domingo, 2 de diciembre de 2012

La sombra en el espejo - Capítulo II





Bueno. La historia va algo lenta, pero necesita el tiempo que se está tomando para recrear el ambiente y las circunstancia. Espero que la puedan comprender, tanto por lo que dice como por lo que insinúa.




Capítulo II
.
El olor a tierra húmeda me llenaba la nariz. Había despertado hacía poco, aunque pronto serían las dos de la tarde. Había dormido muy mal, despertando sobresaltado por la noche con el corazón inquieto. Pero una vez que estaba despierto, era incapaz de reconocer la agonía que me invadía en sueños.
Ahora me encontraba en la parte de atrás de la casa, esa que daba a la ventana de mi habitación. Esperaba observar el paisaje con un algo más de detalle. Ante mí había un tupido bosque de arboles sin hojas. Podía ver a lo lejos una casa solitaria como esta. Miré a mi derecha, esperando encontrar alguna otra propiedad, pero no fue así.
—¡Nos vamos Bill! —escuché a Gordon, apareciendo por un costado de la casa.
Mi madre y él se habían quedado a dormir, pero no pasarían más días conmigo. Intenté asegurarme de que no lo hicieran. Lo menos que necesitaba ahora mismo, era encontrarme rodeado de personas esperando por una reacción que no estaba seguro de si llegaría en algún momento.
Caminé hacia la parte delantera de casa. Llevaba las manos metidas en los bolsillos de mi chaqueta. Me encontré con el cuadro de mi madre fundida en un abrazo con Sarah. Había algo en aquellas dos mujeres que parecía unirlas más de lo que yo esperaba, ya que sólo recordaba haber estado aquí una vez. Quizás durante el tiempo que pasé fuera de Alemania, ellas habían establecido una relación más cercana. Quizás.
—Llamaré cada día —mi madre le decía a Sarah.
—Ve tranquila, ya nos encargaremos nosotros —sonreía ella.
Mi madre me miró y me sonrió también. Sus ojos tan cansados y entristecidos como ayer, y el día anterior… y el anterior.
—Dame un abrazo —me pidió, caminando hacia mí.
Yo saqué las manos de los bolsillos y la estreche. Me parecía tan pequeña ahora que ya era un adulto. Por un instante quise recordar cómo se sentía el cobijo de los brazos de esa madre que logra protegerte de todo. Pero no era capaz de hacerlo.
—Que tengan buen viaje —le dije, cuando el abrazo terminó. Ella me observó, y acarició con mucha suavidad el lado de mi rostro que aún tenía aquel color violáceo.
—Toma los medicamentos —me pidió, sin dejar de recorrer mis facciones —, y mantente tranquilo… llámame…
Cuando noté que sus ojos se iban cristalizando, asentí y desvié la mirada, evadiendo sus sentimientos.
—Adiós Gordon —le extendí la mano para que me la estrechara de ese modo coloquial que solíamos usar.
—Cuídate, no preocupes a tu madre —me pidió, hablándome al oído cuando chocó su hombro con el mío.
De ese modo los vi partir. Me quedé de pie en el lugar hasta que los perdí de vista.
—Vamos dentro —me habló Sarah—, hace frío aquí fuera.
La miré y asentí. Tenía razón, el frío me estaba punzando en las mejillas, me causaba un delicado dolor sobre la piel. Era agradable sentir al menos eso.
Cuando entramos, el calor de la cocina contrastó fuertemente con el existente fuera. Me quité casi de inmediato la chaqueta, y la colgué en el perchero que había tras la puerta.
—He preparado una sopa —me dijo Sarah, con amabilidad—, te serviré un poco.
—Gracias —respondí, acercándome a la ventana lateral que me permitía observar el bosque, y aquella casa que desde aquí adquiría una perspectiva diferente.
—Pero debes saber que aquí se come a la una de la tarde en punto —continuó—. Frederick viene a esa hora y nunca se atrasa.
—Entiendo.
Escuché el sonido del plato y los cubiertos al ser puestos sobre la mesa.
—Ya está —dijo entonces.
—¿Tienes vecinos?—le pregunté, en tanto me sentaba frente al sitio que me había puesto en la mesa.
—Oh, sí —respondió alegremente, dejando una pequeña cesta con pan delante de mí antes de sentarse—, a pocos minutos caminando —parecía contenta de poder hablar un poco más conmigo—, no solemos vernos mucho pero nos acompañamos.
—¿Disfrutas de la soledad? —continué preguntando. Me llevé a la boca una cucharada de la espesa sopa que me había servido.
—Es agradable casi siempre. Cuando quiero estar con más personas me voy al pueblo —comenzó a desmigar un pequeño trozo de pan.
Yo continué bebiéndome la sopa, obediente y sumiso.
—Para ti será complicado salir de aquí —comenzó a decir—, tu madre me explico que no se debía saber dónde estabas.
—Es mejor que no se sepa —concluí—, te llenarías de periodistas.
—Entonces tendré que buscarte una ocupación, o te aburrirás aquí —sentenció.
Yo simplemente me encogí de hombros.
—Si quieres hablar de algo… —intento.
—Estás aquí —concluí por ella.
Aquella me parecía una frase tan vacía. Aunque era consciente de que cada persona que la había entonado hablaba sinceridad. Pero a mí no me decía nada.
—Bueno… sí…  —titubeo—. Si te sirve saberlo, he pasado por algo similar.
—Gracias —interrumpí, refiriéndome al plato de sopa. Me puse en pie de inmediato. Ella me miró algo perpleja, pero enseguida aceptó mi distanciamiento— . Me gustaría salir a andar un poco.
—Claro, no creo que encuentres demasiadas personas alrededor… esto es bastante solitario —se explicó.
Yo tomé mi chaqueta, me la puse y abrí la puerta.
—Bill —me habló y la miré—, hacia la parte trasera de la casa está el río… ten cuidado…
El río.
—Sí —acepté.
Salí de aquella casa, notando el aire frío en las mejillas y en las manos. Caminé hacia la parte trasera, y observé la ventana de la cocina. Sarah me miraba. Volví la vista al camino sin hacer caso de ella.
La tierra fría dejaba al descubierto algunas raíces levantadas de los arboles más antiguos. El hielo, a medida que me internaba en la espesura de aquel pequeño bosque, se hacía más notorio. El sonido del agua llegaba a mis oídos, comprendí que no debía faltar demasiado para llegar. Recordaba este camino, o al menos la caminata que habíamos hecho mi hermano y yo al río. En aquel entonces la hierba era verde, y los arboles estaban cargados de hojas. Probablemente sería primavera. Él recogió una rama que arrastró durante todo el camino, pasando por encima de las raíces levantadas, la maleza y las rocas. Entonaba una melodía, silbando. Yo había comenzado a escribir canciones en una libreta que ese día llevaba conmigo. Tom había estado haciendo chillar la guitarra de Gordon el día anterior, para ponerle una música a las cuatro líneas que llevaba escritas.
Y le hice una pregunta.
—¿Crees que mamá y papá volverán a estar juntos un día? —le pregunté mientras buscaba el camino, escuchando el agua a lo lejos. Lo miré hacia atrás para ver su expresión. Tom me decía mucho más con ellas que con las palabras.
—Mamá está con Gordon —se encogió de hombros.
—Pero podrían estar juntos sólo un tiempo ¿No? —de alguna manera me negaba a aceptar que las cosas habían cambiado tanto.
—No lo creo, ya cambiamos hasta de casa —su voz sonaba desganada. Molesta.
Me quedé un momento pensando en eso. Era cierto, habíamos dejado la casa que ocupábamos con papá, y nos habíamos trasladado a ese angustioso pueblo casi tan pequeño y aburrido como este. Ojalá a mamá no le diera por venir a visitar a esta mujer a menudo. Con ese niño pequeño correteando por esa casa. Era insufrible estar ahí ¿A quién se le ocurría tener un hijo con tanta edad?
—Ese crío me tiró el pelo —se quejó Tom tras de mí.
—¿Qué edad tendrá Sarah? —pregunté.
—No sé, pero parece de la edad de la abuela ¿No?
—Sí… ojalá a la abuela no se le ocurra tener otro hijo —hablé preocupado.
—Sería nuestro tío ¿No?
—Supongo —me encogí de hombros.
Llegamos a la orilla del río, y lo miramos desde el alto sitio en el que nos encontrábamos.
—¿Estará muy helada? – me preguntó.
—Quizás.
Busqué una piedra y la arrojé.
—¿Te gusta Gordon? —quise saber.
—No sé…
—¿Crees que mamá será feliz con él? ¿No se separará esta vez?
—Deja ya de darle vueltas Bill —se quejó, arrojando su propia piedra al río.
Suspiré.
—Mamá se divorció y ya está, la vida es como es.
—Es cierto —acepté, tirando una nueva piedra al agua que rompió la superficie con un sonido ahogado— ¿Hiciste los ejercicios de matemáticas?
Tom rió, arrojando otra piedra un poco más lejos.
—No.
—Yo tampoco.
Reí, arrojando una piedra más, intentando que cayera más lejos que la de Tom.
Ahora estaba frente al mismo río, probablemente no en el mismo punto ya que el agua parecía más cercana. Si caminaba un poco más podría meterme en la corriente. El aire parecía más frío. Entraba por mi nariz hasta mis pulmones, causándome un ligero dolor. Empujé una piedra con la punta de la bota y esta rodó, cayendo en el agua sin mucho estrépito. Observé todo alrededor ¿Habría animales en este lugar? No lo sabía. Pensé de pronto en nuestros perros. Se habían quedado en Los Ángeles en manos de un cuidador. Quizás debía pensar en una nueva mascota, pero ese pensamiento se disipó cuando mi mirada cayó en la casa que se veía desde la ventana de mi habitación. Estaba bastante más cerca desde aquí, y sin meditarlo demasiado comencé a ir en esa dirección. Esquivé las ramas caídas y los matorrales por un camino que iba construyendo con mis pasos en medio de los arboles.
Cuando el bosque dejó campo abierto alrededor de aquella casa, comencé a comprender que estaba abandonada. Tenía un par de cristales rotos, y se podía ver alguna cortina raída y sucia. La rodeé buscando la entrada. Si había ahí un sitio abandonado, seguramente sería un sitio para mí.
Empujé débilmente la puerta de entrada desde la que se divisaba, a la distancia, la casa de Sarah. La puerta no cedió así que la empujé con ambas manos y mucha más fuerza. Una, dos y hasta tres veces. Cedió con un crujido pesado y desgastado. El olor a humedad y tierra se percibía en cuanto entrabas, conjugándose en mi mente la sensación de soledad.
Comencé a avanzar por el interior sin saber en realidad qué buscaba. No sentía especial curiosidad por el lugar, probablemente en otro tiempo sí me la habría despertado.
El primer piso no era muy diferente a la casa de Sarah. Tenía más o menos la misma distribución aunque mucho más amplia, con una habitación rodeando la escalera y la cocina al final de un pequeño pasillo que la comunicaba con la sala. Tenía unos pocos muebles completamente cubiertos de polvo, seguramente los que habían vivido aquí no pudieron llevarse.
Al caminar hacia la escalera le di con la bota a una piedra que rodó por el piso de madera. Por la posición en la que se encontraba, tuve la sensación de que sería la que había roto uno de los cristales de la ventana. No me detuve a pensar demasiado en ello y comencé a subir las escaleras, acompañado únicamente por el sonido de mis pasos crujiendo en los escalones de madera.
En el segundo piso había un pasillo que parecía enorme, y tres habitaciones más. Abrí la puerta en la primera de ellas, encontrándome con un gran espacio absolutamente vacío. Desde la ventana se divisaba el río, y una fría corriente se filtraba desde algún lugar que no sabría definir. Las telarañas estaban cómodamente tejidas en los rincones, y por un instante pensé en que podría encontrar pequeños animales de bosque en alguna habitación.
Salí de ahí y caminé hasta la siguiente. El panorama no era muy diferente aquí, aunque había dos cosas que no encontré en la otra habitación. Una pesada cajonera de madera a un costado de la puerta, y un enorme espejo apoyado en la pared junto a la ventana. El polvo cubría ambos elementos así que no tocaría nada.
Me acerqué a la ventana, y observé desde ella el segundo piso de la casa de Frederick y Sarah. Los árboles desnudos interferían levemente la visión, era probable que en primavera y verano no se percibiera más que el techo.
Noté en ese momento que la luz iba descendiendo con rapidez. Miré la hora en mi reloj, faltaba poco para las cuatro de la tarde. Sería mejor regresar, en la oscuridad se me haría difícil el camino por muy cerca que estuviese la casa de Sarah.
Me dispuse a salir pero al girarme hacia la puerta me pareció percibir un movimiento a mi costado. Un pequeño haz de luz junto al espejo. Lo observé detenidamente durante un par de segundos antes de convencerme de lo poco probable que era aquello. Seguramente se trataba de alguna luz proyectada desde algún punto de la habitación. Retomé la dirección hacia la puerta cuando un nuevo reflejo iluminó la pared junto a ésta. Me giré por completo hacia el espejo.
Si la luz entrara desde la dirección en la que yo me encontraba podía comprender que se reflejara en el espejo, pero no había forma posible de que eso sucediera.
Me quedé ahí por cerca de un minuto, observando el espejo y esperando a que un nuevo reflejo saliera de él. Pero nada sucedió.
Fuera se hacía cada vez más de noche,  así que regresé.
Continuará…

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