Vínculo
.
Juegas a ser seda, pero es la seda de tus manos una caricia
ardiente. Fuego envuelto en llamas, inundas el pozo de mis anhelos con la
catarsis de tus emociones.
Y luego te desintegras… como bruma de mayo el sol te hace
desaparecer.
.
No sé si hay expresión posible para lo que siente mi cuerpo
cuando se enreda con tu cuerpo. No sé si hay forma posible de racionalizar los
latidos que da mi corazón contra tu pecho. No sé si es real, en este universo
infinito en el que existes para mí, tu amor.
Mis dedos se enlazan con los tuyos, y llevo tu mano contra
las sábanas. Tu lengua juega con el piercing que hay en la mía, lo busca, tira
de él y lo suelta con una sonrisa que se mezcla con un jadeo. Yo te respondo,
atrapando tu boca entre mis dientes, presionando lo suficiente para que
entiendas que me siento como un depredador capaz de devorarte. Pero no lo hago.
Te saboreo al ritmo cadencioso de una melodía de fondo. Es una de nuestras
nuevas canciones, sólo unos pocos la hemos escuchado. Me resulta sugerente y viva.
El ritmo que marca el compás de la batería me ayuda a entrar en ti con
suavidad, intensamente.
Me pregunto: ¿En cuántas de estas nuevas melodías estás tú?
Hay tanta pasión en ellas, tanta necesidad y entrega
absoluta.
Me alzo unos centímetros por sobre ti, busco aire. Te miro
en medio de la penumbra que nos entrega la única lámpara que hemos dejado
encendida. Necesito mirar el fondo de tus ojos mientras te penetro. Quiero ver
si ellos cambian y me observan con el mismo sentimiento con que yo los miro. No
hay palabras, son tan pocas las que hemos intercambiado. Simplemente nos hemos
abocado a comprendernos con besos y sonrisas. No quiero preguntar nada por
miedo a que te desvanezcas, a que las respuestas que puedan gestarse en mi
mente te conviertan en una fantasía inalcanzable.
Pero el alma me traiciona.
Te abrazo, tocando tu oído con mis labios. La piel se te
eriza bajo la influencia de mi respiración.
—Y si me quedo así, dentro de ti para siempre ¿Te irás? —te
pregunto en un susurro velado por el deseo.
A veces siento que eres como mi propia consciencia. Te
cuento mis miedos más arraigados, sabiendo que no saldrán de ti.
Tus brazos cruzan mi espalda de lado a lado. Siento una de
tus manos enredarse en mi cabello, y la otra presionando el inicio de mi
cadera.
—Aun no entiendes que jamás te abandono —me respondes con
tanta delicadeza que siento como vibras y me quiebro por dentro.
Lo sé. Sé que estás dentro de mí a cada paso, a cada luz de flash,
en cada pregunta que me cuesta responder. Sé que eres y me perteneces. Sé que
tu existencia, ahí… dónde quiera que ésta sea, me acompaña.
Te abrazo con más insistencia. Mis manos te aferran y mi sexo
te posee. Todo mi cuerpo es tuyo. Estoy dentro de ti para que me consumas
cuando lo desees.
¿Puede haber una entrega más profunda que esa?
A veces creo que mi amor por ti me llevará a ese límite en
el que ya no seré más Bill. Un límite en el que ya no tendré nombre, ni
consciencia de un Yo.
Me hundo más en tu interior, y tú te doblas y te quejas,
pero no me sueltas. El dolor es parte del amor, es la antesala de la libertad.
La purificación de lo que somos.
Siento como brota la angustia, el deseo. Pero no ansío los
besos, la piel o el sexo. Ansío elevarme por encima de mi mismo, explorar esa
cima en la que no se siente nada más que un profundo bienestar. Ese sitio que
tocamos con la punta de los dedos cuando la puerta de la entrega nos lo
permite.
En medio del delirio lo comprendo, y probablemente no lo
recordaré, pero toco la libertad cuando me desvisto del miedo junto a ti.
Tu mano aprieta mi cadera, mientras la tuya se alza en mi
búsqueda. Jadeas, gimes… lloras. Creo que yo lo hago también.
Si sólo pudiese tenerte para toda la vida.
El anhelo me devuelve a la realidad, esa que mancilla mis
sueños y que me lleva a recordar que sólo te tendré por unas horas, las justas
para darte todo lo que terrenalmente te haga volver.
Me agito en tu interior, te acaricio, te beso… me lleno la
boca con tu pezón, lo estrujo contra mi lengua. Gimes, conteniendo el grito que
resuena en tu pecho.
Los humanos estamos atrapados en nuestro cuerpo, tan
necesitados de un amor que poseemos, pero que no sabemos explorar.
Mi cuerpo está tenso, se prepara para el estallido. Ese
único momento en el que somos etéreos y nos transformamos en la esencia real de
nuestro ser, tan sumergidos en el placer del cuerpo que no nos damos cuenta que
no es físico.
Y gota a gota pierdo la calma. Me clavó en tu cuerpo como un
arma letal. Necesito a gritos poseerte, dañarte, calmarte luego con mis besos
¿Por qué tiene que doler tanto amarte? ¿Por qué tiene que estar este
sentimiento tan unido a la ansiedad?
Son tantas las noches en las que te busco en medio de mis
sueños, en las que toco las sábanas vacías y la desesperación me embriaga.
Me siento perdido en un sueño.
Tenerte ahora bajo mi cuerpo, será mañana un recuerdo que no
sabré definir ¿Habrás sido real?
Esa será la pregunta que me acompañará durante días. Hasta
que el sudor de tu piel se mezcle con el sudor de la mía, como hace ahora.
Hasta que tu voz rota en gemidos arrastre fuera mis propios gemidos, y mis
manos se llenen con la forma de tus senos, los acaricie y los apriete antes que
el orgasmo se haga presente. Como ahora, en que siento como mi vientre se
prepara para llenarte con mi semen.
Si tan sólo encontrara una cuna en tu interior.
Creo que en medio de mis desvaríos comprendo la razón real
de la procreación. El amor. La necesidad hiriente de expandir el momento en
otra vida.
Pero somos tan inconscientes de las razones reales de
existir.
—Oh… eres tan mía… —exclamó en medio de mi pasión. Tenso y
desesperado. Busco la puerta de escape para esta angustia viva que me quema
las entrañas.
Tus dientes atrapan mi oído y humedeces los aretes que se
prenden de ella. Jadeo con fuerza, dejando que el aire me abandone mientras tu
sexo se comprime en torno al mío. Tu voz se ha atorado dentro de tu garganta,
lucha por salir, pero es tu placer el que te contiene. Se prensa en tu interior
para poder explotar con una exclamación que me cuenta que has llegado… que estas tocando esa libertad que anhelamos.
Te acompaño. Muerdo tu hombro, emitiendo cortos y agudos
gemidos que cortejan las convulsiones de mi vientre.
Estoy empujando dentro de ti la vida e involuntariamente
deseo que germine.
He tocado la libertad, y volver se hace tan duro.
Voy reconociendo poco a poco mi cuerpo. Encontrando mis
piernas entre las tuyas, mis manos pegadas a tu piel… mi sexo aún en tu
interior. Tus labios acarician con cortos besos mi mejilla. Mi respiración
choca contra tu cabello.
Siempre temo que sea la última vez.
—Tranquilo, mañana volveré… —me dices, como si leyeras mis
pensamientos.
Mis manos te aferran un poco más, buscando, de forma desesperada, un resquicio de aquel momento en el que me desprendí de los escudos y fui por
fin libre.
.
De un sueño perdido
salió este capítulo de Erótica.
Espero que lo
disfruten, que lo comprendan y lo vivan.
Besos.
Siempre en amor.
Anyara.
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