una carcajada.
—¡Tienes buen sentido del humor! —me halagó— ¿A qué te dedicas?
—Soy… un poco artista —no quería contar mucho de mí.
—Voy —Seele se puso de pie—… a la cocina por sal.
—Yo necesito algo de beber —dijo Benjamín, poniéndose de pie junto con ella. Yo notaba que no le había sentado bien mi sinceridad.
—Ben —habló el padre de Seele—, por favor,  trae otra botella de vino; que Seele te indique —Benjamín asintió y a punto estuvo de mirarme una vez más, pero se contuvo.
Lo observé alejarse hacia un pasillo donde suponía se encontraba la cocina. Seele lo precedía por unos cuantos pasos que daba airada y al menos para mí, visiblemente molesta.
—Ehm… ¿El baño? —pregunté con una sonrisa.
—Oh, por el pasillo al fondo —me indicó la madre de Seele.
Recorrí el mismo camino que había hecho ella hacía un instante. Lo hice despacio, como si esperara a oírla hablar, como si quisiera ser invisible y saber… algo que quizás Seele no me había contado.
—No es asunto tuyo Benjamín —la escuché recriminarle. Miré atrás y los padres de ella parecían distraídos.
—Lo es desde que comenzaste a contarme tus problemas con él —sentí escalofríos ¿Qué podría haberle contado?
—Pero no desde un punto de vista profesional, Ben —ella parecía querer quitar intensidad a la discusión.
—¿Y de qué otra manera se puede abordar el tema? —preguntó, con más autoridad de la que yo quería que tuviese sobre Seele.
—¿Quizás yo te pueda ayudar con eso? —le sonreí al intervenir, observando la cara de sorpresa de ambos. Seele pareció más contrariada de lo que yo esperaba.
—¿Podemos parar esto? —preguntó mientras le pasaba a Benjamín una botella de vino.
—Sí, claro —él bajó la mirada.
—¿Qué?, ¿no te animas a hablar conmigo? —lo acucié un poco más ¿Qué me pasaba? ¿Por qué parecía que quería comenzar una pelea? Benjamín me miró y simulaba estar tan compuesto y tranquilo que tuve deseos de arrancarle la botella de las manos y rompérsela en la cabeza.
—Llevaré esto —se dirigió a Seele. Pasó por mi lado, teniendo que pegarse mucho al umbral de la puerta para no tocarme. Yo apreté los dientes hasta que la presión me causó dolor en las mandíbulas. Sabía muy bien lo que me pasaba; necesitaba calmarme con algo más de una respiración profunda.
—¿Qué te pasa? —preguntó Seele, con cierto aire enfadado que sólo agravó mi tensión.
Me quedé en silencio un momento, tenía tantas emociones dentro, pero no sabía cómo contarlas. No podía darles forma.
—Nada —era lo único que podía responder. Quizás parecía una palabra vacía, pero a veces la nada esta rebozando de intranquilidad, de pena, de la angustia de no saber vivir.
Ambos callamos ¿Porqué callaba ella? No podía mirarla a los ojos porque temía que viera mi necesidad, temía que comprendiera que no estaba en sus manos ayudarme. Es tan absurdo el abismo, porque sabes que estás cayendo, sabes que deberías arañar la oscuridad y sostenerte y dejar de caer en él, pero no tienes fuerza, o quizás valentía, para parar la caída.
—Me voy —le avisé; dando la vuelta antes de que ella objetara. Pasé por el comedor y agradecí a sus padres por la comida. Al abrir la puerta me encontré con un chico que me miró extrañado. Le sonreí, pero no me detuve para saber de quién se trataba; en un resquicio de mi mente surgió la idea del hermano de Seele.
Comencé a caminar por la acera que antes estaba llena de una vida que ahora dormitaba en la siesta de media tarde. Me pareció que a lo lejos escuché mi nombre, pero no me detuve. Acorté camino por entre las estrechas calles que había en la parte de atrás de las casas. Algunos perros ladraron a mi paso, protegiendo la propiedad de sus amos.  Llegué a una avenida principal y busqué el modo de salir de aquella urbanización que parecía abofetearme con una vida pacifica que yo no conocería. Marqué a un número de taxis y le di el nombre de la intersección en la que me encontraba. Algunos minutos más tarde un vehículo se detuvo y me subí a él. Tenía muy claro el destino. Marqué un número que no aparecía en el listado de mi teléfono; me lo sabía de memoria. La voz adusta al otro lado de la línea me indicó que había marcado bien. En unos pocos minutos tendría la calma que el cuerpo me estaba pidiendo como un desesperado. Apoyé el teléfono contra mi boca mientras miraba las calles pasar; sabía que estaba a punto de cometer un acto desleal, pero necesitaba consumir, necesitaba borrarme a mí mismo de la vida y pasar a ese espacio paralelo en el que te olvidas del instinto de sobrevivencia. Quería ser inconsciente y despegar de esta tierra de mierda que me sostenía con garras desde los tobillos.
—Anuncian tormenta para esta tarde —dijo el taxista con cierta jovialidad que yo desprecié con una mirada y mi silencio. El resto del trayecto lo hicimos sin mediar palabra, pero entretanto yo me miré las manos, estas manos de dedos largos y uñas bien cuidadas. Por un momento me parecieron hasta demasiado bonitas para representarme, quise levantarme la piel y mirarme el hueso. Me quedé con ese pensamiento perdido mientras veía pasar las calles hasta llegar a mi destino.
El conductor me indicó que ya estábamos en la calle que le había mencionado; le pagué, le di un poco más de dinero y le pedí que me esperara. Me dijo que sólo diez minutos, que el sitio no era bueno y que no quería arriesgarse a un asalto.
Comencé a caminar con la mirada baja para no llamar la atención, pero era difícil; por muy rota que llevara la camiseta esta no dejaba de ser de marca y las cosas de valor en estos barrios brillan como si fuesen de neón.
Bill —me pareció escuchar mi nombre y en lugar de voltearme, seguí caminando— Bill —otra vez. Yo seguí, como si no supiera a quién le hablaban. Sentí una mano sobre mi hombro y tuve que mirar por obligación y un poco por miedo.
—Michael —dije, sin poder ocultar la sorpresa. Él me sonrió de ese modo alegre y desenfadado que dolía usar.
—Llevo un tramo siguiéndote.
—¿Pero cómo… —no pude terminar la pregunta.
—… sabía que estarías aquí? —terminó él por mí— Pura casualidad. Ya sabes, a veces uno necesita un poco de material corriente ¿Vienes por eso? —preguntó. No podía engañarlo, él sabía de qué pie cojeaba.
—Bueno… —argumenté.
—Ven, vamos a la parte alta, nos fumamos algo bueno, bebemos un poco y alargamos el día hasta el amanecer —rodeo mi hombro con su brazo y a pesar de que la cercanía me parecía demasiado ambiciosa por su parte, lo acepté porque su propuesta era mucho más digna que comprar pastillas, tomármelas y terminar tirado en la banqueta de algún parque.
Caminamos de vuelta hasta el taxi que me esperaba y llegamos a su ático. El sitio exudaba desolación. Los rincones parecían vacios de personas que hasta hace unas horas los ocuparan.
—¿Has tenido una fiesta? —pregunté, un poco por curiosidad, un poco por cortés costumbre.
—Sí, ayer. La de la limpieza no viene hasta mañana—aclaró, de camino a la mesilla de noche que había junto a su cama deshecha. Me senté en el borde de ella y lo miré hurgar en el primer cajón.
—¿Qué tienes? —pregunté más por lo ansioso que me sentía que por curiosidad.
—Algunos cigarrillos, unas pastillas corrientes —dijo, mientras me enseñaba algo de lo que mencionaba— y algunas de éstas —las cápsulas de oro casi brillaron entre sus dedos, a pesar la caja transparente que las atrapaba. La sensación de ansiedad creció dentro de mí, más fuerte de lo que podría imaginar, pero no las ansiaba por ser un adicto, las ansiaba porque tenían la forma de una llave a la liberación definitiva; ni siquiera sabía el camino por el que me podían llevar, pero presentía que sería mejor que cualquiera ya recorrido.
—Las quiero —dije, sin reparo.
—¿Éstas? —preguntó Michael, agitando la caja en el aire. Yo asentí repetidamente —¿Y qué me das a cambio? —su tono era coqueto y sugerente y yo sabía lo que codiciaba.
—¿Qué quieres? —pregunté, casi como un ofrecimiento. Michael sonrió.
—Pues… —jugó un poco más con mi ansiedad.
—¿Qué quieres? —insistí. Él se saboreó los labios.
—Más que un beso —aseguró.
En mi interior se mezclaban muchas sensaciones: la necesidad, la ansiedad, la desesperación. Necesitaba saber más sobre aquellas cápsulas, pero también necesitaba el desapego que las éstas mismas me infundían. Es curioso que busquemos en las drogas todo lo que una buena meditación y la vida altruista nos pueden dar. Me arrastré por la orilla de la cama, acercándome a él.
—¿Qué pretendes, Bill Kaulitz? —preguntó, cuando lo tuve muy cerca, a tiro para un beso.
—¿Qué quieres, Michael… ? —en ese momento comprendí que no conocía su apellido, a pesar del tiempo y de los lugares en los que me lo había cruzado. Me miró los ojos y la boca, casi con timidez. Puso su mano sobre mi muslo y se acercó a mi boca, arrodillado como estaba. Se detuvo cuando estaba a punto de besarme, parecía faltarle el aire y en mi interior sentí la remembranza de algún meet con fans, ese momento en el que quieren hablar, pero las palabras se atascan en su garganta— ¿Qué pasa? —le pregunté.
—Nada —respondió, infundiéndose del valor necesario para darme un beso. Lo recibí sin problema, ese beso era un fin en sí mismo. Su mano se deslizó por mi pierna hasta que sus dedos casi tocaron mi ingle. Me quedé estático, apenas movía la boca; no me importaba el sexo en lo absoluto, pero un resquicio de culpabilidad resonó en el fondo de mi mente: ¿Y Seele?
Es extraño el modo en que nuestros instintos nos dominan, nos convierten en criaturas salvajes que a pesar de la razón, actúan. Yo necesitaba droga, el modo de conseguirla importaba poco; tan poco, que permitía que Michael me metiera la lengua hasta la garganta y la mano bajo el pantalón. Pero había algo extraño, algo que no encajaba. Lo sostuve por los hombros y lo aparté lo suficiente como para hablar.
—¿Cómo me encontraste hoy? —pregunté.
—¿Importa? —insistió con los besos. Yo me eché un poco hacia atrás.
—Sí… —dije, un tanto dubitativo; sabía que estaba en juego mi viaje al paraíso.
—Ya te dije, por casualidad —repitió y me besó en el cuello. Lo dejé hacer durante un momento, mientras mi mente, aún trabajando, recopilaba datos de mis encuentros con él: La primera vez que lo había visto; la primera vez que habíamos compartido un cigarrillo arreglado, la primera vez que habíamos coincidido en un centro.
—¿Cómo te apellidas? —dije, sin preámbulos, casi como si el pensamiento saliera sin filtro.
Michael detuvo su intento de seducción, retiró la mano de entre la cremallera de mi pantalón y la apoyó sobre mis muslos.
—¿Por qué no nos tomamos algo primero? —sonrió, alcanzando la caja con pastillas doradas. Era tentador, tremendamente tentador, tanto que no encontraba fuerza para decir que no—Ya sé lo que necesitas —dijo de pronto y se puso en pie, saliendo hacia la zona del bar.
Miré hacia la puerta; las alternativas estaban claras. Metí la mano al bolsillo, saqué unos cuántos billetes y los dejé sobre la mesilla a cambio de las cápsulas. Caminé hacia la puerta, sin mirar atrás.
—¿Eh?, ¿a dónde vas? —preguntó a mi espalda. Le eché una mirada desde la puerta, abotonando mi pantalón.
—Ya nos veremos —dije a modo de respuesta, anticipando que volvería a verlo y a tropezarme con él por casualidad.
Comencé a pasear por las calles, siendo consciente en todo momento del peso que llevaba en el bolsillo; no es que las cápsulas pesasen en realidad, pero a mí me parecía que llevaba piedras en él. Pase por delante de una tienda de licores; el alcohol siempre sería más fácil de depurar que las pastillas. Ya había dejado atrás algún bar de la zona, pero no quería que nadie me viese y se ganara algún titular con mi depresión. Entré a la tienda y compré una botella de whisky, agradeciendo las infaltables bolsas de papel en las que te entregaban la compra. La tomé por el cuello y caminé con ella hasta el primer callejón que encontré. Olía mal, a deshechos y basura de días, pero no importaba, sólo quería ese primer trago que me aliviara la tensión. Apoyé la espalda contra la pared y giré la tapa. El primer trago me quemó la garganta como fuego, pero me bebí uno más en cuento me compuse de la sensación y del amargor. El tercer trago pasó con facilidad, apenas con un gesto de disgusto y una exclamación por la fuerza del alcohol. Miré la botella con cierto desprecio, no conseguía sacarme del padecimiento en la que me encontraba. Volví a llevármela a la boca, intentando ahogar la tristeza que sentía de fallar a Tom y a Seele, pero ¿qué podía hacer? Después de todo no me había tomado ninguna pastilla aún. Sentí escalofríos cuando alcancé esa reflexión; y si perdía el control…
Mi teléfono sonó y la melodía era la que había asignado a Seele. Apreté el aparato que permanecía en el bolsillo de mi pantalón; no quería responder, no quería dar explicaciones. Un minuto más tarde volvió a sonar, esta vez la melodía era la de Tom. Saqué el teléfono de mi bolsillo y lo sostuve en la mano mientras miraba la foto de mi hermano. Me bebí un trago más y arrojé el teléfono contra el suelo con tal fuerza que las piezas se separaron. Me quedé mirándolo como si él fuese el culpable de todo.
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Horas más tarde abrí la puerta de casa, la abrí despacio porque no quería encontrarme con Tom y que me reprochará el no haber respondido el teléfono. Uno de nuestros perros, el más pequeño, se acercó y le acaricié la cabeza. En ese momento escuché los gritos que provenían de la sala que solía usar para escuchar música ¿Con quién discutí Tom?, ¿Seele? Se me tensó la espalda, debía suponer que al no encontrarme uno buscaría al otro. Me eché el aliento contra la mano y comprobé que el whisky sólo se me notaría en los ojos, y eso si les permitía mirarme mucho tiempo.
¡No puedo seguir con esto! —escuché decir a Seele.
¡Mierda! Sigue sin responder. Tenemos que encontrarlo —Tom parecía nervioso, casi desencajado.
Yo iba avanzando por el pasillo, en silencio; otra vez escuchando tras las puertas.
¿Y este número? ¿Has llamado? —continuaba Seele.
No me atrevo —respondió mi hermano.
Habrá que intentarlo —dijo ella, justo en el momento en que yo empujaba la puerta entreabierta.
—Bill, ¿estás bien? —Tom hizo el gesto de acercarse y un manojo de papeles que tenía bajo el brazo se le cayeron. Miré al piso y me quedé casi hipnotizado en aquellas fotografías. Al principio no distinguí de que se trataba, pero cuando lo entendí se me heló la sangre.
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Continuará.
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N/A
Este es el punto en el que yo le cuento a uno de los integrantes de mi familia que he terminado capítulo y él me pregunta: “¿Ya llegaste al muajajajaj?” :D
Espero que el capítulo les haya gustado; ha pasado por varios estados, pero supongo que así se sienten los adictos, perdidos, cuerdos, perdidos otra vez. Bill ha aportado mucho al imaginario de este fic gracias al video de Feel It All.
Muchas gracias por leer y por esperarme con esta historia.
Siempre en amor.
Anyara.



6 comentarios:

  1. Ainsss... este es un terrible muajajaja!!! Q mala mala mala... me gusta la forma en la que describes que se siente Bill... yo tambien supongo que es asi siempre sintiendo que pueden "controlarlo" no se que pasara... espero que Bill pueda pasar esta etapa en esta historia que por el momento esta embrollada... jejejeje.. no encontre otra palabra...

    Pd: besitos y abrazos muy apachurrantes <3

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  2. Estoy completamente de acuerdo con Adriana Castillo, Me encanto el capitulo ♥

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  3. Es cierto, la mayoria de los capitulos de esta historia terminan con un Muajajajaaj y esa sensación de querer saber q pasará xD, si q eres perversilla.

    Que ternura me provoca imaginar a Bill asi tan indefenso ante sus miedos y buscando calmar sus ansiedades con drogas, dispuesto a pagar el precio de cualquier forma, pero también admiro esa pequeña parte de voluntad q asoma y evita q caiga por completo.

    Seele y Tom la tienen muy dificil, por mas q lo amen no pueden ayudarlo y mas ahora q Luther ha arreciado su ataque,.

    Me encantó la parte de la visita de Bill a la casa de Seele, casi podia imaginar sus rostros *__*,

    Besitos Any y espero continues prontito esta interesante historia, muaaaakkk

    PD: Retome de varios caps atras para volver a ponerme al día

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  4. Definitivamente si llegaste al Muajajaja!!! La verdad ame este capítulo, esta historia me llena de sorpresas porque me quedo pensando ¿y ahora? La verdad estoy comenzando a sospechar de Michael, creo que no soy la única, gracias por esperar y por favor, no tardes con el siguiente!!

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  5. No se porque puse, gracias por esperar hahahaha era, gracias por escribir!! Este capítulo me ha dejado en la luna

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  6. Aqui estoy, dejando mi comentario, tengo sentimientos encontrados con este Bill de capsulas, una especie de instinto de protección hacia el, también me da mucha tristeza lo abandonado que se siente, a pesar de que tiene a Tom y Seele que están con el incondicionalmente, entiendo que en su situación no lo quiere ver...así como en FIA, estaba que me metía en el video y agarraba a Bill para llevármelo, ayudarlo y protegerlo jeje. Aunque se aclare lo del asesinato de la chica, Bill esta hasta arriba con la adicción y sera un camino dificil de superar. Saludos.- Jen Gatta Marquez

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