Sensibilidad
.
Amo la sensación del vello de tus
piernas contra mis labios. Me gusta el contacto; esa suave aspereza y el modo
en que te tensas cuando la caricia comienza a subir. Me gusta reconocer con la
mejilla la hendidura de tus muslos; sentir la forma en que el músculo se templa
y tu piel se eriza. Adoro mirar desde ahí, el bulto que se forma bajo tu ropa
interior; cómo pelea contra la tela y se mueve palpitando, vivo como un animal
que lucha por ser liberado. Me excita ver el modo brutal en que te aprietas con
la mano para apaciguar la ansiedad. Entonces es cuando decido acercar mi boca y
atraparlo con los dientes; lo oprimo, con la fuerza justa para arrancarte un
quejido y me deleito en el tono desgarrado de tu voz, esa voz que entra en mí
vibrando de sentimentalismo, hasta romperse en un quejido fraudulento que me
habla de una pasión que no experimentaré más que de este modo, con instantes
robados a tu tiempo; entre las tinieblas del sueño y la realidad.
Sólo así te siento mío.
Vuelves a quejarte por la presión
de mis dientes, esta vez en un tono más bajo, casi un susurro, porque no te
gustan las altas exclamaciones de pasión. Llevo mis manos hasta tu vientre
desnudo y recreo en mi mente las marcas que has pintado en tu piel: una
estrella, una isla solitaria; quisiera ser parte de cada uno de tus anhelos.
Entonces me detengo y apoyo una mejilla contra tu sexo. No puedo continuar.
Necesito tu amor, tu pasión; necesito sentir tu piel caliente contra mi piel,
necesito que te incendies y explotes por y para mí. Sin embargo, no puedo
evitar pensar hasta cuándo. Siempre
la misma pregunta que se balancea sobre nuestros encuentros como un péndulo
afilado.
Dicen que el amor es intangible,
indefinible; capaz de recorrer, sin tocarnos, distancias infinitas, pero yo soy
egoísta y necesito que tus manos opriman firme mis pechos cuando te hundes en
mí; ansío sentir tus dientes presionando mi labio y escuchar el jadeo vencido
de tu voz cuando llegas al orgasmo. No, no puedo limitarme sólo a la
imaginación. Quizás te mereces a esa otra versión de mí que deambula en tu
universo; quizás, realmente, soy la que está destinada a perderte.
—¿Estás bien? —preguntas con esa
consideración tan tuya. Tus dedos se pierden en mi pelo y acaricias mi cráneo
con las yemas. A punto estoy de derramar las lágrimas que contengo casi sin
darme cuenta.
—Sí —respondo, intentando
disfrazar mi tristeza, para que no la veas, para que no sufras por ella.
Las yemas de tus dedos dejan de
acariciar y ahora presionan en mi cabeza, intentando enviar una señal. El sexo
nos une del modo mundano en que los humanos acostumbramos a comunicarnos; sin
embargo es una puerta al infinito que no siempre conseguimos dilucidar.
Amoldo el bulto bajo tu ropa con
la mano, dejo que tu pene se encaje en mi palma y lo presiono contra tu
vientre. Tu voz vuelve a regalarme la nota de placer que mi mente busca para inflamar
mi cuerpo. Siento la presión de la excitación en los pezones, los labios y
entre las piernas. Tu sexo pasa de latir contra mi mano, a dar latigazos de
desesperación. Engancho las uñas en el borde de tu bóxer y tiro de él con
decisión, hasta descubrir la punta de tu pene. Lo toco con los labios, lo
recorro con calma, acariciando su piel tensa. De pronto te siento temblar y la
emoción que me invade es tan profunda que no consigo contener mi propio
temblor.
Te amo, te amo, te amo… te amo. Te
amo y ese desesperado pensamiento fluye de mí, irrefrenable. Te aferro por las
caderas, besando la piel expuesta y sensible de tu sexo, hasta que mis labios
se abren y dan paso a la caricia de mi lengua, que da lugar a la succión de mi
boca y a la necesidad inherente de consumirte por completo. Me lleno la boca
con tu pene y tus dedos se hunden en mi cabeza, exigiendo que mantenga la
unión. Siento como creces e intentas penetrar en mi garganta. Me ahogo y te
suplico compasión, clavando mis uñas en tu piel.
—Ven —me concedes la libertad a
cambio de alzarme para unir tus labios a los míos. Me besas de un modo exigente;
la humedad de tu boca se mezcla con la mía, del mismo modo en que nuestras
piernas se han enlazado. De pie, aquí, pegados al lavabo de tu baño, consigo
mirar a través del espejo los movimientos de tu espalda. Los músculos se tensan
y se ablandan en armonía con la presión de tus brazos en torno a mí. Cierro los
ojos de forma involuntaria; mi cuerpo te ansia. Presiono mi sexo húmedo, abierto
contra tu muslo, y siento el roce del vello contra mi clítoris. Pierdo el
control, el habla; el pudor.
Descanso la cabeza sobre tu
hombro, dejando besos incoherentes en tu cuello, mientras tus dedos tatuados
juegan con mi pezón y tu otra mano, abierta, sostiene mi cuerpo contra el tuyo,
acentuando el roce de tu pierna entre las mías. Jadeo y el aire caliente que
sale de mí choca contra tu cuello; gimes y me aferras, conteniendo el temblor
de tu cuerpo. Entonces alzo la cabeza y miro tu boca; la observo como si fuese
la primera vez que la veo. Recorro cada línea de ella y que tan profundas son las
hendiduras de tus labios, reparo en la imperfección simétrica que existe en el
corazón que se forma en el superior y en el modo en que este cae hasta la
comisura, dándole a tu rostro ese carácter nostálgico que añoro en mis noches
más oscuras. Tu labio inferior se pronuncia casi sin voluntad, obligado por los
aros que le has impuesto y me invita a tocarlo con los míos en un roce tímido,
que apenas alcanza para notar su temperatura.
A veces te observo desde el umbral
de mis pensamientos y me pregunto cómo sería no amarte. Intento que mi mente
cree un mundo sin ti, un mundo sin tristeza, sin soledad, sin ansia; un mundo
plano, vacío.
—No me dejes nunca —suplicas,
escondiendo tu rostro en mi cuello. Te abrazo de un modo amante y fraternal a
la vez; un modo que sólo se puede comprender con el alma, porque la definición que
pueden darnos las palabras es burda y rudimentaria para lo que tú y yo
sentimos.
Me pierdo en tus ojos; en el color
pardo que los profundiza. Tus largas pestañas los adornan y consiguen crear un
marco de maravillosa perfección. Sé que cargas con tu belleza, que la expones
con magnificencia, a pesar de lo difícil que es traspasarla para enseñar tu Ser
interior. No, no te preocupes, amor, yo veo a través de las capas de tu piel
con una sabiduría que posees, pero que aún desconoces.
Arrastro mi labio contra tu boca,
sintiendo el metal que la enmarca. Tus manos se han alzado por mis costillas
hasta posarse bajo mis brazos como si buscaran anclarse a algo concreto.
Suspiro y mi ansia se cuela dentro de ti, volviendo a mí como un gemido
contenido y profundo. Qué maravilloso y doloroso es ese momento en que la piel
se te levanta y deja que las emociones naveguen bajo ella.
—¿Me harás el amor? —te pregunto
casi como un ruego— ¿Te hundirás en mí hasta que no pueda contenerme?
—continúo, sabiendo que las palabras insanas romperán tus trabas. Sí, te
conozco lo suficiente como para saber el punto en que tus pupilas se dilatan y el
cuerpo te sobra.
Gruñes muy bajito, como si esperaras
a que no pueda oírte; ¿no sabes, mi amor, que son tus más puras expresiones las
que alimentan mi razón?
Tomo tu sexo en mi mano y lo
acaricio para que comprendas que necesito tenerte dentro de mí. Preciso ese
instante en que el aire abandona tus pulmones y tus ojos se cierran ante la
pasión del momento. Ansío, de un modo que jamás podré explicar, que tus manos
aprisionen mis costillas para contener todo lo que grita en tu interior y que
no dejas ver a nadie más.
Nos giras y me subes al lavabo. Siento
el frío del mármol contra la piel. Me abres las piernas y tus dedos separan la
última barrera a mi sexo que es invadido por el tuyo. Por un segundo dejo de
respirar, ambos lo hacemos; hay un acto involuntario de permanencia en ellos,
como si pudiésemos detenerlo todo si nos mantenemos así: unidos, inmóviles y
silentes. Tocó con la punta de los dedos tu espalda; la acaricio a consciencia,
hasta aferrarme a ella. En ese momento
comienza una batalla que conocemos, que ninguno gana o pierde. Te siento dentro
de mí y solo puedo pensar en que son tantas las formas en las que te amo, que a
veces, incluso, me niego a hacerlo, porque amarte es perderme y amarte y es viajar a un infinito que no
conozco y es perderme y es amarte más que a mí misma; quizás por eso el amar
nos resulta tan difícil, porque en ello dejamos de regirnos por lo aprendido y entendemos
un nuevo estado y nos reinventamos.
Unes tus manos a las mías y las
llevas contra tu espalda. Jadeas junto a mi oído y por lo desacompasada que
brota tu respiración, sé que estás a un paso del placer. Sí, amor, aférrame así,
por favor no me sueltes ahora que me libero; no me dejes surgir sola. Tus dedos
aprisionan los míos y siento como tiemblan tus manos; el resto es una armonía
de suplicas, temblores y convulsiones que acaban con tu sexo vaciándose dentro
del mío y éste absorbiéndote hasta saciarse.
Siento tus besos temblorosos aún. Buscas
mi boca y yo te la concedo con el mismo temblor. No salgas de mí, mi amor, aún
no estoy preparada para dejarte marchar. Te miro; entre las tinieblas de mi alma, la única luz
que resplandece es la de tus ojos. Su profundidad parda aún está plagada de
sensaciones.
.
N/A
Aquí les dejo uno más de Erótica, el último del año. Este capítulo ha nacido
del corto pasaje de un sueño, espero que les guste.
Muchos besos y nos encontramos el año que viene :D
Siempre en amor.
Anyara
Sabes que me encanta cuando ella narra la historia? y cada vez que te leo me invade una sensación agridulce,digamos.La alegría del amor,la pasión,la entrega incondicional,mezclado con tal vez un deje de fatalidad,por el miedo a ser UNO en la eternidad,de no terminar juntos el recorrido de ese amor.Lo disfruto,y al mismo tiempo sufro.Me fascina Erótica.
ResponderEliminarPor el miedo a no ser uno en la eternidad....
ResponderEliminarPor el miedo a no ser uno en la eternidad....
ResponderEliminarAsta ahora pude escribirte pero aquí estoy, bonito capitulo, aunque nostálgico y apasionado, al mismo tiempo con ese miedo de estar sin la persona deseada. Interesante el hecho de que ha salido de la inspiración de un sueño, espero que luego me cuentes, Feliz y prospero año nuevo.
ResponderEliminar