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Puedes pensar que mi relato es absurdo, o el burdo resultado
de la falta de sueño de algunos días. Pero no, yo puedo asegurarte que no hay
nada de absurdo en lo que voy a contarte. Estoy aquí, justamente para que mires
cada rincón de aquella habitación a la que entrarás, justo en el momento en que
enciendas la luz, porque la barrera entre tu mundo y el mío se diluye en la
oscuridad.
—¡No me esperes! —exclamó Tom, antes de cerrar la puerta. Yo
simplemente alcé la mano y le hice un gesto para que se largara de una vez.
Me dejé caer en el sofá de la sala, y puse la televisión que
parecía plagada de películas románticas. Suspiré hastiado, y me detuve en una
de ellas. Los protagonistas parecían divertirse, así que me dejé llevar por los
diálogos y las risas fáciles. Cuando esa película terminó, comenzó otra casi de
inmediato, para ese momento me sentía algo adormilado. Había descansado mal las
últimas noches a raíz de algunas noticias que se difundían en torno a nosotros,
a mí; y aunque quisiera ignorarlas estas lograban calar en mi interior. Quizás,
simplemente tenía que comprender que cuando alguien está desequilibrado no hay
lógica en sus actos. Y al parecer ella lo estaba.
Bostecé y uno de mis perros lo hizo a continuación,
contagiándose del bostezo.
—Será mejor que me vaya a la cama —le dije. Apagué el
televisor y caminé hasta la cocina para dejar algo de comida para ellos antes
de meterme a la cama.
El ritual anterior a dormir se llevó a cabo del modo
habitual: cepillarme los dientes, evacuar la vejiga, fuera la camiseta, los
pantalones y a la cama.
Extendí la mano para apagar la luz de la lámpara en la mesa
de noche. El reloj que tenía ahí marcó las veintitrés cincuenta y nueve, sólo
quedaba un minuto para media noche. Un minuto para San Valentín.
Apagué la luz y cerré los ojos sin poder dejar de pensar en
aquella chica. La que aparecía en los periódicos. La forma en que la prensa se
había encargado de difundir aquella noticia era triste. En medio de aquellos
pensamientos me dormí.
Me vi de pronto, subiendo las escaleras al segundo piso de
una casa que no conocía, aunque sabía perfectamente lo que iba a buscar. Caminé
por un corto pasillo y abrí la puerta de una de las habitaciones. La que
buscaba.
Oprimí el interruptor de la pared pero la luz no se encendió.
Lo miré, lo accioné un par de veces hasta que desistí. La luz del pasillo me
ayudaría. Me adentré en la habitación, caminando hasta el escritorio que había
junto a la pared. Busqué entre los pocos papeles que había encima, sin éxito.
Abrí un cajón luego otro, notando como la luz me iba abandonando. Miré a mi
espalda, avanzando hacia la puerta que se cerraba. Tomé la manilla un segundo
después del clic que hizo la cerradura al afianzarse, la giré pero no logré
abrirla.
—Mierda… —murmuré, mirando al suelo. M detuve en la pequeña
línea de luz que se filtraba desde el pasillo.
—Bill…
Escuché mi nombre, lejano; algo desvanecido, como si el
susurro estuviese en mi mente. Giré nuevamente la manilla con un par de
movimientos más inquietos.
—Bill…
Ahí estaba otra vez. Más nítido, más cercano. Se me tensó la
espalda y noté electrizarse el vello que marcaba mi columna, causándome un
escalofrío. Apreté la manilla y la giré lentamente, con fuerza, esperando
quizás forzarla hasta que cediera.
—Bill…
Cerré los ojos a pesar de la oscuridad, pegando el cuerpo a
la puerta como si buscara todo el espacio posible para alejarme de aquella voz.
Una profunda sensación de pánico me llenó todo el cuerpo. Sabía, como sabía que
respiraba, que si me daba la vuelta vería algo; algo que no debía de estar ahí.
Tuve deseos de llorar.
—¿Quién eres?... —pregunté, con un hilo de voz.
No hubo respuesta inmediata, pero cuando la hubo sonó tan
cercana que mi mano sobre la manilla dolía de lo mucho que la apretaba.
—Eso ya lo sabes…
El corazón me latía con tanta violencia que casi no podía
respirar. Las manos me sudaban y el cuerpo se me enfriaba. Sabía quién era, claro
que lo sabía.
—¿Qué quieres?...yo no te hecho nada… —me obligué a hablar.
—Sabes que sí —la voz sonaba suave, tranquila—. Tú eres la
razón… la única…
Apreté los parpados deseando despertar. Sabía que era un
sueño pero las sensaciones, la angustia, eran tan reales.
—Bill… —mi nombre parecía ser acariciado por su boca, como
un lamento— ¿Quieres la foto?
Solté el aire en medio de los temblores que me ocasionaba el
miedo. Sí, a eso había venido, a asegurarme de lo que decía la foto. Según los
periódicos, era una auténtica nota de suicidio. Quise girarme para mirarla,
para enfrentar el pánico, pero me sentía imposibilitado de moverme.
—No tengas miedo —me pidió—. Yo te amo.
La declaración sólo aumento mi espanto.
—Sólo quiero estar contigo —insistía.
A mi mente vinieron las palabras leídas en aquel artículo.
“Chica se suicida por
amor a su ídolo”
Moví la cabeza con lentitud para mirar por encima de mi
hombro. Noté el suave reflejo que iluminaba parte de la habitación. Comencé a
respirar por la nariz, esperando poder hacerlo con algo más de regularidad.
Observé cada vez un poco más de ese reflejo, encontrándome entonces con su mano
que sostenía algo. La foto quizás. Cerré los ojos nuevamente.
—Sólo quiero estar contigo —repitió una vez más.
Yo volví a forzar la manilla de la puerta.
—Déjame ir… —le pedí.
—No puedo… te amo…
Parecía más cercana ¡Tanto!, que podía percibir en el aire
que me rodeaba su proximidad. El sudor que se formaba en mi rostro se helaba
antes de bajar por mi sien, y las pulsaciones de mi corazón me tenían al borde
de un colapso.
—Tengo que despertar, tengo que despertar… —comencé a
murmurar, como si se tratara de una oración.
—¿Por qué quieres irte? ¿Por qué quieres dejarme? —la
escuché, casi susurrando en mi oído.
Las lágrimas que me quemaban los ojos se acumulaban sin
llegar a caer. Ni siquiera ese alivio conseguiría. Los músculos del antebrazo
me dolían por la presión de mi mano contra la manilla y apreté la puerta con mi
cuerpo, buscando fusionarme con ella y traspasarla.
Cerré los ojos.
—Sólo quiero… —susurré, sin lograr terminar la frase, cuando
noté algo muy parecido a un aliento frío contra mi oído. Apreté los parpados.
—No… no… —murmuraba ella en negación.
“Quiero despertar,
quiero despertar”
Repetía mi mente, sin poder hablar. Su voz sonaba perturbada,
exigente.
—Ahora eres mío… lo serás para siempre. Viví y morí por ti.
Me lo merezco.
“Despertar, despertar”
Temblaba, todo mi cuerpo se estremecía en espasmos que no
lograba controlar. Pánico, pavor, el más absoluto miedo me invadía, me
imposibilitaba; no me permitía pensar o hablar, ni razonar.
Y su voz, emitiendo un grito que no estaba en el aire. Se
oía dentro de mis huesos, como si estuviesen huecos. Una mano aferró mi antebrazo,
clavándome las uñas como si fuesen garras.
Terror.
—¡No te dejaré ir!
Y desperté.
La habitación estaba sumida en la oscuridad. Mi corazón
batía exagerado. El cuerpo me sudaba y mis movimientos eran erráticos. Sentía el
dolor en mi antebrazo.
Extendí la mano temblorosa hacia la mesa de noche, buscando
el interruptor de la lámpara. Encendí la luz y miré la hora en el reloj: las
veintitrés cincuenta y nueve.
¿Cómo era posible que no hubiese pasado ni un minuto?
Apreté el botón que me indicaba el día. Trece de febrero,
era correcto. Justo en ese instante la hora cambió a las cero, cero.
Exhale con fuerza. Vaya sueño. Apoyé la frente sobre la
almohada.
—Feliz San Valentín —hablé con ironía.
Grité espantado, cuando sentí su mano aferrando mi antebrazo.
No la vi venir. Me clavaba las uñas como si fuesen garras. La miré junto a mí,
rodeada por el abismo más absoluto.
Y la voz. Su voz. Macabra y desequilibrada.
—Ahora eres mío.
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Una historia nacida
para un reto de Terror, espero que les haya gustado, porque después de todo,
¿quién no ha sentido alguna vez, que no está solo en una habitación?
Besos.
Siempre en amor.
Anyara
La delgada línea que separa dos mundos... Es feliz, le gusta a aquel o aquella que tiene la capacidad de ver ambos?
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