Superpoder
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En algún momento de nuestra vida, antes o después, todos
hemos soñado con tener un superpoder. Hemos querido lanzarnos desde la ventana
de un quinto piso y volar, sin reparar en que lo más probable es que nos
matemos; o al menos eso es lo que nos dicen con frecuencia. También está el
poder de hacernos invisibles ¡¿Quién no ha soñado con entrar a hurtadillas en
la habitación de alguien y no ser visto?! También está la capacidad de tener
super oído y escuchar a distancia, y con nitidez, las conversaciones de otros y
saber qué tanto pueden decir. Oh, y la teletransportación; ¡Ese sí que es un
superpoder!
Sin embargo, la mayoría de las veces somos personas
corrientes, adheridas a vidas corrientes, y como es corriente; sin
superpoderes.
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Bill cruzó la puerta de su habitación con los pies casi a
rastras. Había sido un día largo, tan largo que casi le había parecido una
semana entera de trabajo. De todos modos era normal que se sintiera así después
de tanto tiempo de trabajar a media máquina y con horarios auto impuestos. A
pesar de que muchos consideraban que se pasaban demasiado tiempo en el estudio,
eso desde el ojo de un angelino, Tom y él no lo veían igual; sobre todo después
de las largas giras de promoción y de conciertos con horarios extenuantes y
pocas horas de sueño. Hoy se sentía un poco como en aquellos tiempos. Las
reuniones con los productores habían terminado hace algunas semanas y el disco
saldría dentro de unas pocas, igualmente. Preparar la antesala para el
lanzamiento de un single, con su respectivo video y las fotografías
promocionales; era un trabajo arduo.
Se tiró sobre la cama, vestido aún. Comenzó a sacarse un
zapato tirando del talón de éste con la punta del otro. Cuando el primer zapato
cayó, el segundo no tardó demasiado en hacerlo gracias a la misma técnica. Desenterró la almohada de
debajo de la colcha, metió una mano entre ella y la cama y dejó que su mejilla
descansara sobre la funda fría. En ese momento Bill se permitió respirar hondo.
Comenzó a sentir el cuerpo más relajado, debía de llevar unas dieciocho horas
levantado y trabajando. Sin embargo su cabeza era otra cosa. No paraba de dar
vueltas a las poses de las fotos y a la horrorosa camiseta que había escogido
Tom para sus imágenes promocionales ¡¿Es que tenía que estar en todo?!
Le pareció sentir el cuerpo adormilado, ya a punto de pasar
al país de los sueños, pero su mente seguía preguntándose si habían escogido la
mejor locación para las fotografías: a media tarde en un terraza de Los Angeles.
Opsss.
Expresó de pronto, cuando se vio a sí mismo desparramado
sobre la cama. Se miró sin comprender cómo era que había comenzado a soñar tan
pronto. Observó su atuendo, el pantalón de jeans oscuro y desgastado, la camisa
azul marino: brillante, el pelo perfectamente acomodado. Se dio el visto bueno
una vez más, del mismo modo que había hecho ante el espejo a minutos de salir.
Se miró las manos, los pies descalzos. Miró la puerta por la
que había entrado y se preguntó si sería posible salir de la habitación. Era un
sueño extraño, nunca antes había soñado con algo así. Tomó el manillar de la
puerta y su mano pasó de largo como si fuera un fantasma. Se quedó mirando sus
dedos, el manillar y lo intentó una vez más con algo más de calma, pero el resultado
fue el mismo.
Los fantasmas podían atravesar puertas ¿No?
Observó la madera pintada de color blanco y comenzó a
acercarse con cierto temor, hasta que su nariz estuvo a escasos centímetros de
ésta. Luego se acercó un poco más y notó la forma en que su cuerpo se mezclaba con el cuerpo cálido
de la madera. Advirtió el modo en que se dividía en partes minúsculas, como
miles de granos de arena hasta que fue nuevamente él, al otro lado de la
puerta.
—¡Wow! —expresó al mirar tras de sí y verse en el pasillo de
la casa. Este sueño era genial.
Escuchó voces entrando por el pasillo; reconoció a Georg y
Gustav, que por muy cansados que estuvieses seguían arrastrando el horario
europeo.
Avanzó cauteloso y los vio conversando, sentados en un sofá.
La televisión estaba puesta, pero ninguno de los dos le hacía demasiado caso. Se
acercó lo suficiente como para que lo vieran, sin éxito. Se puso de pie delante
de ellos, se sentó en el borde del sofá junto a sus caras, pero aún así no lo
veían. Estaba claro que en este sueño era invisible o incorpóreo… o algo…
Vio acercarse a Tom en pijama. Se puso en pie y esperó en
mitad del camino, pero al igual que con los demás él tampoco lo vio, aunque se detuvo
en seco justo antes de tocarlo, miró tras de sí por el pasillo.
—¿Y Bill? —preguntó.
—Estoy aquí.
—Se fue a dormir
—respondió Gustav. Tom lo aceptó, aunque no demasiado convencido. Extrañamente
rodeo a un Bill que no era capaz de ver.
Este sueño era demasiado extraño. A Bill se le antojó
incluso extravagante. Dio un giro sobre sí mismo comprobando que la escena era
exacta a como debía de estar su casa luego de dormirse.
Su gemelo se detuvo a su lado mirando el televisor. Bebió un
poco del agua que se había servido y dio las buenas noches a sus amigos. Volvió
a su habitación y Bill lo siguió en todo momento. De camino intentó pisar el
borde del pantalón del pijama que Tom arrastraba por el suelo, sin conseguirlo.
Entró en la habitación de su hermano luego de que éste cerrara la puerta, con
la misma sensación de división con la que cruzó la suya. Cuando Tom se dejó
caer boca abajo en la cama para dormir, lo miró un momento esperando a que se
uniera a él en este sueño particular, pero no sucedió. Comenzó a sentirse algo
frustrado, y a pesar de saber que no lo conseguiría quiso darle un punta pie a
un zapato de Tom; para su sorpresa fue a dar dentro del armario que éste había
dejado abierto.
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—¡Bill! ¡Arriba! —escuchó a Tom desde la puerta de su habitación—
Van a ser las once y tenemos que estar dentro de una hora en Universal.
Bill arrugó el ceño, y aceptó a regañadientes que tendría
que abandonar la cama. Respiró hondo y se estiró. Había dormido plácidamente a
pesar de los sueños vividos que había tenido. Se sentó en la cama y se rascó la
cabeza, intentado aclarar las ideas. Miró su ropa, aún seguía vestido.
Tom regresó. Bill no pudo evitar fijarse en que sólo traía
puesto un zapato.
—¿No habrás visto mi zapato? —preguntó.
Lo miró y parpadeó dos veces con calma, como intentando comprender.
—Mira en tu armario —contestó, dubitativo.
La curiosidad lo hizo levantarse y seguir a su hermano.
—¿Y cómo habrá ido a parar aquí? —expresó éste al encontrar
el zapato. Bill se encogió de hombros, disimulando su asombro.
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A Bill le costó asimilar ese extraño estado en el que se
sumía al dormir. Al principio, después de aquella primera vez, no había
conseguido volver a salir de su cuerpo. Tenía sueños comunes y algunos ni
siquiera los recordaba, hasta que comprendió que esto sólo sucedía cuando su
mente se mantenía despierta a pesar
de que su cuerpo se durmiese.
¿Complejo? ¡Una barbaridad!
Las primeras repeticiones del hecho habían sido bajo un
cansancio físico extremo, pero con la mente muy despejada y aún trabajando.
Curiosamente Bill no sentía cansancio al despertar, aunque se hubiese paseado
por toda la casa de noche. Comenzó a divertirse intentando mover objetos de
sitio que al día siguiente los chicos buscaban como energúmenos por la casa.
Gustav lo miraba sospechosamente cuando parecía saber dónde podían encontrar
los artículos perdidos como si fuese un vidente y sin moverse del sofá frente
al televisor.
—¿Tú te levantas por la noche a esconder las cosas? —le
preguntó en tono acusatorio un día cuando Georg revolvía toda la casa buscando
su teléfono móvil.
—¿Yo? —había preguntado Bill con un chillido y una sonrisa.
Gustav lo había mirado con los ojos como rendijas, de forma
inquisitiva como si tramara algo. Y lo tramaba. Esa noche Bill se acostó como
de costumbre, no sin antes ejercitarse en el pequeño gimnasio que tenían en una
habitación de casa y darse un buen baño. Con el cuerpo listo para el descanso y
la mente despejada, salir de su cuerpo era mucho más fácil. Se estaba convirtiendo
en algo instantáneo y porque no decirlo, un tanto adictivo.
¿Superpoder? Quizás.
Lo cierto es que se divertía haciendo travesuras de noche,
aunque aún no se atrevía a alejarse tanto de su cuerpo como para no volver. Se
apuntó mentalmente el buscar información sobre algo así ¿Sería lo suyo un viaje
astral?
La idea le emocionó.
Esa noche salió de su cuerpo y recorrió toda la casa
mientras que Gustav esperaba frente al televisor. El cambio horario ya no le
afectaba. Una media hora después de que Bill diese las buenas noches se puso en
pie, sigiloso, y se fue a mirarlo. Comprobó que descansaba esparramado en la
cama como era habitual. Cerró la puerta muy despacio hasta que escuchó el clic se
metió en su habitación, decidido a no dormirse en toda la noche. Haría guardia
y comprobaría que los objetos perdidos de casa eran responsabilidad de Bill.
Durante sus horas de diversión astral, Bill se dio cuenta de
que Gustav estaba despierto, sin despegar los ojos de un libro. Hubo un momento
en el que se fue hasta el baño, dejando sus lentes sobre la mesa de noche. Bill
comenzó a concentrarse en el peso y el volumen de estos, así como había
conseguido hacer con el resto de objetos que movía en casa. El agua en el baño
se escuchaba correr y él comprendió que si quería completar una travesura
debería concentrarse más. Hubo un momento en el que pudo asir los lentes en su
mano, pero un segundo después estos la habían traspasado como si fuese de aire.
Bufó molesto, sabiendo que el tiempo se le acababa. Lo intentó una vez más, confiando
en que si había podido salir de su cuerpo cualquier cosa era posible.
Tomó los lentes en la mano y logró salir de la habitación
por la puerta entreabierta. Cruzó el pasillo hasta la cocina y abrió una
estantería, escondiendo su botín tras unos vasos. Se asustó al ver a alguien a
su izquierda y se sorprendió cuando se vio a si mismo reflejado en un espejo. No
quitó la mirada hasta que comenzó a difuminarse a medida que se acercaba al
espejo. Cuando estuvo sólo a dos pasos de éste, extendió lo mano para tocar el
cristal. Al principio sus dedos lo atravesaron, pero al siguiente intento
consiguió tocarlo y hacerse visible.
Gustav no podía creer que desaparecieran sus lentes. Los
buscó bajo la cama, tras los muebles de su habitación y en el baño por si los
había llevado consigo. Finalmente abrió la puerta del cuarto de Bill para comprobar
que este seguía durmiendo. La puerta ocasionó un ruido más fuerte del habitual
y Bill sintió como era arrastrado hasta su cuerpo para despertar.
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Las travesuras se habían multiplicado en casa. Todos
sospechaban de todos, menos Bill, él era el único que podía degustar el café de
las mañanas.
—¿Y a ti no te falta nada? —le preguntó Tom aquella tarde,
cuando su hermano se probaba una nueva chaqueta delante del espejo.
—No —negó con un gesto despreocupado.
—Voy a comenzar a creer en los duendes —rezongó Tom.
—Te sorprenderías de las cosas en las que deberíamos creer
—soltó, sin más.
—Andas de lo más extraño últimamente —tanteó, sentándose en
el borde de la cama— ¿Qué es eso de querer apuntarte a estudiar física?
Bill se encogió de hombros. Había estado mirando las
inscripciones para cursos universitarios. Aunque tenía que ser honesto, por
mucho que le intrigaran sus salidas
nocturnas, la física no era lo suyo. Quizás debería plantearse algo más esotérico,
una carrera de parapsicología en algún instituto.
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La siguiente noche en la que pudo salir de su cuerpo fue
extraña, y la primera en su orden. En cuanto pudo visualizarse sobre la cama
sintió un tirón como si lo atrajeran con un imán desde algún sitio lejano, y de
ese modo lo trasladaran. Todas aquellas minúsculas partículas que lo componían
y que se separaban casi imperceptiblemente le causaban cierto cosquilleo. Tal
vez debería decidirse por la física, apenas si conocía la asignatura y se había
aprendido unas pocas formulas para aprobar, pero estaba seguro que esto que
sentía debía tener alguna teoría no comprobada.
Se encontró sentado en la barandilla de un puente a menos de
un metro de distancia de un chico al que le colgaban los pies en dirección a un
caudaloso río. No conocía el lugar, ni al chico, pero comprendió de inmediato
lo que sucedía. Se sintió agobiado y oprimió con las manos el borde de la
barandilla sin hacer esfuerzo. Hubo un instante en que el chico lo miró. Tenía
los ojos semicubiertos por el cabello que llevaba largo y desordenado. Bill
pensó que él muchacho se sorprendería de verlo pero lejos de hacerlo le habló.
—¿También vas a saltar? —le preguntó con la voz apagada,
casi podría decir que resignado.
—No —se atrevió a decir—. No tengo razón para hacerlo ¿Tú
tienes una?
El chico continuó mirándolo por un instante más como si
evaluara cuánto podía contarle a un extraño, para llegar finalmente a la
conclusión de que podía decirlo todo porque su vida se acabaría luego de eso.
Bill lo escuchó con atención. Le contó alguna experiencia
personal aderezada para la ocasión, considerando en todo momento que la vida de
una persona parecía depender de esa conversación.
Finalmente el chico no saltó, al menos no esta noche. Bill
lo vio alejarse por el puente. Notó el nada sutil tirón de regreso a su hogar
físico, a su cuerpo. Abrió los ojos y miró el techo, recordando en cuestión de
un segundo lo que acababa de suceder. En su cabeza había muchas preguntas, pero
probablemente siempre lo perseguiría una sola: ¿Había conseguido ayudar?
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No todo el tiempo era arrastrado de ese modo a escenarios
dramáticos y extremos, pero poco a poco comenzó a salir cada vez más. Un día se
vio hablando con una mujer en un parque a plena luz del día. La mujer hablaba
en alemán y le contó que esperaba a su hijo. Bill vio a los transeúntes pasar
en calma y reconoció los edificios de Berlín.
Otro día se apareció en el pasillo de urgencias de un
hospital. Había un hombre mayor en una camilla, con una mascarilla que le
proporcionaba aire y que lo miraba con ojos vidriosos. Bill no entendía qué
hacía ahí, pero la mano del hombre se alzó unos pocos centímetros por encima de
la cama y lo llamó. Miró alrededor y todo estaba solitario. Un reloj al fondo
le indicó que eran las tres de la mañana. Se acercó al hombre y le tomó la mano
que era áspera y no tenía fuerza. Se la sostuvo con la otra, encerrándola para
que no se deslizara.
—¿Está solo? —le preguntó, y el hombre asintió con dos
movimientos lentos y cansados.
Bill supo que el final de la vida de aquel hombre se
acercaba.
—¿Quiere que me quede? —continuó preguntando. El hombre le
respondió con un apretón sin fuerzas de su mano sobre la de Bill.
Esa noche había sido larga. Había visto al hombre respirar
con dificultad y había visto la soledad que puede haber en un frío pasillo de
urgencias. Las personas iban y venían, auxiliares de enfermería y muy pocos
médicos que parecían indolentes ante el dolor ajeno. Vio miseria e inhumanidad
y creyó que se llevaría esos sentimientos consigo cuando el hombre murió en
aquella camilla.
Gracias —escuchó a
su lado. Miró y se encontró con la expresión calma del mismo señor al que le
sostenía aún la mano, mirándose a sí mismo.
—De nada —fue lo único que pudo responder.
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Una noche se encontró siendo atraído hasta un vagón de
metro. Era muy tarde, se notaba por el poco público que hacía el trayecto.
Junto a él estaba sentada una chica que escribía insistentemente en su móvil.
Su atención por ella fue inmediata y ya había comprendido que eso era lo que
venía a hacer, pero ¿Qué podía necesitar una chica con un móvil en el metro? ¿Compañía?
¿Protección? No es que él fuese precisamente un atleta.
Se quedó observando con cierto disimulo lo que la chica escribía.
He preparado una tarta
de chocolate, mañana te la llevo —decía el mensaje. Bill pudo ver que junto
a la chica había un paquete de una pastelería, estaba cerrado.
—¿Ese pastel? —le preguntó entonces, como esperando que la
pregunta directa y sin aviso llevara a
la chica a dar una respuesta sincera.
—Sí —lo miró y de inmediato se le subieron los colores al
rostro—. Es de mala educación leer los mensajes de los demás —se defendió,
guardando su teléfono.
Al principio se sintió recelosa. Bill no supo si fue por el
modo en que él no pareció juzgarla lo que la animó a darle sus razones. Muy a
menudo se sentía sola, además del hecho de que aprender a hacer las cosas que
ofrecía requería tiempo. Así que las compraba y las hacía pasar por suyas.
Sabía que estaba mal, pero ver ese momento de satisfacción en el rostro de los
demás proporcionado por ella, la hacía sentir importante y valiosa.
—Aprende a hacerlo aunque te tome tiempo —Bill comenzó a decirle—.
Esfuérzate, pide ayuda. Verás cómo lo consigues y luego ese momento de satisfacción
será permanente y te pertenecerá.
Sabía que no se trataba de salvar una vida en el estricto
rigor pero quizás sí lo hacía, porque esa vida podía ser más completa gracias a
sus palabras.
En la siguiente estación la chica bajo, dejando el pastel sobre
el asiento.
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Tom entró en la habitación de su hermano y se dejó caer en
la cama mientras que Bill repasaba la ropa que había en su armario.
—¿Por qué no salimos esta noche? —preguntó Tom. Bill lo miró,
llevaban días sin hacerlo y no era mala idea ir a algún club.
—Por mí bien —aceptó.
—Pero primero tengo que contarte algo —dijo—. Últimamente
tengo una sensación extraña, como si no descansara cuando duermo. Sueño mucho.
Bill volvió a observarlo, esta vez con mucha más atención.
—Anoche soñé que iba en un vagón de metro ¿Te lo puedes
creer? Ya ni recuerdo cuando fue la última vez que me subí al metro.
—En Nueva York —respondió Bill, con cautela. Su hermano
pareció recordarlo.
—Es cierto, tienes razón —aceptó—. Había una chica… creo…
—Tom parecía dubitativo.
—Escribiendo un mensaje en su móvil —aseguró.
—Sí —Tom se alegró— ¿Tú también lo soñaste?
Bill no se había planteado que al ser tan cercano a su
hermano pudiese estar arrastrándolo con él en sus aventuras nocturnas. En ese momento supo que tenía que contarle
esta extraña capacidad que había descubierto.
—Tom, tengo que contarte algo.
Besos.
Siempre en amor.
Anyara
Me gustó muchísimo! Es increíble como puedes adaptar tus historias a la vida de los chicos y que se sienta tan real!! De verdad que me gustó mucho. El relato es interesante y me gustaría que hubiera más. Te felicito <3. Jen Gatta Márquez
ResponderEliminarA mi en lo personal me ha encantado, es una historia muy bonita. Te dejo un fuerte abrazo y mucho amor. :D
ResponderEliminarMe adelante la lectura *__*...
ResponderEliminarMe parece grandiosa la forma como mezclas temas tan complejos en tus historias, es super interesante la idea de la teletransportación, te imaginas lo maravilloso de poder moverte sin limites *__*...si descubres como hacerlo me cuentas ehh???...
Besitos Any *__*
Holitass... ha sido llegar y leer super emocionada... me encantó... desde el inicio hasta el final, rei con sus travesuras y senti las diversas emociones en los casos en que Bill de una u otra manera ayudó a las personas... ha sido realmente bonito... y pues queria decirte que tu tienes un super poder, el querer pese a todo a cada una de nosotras y transmitirlo por este medio hermoso que es la escritura... Te quiero inmensamente Any nunca lo olvides...
ResponderEliminarHola mamii :D
ResponderEliminarpues me encanto , definitivamente creo en la teoria de que somos energia , que podemos lograr pasar a mundos y dimensiones y que estos son infinitos . Me encanta este shot lo ame. La conexion entre gemelos sin duda es algo sublime y maravilloso que jamas nadie podra entender del todo (siempre quise tener uan gemela) XD yuyi doble XD :* besito mi madre linda lo hiciste excelente muack
ATT: Yuyisk Rose.
Hola!! creo que es la primera vez que te escribo aquí, pero solo quiero decirte que me ha encantado tu oneshot... Es espectacular como unes tus creencias con la vida de alguien y amo en la forma que escribes y pues solo quiero darte ánimos para que continúes :D Besos y saludos de mi parte.
ResponderEliminarUna proyección astral, puede ser eso. Yo no niego que a veces he sentido que estoy en otros lados, pero creo que aquí son solo sueños.
ResponderEliminarSi tuviésemos un poder ¿ayudariamos a la gente? Por lo general siempre pensamos en nosotros, en obtener algún bien, pero si ests en uno el ayudar a la gente, creo que si podríamos ayudar.
Me gustó mucho el relato y al final Bill ayudando a oa la gente y por supuesto eso de que haya jalado a Tom en sus sueños.
Besotes mi Any.
Adriana.