Capítulo IX
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No sabía cuánto tiempo llevaba allí. Había aparcado frente
al club cuando el sol teñía de violeta las colinas del West Hollywood, y ya la
luna estaba alta en el cielo. El tiempo había perdido consistencia mientras
esperaba, perdido en sus pensamientos y
ensoñaciones. Miraba, sin ver realmente, a las personas que entraban y salían por
las altas puertas del local, vestidas para la ocasión. El ambiente estaba
cargado de esa alegre euforia que él conocía tan bien, la embriagadora
sensación de las noches de fiesta en Los Angeles.
Cavilaba, haciendo girar inconscientemente el anillo de
acero en su índice. Ya lo sentía parte de su mano. Si lo dejaba en casa, sobre
todo por Tom y su forma de atar cabos basándose en pequeños detalles como éste,
se sentía extraño. Al llevarlo puesto, podía notar su peso con cada pequeño
gesto, y las letras de la leyenda se repetían
en su mente y en su piel. Ese pequeño detalle había cambiado las leyes
de su universo.
Ahora, aquel anillo que rodeaba su dedo se había convertido
en su auténtico centro de gravedad. Todo lo que hacía parecía acercarle a Nuit,
cada movimiento lo atraía irremediablemente hacia la habitación roja y le
recordaba a quién pertenecía… por su propia voluntad.
Pero había un freno. Ese sueño inquietante que noches atrás,
lo había despertado sobresaltado y con la piel húmeda por el sudor.
El collar que había comprado y que aparecía en aquel
sueño, permanecía ahora mismo dentro del
bolsillo de su chaqueta. Se lo ofrecería, a pesar de no saber si Nuit querría
recibirlo. Ella se había convertido en su mayor misterio.
El espejo retrovisor le devolvió su propia mirada expectante.
Seguía esperando, oculto tras los cristales tintados de su coche. No sabía si
aguardaba el momento adecuado para entrar,
si reunía fuerzas antes de volver a verla, o simplemente esperaba una
“señal” que le indicara que estar allí no era una locura. De algún modo sentía
que aquella vez no era una más, que ese encuentro marcaría un antes y un
después en su vida. El ansia se mezclaba con el temor y este con el más puro deseo. Miró su
maquillaje impecable, sus ojos oscuramente perfilados. Estaba bien pero, ¿lo
estaría también para ella? Recordar la intensa mirada de Nuit explorando su
cuerpo desnudo lo hacía dudar de sus dotes de seducción ¿Qué habría pensado
ella al verle tan vulnerable?
El enfoque de su mirada pasó del espejo a la acera, a metros
por delante de su coche. Sintió como si el corazón se le paralizara con el
último latido que dio, antes de verla de pie ahí. Su largo cabello rubio estaba
recogido en una suelta trenza que caía sobre su hombro izquierdo. Sus piernas
enfundadas en un pantalón oscuro que se adhería a su cuerpo como una segunda
piel. Parecía buscar algo dentro de su bolso. Las vaporosas mangas de su blus
de encaje negro, casi transparente, se agitaban con sutileza con cada gesto.
Bill no pudo evitar reparar en sus altos zapatos negro, que se ajustaban hasta
su tobillo con finas tiras de cuero. Él no quería ni moverme, prisionero de una
especie de pánico adolescente.
La vio sacar un cigarrillo y acomodar su pequeño bolso bajo
el brazo, mientras lo encendía. Todos sus movimientos le resultaban exquisitos
y eróticos. Bill separó los labios buscando aire, cuando notó que su corazón
volvía a latir. Nuit dejó caer el encendedor dentro del bolso y liberó la
primera exhalación de humo, con esa contundente delicadeza que sólo le había
visto a ella.
Y lo miró.
Sus ojos serenos e intensos, se clavaron en el parabrisas
del coche. Bill supo de inmediato que había sido descubierto. Su mente se quedó
en blanco por un instante, observando el modo en que ella llevaba el filtro a
sus labios y aspiraba el humo, con la misma calma con que lo esperaba a él.
Todas las sensaciones posibles se le desplegaron dentro del
estómago.
Esconderse, como venía haciendo, ya no era una opción. Nuit
lo había visto. Se quedó un momento cavilando sus pasos. Ella estaba ahí, lo
esperaba. De pronto el nerviosismo fue más intenso. Se sintió tan inquieto como
un chiquillo, pero sabía que la madurez le ayudaría a disimularlo.
Se bajó y avanzó hacia ella con las manos en los bolsillos
de su chaqueta. No dejaba de mirar al suelo, sonriendo. Era como un niño al que
habían sorprendido robando un caramelo. Intentó no mirarla a los ojos mientras
se acercaba a ella, su atención parecía perdida en el paisaje, aunque no podía
borrar la sonrisa delatora.
Cuando estuvieron frente a frente, miró sus ojos. Nuit
retiraba el cigarrillo de su boca y le sonrió conteniendo el humo, para luego
girar el rostro ligeramente y soltarlo. Luego le ofreció el cigarrillo a Bill,
que se quedó mirando la mano y lo que sostenía. Notó como las sensaciones en
todo su cuerpo se alertaban, se le había borrado la sonrisa. Apenas había probado
sus labios, e imaginar que tocaría aquel filtro que había sido besado por ella,
le resultaba poderosamente excitante.
¿Tendría su sabor?
Lo recibió sin tocar sus dedos, aunque deseara hacerlo. Se
llevó el cigarrillo a los labios y lo degustó. Aspiró el humo, siendo consciente
en todo momento de los ojos de Nuit. Bajó el cigarrillo y le sostuvo la mirada
liberando el humo suavemente, para que se diluyera en el aire sin interponerse
en su visión. Ninguno de los dos hablaba. Se sentía inmerso en algo parecido a
una “extraña primera cita”.
Bill recordó y acarició el collar que estaba dentro de su
bolsillo, libre de envolturas, sólo el collar. Lo sacó y se lo mostró con la
palma abierta, ofreciéndoselo. Nuit lo miró y se sintió sorprendida. No estaba
dentro de sus normas recibir regalos.
Observó los ojos de Bill. Sus miradas eran tan intensas que
parecían capaces de destruir la fuerte y fina línea que los separaba.
Ella extendió los dedos y acarició las perlas con suavidad.
Dejó que su anular se enrollara en el collar y comenzó a tirar de él. Vio las
argollas que conformaban los brazaletes, ya había visto collares como éste,
pero no pensó jamás en que Bill pudiese traerle uno. Por un instante sintió que
era una fantasía demasiado romántica. Una ilusión absurda.
Recogió el obsequió poco a poco, apoderándose de las perlas.
Sin tocarlo a él.
—No tienes permitido hacerme regalos —habló con angelical
severidad.
Bill miró al suelo y sonrió como un adolescente. Se sintió ilusionado
ante la aceptación de Nuit.
—Ahora tendré que castigarte —dijo ella, con un tono de
diversión decorando aquellas palabras.
Bill la miró con rapidez y notó como todo se revolucionaba
en su interior. El concepto de castigo, había variado para él violentamente.
Nuit cruzó la calle hacia el club. Él recordó la cadencia y
la exquisita solidez de los pasos de la mujer de cabellera rojiza que había
perseguido días atrás.
La entrada al club fue diferente a las demás. Bill notó como
al seguir los pasos de Nuit, todo parecía más fácil. Recorrieron la primera y
la segunda estancia. Él no pudo evitar reparar en las manos de las personas que
tenía más cerca, buscando un anillo como el que llevaba puesto. Había estado considerando
la posibilidad de que existieran más. La posibilidad de no ser la única
pertenencia de Nuit.
Pero no le fue posible ver demasiado. En cuestión de un
momento estuvieron frente a la primera puerta.
.
.
Me encontraba en mitad de la habitación roja. Las cortinas
que delimitaban las estancias estaban completamente cerradas a excepción del
expositor. Nuit se había preparado como solía hacer, no sin antes pedirme que
me pusiese cómodo. Ahora ya comprendía aquella orden.
La esperé, sólo con tres objetos puestos. Mi ropa intima, la
venda negra atada a mi muñeca y el anillo.
Cuando ella salió de detrás del biombo, se me cortó la
respiración. Si al verla fuera del club, me pareció que su atuendo era
increíblemente seductor, ahora ya no tenía forma de describirla.
Sus piernas estaban enfundadas en unas botas de tacón alto,
que ascendían hasta la mitad de su muslo. Se ajustaban desde el empeine, por un
entramado de cordones que me permitían adivinar su pálida piel. Los guantes que
llevaba, eran unos mitones largos que dejaban sus dedos al descubierto, sujeto
por el mismo tipo de entramado que las botas. La cubría un corsé fino, tan
negro como el resto de accesorios, cuyos costados de encaje me permitían
recrearme en la piel de su cadera.
Deseaba tanto acariciarla.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó, pasando junto a mí,
dirigiéndose al expositor.
—Me gusta lo que imagino —me atreví a responder. Ella se
giró y me miró intensamente.
—¿Tienes mucha imaginación? —su voz parecía cargada de un
mezcla de diversión y sensualidad. Esta sesión estaba desarrollándose de un modo
diferente. Una parte de mí lo entendía.
Dejé que mi espalda reposara contra el pilar de metal, como
si esperase por ella en una esquina.
—Bastante —respondí, desplegando mi propia sensualidad.
Nuit me miró y sonrió. Una sonrisa más amplia, una que no le
había visto. Alzó un montón de correas en su mano y me la enseñó.
—¿Imaginas qué es esto? —preguntó expectante. Pude notar en
el tono de su voz y en la forma como me miraba, que mi respuesta le interesaba.
Observé lo que sostenía con una ligera idea de lo que era.
La respuesta brotó de mí, con cierta incredulidad.
—¿Un arnés?
Nuit amplió la sonrisa, mientras el contoneo de sus pasos la
traían hasta mí.
—Eres observador —me aduló.
Se detuvo muy cerca. Ya no me sentía intimidado, pero sí
excitado. A pesar de la pequeña complicidad que se había generado entre
nosotros, sabía que no podía tocarla. No quería romper las normas.
Ella si las rompió. Al menos las que había impuesto
silenciosamente hasta este momento.
Los dedos de su mano derecha, acariciaron el borde de mi
ropa intima. Los introdujo muy ligeramente rozando mi vientre. Sus ojos fijos
en los míos, atentos a mi reacción.
—Quítalos.
Me ordenó.
Obedecí. Mi cuerpo segregaba excitación y deseo. Ahora sólo
me quedaban dos piezas como vestimenta.
Nuit se acerco a mi boca, acariciándome la mejilla con la
fusta que llevaba en la otra mano, junto con el arnés. Su lengua recorrió mis
labios y quise besarla, pero la presión de la vara contra mi rostro me indicó
la sumisión. Yo estaba ahí para acatar.
Cerré los ojos y respiré agitado. Los abrí nuevamente,
cuando sentí sus manos rodeando mi cintura. No me abrazaba, estaba acomodando
la correa del arnés que debía ir en ese sitio. Intentaba respirar con algo más
de calma, llenándome la boca con bocanadas silenciosas y profundas. Un ligero aroma a vainilla se
instaló en mis sentidos. Una aroma tan suave, que sólo podía percibirlo a esta
distancia tan intima.
Ese sería, por siempre, el aroma de Nuit.
Sisee sin proponérmelo, cuando sus dedos rozaron mi cintura.
Ella permanecía atenta a su labor. Fuerte y estable. Dominante. Contrastando
con la pobre imagen de sometimiento que yo demostraba.
Un suspiro se me escapó cuando Nuit ajusto la correa con un
suave movimiento. Mis ojos que permanecían puestos en ella, se encontraron con
los suyos, siempre analíticos.
Por un momento me pregunté ¿Qué sentía Nuit?
No me lo preguntaba como algo físico, era una pregunta mucho
más profunda.
Sus manos, que hasta ahora no me habían tocado sin guantes,
acomodaron las correas en forma de suspensores sobre mis hombros.
—¿Puedo besarte? —pregunté, casi con un tono infantil,
mientras le permitía que me atara como a un siervo.
Nuit me miró y dejó que una suave sonrisa se delineara en su
boca. Pero no me respondió.
Jadeé, cuando ella apretó una de las correas que había
puesto en una de mis piernas. El tirón que dio para hacerlo me excitó aún más.
Mi mente relacionó aquello con los movimientos impetuoso del sexo.
Luego de eso se alejó unos pasos y observó su obra. Mi deseo
erguido clamaba por ella. Nuit lo acarició con la punta de su fusta. Cerré los
ojos deleitándome con la sensación, llevando mi mano hasta ese punto,
acariciándome.
—Shhh…
La escuché y abrí los ojos. Ella negó con un gesto, dándome
a entender que tenía para mí otros planes.
Volvió hasta el expositor y un sonido de metal pesado, me
angustió y me excito por igual.
Nuit traía en sus manos unos grilletes de acero.
No podía apartar la vista de ellos. Por su tamaño supuse que
serían para mis manos. La miré, pero ella no me devolvió la mirada. El corazón me
seguía latiendo con fuerza.
Los extendió frente a mí, esperando a que yo le cediera una
vez más mi voluntad.
Sentí el frio del metal cerrarse en torno a mi piel. Con un
certero chasquido noté como el ansia que precede a lo desconocido, se instalaba
en mi estómago nuevamente.
Nuit se alejó hacía un punto de la habitación y movió otra
más de las cortinas, dejando al descubierto un gruesa cadena que ascendía
bordeando la pared. La seguí con la mirada confirmando que su extremo estaba
justo sobre mí. Me estremecí.
A continuación escuché el sonido del metal rozando el metal.
La cadena contra el pilar de hierro mientras esta se acercaba, acechándome.
Ya junto a mí, Nuit enganchó el grillete a los eslabones. La
seguí expectante cuando volvió junto a la pared. Ella accionó un mecanismo y
mis brazos comenzaron a ascender por encima de mi cabeza. Cerré los ojos,
cuando noté el costado rígido y el corazón disparado. Mis pies aún tocaban el
suelo cuando la cadena se detuvo.
Nuit volvió a observarme, como si observara un trabajo bien
ejecutado.
Pero aún le faltaba algo. Observó mi sexo, que a pesar de la
tensión del momento, estaba más erguido que antes; demostrándole a ella y a mí
cuan placentera podía resultarme la dominación.
Su boca se acercó a mi oído, como si deseara evitar que en
medio de la soledad en la que nos encontrábamos, otra persona la escuchara.
—Ahora te castigaré.
Gemí, completamente entregado cuando su mano me tocó. Sentir
el roce de su palma contra la delgada piel de mi erección, me aturdió. Lo
siguiente fue la presión de una nueva correa, esta vez encerrando la base de mi
pene.
Por favor, guarden los látigos y los objetos punzantes xD
Lo sabemos, somos un par de perversas por dejarlos así, sobre todo a nuestro pobre Bill… pero en el siguiente capítulo llegará el climax, prometido *revolotean las pestañas como niñas buenas*
Un beso gigante para todas nuestras Rojoadictas.
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