Nudo ciego
.
¿Cuántas proposiciones deshonestas pueden salir de una
pluma? ¿Cuántas pueden ser elegantes? ¿Cuántas arbitrarias? ¿Cuántas pueden ser
el espejo impoluto de un alma? ¿Cuántas el reflejo desgastado de un anhelo no
concebido? ¿Cuántas pueden ser realidad? ¿Cuántas pueden hacerse realidad?
¿Cuántas pueden tocar el fondo más oscuro de nuestro deseo y respirar en la
superficie sólo por un segundo?...
Bill era mi más absoluta obsesión. Ese pensamiento que me
abordaba en cuanto abría los ojos por la mañana, y el último halo de
consciencia cuando los cerraba. Bill era mi meditación, mi ejercicio, mi
optimismo y mi pesar; mi esencia, mi desvanecimiento: todo lo que conseguía
interpretar. Estaba escondido en cada suspiro, en cada roce de mi ropa, en cada
luz y en cada oscuridad.
¿Por qué de pronto parecía todo tan vacío?
Había un estado de pesar en mi consciencia. Me sentía como
un animalito abatido y abandonado, tristemente abandonado, incapaz de recordar
lo que me daba la vida… y es que el amor es así, te arrebata todo lo que
posees, te convierte en un deshilachado intento de ser humano. Bill era mi
obsesión, mi faro en la oscuridad… mi yo.
Las cámaras lo perseguían, yo lo perseguía; todo a nuestro
alrededor estaba lleno de pequeños momentos en los que nos convertíamos en uno:
tras una puerta, tras el biombo que usaba para cambiar de vestuario, tras el
espejo enorme que había en su camerino. Pero ahora todo había cambiado, en su
vida había una nueva persona, alguien que suscitaba sus más bajos instintos y
los míos, alguien que desataba la cremallera de su pantalón de anillas y se
apropiaba de la firmeza que escondía.
Pero ya no más.
Ahora Bill era mío. Permanecía en un rincón de mi
habitación, atado y con frío. El nudo ciego amorataba sus muñecas, haciendo que
su piel desnuda pareciera más blanca. Me miraba con los ojos vidriosos, suplicantes;
esperando a que yo me apiadara de su existencia y lo convirtiera en un hombre
libre. Yo me bebía una copa de vino, una más, una botella más, con la daga
sobre la mesa mirando su cuerpo firme y exacto; pensando en qué lugar de su
anatomía podía ser más visceral y menos notorio un corte. Sentía el vino
recorrer mi garganta y adentrarse en mis venas como la misma sangre, casi podía
saborear el metálico dulzor de la suya.
¿De dónde me venía esta sed? ¿Cuándo había surgido en mí el
deseo de la posesión por encima del deseo de amor?... ¿Cuándo había despertado
la bestia, matando al ángel?
Quizás durante esa primera mirada vacía. O cuando sus ojos
miraron a alguien más. Tal vez había sido en el instante exacto en el que acabó en mi boca por última vez y ambos comprendimos que se había terminado. La
suplica había dado paso a la venganza y la venganza al plan para ser ejecutada,
por eso Bill estaba atado, por eso la soga marcaba su piel de forma tan
profunda y dolorosa. Por eso todo el mundo lo buscaba y yo lo mantenía inmóvil
en ese rincón de mi habitación; un espacio pequeño, apenas útil para un mueble
o una silla, pronto olería mal, olería a sangre y a fluidos corporales
descompuestos. A medida que pasaran las horas toda la habitación olería a
podredumbre: a la de un cuerpo y un alma, porque él me había abandonado durante
esa tarde de junio en la que había dejado los escenarios, a su equipo, y a mí.
“Benditos besos
esperados”, decía la canción. Para mí todos eran malditos, porque los había
esperado por tanto tiempo que se me habían secado en la boca. Ahora los rumiaba
como hierba seca que no volverá a tener jamás el mismo sabor.
Tomé la daga y la arrastré por la mesa de madera, el sonido
agonizante parecía el presagio de la melodía que en un momento llenaría esta
pequeña habitación. Me acerqué a Bill, pude leer en sus ojos el terror, y me
quedé observándolo mientras intentaba coordinar en mi mente la respuesta lógica
para aquel miedo. No había nada, no tenía compasión, ni dolor, ni alegría… ni
amor…
—Me lo has arrebatado todo —lo acusé, apuntándolo con la
daga. Su boca silenciada por un amasijo de papeles que había escrito en su
nombre, intentaba modular una súplica.
Acaricié su barbilla con el fino metal que empuñaba. La
recorrí, marcando su perfección. Me deleité con cada detalle. Él respiraba
agitado, como si el corazón que sabía que no poseía, se le fuese a escapar de
un salto por la boca. Se sentía desesperado y angustiado, y yo me deleitaba con
esa angustia, porque era tan parecida a la mía que por un momento volvimos a
compartir un mismo sentimiento.
La daga se deslizó por su pecho, casi sin proponérmelo,
dejando una línea ensangrentada. Bill se
quejó muy despacio, tan bajito como cuando hacíamos el amor ¿Y si le clavaba el
corazón? ¿Alcanzaría a quejarse antes de que su sistema colapsara? ¿Alcanzaría
yo a escuchar su lamento ahogado entre el amasijo de intenciones que ahora
acallaban su boca?
.
N/A
Este pequeño salió de
la nada, de una frase que comenzó a dar vueltas en mi cabeza y simplemente
escribí saliera lo que saliera. De alguna manera creo que habla de lo mucho que
anhelamos algo hasta destruirlo. Espero que les guste.
Un beso, y muchas
gracias por leer y comentar ♥
Siempre en amor
Anyara
Quieres una pieza de mí? Una canción de Britney Spears hace un poco alusión a esto....
ResponderEliminarSin contar lo hermosamente escrito y narrado Andy, me quedó con la "obsesión" que Bill desata sobre nosotras.... es un sentimiento raro. .no sé explicarlo, para muchas él nos inspira hacer arte, es nuestro muso, para otras es una obsesión insana.. que no las deja vivir. ¿Qué pasará Cuando él nos diga adiós? ¿Cómo actuaremos? Será posible que él se libre de nosotras o nosotras de él....
Excelente relato, obsesivo y escalofriante.Si ttuviera estrellitas te pondría mil!.
Besos.
Adriana.
UUyyy mi Any salio la perversa q vive en ti, me recordo un tanto a Rojadiccion pero aqui la situacion es mas compleja, mas cruda: La desesperanza, el desamor, la frustacion, uffff a cuantas bajas actuaciones nos pueden llevar nooo?
ResponderEliminarPobre Bill...casi podia palpar su terror y angustia...
Mi Any admiro mucho tu capacidad de generar historias asi de complejas, Muaaakkk
Excelente escrito, mi madre acostumbra decir, tanto ama el diablo a su hijo asta que lo mata. Muy a doc a esta historia, saludos, nunca me imagine que llegar al trabajo me traería sorpresas :)
ResponderEliminarPor una vez me he adelantado a nuestra lectura en común, y todavía no sé de dónde ha venido ese impulso... pero hay algo cierto: necesitaba leer esto en voz baja, saboreando cada palabra, cada metáfora, cada línea atormentada. Amo cuando te reconozco en la oscuridad, al igual que lo hago en la luz. Sigues siendo tú al otro lado del espejo <3
ResponderEliminarwow, me sorprendiste totalmente con ese giro de tuerca en el relato¡¡ En la medida que lo leía sonreía, hace tiempo que no leo algo parecido jejeej Me gustoooo mucho, pobre de Bill tiene las de perder :(
ResponderEliminarCuántos "tipos" de amor existen... El nacido de una pasión apagada es el más destructivo, no tiene otro fin mas que la muerte. Excelente narración, como siempre Andrea. Mil gracias!
ResponderEliminarLia Luna.
Guau, Anyara, absolutamente escalofriante y perfecto... Me gustó mucho... Un besote!
ResponderEliminarEscalofriante historia! Lograste trasmitir el temor y la angustia del personaje...
ResponderEliminarYo soy de las personas que cuando ama, ama con todo el corazon y el alma y leer esto me hizo preguntarme Hasta que punto puede llevarnos la obsesion de amar a alguien!?
Pd: besitos y abrazos apachurrantes!