Capítulo XLIX
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El ser humano se esfuerza
continuamente por esconder sus miserias, las envuelve y cava un agujero
profundo en el que enterrarlas para que nadie más las vea. Poco a poco va
creando una ilusión en la que se convence a sí mismo de la perfección de su
vida; hasta que viene la lluvia y moja la tierra, la encharca y el charco se
seca, dejando las miserias expuestas, como las raíces de un árbol.
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—No, no, no, ya para —suplicaba,
mientras perdía el aliento a causa de un beso que tocaba mi piel, la presionaba
y la humedecía, justo en el sitio adecuado—… déjame, Bill —continuaba
suplicando, con los ojos entrecerrados y las manos empujándolo desde los
brazos, para que se alejara, mientras mis dedos lo aferraban hasta el dolor. La
pasión resultaba tan incongruente, las mismas acciones que parecían ayudarte a
escapar, eran las que te hacían prisionero— Bill… por favor —su nombre,
únicamente su nombre, me hacía perder el aliento y todo mi cuerpo se bañaba en
el calor del deseo. Su mano recorría mi muslo, desde la rodilla, arrastrando la
falda. El sonido de la tela al friccionarse me causaba escalofrío y sabía que
aunque la razón se oponía, terminaría cediendo a su anhelo.
—Debería parar —susurraba él,
sobre mi clavícula, justo antes de darme un pequeño mordisco que casi se lleva
mi conciencia.
—No, no —murmuré, antes de atrapar
los aros de su oreja entre los labios, para humedecer el lóbulo y escucharlo
sisear tan profundo que se me ablandaron los huesos.
No llegaría a la primera hora de guardia;
tampoco a la segunda. Por un momento no me importó saltarme toda la mañana de
trabajo con tal de afianzarme a su cadera y volver a sentir la presión de su
ingle entre mis piernas.
—Ya basta —supliqué, aferrándome a
un par de segundos de cordura. Quisimos separarnos, pero sólo conseguimos
detener los besos que se convirtieron en un choque de respiraciones. Su boca
estaba a centímetros de la mía y podía sentir su aliento caliente entrando en
mí con cada inhalación.
—No vayas —pedió, con la voz
roída, ahogada por el ansia.
—No podemos encontrar esta noche
—le ofrecí y moví, de forma involuntaria, la cadera en busca de la suya.
—Puedo ir por ti, si quieres
—habló y suspiró, devolviéndome el movimiento de cadera que presionó su
erección sobre mi sexo.
—Sí, sí… —acepté, buscando su boca
para devorarlo una vez más.
Habían pasado muchas horas desde
entonces, aunque aún sentía escalofríos en la piel cuando recordaba sus besos y
el modo en que sus manos me sostenían. Le había dejado un par de mensajes poco
apropiado para menores, de los que sólo había respondido uno. El resto del día
había transcurrido entre las labores habituales de mi trabajo: horas en el hospital,
una charla emocional por parte de Benjamín, y después de la hora de comer había
llegado al centro para atender a mi paciente. Las sesiones individuales y
grupales terminaron hacía poco más de una hora y yo permanecía en mi oficina,
adelantando trabajo que podía hacer en casa; necesitaba una excusa para
quedarme hasta que la mayoría del personal se retirara y sólo quedara el turno
de noche.
Tomé el teléfono, serían cerca de
la nueve. Le puse un nuevo mensaje a Bill: En
media hora estaré fuera. Esperé un par de minutos, pero no tuve respuesta. Por
un momento pensé en llamar a Tom para asegurarme de que su hermano estaba bien,
pero negué, intentando aplazar mi paranoia ¿Qué le podía haber pasado? Estaba muy
bien cuando yo me fui del apartamento.
Me puse en pie y decidí terminar
lo antes posible con la tarea que me había impuesto para hoy. Amanda habría
terminado su turno en secretaría y aunque el lugar se mantuviese cerrado con
llave hasta el día siguiente, siempre podría apelar a la buena voluntad del
guardia de la planta que comenzaba su turno de noche, para que me abriera la
oficina. Necesita investigar un poco más sobre Michael… Ni siquiera sabía su
apellido, pero sí sabía que el doctor Miller era quién lo atendía y al menos
era un comienzo.
Con esa idea en mente, salí de la
oficina. El pasillo que daba a la secretaría, pasando por la puerta de Hayman,
estaban en completa soledad. Mis pasos, por muy amortiguados que quisiera
darlos, eran una señal clara de mi presencia para cualquiera. Por un momento
consideré la idea de avanzar descalza, pero había tanto de absurdo en aquella
idea, como en lo que pretendía hacer.
Al llegar frente a la recepción y
encontrarme con el guardia, sentí ese primer impulso, ese que precede a todo
mal paso, el que te avisa de que aún es tiempo y puedes arrepentirte, no has
hecho nada, sólo lo has pensado. Sin embargo, sabía que debía ir más allá. Había
algo oscuro en Michael y en su actitud, algo que no me gustaba y tenía que ver
con Bill.
—Hola —me dirigí al hombre que
permanecía inclinado, rebuscando en el compartimiento de un mueble auxiliar.
—Hola —contestó y al ponerse de
pie vi que se trataba de Brett. No sabía si eso era mejor o peor.
—Hola Brett, no sabía que tenías
este turno —dije, con total sinceridad.
—Hola doctora Lausen —respondió
con una sonrisa amable—. Rotaciones de horario, ya sabe.
—Claro, claro
—¿En qué puedo ayudarla? ¿Tiene
algún problema? Ya es un poco tarde para que usted esté por aquí —no podía
negarle la suspicacia de quién vigila.
—Nada importante —sonreí y sentí
el impulso de desviar la mirada de sus ojos claros, pero aquello delataría mi
inquietud— ¿Tienes llave de secretaría? Necesito mirar un expediente para un
informe que debo entregar mañana.
—Sí tengo, como de todas las
oficinas de esta planta, pero no estoy autorizado a abrirlas a no ser que la
seguridad lo requiera —se apresuró a aclarar.
—Para mí es importante —agregué un
poco de empatía a mi tono amable, para intentar despertar su compasión.
—Lo siento doctora —su propio tono
amable incorporó algo de: por mucho que
insista.
—Ok, ok, lo entiendo —resoplé,
intentando mostrar mi frustración real, aunque por una razón diferente a la que
Brett sabía.
—Lo siento, doctora, lo digo de
verdad —se apresuró a aclarar, apoyando ambas manos en el mostrador. Le hice un
gesto comprensivo y puse una mano sobre la suya.
—Lo sé Brett, tranquilo —le
sonreí, resignada, mirándolo directamente a los ojos—. Sé que si estuviese en
tu poder, me dejarías entrar —agregué al toque de mi mano sobre la suya, una
pequeña caricia. Él se quedó observando la unión y aunque sentí el impulso de
quitar la mía, me mantuve inmóvil.
Respiró profundamente.
—Sólo quiere mirar un expediente
¿No? —preguntó.
—Sí —respondí con prisa, casi
conteniendo el aliento.
—¿No se lo llevará? —insistió con
las preguntas.
—No.
Se quedó en silencio un instante,
debatiendo de forma interna.
—Ok —dijo—le abriré la secretaría
y mirará su expediente, pero todo debe quedar en el mismo sitio en que lo
encontró —sentenció.
—¡Gracias! —exclamé, casi sin
contenerme y apretando su mano— Gracias —repetí con un poco más de mesura, que
él comprendió de inmediato
Nos dirigimos a la oficina de
secretaría, Brett abrió la puerta y me invitó a pasar como quién abre la puerta
de su casa. Una vez en el interior, miré tras de mí y lo encontré en el umbral.
—Estaré ahí —indicó la recepción—,
por si necesita algo.
—Gracias, Brett —dije, de forma
sincera. Él sonrió y se perdió.
Consideré el tener un detalle con
él, quizás una botella de algo que le gustase beber o algún libro ¿Qué tipo de
lectura le agradaría?
La pregunta se quedó deambulando en
mi mente, hasta que encontré los expedientes.
Lo primero que hice fue buscar por
asignación. El nombre de los médicos estaba organizado de forma alfabética y
Lausen estaba antes que Miller. En mi fichero se podía encontrar un par de
casos de segunda etapa que había tratado antes de a Bill y el caso que ahora
mismo tenía abierto; no pude evitar la curiosidad y miré el expediente de Bill,
con la idea de encontrar alguna nota que Hayman hubiese puesto. Mis
consideraciones sobre el paciente estaban ahí, todas ellas, las que había
manipulado para que fuesen la información médica del centro y al final de todas
las páginas, que incluían una fotografía de un Bill demacrado y de cabello
oscuro, al ingreso al centro, encontré una nota de Robert Hayman que me catalogaba
como demasiado nihilista. Me detuve ante el término, al principio como si se
tratara de un insulto, pero al dar una segunda mirada consideré que desde la
superficie sí podía parecerlo; yo no aceptaba la autoridad con facilidad y era partidaria
de las ideas más etéreas, no me sentía adepta a lo preconcebido,
necesitaba de nuevas formas de existencia, más acorde con el tiempo en el que
vivimos.
—Doctora Lausen ¿Ha terminado?
—escuché a Brett desde la puerta.
—Un momento —pedí, dejando mi
expediente de lado, para buscar el de Miller.
Sus pacientes eran muchos más que
los míos; era lógico, después de todo él era uno de los psiquiatras estables del
centro y llevaba al menos una década ejerciendo. Entre sus paciente, encontré
un Joseph, una Megan y dos Michael; uno de ellos era moreno y claramente de
ascendencia afroamericana, el segundo tenía rasgos orientales, por lo que no me
molesté en mirar su apellido, pero al llegar al tercer expediente, ni siquiera
tuve que mirar la fotografía; Michael Wulff.
Si se puede razonar un desmayo,
creo que fui consciente de las sensaciones previas. Las manos y los pies se me
congelaron y noté manchas luminosas y luego borrosas sobre las letras que
garabateaban el nombre y apellidos de Michael ¿Cómo era posible que Bill
estuviese en manos de su captor por tanto tiempo? La sola idea me revolvía el
estómago hasta que sentí la bilis asomarse a mi garganta. Respiré lo más
profundo que me fue posible y me obligué a la calma, porque de otro modo la
información no sería útil.
Revisé el expediente de Michael a
profundidad y tomé algunas fotografías de las páginas que me resultaron más
relevantes. Cada vez que pensaba en la cercanía que había tenido con Bill, se
me agriaba el estómago.
Salí de la secretaría con tanta
prisa, que ni siquiera pude dedicarle a Brett una mirada de agradecimiento; le
solté un gracias, al aire, mientras
pasaba por delante de la recepción.
La respiración se me había agitado
y ni siquiera sabía bien si era por la carrera que llevaba a mi oficina o por
el pánico que comenzaba a sentir. Bill no había respondido mis mensajes, sólo
uno y de eso hacía horas. Marqué su número y obtuve como respuesta la grabación
de una operadora que me invitaba a dejar un mensaje. Detuve mi andar y observé
tras los cristales el jardín por el que habíamos paseado más de una vez en
busca de sinceridad para nuestras sesiones. La voz de la operadora salió a mi
encuentro otra vez y ya no esperé a su invitación. La sensación de pánico que
antes experimentara se convirtió en terror. Busqué el número de Tom y lo
marqué, él era mi madero en este mar que luchaba por tragarme.
—¿Tom? ¿Tom? —dije, en cuanto la
llamada fue respondida.
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Seele me besaba, de ese modo
apasionado y tan propio de ella, en el que todo su cuerpo encontraba un lugar
en el mío para encajar. Su boca creaba vacíos que llenaban la mía, su pecho se
acoplaba a la forma de mi pecho; sus manos se asían a mi espalda y mi nuca, con
la maestría con la que la hiedra se adhiere al tronco de un árbol. De pronto sentí
el vacío, ella me soltaba y la seguridad de su abrazo se desvanecía. Me veía
cayendo en un abismo que no encontraba final. La respiración se me entrecortaba
y las muñecas me dolían; las miraba y en torno a ellas había una cuerda que las
unía hasta el dolor.
—Ah —me quejé y no fue hasta que
oí mi propia voz, que comprendí que todo lo anterior era un sueño, menos las
cuerdas en mis muñecas. Las miré y el terror que sentí sólo podía compararlo
con un único momento de mi vida, cuando la vi a Ella sin vida— ¿Qué pasa? —pregunté,
impulsado por la inercia de mis pensamientos.
—Tranquilo, todo está bien
—escuché una voz junto a mí, en medio de la oscuridad del sitio en el que
estaba y que sólo era iluminada por una vela gastada, sobre una mesa; era
Michael.
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Continuará
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N/A
Aquí les dejo un nuevo capítulo. Espero que todo vaya encajando y que
el “misterio” que ha contenido esta historia se vaya comprendiendo. Espero,
también, que para el final que tengo preparado, se entienda la razón de lo que
la historia nos ha contado.
Un beso a todos los lectores y gracias por estar ahí.
Siempre en amor.
Anyara
:( Primero los X y ahora esto, quiero llorar snif, snif ese Michael, es una pesadilla, Gracias por escribir pero te has de haber quedado con un muajaja en el rostro verdad? Saludos
ResponderEliminarAichsss me lo temía xD, ese Michael me causó mala espina desde el principio, todo comienza a encajar y es emocionante.
ResponderEliminarSolo espero q no nos tortures mucho con la proxima entrega *pone cara de pediche * muaakkk Any
Me encanta el rumbo que esta tomando la historia, es muy intrigante, quiero leer mas ��
ResponderEliminarQuerida Anya!! Me he puesto al día con la historia hasta ahora y no puedo creer lo cruel q eres!!! Pobre Bill!! Pobre Selee!!! Espero con ansias el siguiente!!
ResponderEliminarEn serio no has continuado con esto? Me aventure creyendo que había algo más :( Que malvada ya ha pasado un año y mas desde esto. .
ResponderEliminarNo puedo creer que no tenga final, no la has continuado
ResponderEliminarTendrá final, en mi mente está escrito, pero no he podido dedicar tiempo a ello. Gracias por comentar y tirarme las orejas :)
EliminarJAJAJA Lo siento, pero quede encantada con la historia, es demasiada intriga.
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