martes, 18 de noviembre de 2014

Erótica - Placer - One shot


Placer
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Observaba la cortina blanca mecerse con suavidad, empujada por la brisa fresca que entraba por la rendija que había dejado abierta en la ventana. La veía elevarse como si quisiera volar, vibrando en el aire casi del mismo modo en que vibraba mi simiente en la base de mi pene, atraída por el hambre voraz de tu boca que me lamía, me besaba y me succionaba hasta que me hacías soltar un gemido y cerrar los ojos, perdiendo de vista todo lo que me rodeaba, incluso a ti. Era inexplicable el modo en que se visualizaba el paraíso cuando se estaba a las puertas de un orgasmo. El desasosiego, el deseo de asirse a la vida y de desprenderse al mismo tiempo no tenía comparación. Si eras lo suficientemente consciente, conseguías mirar a través de las capas de la realidad y observar el modo en que se mueve el universo con la precisión de un relojero, aunque luego lo olvidaras. Quizás sea por eso que repetimos la sensación, tal vez buscamos un nuevo orgasmo cuando el anterior está consumado porque no nos resignamos a ser tan humanos y a estar tan dolorosamente anclados a la tierra.
El sonido de una bocina de coche que sonó a cierta distancia me hizo abrir los ojos. Te miré, parecías embelesada en tu labor de amante. Ver tu boca cerrada en torno a mi sexo me producía casi tanto placer como sentirla acariciarme. Estiré la mano y te toqué la mejilla con los dedos y la comisura del labio con el pulgar. En ocasiones buscaba la extensión de este momento de placer sólo para tenerte un poco más. Te vi liberarme y el sonido húmedo que eso produjo me hizo temblar. Tus ojos se fijaron en los míos, oscurecidos por la pasión que compartíamos y que se nos brindaba en cuotas cada vez más distantes. Te mantuviste arrodillada entre mis piernas, acariciando mi pene con suavidad, dejando que tus manos se deslizaran por la superficie erecta. No pude evitar quedar hipnotizado por ellas con las uñas delicadamente cortas y finas y el modo en orquestabas movimientos que intensificaban en mí las sensaciones que antes provocara tu boca.
—Ven aquí —te pedí, tomando una de tus muñecas para atraerte.
—Aún no —dijiste, casi en un susurro, mirando tu propio desempeño. Yo me quedé anclado a tus pezones, al modo en que se resistían a la gravedad dada su postura ligeramente inclinada, y en el casi imperceptible vaivén que el movimiento ocasionaba. Extendí una mano hasta uno de ellos y lo acaricié con el dorso de los dedos; lo sentí rozar contra cada uno y volví a temblar, esta vez el temblor llegó acompañado por un suspiro, o un gemido, o ambos a la vez. Una gota de líquido transparente brotó de la punta de mi pene resbalando hacia abajo con lentitud pesada. Me quedé observando ese hecho y me imaginé que aquella debía ser la misma densidad que tenía mi sangre en este momento, corriendo pesada por mis venas, causándome el sopor exquisito que ahora experimentaba. Te inclinaste un poco más cerca de mi sexo. La punta de tu lengua se asomó de entre tus labios, húmeda y ligeramente brillante, provocando que mi mente conectara con lo que ahora deseaba más. Tocaste el líquido cristalino que aún se mantenía como una gota redonda en la cima, con tanta elegancia que el gesto me pareció sublime, y te la llevaste dentro de la boca. Era una gota mínima, no conseguiría ni tener sabor, sin embargo resultaba excitante e inquietante imaginarme en tu interior, aunque fuese de esa forma.
Hoy has llegado con el cabello recogido y con un vestido diferente; casi me has parecido de otra época. Te acercaste con tanta lentitud que con cada pequeño paso y cada pequeña pausa mi corazón se desbocaba de ansiedad. Te acaricié el cuello con la misma suavidad con la que se acaricia el cristal. Reconocí el tacto de tu piel y me emocioné ante la expectativa de un beso.
—Hola, cariño —me dijiste, con los ojos brillantes por dos lágrimas que no derramarías, porque tu amor es demasiado valiente para dejarse abatir.
—Hola —te sonreí, con la mirada perdida en la forma de tu boca y tu clavícula.
Te quité el vestido en cuanto te tuve a mi alcance, sin embargo no llegué a liberar tu pelo, porque me parecía hermoso conservar ese detalle para el último momento, para cuando te tuviese en la cama desnuda y sonrosada por el deseo, tal como estabas ahora.
Me incorporé, tú sentada sobre mis muslos, te sostuve por la nuca y abrí tu boca con mi lengua. La brisa de la noche entró con fuerza, asemejando el deseo que despertaba el contacto de tus labios contra mis labios. Suspiré cuando ya no pude aguantar más la respiración y te tragaste mi aliento. Tu pecho había chocado contra mi pecho, entregándome la más delicada y deliciosa sensación de calidez que podía rememorar.
—Me toca a mí —murmuré sobre tu boca, con los ojos puestos en tus ojos mientras mi mano buscaba la horquilla que sostenía tu pelo. Las ondas se desperdigaron sobre tus hombros, acariciándolos, y a mi pecho. Hundí la nariz en ellos y me impregné del aroma a ti que desprendían. Te sostuve, firme, y me giré con cuidado de no dañarte; te quería bajo mi cuerpo, entregada y mansa, porque la posesión es lo único que me queda cuando tú te vas.
Hay sentimientos, motivaciones y dolores que el alma jamás confiesa, no porque no quiera, si no porque no encuentra el camino en las palabras para poder expresarlos. Ahora me sentía así, con un nudo tan enorme en la garganta que jamás podría decirte lo mucho que te amaba. Es más, no había palabra conocida para el amor que yo te profesaba.
Así que me limitaría al placer, a ese estado necesario y recurrente que buscamos a veces de forma desesperada. Parece esencial para nuestras vidas, para sacarnos de los momentos más oscuros y tristes. Muchas experiencias nos producen placer, pero sin embargo, son las nuevas emociones las que disparan nuestro organismo y nos hacen sentir en las nubes ¿Qué pasa entonces con las experiencias antiguas? ¿Podemos sostener la pasión entre las manos por algo recurrente? O, ¿podemos, simplemente, sentirnos enamorados para siempre?
Supongo que hay un profundo placer que experimentamos cuando podemos comunicarnos con alguien sin necesitar las palabras para ello. Es tanto el conocimiento que esa persona tiene de nosotros, o nosotros de ella, que con sólo mirarnos sabemos cómo reconfortarnos y sentirnos amados. Ese placer es la pasión eterna, y yo quería entregártela; quería perderme en los rincones de tu cuerpo como había hecho tantas veces, deseando que siempre fuese nuevo, para que siempre sintieras placer entre mis brazos.
Porque en tu ausencia el tiempo se muere y yo muero poco a poco en ese tiempo.
Besé tu cuello, tu clavícula amada, tu pecho; y me alimenté en la cima de tus senos. Delineé tus costillas con mi lengua y con mis dedos. Rodeé tu ombligo y me detuve con un beso en tu vientre. Por un momento sentí la necesidad básica de descansar la cabeza sobre él y ser capaz de escuchar la vida que no habíamos creado. Busqué con los dedos entre tus muslos, entre tus labios, entre tus pliegues húmedos y calientes. Los acaricie y noté el aroma de tu deseo. Recorrí el interior con la lengua y te saboreé; algo impensado para mí con cualquier otra personas. Escuché el modo en que suspirabas, jadeabas y gemías con cada caricia. Sentí como tus dedos desordenaban mi cabello y se sostenían de él como si cayeras en un abismo infinito. Deseé tu placer, tu gozo, tus gritos y tus convulsiones desesperadas; más de lo que había deseado las mías.
—Ven… ven… —suplicabas y tirabas de mí.
Lamí un poco más, abriéndome paso por el sabor de tu intimidad. Me pregunté, por un segundo, a qué sabría tu cuerpo si te entregabas a alguien más ¿Lo hacías? ¿Eras de otro? La duda abrió una grieta en mi alma, pero yo tampoco derramaría lágrimas. Me acomodé sobre ti, deseando saber si otro te hería del mismo modo y con la misma pasión que lo haría yo. Me miraste en el segundo exacto en que acomodaba mi sexo en la entrada del tuyo, y supe que leías mi angustia. Tus manos aferraron mis hombros y me pegaron a ti con más fuerza de la que suponía que tenías. Acunaste mi cabeza contra tu hombro, del mismo modo férreo en que lo hizo tu interior cuando me deslicé dentro de ti. Inhalaste profundamente y nos quedamos un momento en silencio, quietos y abrazados, escuchando sólo el murmullo de la cortina blanca contra la brisa.
—Sólo estás tú —susurraste tan bajito que bien podría haberlo imaginado.
No, no dejaría que vieras mis lágrimas.
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El sol iluminaba la habitación por completo. Por un momento me reproché el no haber cerrado las cortinas gruesas antes de dormirme; entonces te recordé y miré junto a mí el espacio vacío que habías dejado en mi cama. Por un instante quise lamentarme por tu ausencia, pero decidí que la luz del sol que ahora entraba por la ventana se merecía una fotografía y un hermoso recuerdo más. Fotografíe el paisaje y las sábanas que habíamos desordenado juntos.

#bedroomview #buenosaires #love
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N/A
Uno más de Erótica, inspirado por la hermosa foto de Bill en su habitación en el hotel de Argentina.
Espero que lo hayan disfrutado tanto como yo.
Siempre en amor.
Anyara

4 comentarios:

  1. Awwwww que moshoooo... me quede con ganas de enredarme entre esas sabanas y en esa cintura ainsssssss me encanto adoro la narrativa de esta escena tan sensual, toda erotica, nada vulgar sino muy sensuallll y me gusta... palabras dignas para describir tanta pasion muak te adoro mi Any.

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  2. Siempre sorprendiendo!! Me fascino, ahora esperando por cápsulas

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  3. Amor leerte .... Haces que se despierte mi imaginación ...

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  4. La historia es tan hermosa aunque demasiado triste y nostálgica, últimamente no me llevo para nada bien con ese sentimiento, pero sin duda la historia quedo hermosa.

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