Sátira
.
Era un sábado por la noche, de esos sábados que cuando es miércoles te
parecen iluminados con luces de neón; algo así como una fantástica puerta al
cielo por la que puedes cruzar y sentirte transportado, pero que después
comprendes que sólo es un sábado más, sin mucha cosa, un sábado deslavado.
Bill había salido del club, en el que estaba tratando de matar el
tiempo, y se fumaba un cigarrillo en la soledad que le permitían los demás
fumadores. Miró a la distancia y vio pasar a un grupo de chicas que reían y
hacían repiquetear los tacones contra la acera ¿Serían sólo un grupo de
amigas?, ¿serían chicas de pago? La indumentaria no ayudaba mucho a hacer la
diferencia. Lo más probable es que fuesen amigas, ya que a las chicas de pago
les iba mejor si estaban solas. Una de ellas reparó en él y bajó la mirada
cuando estas se cruzaron. Bill fumó un poco más, consciente de que sólo le
quedaban dos caladas; siempre podría apurar el cigarrillo y volver a entrar o
dejar que se consumiese lento hasta ver hacia dónde lo llevaría la mirada de
aquella rubia; esperaba que a algo interesante. Necesitaba sexo caliente;
quizás fuese por la luna llena que adornaba el cielo, quizás por la abstinencia
que llevaba meses apaciguando con su mano. La chica lo volvió a mirar y entonces…
—¡Eh! ¡Espera! —gritó Bill.
La autora se quedó mirando la
línea que se había plasmado por sí sola en la página de word. A continuación se
miró los dedos, confusa, como si debiesen darle una explicación.
—No, no te lo estás imaginando —digo, molesto.
Nuevamente la incredulidad golpeó
a la autora, esta vez aderezada con la maravilla de la fantasía creada y viva.
Se atrevió a tocar las teclas y las acarició con las yemas de los dedos,
mientras la idea cobraba forma en su cabeza.
—¿Eres tú? —escribió y esperó.
—¿Tú? ¿Quién es tú? Soy Bill, bueno, el Bill que has
puesto aquí, en esta historia de tres al cuarto —digo, fastidiado.
—¿Digo? —preguntó la autora
curiosa del modo en que el personaje se describía a sí mismo.
—Sí, fastidiado ¿Te parece que no
tengo razones para estarlo?
Es increíble —pensó, echándose atrás en aquella silla que sonaba
desvencijada por el uso. Se llevó ambas manos a la cabeza y sonrió de menos a
más, hasta que la sonrisa le tensó la boca del todo.
—¿Eh? ¿Estás ahí? —insisto.
—¡Sí, sí! —se apresuró a aclarar,
tecleando lo más rápido posible.
—Bien, porque ahora no sé qué
hacer con esta rubia que me has plantado aquí delante.
—¿Qué pasa con ella? ¿No es de tu
gusto? ¿Prefieres una morena? ¿Quizás tienes otras preferencias?
—¿Preferencias? —me rio y en tu cara— Ya quisieras saber
tú. No, es que a mí no me apetece ir al cuento hoy. Eres tú la que quiere verme
en faena y describir lo bien que me lo monto.
—¡Ey! No te quejarás —se defendió
la autora—. Te he puesto muy bien; todo un macho alfa.
—Ya, aquí, pero más tarde seguro
que en alguna otra historia me arrinconan contra una pared y me lo meten hasta
la tripa.
—Augh… No necesitas ser tan
gráfico.
—Qué no, rubita, que hoy paso de
ti —le digo a este personaje—. Podrías haber creado algo con un poco más de
categoría y no a la típica chica enamorada que no aporta nada más que un par de
buenas tetas a la historia.
—A mí no me parecía mal la rubia
¿No les gustan a ustedes que tengan globos
bien inflados? Para aplastarlos con las manos y darles vueltas como si fueran…
—¡Eh! ¿Quién es la gráfica ahora?
—me quejo.
—Oka, lo pillo.
—Deja que encienda otro
cigarrillo y nos vamos caminando por ahí, que tengo unas cuántas cosas que
decirte.
—¿Sugerencias?
—Más bien, reclamaciones.
—Oh, vaya.
—Son esas rubitas que me ponen al
lado las que arruinan las historias, si es que parece que comen papel picado
todo el día, no tienen nada en la cabeza.
—¡Ya está bien! ¿No? —se defendió
la autora.
—Ok, ok, que no siempre son así.
También están las que se comen al mundo, al personaje principal; que en este
caso soy yo, y que terminan siendo las heroínas de sus propias historias. Esos
escritos deberían estar en la categoría de: Me
amo a mí misma.
—Jjajajajajaja… No puedo quitarte
razón.
—Si hasta tú lo has visto.
—Pero no te quejarás, en mis
historias siempre eres el protagonista.
—No sé qué decirte. Que uno
también se cansa de tanto vaivén.
—¿Vaivén?
—Sí, emocionalmente me tienes hecho
polvo. Un día estoy enamorado, al siguiente despechado, luego me siento
frustrado y solo ¡¿Sabes tú la de pajas que me he hecho entre uno y otro de tus
capítulos?!
—Esto… yo…
—Sí, ahora ponte tímida —aspiro
una calada profunda del cigarrillo.
—¿Lo siento?
—No, quien lo siente soy yo.
Además, dime ¿Qué es eso de Bill y Tu
nombre?
—A mí no me digas, yo no lo hago.
—¿Quién es Tu nombre? Y encima digo Tu
nombre cuando estoy en la cima del éxtasis… es patético —me lamento— “Ah, ah, me corro, Tu nombre.”
—Jjajajajajaja… A las personas
les gusta soñar contigo. No me dirás que eres inocente, a ti te gusta jugar con
la insinuación.
—Jajajaj… Un poco, lo suficiente
como para poner una idea en una mente despierta —sonrío.
—¿Lo ves? Entonces no puedes
culpar a los demás por hacer lo suyo.
—Esa no es excusa, me ponen en
las peores situaciones ¿Sabes cuántas veces he querido cortarme las venas en
eso que ustedes los ficcioners llaman literatura?
—Yo sólo puedo hacerme cargo de
mis escritos —se defendió la autora—. Además, también existirás en historias
interesantes ¿No?
—Pues, hmm, déjame pensar —hago
una pausa especulativa—. No, va a ser que no. La mejor historia es mi propia
vida, la real, la que hago yo —sonrío con desfachatez.
—Vaya, sí que eres humilde.
—Si yo no fuese interesante no
escribirían sobre mí.
—No te equivoques, se inventan
muchos personajes con tu nombre que es distinto.
—¿Me vas a decir que no soy yo
ese Bill depresivo de algunas historias? —ironizo— ¿O ese alegre al que no le
importa nada? ¿O el promiscuo? ¿O el fetichista?
—Un poco sí, quizás una parte de
ti que el autor potencia.
—Pues escogen lo mejorcito que
tengo —vuelvo a ironizar.
—Cada persona toma lo que le
interesa.
—¿Por eso me estás tratando de
liar con la rubita?
—Vamos —la autora ríe—, que esta
es una historia ligera, de esas que son para un polvo y nada más.
—¡Peor aún!—la autora suspira— ¿Sabes
que me han puesto hasta de asesino en serie?
—Pero eso qué daño te puede
hacer, es ficción.
—Para ti lo será, pero yo vivo
cada acción ¡Que luego tengo pesadillas!
—¿En tu vida real? —pregunta sorprendida.
—No, en la ficción, no te jode.
En la real, claro.
—Hmm…
—¿Qué?
—Nada, sólo hmm…
—No uses ese tonito especulativo
que es el que siempre precede a una de esas terroríficas situaciones a las que
ustedes llaman historias.
—No me negarás que es interesante
pensar en que lo que escribimos de algún modo llegue hasta ti.
—No soy una cobaya —fumo un poco
más—. No te calles, no te vayas por la tangente; que tú me tienes metido en
historias muy oscuras.
—¿Yo? —tono inocente.
—No, yo —me burlo—. Hasta cuando
me vas a tener sufriendo por esa historia que no te animas a terminar, o por
esa otra que ya has dejado del todo olvidada ¡Qué uno tiene sus sentimientos!
—Bueno… es que…
—Y están esas otras en las que me
tiro a mi hermano día sí y día también —vuelvo a fumar.
—A mí no me mires —la autora
levanta las manos del teclado, para luego volver a escribir—, esas no son mías.
—¿No me dirás que eso es normal?
¡Qué es mi hermano!
—Hay quién dice que se conocen
casos…
—Pero éste no es uno de esos ¿Lo
pillas? —tiro el cigarrillo y lo piso para apagarlo— Son ideas desagradables.
—¡Eh! No te pongas así, que sólo
son fics.
—¡Que me he pillado mirándole el
culo a Tom para saber si me gusta! —enfatizo con un gesto de manos mi
exaltación.
—¿Y?
—Bueno, no está mal —acepto— ¡Pero
que es mi hermano!
—Jjajajjajajajaj…
—Anda, sí, tú ríe —digo, molesto.
—Es que eres muy gracioso.
—Todo un payaso —aplico mi mejor
tono de sarcasmo.
Enciendo otro cigarrillo.
—¿Vas a fumarte otro?
—¿Por qué? ¿Algún problema?
Porque esa es otra; o me quieren siendo el malo del cuento o me quieren santo,
jamás tal cuál soy.
—¿Y cómo eres? —la autora presta
toda su atención.
—Normal y corriente, como la mayoría.
—¡Ja! Ahora me vas a perdonar tú,
pero eres lo menos corriente que hay.
—¡Claro que lo soy! —afirmo— Me
enamoro, me desenamoro; me siento triste, alegre; voy al baño y hecho puteadas
como todo el mundo cuando me enfado.
—Pues sí, el otro día se te
escapó una de las gordas —acepta la autora.
—Y tú ¿Qué habrías hecho?
—pregunto, molesto.
—Lo mismo.
—Ahí lo tienes; normal como todo
el mundo.
Hago una pausa para encender el cigarrillo.
—Oye, a ese que me está mirando desde
el otro lado de la calle ¿Lo has puesto tú? —pregunto.
—No, yo sólo estoy hablando contigo.
—Pues vaya rollo —declaro
fastidiado—. Será la idea de algún otro que está aburrido en un sábado por la
noche.
—Hoy es miércoles.
—¡¿Lo ves?! ¡Ya me has liado!
.
N/A
Un día me pregunté qué pensaría Bill si supiera todo lo que
escribimos de él y de eso surgió esta historia. Espero haber arrancado alguna sonrisa
en el camino.
Besos
Siempre en amor.
Anyara.