sábado, 27 de febrero de 2016

Cápsulas de Oro / Capítulo XLIX



Capítulo XLIX
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El ser humano se esfuerza continuamente por esconder sus miserias, las envuelve y cava un agujero profundo en el que enterrarlas para que nadie más las vea. Poco a poco va creando una ilusión en la que se convence a sí mismo de la perfección de su vida; hasta que viene la lluvia y moja la tierra, la encharca y el charco se seca, dejando las miserias expuestas, como las raíces de un árbol.
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—No, no, no, ya para —suplicaba, mientras perdía el aliento a causa de un beso que tocaba mi piel, la presionaba y la humedecía, justo en el sitio adecuado—… déjame, Bill —continuaba suplicando, con los ojos entrecerrados y las manos empujándolo desde los brazos, para que se alejara, mientras mis dedos lo aferraban hasta el dolor. La pasión resultaba tan incongruente, las mismas acciones que parecían ayudarte a escapar, eran las que te hacían prisionero— Bill… por favor —su nombre, únicamente su nombre, me hacía perder el aliento y todo mi cuerpo se bañaba en el calor del deseo. Su mano recorría mi muslo, desde la rodilla, arrastrando la falda. El sonido de la tela al friccionarse me causaba escalofrío y sabía que aunque la razón se oponía, terminaría cediendo a su anhelo.
—Debería parar —susurraba él, sobre mi clavícula, justo antes de darme un pequeño mordisco que casi se lleva mi conciencia.
—No, no —murmuré, antes de atrapar los aros de su oreja entre los labios, para humedecer el lóbulo y escucharlo sisear tan profundo que se me ablandaron los huesos.
No llegaría a la primera hora de guardia; tampoco a la segunda. Por un momento no me importó saltarme toda la mañana de trabajo con tal de afianzarme a su cadera y volver a sentir la presión de su ingle entre mis piernas.
—Ya basta —supliqué, aferrándome a un par de segundos de cordura. Quisimos separarnos, pero sólo conseguimos detener los besos que se convirtieron en un choque de respiraciones. Su boca estaba a centímetros de la mía y podía sentir su aliento caliente entrando en mí con cada inhalación.
—No vayas —pedió, con la voz roída, ahogada por el ansia.
—No podemos encontrar esta noche —le ofrecí y moví, de forma involuntaria, la cadera en busca de la suya.
—Puedo ir por ti, si quieres —habló y suspiró, devolviéndome el movimiento de cadera que presionó su erección sobre mi sexo.
—Sí, sí… —acepté, buscando su boca para devorarlo una vez más.
Habían pasado muchas horas desde entonces, aunque aún sentía escalofríos en la piel cuando recordaba sus besos y el modo en que sus manos me sostenían. Le había dejado un par de mensajes poco apropiado para menores, de los que sólo había respondido uno. El resto del día había transcurrido entre las labores habituales de mi trabajo: horas en el hospital, una charla emocional por parte de Benjamín, y después de la hora de comer había llegado al centro para atender a mi paciente. Las sesiones individuales y grupales terminaron hacía poco más de una hora y yo permanecía en mi oficina, adelantando trabajo que podía hacer en casa; necesitaba una excusa para quedarme hasta que la mayoría del personal se retirara y sólo quedara el turno de noche.
Tomé el teléfono, serían cerca de la nueve. Le puse un nuevo mensaje a Bill: En media hora estaré fuera. Esperé un par de minutos, pero no tuve respuesta. Por un momento pensé en llamar a Tom para asegurarme de que su hermano estaba bien, pero negué, intentando aplazar mi paranoia ¿Qué le podía haber pasado? Estaba muy bien cuando yo me fui del apartamento.
Me puse en pie y decidí terminar lo antes posible con la tarea que me había impuesto para hoy. Amanda habría terminado su turno en secretaría y aunque el lugar se mantuviese cerrado con llave hasta el día siguiente, siempre podría apelar a la buena voluntad del guardia de la planta que comenzaba su turno de noche, para que me abriera la oficina. Necesita investigar un poco más sobre Michael… Ni siquiera sabía su apellido, pero sí sabía que el doctor Miller era quién lo atendía y al menos era un comienzo.
Con esa idea en mente, salí de la oficina. El pasillo que daba a la secretaría, pasando por la puerta de Hayman, estaban en completa soledad. Mis pasos, por muy amortiguados que quisiera darlos, eran una señal clara de mi presencia para cualquiera. Por un momento consideré la idea de avanzar descalza, pero había tanto de absurdo en aquella idea, como en lo que pretendía hacer.
Al llegar frente a la recepción y encontrarme con el guardia, sentí ese primer impulso, ese que precede a todo mal paso, el que te avisa de que aún es tiempo y puedes arrepentirte, no has hecho nada, sólo lo has pensado. Sin embargo, sabía que debía ir más allá. Había algo oscuro en Michael y en su actitud, algo que no me gustaba y tenía que ver con Bill.
—Hola —me dirigí al hombre que permanecía inclinado, rebuscando en el compartimiento de un mueble auxiliar.
—Hola —contestó y al ponerse de pie vi que se trataba de Brett. No sabía si eso era mejor o peor.
—Hola Brett, no sabía que tenías este turno —dije, con total sinceridad.
—Hola doctora Lausen —respondió con una sonrisa amable—. Rotaciones de horario, ya sabe.
—Claro, claro
—¿En qué puedo ayudarla? ¿Tiene algún problema? Ya es un poco tarde para que usted esté por aquí —no podía negarle la suspicacia de quién vigila.
—Nada importante —sonreí y sentí el impulso de desviar la mirada de sus ojos claros, pero aquello delataría mi inquietud— ¿Tienes llave de secretaría? Necesito mirar un expediente para un informe que debo entregar mañana.
—Sí tengo, como de todas las oficinas de esta planta, pero no estoy autorizado a abrirlas a no ser que la seguridad lo requiera —se apresuró a aclarar.
—Para mí es importante —agregué un poco de empatía a mi tono amable, para intentar despertar su compasión.
—Lo siento doctora —su propio tono amable incorporó algo de: por mucho que insista.
—Ok, ok, lo entiendo —resoplé, intentando mostrar mi frustración real, aunque por una razón diferente a la que Brett sabía.
—Lo siento, doctora, lo digo de verdad —se apresuró a aclarar, apoyando ambas manos en el mostrador. Le hice un gesto comprensivo y puse una mano sobre la suya.
—Lo sé Brett, tranquilo —le sonreí, resignada, mirándolo directamente a los ojos—. Sé que si estuviese en tu poder, me dejarías entrar —agregué al toque de mi mano sobre la suya, una pequeña caricia. Él se quedó observando la unión y aunque sentí el impulso de quitar la mía, me mantuve inmóvil.
Respiró profundamente.
—Sólo quiere mirar un expediente ¿No? —preguntó.
—Sí —respondí con prisa, casi conteniendo el aliento.
—¿No se lo llevará? —insistió con las preguntas.
—No.
Se quedó en silencio un instante, debatiendo de forma interna.
—Ok —dijo—le abriré la secretaría y mirará su expediente, pero todo debe quedar en el mismo sitio en que lo encontró —sentenció.
—¡Gracias! —exclamé, casi sin contenerme y apretando su mano— Gracias —repetí con un poco más de mesura, que él comprendió de inmediato
Nos dirigimos a la oficina de secretaría, Brett abrió la puerta y me invitó a pasar como quién abre la puerta de su casa. Una vez en el interior, miré tras de mí y lo encontré en el umbral.
—Estaré ahí —indicó la recepción—, por si necesita algo.
—Gracias, Brett —dije, de forma sincera. Él sonrió y se perdió.
Consideré el tener un detalle con él, quizás una botella de algo que le gustase beber o algún libro ¿Qué tipo de lectura le agradaría?
La pregunta se quedó deambulando en mi mente, hasta que encontré los expedientes.
Lo primero que hice fue buscar por asignación. El nombre de los médicos estaba organizado de forma alfabética y Lausen estaba antes que Miller. En mi fichero se podía encontrar un par de casos de segunda etapa que había tratado antes de a Bill y el caso que ahora mismo tenía abierto; no pude evitar la curiosidad y miré el expediente de Bill, con la idea de encontrar alguna nota que Hayman hubiese puesto. Mis consideraciones sobre el paciente estaban ahí, todas ellas, las que había manipulado para que fuesen la información médica del centro y al final de todas las páginas, que incluían una fotografía de un Bill demacrado y de cabello oscuro, al ingreso al centro, encontré una nota de Robert Hayman que me catalogaba como demasiado nihilista. Me detuve ante el término, al principio como si se tratara de un insulto, pero al dar una segunda mirada consideré que desde la superficie sí podía parecerlo; yo no aceptaba la autoridad con facilidad y era partidaria de las ideas más etéreas, no me sentía adepta a lo preconcebido, necesitaba de nuevas formas de existencia, más acorde con el tiempo en el que vivimos.
—Doctora Lausen ¿Ha terminado? —escuché a Brett desde la puerta.
—Un momento —pedí, dejando mi expediente de lado, para buscar el de Miller.
Sus pacientes eran muchos más que los míos; era lógico, después de todo él era uno de los psiquiatras estables del centro y llevaba al menos una década ejerciendo. Entre sus paciente, encontré un Joseph, una Megan y dos Michael; uno de ellos era moreno y claramente de ascendencia afroamericana, el segundo tenía rasgos orientales, por lo que no me molesté en mirar su apellido, pero al llegar al tercer expediente, ni siquiera tuve que mirar la fotografía; Michael Wulff.
Si se puede razonar un desmayo, creo que fui consciente de las sensaciones previas. Las manos y los pies se me congelaron y noté manchas luminosas y luego borrosas sobre las letras que garabateaban el nombre y apellidos de Michael ¿Cómo era posible que Bill estuviese en manos de su captor por tanto tiempo? La sola idea me revolvía el estómago hasta que sentí la bilis asomarse a mi garganta. Respiré lo más profundo que me fue posible y me obligué a la calma, porque de otro modo la información no sería útil.
Revisé el expediente de Michael a profundidad y tomé algunas fotografías de las páginas que me resultaron más relevantes. Cada vez que pensaba en la cercanía que había tenido con Bill, se me agriaba el estómago.
Salí de la secretaría con tanta prisa, que ni siquiera pude dedicarle a Brett una mirada de agradecimiento; le solté un gracias, al aire, mientras pasaba por delante de la recepción.
La respiración se me había agitado y ni siquiera sabía bien si era por la carrera que llevaba a mi oficina o por el pánico que comenzaba a sentir. Bill no había respondido mis mensajes, sólo uno y de eso hacía horas. Marqué su número y obtuve como respuesta la grabación de una operadora que me invitaba a dejar un mensaje. Detuve mi andar y observé tras los cristales el jardín por el que habíamos paseado más de una vez en busca de sinceridad para nuestras sesiones. La voz de la operadora salió a mi encuentro otra vez y ya no esperé a su invitación. La sensación de pánico que antes experimentara se convirtió en terror. Busqué el número de Tom y lo marqué, él era mi madero en este mar que luchaba por tragarme.
—¿Tom? ¿Tom? —dije, en cuanto la llamada fue respondida.
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Seele me besaba, de ese modo apasionado y tan propio de ella, en el que todo su cuerpo encontraba un lugar en el mío para encajar. Su boca creaba vacíos que llenaban la mía, su pecho se acoplaba a la forma de mi pecho; sus manos se asían a mi espalda y mi nuca, con la maestría con la que la hiedra se adhiere al tronco de un árbol. De pronto sentí el vacío, ella me soltaba y la seguridad de su abrazo se desvanecía. Me veía cayendo en un abismo que no encontraba final. La respiración se me entrecortaba y las muñecas me dolían; las miraba y en torno a ellas había una cuerda que las unía hasta el dolor.
—Ah —me quejé y no fue hasta que oí mi propia voz, que comprendí que todo lo anterior era un sueño, menos las cuerdas en mis muñecas. Las miré y el terror que sentí sólo podía compararlo con un único momento de mi vida, cuando la vi a Ella sin vida— ¿Qué pasa? —pregunté, impulsado por la inercia de mis pensamientos.
—Tranquilo, todo está bien —escuché una voz junto a mí, en medio de la oscuridad del sitio en el que estaba y que sólo era iluminada por una vela gastada, sobre una mesa; era Michael.
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Continuará
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N/A
Aquí les dejo un nuevo capítulo. Espero que todo vaya encajando y que el “misterio” que ha contenido esta historia se vaya comprendiendo. Espero, también, que para el final que tengo preparado, se entienda la razón de lo que la historia nos ha contado.
Un beso a todos los lectores y gracias por estar ahí.
Siempre en amor.
Anyara








8 comentarios:

  1. :( Primero los X y ahora esto, quiero llorar snif, snif ese Michael, es una pesadilla, Gracias por escribir pero te has de haber quedado con un muajaja en el rostro verdad? Saludos

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  2. Aichsss me lo temía xD, ese Michael me causó mala espina desde el principio, todo comienza a encajar y es emocionante.

    Solo espero q no nos tortures mucho con la proxima entrega *pone cara de pediche * muaakkk Any

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  3. Me encanta el rumbo que esta tomando la historia, es muy intrigante, quiero leer mas ��

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  4. Querida Anya!! Me he puesto al día con la historia hasta ahora y no puedo creer lo cruel q eres!!! Pobre Bill!! Pobre Selee!!! Espero con ansias el siguiente!!

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  5. En serio no has continuado con esto? Me aventure creyendo que había algo más :( Que malvada ya ha pasado un año y mas desde esto. .

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  6. No puedo creer que no tenga final, no la has continuado

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    1. Tendrá final, en mi mente está escrito, pero no he podido dedicar tiempo a ello. Gracias por comentar y tirarme las orejas :)

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  7. JAJAJA Lo siento, pero quede encantada con la historia, es demasiada intriga.

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