Complicidad
.
Entre tintes,
olor a químicos y un que otro elemento menos agresivo, salí del salón en el que
me acababan de colorear el cabello. Las raíces se me habían quedado oscuras y las
puntas algo inanimadas, así como me sentía estos días, pero después de ese
último momento de mirarte a los ojos y creer en la posibilidad, pensé en que
debía poner mi energía en lo factible y no en todo lo demás que parece augurar
sólo terror.
Miro al cielo.
La luna es creciente y eso, inevitablemente, siempre atrae algo bueno; al menos
es lo que quiero creer. No soporto pensar en los seres que apagan sus almas con
desesperanza, tal como quién apaga un cigarrillo con el zapato.
Camino hasta el
coche y luego hasta casa. Hoy todo está solitario y frío, pero no es el tipo de
frialdad que hiela el aire, es del tipo que llena todo de silencio. Mi hermano
intenta reanimar su espíritu con el ruido mundano de la ciudad por la noche; yo
sólo te espero. Con el tiempo he aprendido a tener calma, algo que hasta hace
unos años me parecía inalcanzable. He aprendido, también, que el rosa no
siempre es rosa, o el violeta, o el verde; cada cosa que vemos está matizada
por las experiencias que llevamos a cuestas, se compone de los caminos que
hemos andado y de las ilusiones que hemos puesto en nuestros pasos. Ojalá un
día pudiese saber, ciertamente, que tú has caminado mi mismo sendero aunque yo
no te viese; de ese modo recibiría a la muerte en paz, porque te sabría mía,
alma de mi alma, más allá de lo que mis ojos ciegos pueden ver.
Me remuevo el
cabello, ya platinado, y me observo en el espejo del baño. He dejado la puerta
abierta a mi paso, como suelo hacer cuando estoy solo; encuentro cierto rebelde
placer en hacer algo tan simple como eso. Enredo los dedos en mi cabello y los
dejo descender por el borde de mi sien, hasta mis patillas; luego me acaricio
la barba a manos llenas y pienso en la necesidad que tengo de afeitarla
también, como a otras partes de mi cuerpo, para consumar mi estado de
apariencia perfecta. Reflexiono sobre ello un par de segundos, mientras observo
mi rostro cansado ante el espejo. Saco la máquina de un mueble lateral y
compruebo que aún tiene carga suficiente. Me vuelvo a mirar y pienso en la
posibilidad de dejarlo para mañana, después de todo qué importa un día más.
Escucho una
respiración a poca distancia y me sobresalto. Miro con rapidez: Eres tú.
—No quería
asustarte —me dices, desde tu postura desenfadada. Descansas un hombro contra
el umbral de la puerta y todo tu cuerpo reposa en ese punto de apoyo, sin
embargo tus ojos me muestran la añoranza que has sentido; la reconozco, es
idéntica a la mía, quizás por esa misma razón es que busco entregarte la
dignidad de lo cotidiano.
—No lo has
hecho —vuelvo a mirarme en el espejo y paso los dedos por mi barba y luego los
enredo en mi cabello sin perderte de vista, a pesar de no estar mirándote
directamente.
Te acercas y
tocas la máquina que he dejado sobre el mueble.
—No voy a
cortar mi pelo —te digo al recordar otro momento juntos.
—¿Estás seguro?
—preguntas, luego tocas mi cintura, la acaricias y buscas mi piel bajo la
camiseta. El contacto se me antoja candente, lo he ansiado más de lo que
conseguiría decir, pero conservo la calma para que ambos disfrutemos de este
momento adeudado por el destino.
Separo los
labios, quiero decir algo, pero detengo mis palabras porque necesito centrar
mis pensamientos en cada roce de tus dedos, que en este instante descienden por
mi vientre y mi ingle, enredándose en el vello de mi sexo; justo alrededor de
él, sin llegar a tocarlo.
—¿Qué buscas?
—pregunto, intentando sosegar mi respiración, como si no me estuviese
incendiando; como si no me importarán tus manos aventureras. Intento disimular
el deseo enorme que tengo de girarme y atraparte contra la pared para que no te
disuelvas en este instante. Sin embargo me mantengo en calma, porque ambos
necesitamos de la fantasía de creer que esto es nuestra vida, que es lo
habitual, que nos encontraremos uno junto al otro al despertar mañana.
—Quiero
ayudarte —dices al retirar tus manos de dentro del pantalón de algodón que
visto y te llevas un pequeño suspiro que no puedo contener, mezcla de decepción
y alivio—. Ven —agregas, mientras tomas la afeitadora y te sientas en una silla
junto al lavamanos.
Supongo lo que
pretendes y todo mi cuerpo responde erizándose hacía ti, como si me
absorbieras, como si no pudiese resistirme a tu atracción.
Me acerco y me
quedo de pie. Te veo separar las piernas para que pueda acercarme más y la
caída que hace la tela de tu vestido entre ellas me enciende tanto como la
visión que tengo de tu seno. Me parece increíble sentir el palpitar de la
sangre en mi sexo, después de tantos días en los que me he sentido apagado por
tu ausencia. Me miras y sé que tú también experimentas la misma extraña sensación;
pero ambos callamos, ambos queremos proteger este instante en el que somos
magia.
Estoy tan
enamorado de ti que la vida se me hace pequeña y cada sensación de mi cuerpo es
una explosión de éxtasis dedicada a ti ¿Sabes la fortaleza de debo tener para no
gritar cada vez que tu respiración toca mi piel?
Siento la
sangre bullir por las venas, por los capilares de la dermis, y todo lo que mi
cuerpo desea es que me empuje hacia ti, así me reciba tu sexo o tu boca. Tus
dedos enlazan la cintura de mi pantalón de algodón que entrega la misma
resistencia de la orilla de un río ante
el caudal estrepitoso. Tus manos actúan con maestría y mi sexo brota, salta,
desde la tela que lo aprisionaba y se muestra ante tu rostro como un mástil de
carne dispuesto a pelear cualquier batalla. Te humedeces los labios y los
separas y sólo puedo pensar en que me engullas hasta que tu boca toque mi
vientre; sin embargo, es una de tus manos la que toca mi sexo y lo aparta,
luchando con su rigidez y comienzas a deslizar la máquina que recorta el vello
que hay alrededor. Siento como mi pene late contra tu palma, la sangre presiona
a través de él e inflama la punta hasta que se amorata. No puedo evitar el
llevar una mano a mis testículos que se han endurecido y me causan dolor, un
dolor que comprendo como parte de la necesidad y que comparo con el dolor que
mantengo en el pecho cuando te espero. Quizás sea ese pensamiento el que
aquieta mi ansia, porque ahora estas aquí y quiero disfrutarte del modo que
sea, aún a costa del sufrimiento de mi cuerpo. Te observo y me lleno los ojos
con el recuerdo de cada sombra que se crea en tu piel; el modo en que tu mirada
cae y las pestañas me ocultan tus pupilas, el movimiento lento de tu muñeca:
arriba, atrás, abajo, arriba; tratando la herramienta como una extensión más de
tu mano y me acariciaras con ella. Cierro los ojos y respiro por la nariz, más
rápido de lo necesario, soy consciente de la carrera que lleva mi corazón y del
salto que pega cuando atrapas mi pene desde su base, acunándolo en tu mano,
para depilar el otro lado. Te miro y ya no puedo controlar las imágenes que
crea mi mente. Mi sexo está apuntando hacia tu boca, está lleno, duro y me
duele de ansiedad. Llevo mi mano tatuada hasta tu boca y con el pulgar toco tu
labio inferior y lo arrastro hasta que veo tus dientes y tu encía húmeda. Tu
mirada se encuentra con la mía y olvidas el trabajo que estas ejecutando. Te
veo ladear la cabeza, comprendo lo que pretendes y el orgasmo se anuncia en mi
vientre. Tu lengua asoma y toca mi sexo desde abajo y se extiende por él con
tanta calma que parece que voy a reventar antes de que llegues a la punta. La
humedad de tu boca manda mensajes que mi mente lee sin llegar a comunicárselo a
mi pensamiento, lo sé porque mi cuerpo arde, palpita y quiere escapar de sí
mismo sin coherencia. Te sostengo la quijada, conteniendo las ganas de llevarte
a lo que deseo. Tocas la punta de mi pene, la humedeces y esta brilla por esa
humedad. Una parte de mí es deseo puro, otra es puro amor; ambas parecen
colisionar dentro de mi mente y de mi cuerpo y me causan un escalofrío que me
estremece por completo. La piel me arde, la siento en contacto con el aire
helado. Te vuelvo a acariciar la boca y te meto el pulgar en ella, ansioso
porque comprendas mi desesperación. La visión de tus labios encerrándolo y ver
tus mejillas hundirse por la succión me obligan a palmear el aire y sostenerme
de lo primero que encuentro. Siento que me fallan las piernas y que el deseo se
espesa en mis venas.
Vuelves a
sostener mi pene hacia un lado y tomas la máquina con la intención de terminar
tu trabajo.
—No, por favor,
no puedo más —te susurro con la voz oscurecida, apenas capaz de articular las
palabras. Entonces te miro, me miras y todo lo que somos, queremos y buscamos
se filtra a través de ese contacto. Tomo tu rostro entre mis manos como si
fueses de cristal; mía, delicada y preciosa. Me permites la caricia sólo por un
instante y como si temieses a tu propio sentir, sueltas la máquina y te
apoderas de mi pene y mis testículos con ambas manos y todo mi cuerpo se tensa.
Tu mirada ha cambiado, te has vuelto salvaje. Me empuñas y te acaricias los
labios con la punta inflamada. Otra vez suplico en medio de un suspiro—. Por
favor — y siento el calor húmedo del interior de tu boca. Te metes mi sexo con
calma y ya no sé si razono lo que estoy mirando. Siento el toque de tus dedos
como si tocaran música en teclas imaginarias, buscando la nota adecuada.
Cuando busco a
mi alma, siempre pienso en ti, en tus ojos, en tu boca, en tus besos que me
abren el mundo; que me llevan a cerrar los ojos y a indagar en la oscuridad lo
que me es negado en la luz marchita de lo que me han pintado como vida. Como
ahora, que cierro los ojos y me pierdo en el placer que buscas arrancar de la
raíz de mi sexo succionando de forma
despiadada y a la vez mi mente vaga en el lujurioso deseo de amarte con
la mirada de lo increíble por el resto de mi existencia, por todas mis vidas. Todo
alrededor se convierte en humo y en agonía; mi propia voz agónica crea una
melodía que no reconozco.
Te miro
nuevamente, me siento mareado, a punto de desplomarme. Observo, de forma casi
inconsciente, el modo en que tus pulgares presionan el conducto inflamado bajo
mi pene por el que saldrá mi semilla. La siento, se aglomera caliente en mis
testículos que se han convertido en dos nueces duras llenas de savia. Oh, mi
amor, si supieras como deseo en este momento instintivo, plagar de estrellas el
espacio de tu vientre hasta crear un universo que brille lleno de vida.
Quiero entrar en ti —pienso, sin llegar
a articularlo; mi vientre se endurece y la voz se me rompe en un quejido cuando
mi semen te llena la boca.
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N/A
Este capítulo de Erótica lleva varios días
en proceso, resultó algo más “candente” que los últimos, pero creo que se lo
merecían nuestros protagonistas y nosotros. Espero que les guste.
Un beso
Siempre en amor
Anyara
¡WOW! no sabia que te podía encontrar aquí me encantó
ResponderEliminarUUfff vaya cap Any, mas q merecido para los torturados protagonistas y sus inocentes seguidoras *_*, hoy si me voy a soñar feliz...
ResponderEliminarMuaaakkk
"Entonces te miro, me miras y todo lo que somos queremos y buscamos se filtra a través de ese contacto" y siento que en esta fase se resume erotica, en mirar con el corazon a quienes queremos y deseamos un contacto eterno... hermoso capi mi any, perfectamente erotico <3 adoro como escribes y amo esta serie... un abrazo grande.
ResponderEliminarY todo se resume en estar uno a lado del otro en completo abrazo para complementar él alma con un infinito amor.
ResponderEliminarAdoro la fusión de la "animalidad" de nuestros sentidos que nos lleva, paradójicamente a sublimar las sensaciones hasta tocar el cielo con el alma. " Me besas y oh, empieza mi vida". David Bowie. Saboreo la palabra "salvaje"... Este será uno de mis shots favoritos. Arde en llamas.
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