Equilátero
.
La calma que había en la sala de
los Kaulitz era rota solamente por los sonidos provenientes de la televisión.
La película que habían escogido, había contado con dos votos a favor y uno en
contra: el de Bill.
Éste sostenía su vaso a la altura
de los ojos y observaba a través del cristal la escena en la sala, como un
espectador. A simple vista no tenía nada de particular. Sólo se trataba de dos
personas sentadas en un sofá pendientes de una película, pero él sabía que no
se trataba únicamente de eso; sabía que de un momento a otro la escena
cambiaría, más aún con la película sensiblera que habían escogido.
¿Pero qué le pasaba a Tom?
Antes, cuando aún pensaba con la
cabeza, jamás habría aceptado ver algo como esto. En sus mejores momentos había
admitido algún drama romántico, pero siempre que Bill accediera a una comedia
de aquellas tan tontas que le gustaban a su hermano y a Georg.
Se hundió un poco más en su
solitario sillón. Fijó los ojos en la pantalla e intentó disfrutar de la
película. Le gustaba, la había visto en el cine y probablemente la habría
elegido si no fuese porque Ella
quería verla. La observó de reojo cuando notó como se pegaba al costado de su
hermano. No sabía por qué, pero todo lo que Ella hacía lo irritaba.
Bill descansó la cabeza en su mano,
creando una débil barrera para no ver a la feliz
pareja. Fue en cuestión de minutos que los susurros y las risas coquetas
comenzaron y entonces supo que era hora de recordar alguna ficticia tarea
pendiente.
—Voy a fumar —dijo, poniéndose de
pie. Tom le hizo un gesto con la cabeza y Ella
le sonrió.
Bill se perdió por el pasillo de
camino a su habitación. Pasó junto a la de su hermano y sintió deseos de patear
la puerta sólo por ser la suya.
Cuando estuvo en soledad abrió la
caja de los cigarrillos, que siempre tenía sobre la mesa de noche, y encendió
uno. Comenzó a fumar con calma, esperando que se fuera el sentimiento
enrevesado y doloroso que tenía dentro. Ni siquiera sabía bien cuando había
comenzado, pero podía notar cómo le quemaba el pecho.
Al principio parecía comprender la
relación de Tom, o al menos lo fingía. Lo habitual era que ambos fuesen a
comprar una pizza para cenar, o alguna otra cosa, pero de pronto aquello se
convirtió en la pizza que traían Ella
y Tom. Luego siguieron las idas al cine, los paseos a cualquier sitio ¡El ir al
supermercado! Odiaba que Tom la llevase también al supermercado.
Odiaba que se quedara a dormir. Lo
que durante un tiempo fueron un par de noches a la semana, se había
transformado en un ‘casi siempre’. Atrás quedaba el tiempo en que él y su
hermano ponían música en la oscuridad y hablaban de la vida.
Ya no había tiempo para los dos y
cuando existía era con Ella al lado.
Las risas en el pasillo
acrecentaron su irritación. Sabía que aquello terminaría en gemidos y suplicas,
que no tenía intención de escuchar. Se acercó al equipo de música que tenía en
un rincón y lo encendió, dejando que el sonido estridente del rock llenara su
habitación. Inhaló dos caladas seguidas del cigarrillo y lo apagó.
No escuchó los golpes de Tom en la
puerta. Alzó la mirada cuando lo vio entrar y éste le dijo algo que no llegó a
oír. Se encogió de hombros, indiferente a sus palabras, devolviéndole la
indiferencia con la que él lo había castigado.
—¡Baja la música! —lo escuchó
gritar.
Le dio al mando a distancia,
dejando los repiqueteos de la batería en un segundo plano.
—¿Se puede saber qué te pasa?
—preguntó Tom, con una clara nota de malestar.
—Nada —caminó hasta su armario
para escoger un par de botas. Lo mejor sería salir por ahí.
—Claro, como si yo me fuese a
tragar ese ‘nada’ —reclamó Tom, siguiéndolo.
Bill salió con las botas y una
chaqueta que dejó caer sobre la cama.
—Tú sigue con tu vida —le dijo a
su hermano, sin mirarlo ¿No era lo que llevaba haciendo los últimos meses?
—Maldita sea, Bill —comenzó a
exasperarse.
En ese momento Bill la vio a Ella; apareció junto a su puerta
llamando la atención de su hermano.
—¿Tom, nos vamos a la cama?
—preguntó, con aquella voz suave y casi acaramelada que tanto detestaba Bill.
Esa que era capaz de sacar a Tom de cualquier conversación, por importante que
fuese, y llevárselo a sus dominios.
Bill notó como se le subía la
sangre a la cabeza y casi fue capaz de paladear el veneno de sus palabras al
emitirlas.
—¡¿Quieres saber lo que me pasa?!
—le preguntó a Tom, alzando la voz. Él lo miró fijamente— ¡Ella es lo que me
pasa! ¡No la soporto!
Ella sintió como se le contraía el estómago ante las palabras de
Bill. No tenía que ser demasiado inteligente para darse cuenta de lo poco que
la aguantaba, pero en eso estaban empatados, Ella tampoco lo aguantaba a él; de ahí que el poco tiempo que
pasaban juntos los tres se dedicara a llamar la atención de Tom y de alguna
manera le restregaba en la cara a Bill, que tenía algo con lo que él no podía
competir.
Al principio intentó caerle bien:
Iba a la pizzería con Tom y se encargaba de preguntarle qué le gustaba a su
hermano. Más de una vez había cedido en sus propias preferencias para que Tom
escogiese lo que ‘siempre llevaban’. Si iban juntos al supermercado, le
preguntaba a su novio qué prefería Bill antes de llevar algún tipo de cerveza.
A pesar de todo eso no se ganaba su afecto. Ni siquiera su buena voluntad.
Recordaba, en el cumpleaños de los
chicos, el modo en que había estado horas buscando algo que le gustara al hermano
de Tom. Al principio pensó que sería fácil, después de todo eran gemelos. Pero
se gastó más tiempo con el regalo de Bill, que en escoger algo para su novio.
—Dime ¿Cuál le puede gustar? —le preguntaba a Tom, acercando hasta su
nariz dos muestras de perfumes.
Él olió uno y respingo un poco la nariz para pasar a la siguiente.
Ninguna de las dos lo convencía.
—No sé —se encogió de hombros—, cualquiera le puede gustar.
—Ay, Tom… —se quejo.
—¿Qué? —preguntó éste, sin comprender su malestar.
—Si no me ayudas un poco, jamás le caeré bien a tu hermano —continuó
con su queja, avanzado a otra parte de aquella enorme tienda.
—Pero si a Bill le caes bien —aseguró, recibiendo una mirada incrédula
por parte de Ella.
—A veces creo que eres ciego —negó con un gesto, deteniéndose junto a
un mostrador de joyas.
—Bueno —se le acercó Tom—, acepto que Bill es algo complicado, pero si
yo soy feliz, él es feliz —se explicó, como si acabara de dar una receta
universal para las relaciones.
Un poco de buena voluntad, algo de ‘no me molestes demasiado’, veinte
minutos de cocción y está lista su poción para las relaciones felices.
—Eres muy ingenuo —suspiró, intentando decidir si un anillo o una
pulsera, podría conseguirle un poco de aprobación por parte de Bill.
—¿Ha pasado algo que yo no sepa? —preguntó.
—Nada Tom, nada.
A veces creía que Tom no quería
ver lo obvio.
Finalmente había escogido una
pulsera. Bill había sonreído cuando la recibió, y dos días después Ella la encontró en medio de los cojines
del sofá.
No le había gustado.
Ese había sido su último intento.
Desde ese momento se dedicó a pasar tiempo con Tom y que su gemelo se buscara
la vida. Dejó de lado la consideración y llevaba de la mano a Tom a todos
lados, con o sin Bill. Lo besaba cuando se le antojaba y si ahora quería irse a
la cama, venía por él aunque estuviesen en medio de una de sus absurdas peleas.
—¡¿Qué te ha hecho Ella?! —escuchó cómo le preguntaba Tom
a su hermano.
—¡No la soporto! —repitió Bill,
remarcando cada sílaba para que le quedara claro a ambos.
Tom la miró, esperando encontrar
algo de claridad o concilio; quizás ayuda.
—Tranquilo —dijo Ella, con toda calma—, yo tampoco lo
soporto.
Tom abrió mucho los ojos, como si
acabara de comprender que su mundo se volvía de cabeza y él no se había dado
cuenta.
—Me largo —habló.
Cruzó la puerta sin escuchar la
voz de Ella que pretendía detenerlo.
Bill ni siquiera lo intentó.
Buscó las llaves de la moto en el
bolsillo de su pantalón, y decidió que debía salir de aquel manicomio.
¿Cómo era posible que las dos
personas que más quería no se soportaran?
Era inaudito.
Las ruedas chirriaron sobre el
cemento de la carretera cuando tomó la avenida. Las luces de los vehículos que
venían por el carril contrario lo encandilaban de vez en cuando. Pasaban ante
sus ojos como flashes de su memoria. Sabía que a Bill le estaba costando
adaptarse a pasar menos tiempo con él, desde el principio de su relación con Ella lo había notado, pero se había
convencido a sí mismo que se le pasaría. Al fin y al cabo el tiempo lo pone
todo en su sitio ¿No?
—Mierda —masculló entre dientes.
Era consciente de que se había negado
a ver las dificultades. De alguna manera las señales estaban ahí, llevaban
meses tocando a su puerta, pero él se había encargado de poner el cartel de ‘no
molestar’.
Bill era su hermano, su gemelo, él
tenía que comprenderlo. Pasar tiempo con alguien que se había ganado tu
confianza, que te entregaba mimos y que era capaz de reírse de tus chistes más
malos, era algo difícil de conseguir; ambos lo sabían.
¿Qué culpa tenía él de que Bill no
lo encontrase aún?
Su gemelo era un egocéntrico al
que nada conformaba. Todo le parecía poco. Si él componía una canción con su
guitarra, Bill la quería en piano. Si él escogía un pantalón para un evento,
Bill arrugaba la nariz, desaprobándolo.
Estaba harto. Con Ella se sentía en un espacio en el que
no era juzgado y no necesitaba demasiado esfuerzo para ser ‘perfecto’.
Era cierto que antes él y Bill
pasaban todo el tiempo juntos, siempre había sido así, y que muchas veces se
habían amanecido escuchando música. Desmenuzaban el sonido de los instrumentos
en la oscuridad, deleitándose al pensar en el modo en que ellos compondrían en
el estudio al día siguiente. Ese tiempo se había perdido. Ahora lo ocupaba en Ella; veían la televisión juntos, salían
a pasear por ahí… O hacían el amor hasta el amanecer.
Bill tenía que ponerse en su
lugar.
Suspiró cuando él se puso en el
lugar de Bill.
La luz de uno de los coches del
carril contrario lo cegó. Frenó casi por instinto, aunque sabía que esa
maniobra no era recomendada.
Su moto fue a dar contra un raíl.
.
.
Las risas en la casa de los
Kaulitz, se mezclaban con las voces de la película que habían escogido por dos
votos a favor y una abstención: la de Tom.
Desde el accidente que le había
costado una escayola en la pierna derecha y la moto, la relación entre los tres
había mejorado. Tom no estaba seguro de si se debía a la necesidad de Ella y Bill de entenderse para sacar
adelante el día a día, o por el amor que le tenían, pero al menos parecían más
tranquilos y menos tensos cuando estaban juntos.
—¡Déjenme en paz! —reclamaba Tom entre
risas. Intentaba moverse pero no podía, por lo tanto no escaparía a los
‘petroglifos’ que los chicos estaban plasmando sobre el yeso.
Ella miró a Tom reír y se sintió aliviada. Cuando Bill había
recibido la llamada desde urgencias, creyó que todo su mundo se venía abajo.
Sin embargo, ambos se habían coordinado para llegar junto a Tom anulando sus
diferencias; era como si por esas horas en el hospital, éstas hubiesen
desaparecido.
Sabía que el camino aún no había
sido recorrido del todo. Era consciente de que Bill exigía para él un espacio
que Ella deseaba como propio, pero si
ambos cedían un poco las cosas salían mejor. Un día iba él por la pizza junto a
Tom, y otro día Ella pasaba la tarde
con su novio frente al televisor.
Bill esquivó el cojín que Tom le
arrojó y con una amplia sonrisa volvió a su labor de dibujar una docena de
patos en la escayola de su hermano. Se sentía tranquilo. Experimentar el temor
de perder a Tom era algo que no quería recordar. Aún no estaba del todo cómodo
en la compañía de Ella, pero era
consciente del esfuerzo que estaba haciendo para que Tom fuese feliz… y eso
debía bastarle.
Ambos transaban en silencio. Bill
les dejaba tiempo a solas, buscando otras cosas que hacer mientras ellos se
dedicaba a ‘ser novios’. A cambio Ella
tomaba su bolso y se iba la mitad de las noches a su casa.
Tom aceptaba esos cambios como un
observador, sabiendo que en una mano tenía el beneficio de recibir amor, y en
la otra la responsabilidad de no destruir ese sentimiento.
.
Esta pequeña historia surgió de
la necesidad de decir que no todo es como nosotros lo vemos desde nuestro lado.
Una situación tiene tantos lados y sentimientos, como personas involucradas.
Espero que la disfruten.
Besos
Siempre en amor
Anyara
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