Bueno. La historia va
algo lenta, pero necesita el tiempo que se está tomando para recrear el
ambiente y las circunstancia. Espero que la puedan comprender, tanto por lo que
dice como por lo que insinúa.
Capítulo II
.
El olor a tierra húmeda me llenaba la nariz. Había
despertado hacía poco, aunque pronto serían las dos de la tarde. Había dormido
muy mal, despertando sobresaltado por la noche con el corazón inquieto. Pero
una vez que estaba despierto, era incapaz de reconocer la agonía que me invadía
en sueños.
Ahora me encontraba en la parte de atrás de la casa, esa que
daba a la ventana de mi habitación. Esperaba observar el paisaje con un algo
más de detalle. Ante mí había un tupido bosque de arboles sin hojas. Podía ver a
lo lejos una casa solitaria como esta. Miré a mi derecha, esperando encontrar
alguna otra propiedad, pero no fue así.
Mi madre y él se habían quedado a dormir, pero no pasarían
más días conmigo. Intenté asegurarme de que no lo hicieran. Lo menos que
necesitaba ahora mismo, era encontrarme rodeado de personas esperando por una
reacción que no estaba seguro de si llegaría en algún momento.
Caminé hacia la parte delantera de casa. Llevaba las manos
metidas en los bolsillos de mi chaqueta. Me encontré con el cuadro de mi madre
fundida en un abrazo con Sarah. Había algo en aquellas dos mujeres que parecía
unirlas más de lo que yo esperaba, ya que sólo recordaba haber estado aquí una
vez. Quizás durante el tiempo que pasé fuera de Alemania, ellas habían
establecido una relación más cercana. Quizás.
—Llamaré cada día —mi madre le decía a Sarah.
—Ve tranquila, ya nos encargaremos nosotros —sonreía ella.
Mi madre me miró y me sonrió también. Sus ojos tan cansados
y entristecidos como ayer, y el día anterior… y el anterior.
—Dame un abrazo —me pidió, caminando hacia mí.
Yo saqué las manos de los bolsillos y la estreche. Me
parecía tan pequeña ahora que ya era un adulto. Por un instante quise recordar
cómo se sentía el cobijo de los brazos de esa madre que logra protegerte de
todo. Pero no era capaz de hacerlo.
—Que tengan buen viaje —le dije, cuando el abrazo terminó.
Ella me observó, y acarició con mucha suavidad el lado de mi rostro que aún
tenía aquel color violáceo.
—Toma los medicamentos —me pidió, sin dejar de recorrer mis
facciones —, y mantente tranquilo… llámame…
Cuando noté que sus ojos se iban cristalizando, asentí y
desvié la mirada, evadiendo sus sentimientos.
—Adiós Gordon —le extendí la mano para que me la estrechara
de ese modo coloquial que solíamos usar.
—Cuídate, no preocupes a tu madre —me pidió, hablándome al
oído cuando chocó su hombro con el mío.
De ese modo los vi partir. Me quedé de pie en el lugar hasta
que los perdí de vista.
—Vamos dentro —me habló Sarah—, hace frío aquí fuera.
La miré y asentí. Tenía razón, el frío me estaba punzando en
las mejillas, me causaba un delicado dolor sobre la piel. Era agradable sentir
al menos eso.
Cuando entramos, el calor de la cocina contrastó fuertemente
con el existente fuera. Me quité casi de inmediato la chaqueta, y la colgué en
el perchero que había tras la puerta.
—He preparado una sopa —me dijo Sarah, con amabilidad—, te serviré
un poco.
—Gracias —respondí, acercándome a la ventana lateral que me
permitía observar el bosque, y aquella casa que desde aquí adquiría una
perspectiva diferente.
—Pero debes saber que aquí se come a la una de la tarde en
punto —continuó—. Frederick viene a esa hora y nunca se atrasa.
—Entiendo.
Escuché el sonido del plato y los cubiertos al ser puestos sobre
la mesa.
—Ya está —dijo entonces.
—¿Tienes vecinos?—le pregunté, en tanto me sentaba frente al
sitio que me había puesto en la mesa.
—Oh, sí —respondió alegremente, dejando una pequeña cesta
con pan delante de mí antes de sentarse—, a pocos minutos caminando —parecía
contenta de poder hablar un poco más conmigo—, no solemos vernos mucho pero nos
acompañamos.
—¿Disfrutas de la soledad? —continué preguntando. Me llevé a
la boca una cucharada de la espesa sopa que me había servido.
—Es agradable casi siempre. Cuando quiero estar con más
personas me voy al pueblo —comenzó a desmigar un pequeño trozo de pan.
Yo continué bebiéndome la sopa, obediente y sumiso.
—Para ti será complicado salir de aquí —comenzó a decir—, tu
madre me explico que no se debía saber dónde estabas.
—Es mejor que no se sepa —concluí—, te llenarías de
periodistas.
—Entonces tendré que buscarte una ocupación, o te aburrirás
aquí —sentenció.
Yo simplemente me encogí de hombros.
—Si quieres hablar de algo… —intento.
—Estás aquí —concluí por ella.
Aquella me parecía una frase tan vacía. Aunque era
consciente de que cada persona que la había entonado hablaba sinceridad. Pero a
mí no me decía nada.
—Bueno… sí… —titubeo—.
Si te sirve saberlo, he pasado por algo similar.
—Gracias —interrumpí, refiriéndome al plato de sopa. Me puse
en pie de inmediato. Ella me miró algo perpleja, pero enseguida aceptó mi distanciamiento—
. Me gustaría salir a andar un poco.
—Claro, no creo que encuentres demasiadas personas alrededor…
esto es bastante solitario —se explicó.
Yo tomé mi chaqueta, me la puse y abrí la puerta.
—Bill —me habló y la miré—, hacia la parte trasera de la
casa está el río… ten cuidado…
El río.
—Sí —acepté.
Salí de aquella casa, notando el aire frío en las mejillas y
en las manos. Caminé hacia la parte trasera, y observé la ventana de la cocina.
Sarah me miraba. Volví la vista al camino sin hacer caso de ella.
La tierra fría dejaba al descubierto algunas raíces
levantadas de los arboles más antiguos. El hielo, a medida que me internaba en
la espesura de aquel pequeño bosque, se hacía más notorio. El sonido del agua
llegaba a mis oídos, comprendí que no debía faltar demasiado para llegar.
Recordaba este camino, o al menos la caminata que habíamos hecho mi hermano y
yo al río. En aquel entonces la hierba era verde, y los arboles estaban
cargados de hojas. Probablemente sería primavera. Él recogió una rama que
arrastró durante todo el camino, pasando por encima de las raíces levantadas,
la maleza y las rocas. Entonaba una melodía, silbando. Yo había comenzado a
escribir canciones en una libreta que ese día llevaba conmigo. Tom había estado
haciendo chillar la guitarra de Gordon el día anterior, para ponerle una música
a las cuatro líneas que llevaba escritas.
Y le hice una pregunta.
—¿Crees que mamá y papá volverán a estar juntos un día? —le pregunté
mientras buscaba el camino, escuchando el agua a lo lejos. Lo miré hacia atrás
para ver su expresión. Tom me decía mucho más con ellas que con las palabras.
—Mamá está con Gordon —se encogió de hombros.
—Pero podrían estar juntos sólo un tiempo ¿No? —de alguna manera
me negaba a aceptar que las cosas habían cambiado tanto.
—No lo creo, ya cambiamos hasta de casa —su voz sonaba
desganada. Molesta.
Me quedé un momento pensando en eso. Era cierto, habíamos
dejado la casa que ocupábamos con papá, y nos habíamos trasladado a ese
angustioso pueblo casi tan pequeño y aburrido como este. Ojalá a mamá no le
diera por venir a visitar a esta mujer a menudo. Con ese niño pequeño
correteando por esa casa. Era insufrible estar ahí ¿A quién se le ocurría tener
un hijo con tanta edad?
—Ese crío me tiró el pelo —se quejó Tom tras de mí.
—¿Qué edad tendrá Sarah? —pregunté.
—No sé, pero parece de la edad de la abuela ¿No?
—Sí… ojalá a la abuela no se le ocurra tener otro hijo —hablé
preocupado.
—Sería nuestro tío ¿No?
—Supongo —me encogí de hombros.
Llegamos a la orilla del río, y lo miramos desde el alto
sitio en el que nos encontrábamos.
—¿Estará muy helada? – me preguntó.
—Quizás.
Busqué una piedra y la arrojé.
—¿Te gusta Gordon? —quise saber.
—No sé…
—¿Crees que mamá será feliz con él? ¿No se separará esta
vez?
—Deja ya de darle vueltas Bill —se quejó, arrojando su
propia piedra al río.
Suspiré.
—Mamá se divorció y ya está, la vida es como es.
—Es cierto —acepté, tirando una nueva piedra al agua que
rompió la superficie con un sonido ahogado— ¿Hiciste los ejercicios de
matemáticas?
Tom rió, arrojando otra piedra un poco más lejos.
—No.
—Yo tampoco.
Reí, arrojando una piedra más, intentando que cayera más
lejos que la de Tom.
Ahora estaba frente al mismo río, probablemente no en el
mismo punto ya que el agua parecía más cercana. Si caminaba un poco más podría
meterme en la corriente. El aire parecía más frío. Entraba por mi nariz hasta
mis pulmones, causándome un ligero dolor. Empujé una piedra con la punta de la
bota y esta rodó, cayendo en el agua sin mucho estrépito. Observé todo
alrededor ¿Habría animales en este lugar? No lo sabía. Pensé de pronto en nuestros
perros. Se habían quedado en Los Ángeles en manos de un cuidador. Quizás debía
pensar en una nueva mascota, pero ese pensamiento se disipó cuando mi mirada
cayó en la casa que se veía desde la ventana de mi habitación. Estaba bastante
más cerca desde aquí, y sin meditarlo demasiado comencé a ir en esa dirección.
Esquivé las ramas caídas y los matorrales por un camino que iba construyendo
con mis pasos en medio de los arboles.
Cuando el bosque dejó campo abierto alrededor de aquella
casa, comencé a comprender que estaba abandonada. Tenía un par de cristales
rotos, y se podía ver alguna cortina raída y sucia. La rodeé buscando la
entrada. Si había ahí un sitio abandonado, seguramente sería un sitio para mí.
Empujé débilmente la puerta de entrada desde la que se
divisaba, a la distancia, la casa de Sarah. La puerta no cedió así que la
empujé con ambas manos y mucha más fuerza. Una, dos y hasta tres veces. Cedió
con un crujido pesado y desgastado. El olor a humedad y tierra se percibía en
cuanto entrabas, conjugándose en mi mente la sensación de soledad.
Comencé a avanzar por el interior sin saber en realidad qué
buscaba. No sentía especial curiosidad por el lugar, probablemente en otro
tiempo sí me la habría despertado.
El primer piso no era muy diferente a la casa de Sarah. Tenía
más o menos la misma distribución aunque mucho más amplia, con una habitación
rodeando la escalera y la cocina al final de un pequeño pasillo que la
comunicaba con la sala. Tenía unos pocos muebles completamente cubiertos de
polvo, seguramente los que habían vivido aquí no pudieron llevarse.
Al caminar hacia la escalera le di con la bota a una piedra
que rodó por el piso de madera. Por la posición en la que se encontraba, tuve la
sensación de que sería la que había roto uno de los cristales de la ventana. No
me detuve a pensar demasiado en ello y comencé a subir las escaleras,
acompañado únicamente por el sonido de mis pasos crujiendo en los escalones de
madera.
En el segundo piso había un pasillo que parecía enorme, y
tres habitaciones más. Abrí la puerta en la primera de ellas, encontrándome con
un gran espacio absolutamente vacío. Desde la ventana se divisaba el río, y una
fría corriente se filtraba desde algún lugar que no sabría definir. Las
telarañas estaban cómodamente tejidas en los rincones, y por un instante pensé
en que podría encontrar pequeños animales de bosque en alguna habitación.
Salí de ahí y caminé hasta la siguiente. El panorama no era
muy diferente aquí, aunque había dos cosas que no encontré en la otra
habitación. Una pesada cajonera de madera a un costado de la puerta, y un
enorme espejo apoyado en la pared junto a la ventana. El polvo cubría ambos
elementos así que no tocaría nada.
Me acerqué a la ventana, y observé desde ella el segundo
piso de la casa de Frederick y Sarah. Los árboles desnudos interferían
levemente la visión, era probable que en primavera y verano no se percibiera
más que el techo.
Noté en ese momento que la luz iba descendiendo con rapidez.
Miré la hora en mi reloj, faltaba poco para las cuatro de la tarde. Sería mejor
regresar, en la oscuridad se me haría difícil el camino por muy cerca que
estuviese la casa de Sarah.
Me dispuse a salir pero al girarme hacia la puerta me
pareció percibir un movimiento a mi costado. Un pequeño haz de luz junto al
espejo. Lo observé detenidamente durante un par de segundos antes de
convencerme de lo poco probable que era aquello. Seguramente se trataba de
alguna luz proyectada desde algún punto de la habitación. Retomé la dirección
hacia la puerta cuando un nuevo reflejo iluminó la pared junto a ésta. Me giré por
completo hacia el espejo.
Si la luz entrara desde la dirección en la que yo me
encontraba podía comprender que se reflejara en el espejo, pero no había forma
posible de que eso sucediera.
Me quedé ahí por cerca de un minuto, observando el espejo y
esperando a que un nuevo reflejo saliera de él. Pero nada sucedió.
Fuera se hacía cada vez más de noche, así que regresé.
Continuará…
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