Capítulo XIV
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Abrí los ojos, encontrándome con el techo de la habitación
que ocupaba en la casa de Sarah. Por la luz que lo cubría, debía suponer que se
había hecho de día. Me sentía mareado y con mucho sueño. Tenía la sensación de
llevar muchas horas durmiendo. Volví a cerrar los ojos
Otra vez abrí los ojos, el techo se veía algo más oscuro.
Tosí. La garganta me dolía. Un temblor evidenció el frío que sentía, era
extraño que Sarah o Frederick no hubiesen calentado la casa, aquí dentro
siempre estaba caliente. Tiré de las mantas y me cubrí casi hasta la cabeza.
Seguiría durmiendo. Pero antes de hacerlo recordé a Kissa. Abrí nuevamente los
ojos, me pesaban los parpados. Me apoyé en un brazo intentando ponerme en pie.
No la había visto desde… miré hacia la ventana, era de noche nuevamente.
—Tengo que irme Bill —me había dicho angustiada, mientras
metía algunas cosas en un bolso.
—¿Qué ha pasado? —le pregunté, notando la presión que sentía
en mi pecho sólo por pensar en su ausencia y en la soledad.
Me miró, sus ojos estaban acuosos como los míos.
—Sarah... arrojó unas piedras dentro de casa —comenzó a
explicarme.
—Aquel ruido tan fuerte —comprendí.
—Sí —continuó, metiendo cosas en el bolso a toda velocidad—,
y una golpeó a mi madre —me miró—. La llevaremos al hospital —escuchar la
palabra hospital me aceleró el corazón—. Bill… —pronunció mi nombre con
tristeza.
—¿Sí? – mi pregunta fue cautelosa.
—Mi padre quiere que me quede con su hermana unos días…
hasta que todo se calme…
Me quedé observándola ¿Qué eran unos días?
Asentí ¿Qué más podía hacer? ¿Gritar desesperado como me
sentía?
De ese modo se había ido. Yo me había echado en la cama a dormir
cansado y marchito.
Cerré los ojos otra vez. Seguía muy cansado.
Mis sueños eran extraños, pasajes diferentes de mi vida se
mezclaban. Me vi con Tom de niños, paseando por el bosque que había alrededor
de la casa de Sarah y Frederick, en aquella visita que habíamos hecho al lugar.
Yo llevaba en la mano una rama con la que removía la maleza antes de pisarla.
—¿Qué esperas que aparezca? —me preguntó, con sus manos en
los bolsillos del pantalón, era tan ancho que cabíamos ambos dentro y nos
sobraba espacio.
—Nada —me encogí de hombros.
—No lo parece —continuó debatiendo—, yo creo que esperas a
que te salga algún bicho extraño.
Lo miré, y me reí.
—El único bicho extraño eres tú —me mofé—, las pobres
ardillas estarán preguntándose de qué especie eres.
Solté una carcajada sin poder evitarlo.
—Soy de la especie que estrangula hermanos —se arrojó con
ambas manos a mi cuello, riendo y fingiendo estrangularme. Yo di con la espalda
en un tronco, riéndome y sosteniendo sus manos con las mías.
—Ya déjame… ya déjame —Tom disfrutaba con las cosquillas que
me causaba— ¡Ya déjame! —exigí en medio de las risas. Él me soltó.
—Conste que lo hago sólo para que no asustes a las pobres
ardillas con tus gritos —quiso aclararme, mirando hacia las copas de los
arboles.
Me arrojé contra él, buscando la venganza respectiva, pero
ambos nos silenciamos ante un sonido
entre los árboles.
—Me imagino que habrá más personas viviendo aquí —dijo Tom, aún
sosteniendo mis muñecas firmemente para evitar mi ataque. Tiré de ellas y me
soltó.
El ruido de maleza volvió a oírse, y yo me agaché a recoger
la rama con la que me venía abriendo paso. Caminamos sigilosos en dirección al
sonido. Cuando estaba por llegar al árbol desde el que provenía, una niña
corrió alejándose unos metros hasta otro árbol. Su cabello era claro y
desordenado. Nos miró refugiándose tras el tronco y sonrió.
—¿Quién será? —preguntó Tom, como siempre encandilado por
una niña bonita.
—¿Cómo quieres que sepa? —le contesté molesto. Ya suponía
que la niña le había gustado, y a mí también.
Tom rió cuando la chica se echó a correr y fue tras ella. Yo
lo vi pasar por mi lado sorprendido, echando a correr de inmediato tras ambos.
—¿Crees que sea una princesas de cuento de hadas? —preguntó
entre risas cortadas por el esfuerzo de la carrera.
Gordon nos había contado una extraña historia sobre los
pueblos de la zona. Según nos decía, los pueblos pertenecían a una ruta que
habían hecho los hermanos Grimm, y gracias a ellos llevaban el nombre de la
ruta de los cuentos de hadas.
—No seas estúpido… según eso yo sería un príncipe… —le
respondí, y me tambalee con el empujón que me dio.
—El único príncipe aquí soy yo —la niña se veía en medio de
los arboles. Su cabello claro y alborotado me ayudaba a visualizarla—, tú no
llegas ni a sapo.
—Graciosito —lo empujé, ganándole unos pasos de distancia.
¿Y ella qué sería?
Abrí los ojos en medio de aquella ensoñación. Noté voces
alrededor. El techo que antes había sido de madera, ahora era de un blanco
inmaculado. El sonido de un ‘tic… tic’ se oía en algún lugar junto a mí. Moví
la mano, pero me dolió, algo me clavaba en ella.
—¿Bill? —escuché la voz de mi madre, pero no fui capaz de
responderla. Necesitaba seguir durmiendo. Los sueños eran agradables.
Me vi sumergido en una de las ensoñaciones que había tenido
con Kissa. Era curioso, no lo había notado pero su cabello se parecía mucho al
de la niña del bosque. A aquella especie de hada de los bosques, que nos
habíamos encontrado Tom y yo. En mi sueño ella se me acercaba un día por la
calle, estábamos paseando por Hamburgo, Tom acababa de entrar a una tienda por
cigarrillos mientras yo me fumaba el último que teníamos. Ella me hablaba, pero
yo no la conocía.
—¿Bill? —preguntó cuando me vio.
No creía que me fueran a reconocer con tanta facilidad,
después de todo mi cabello estaba de otro color y ya nos habíamos vuelto
maestros del camuflaje.
—Sí —le sonreí, mirando alrededor, para saber cuántas
personas había. Pero estaba ella sola.
Me miró intensamente, parecía emocionada. Nunca me
habituaría a este tipo de situaciones, por más que las viviese me sentía
extraño ¿Cómo consuelas a un completo desconocido?
—Soy… Kissa… —se llevó la mano al pecho como si quisiera enfatizar
en ello, pero no la conocía. No la había visto jamás.
—Oh. Hola Kissa —la saludé con una sonrisa.
Se quedó en silencio un momento. Inspeccionaba mi mirada,
mis facciones.
—¿Quieres que te firme algo? —pensé en ayudarla a ordenar
sus ideas.
—Oh no, no… —se rió, y miró al suelo como si la situación le
pareciera graciosa. Yo miré atrás a la tienda. Tom debía de haberse entretenido
con alguna revista.
—Bueno, entonces no sé cómo puedo ayudarte —le dije.
Volvió a mirarme, y pareció buscar dentro de sí misma la
decisión para decirme algo.
—Cuando tenías ocho años le escribiste una carta a una niña
que se llamaba Lilith, ella tenía once —dijo de pronto, como si estuviese
recitando una poesía de memoria.
—¿Cómo sabes tú eso? —le pregunté algo molesto. No podía
imaginar cómo era que ella lo sabía. Conocería a Lilith.
Sí, eso debía de ser.
—Me lo contaste tú —quiso explicarse, pero yo sabía que no
podía ser.
Me quedé un momento mirándola.
—Mira, tengo prisa —me di la vuelta para entrar con Tom pero
ella sostuvo mi mano con firmeza, aunque sin violencia.
—Bill, escúchame por favor —miré su mano sosteniéndome, y
luego la miré a los ojos. Unos ojos grises y profundos. Podría decir incluso:
sinceros.
—¿Qué? —pregunté, dándole un extra de mi paciencia. Tiré de
mi mano, y ella me soltó de inmediato.
Parecía muy nerviosa.
—Dentro de tres días —comenzó—, Tom sufrirá un accidente —abrí
los ojos, asustado. Pero qué me estaba diciendo.
—¡¿Qué?! —pregunté, incrédulo ¿A cuánto podía llegar una
persona para captar mi atención? ¿Es que acaso alguien normal podía soportar
esto?
—Y morirá.
—¡Estás loca ¿eh?! ¡Será mejor que te vea un médico! —me di
la vuelta furioso. Si no me alejaba de ella era capaz de darle una bofetada en
plena calle.
—¡Bill, por favor! —la escuché mientras me seguía.
Me giré hacia ella.
—¡Lárgate! —alcé la mano, la golpearía.
Ella retrocedió medio paso, y me miró con los ojos llenos de
lágrimas.
—Bill… —murmuró mi nombre, y yo cerré la mano en un puño. La
bajé, apretando los dientes, conteniéndome.
Me di la vuelta, y me metí en la tienda para buscar a Tom.
Ese idiota me las pagaría por tardarse tanto.
Abrí los ojos, me pesaban tanto los parpados. Miré a un lado,
y me encontré con un monitor que marcaba los latidos de mi corazón. Al parecer
la gripe que me había agarrado de tanto estar en la casa de Kissa, se había
convertido en algo más ¿No? Quizás, finalmente me iría con Tom.
Con ese pensamiento cerré nuevamente los ojos, y nos vi a
Tom y a mí paseando otra vez por aquel bosque. Mi hermano me acompañaba.
Llevaba ambas manos en los bolsillos de su pantalón y vestía el mismo jersey
del día del accidente.
—Tengo ganas de sol y playa —dijo. Yo había tomado una rama
como la vez anterior, y removía la maleza con ella.
—Y yo… quiero mi cama.
—Nunca te acostumbras a otras camas ¿Eh? —bromeó.
—Ya sabes que no —me encogí de hombros. A pesar del tiempo
que pasábamos en hoteles, mi cama siempre sería mi cama.
Seguimos caminando.
—¿Por qué remueves la hierba? —preguntó Tom, con curiosidad.
—No sé, me gusta cómo suena al hacerlo.
—La vez anterior que estuvimos aquí, hiciste lo mismo —me
recordó.
—Ahora que lo dices…
—¿Recuerdas a la niña que perseguimos? —preguntó.
—Un poco. Cabello claro, muy rápida corriendo.
Tom rió con una carcajada nítida y alegre.
—Sí, finalmente no la alcanzamos —recordó.
—No, no lo hicimos.
Nos quedamos en silencio. Continuamos caminando, y Tom me
habló.
—Bill —su voz sonaba seria.
—¿Qué? —lo miré cuando no recibí respuesta.
—Tienes que despertar —me dijo de pronto. Sentí que el
corazón se me escapaba del pecho. Negué con un gesto.
—No quiero.
—Tienes que hacerlo, no te puedes quedar aquí para siempre —su
voz sonaba tan tranquila, incluso paternal.
—No Tom —bajé la mirada a la rama, y a la maleza que
removía. Tom se detuvo, yo avancé un poco más esperando a que me siguiera. Me
detuve cuando no lo hizo. Lo miré—. Me duele mucho —le confesé.
—No dolerá más —quiso convencerme.
—Sí lo hará —sentencié categórico, notando como las lagrimas
me llenaban los ojos y el sudor me bañaba la frente y la sien.
—Bill… —su voz seguía siendo amable.
—¡¿Qué?! —sabía lo que me iba a decir.
—Confía en mí.
Mi respiración se hizo profunda, hundiéndome el pecho con
cada exhalación. Aferraba la rama en mi mano hasta el dolor. Cerré los ojos
negando insistentemente, moviendo la cabeza con fuerza. Me dolía, estaba
mareado. Y volví a escuchar mi nombre en su voz.
—Bill… Bill… —sonaba asustado ¿Lo estaba asustando yo con mi
actitud?
—No quiero Tom —le dije, deteniendo el movimiento de mi
cabeza. Sentía aún el mareo.
—¡Bill! —ahora sonaba exaltado.
Abrí los ojos, y la luz me cegó al hacerlo. Una luz tan
clara, que no parecía que los arboles la cubrieran. Miré el rostro de Tom que
estaba inclinado hacia mí. Me encontraba recostado sobre algo blando. Sólo
entonces me di cuenta de que estaba en una cama y en una habitación. Miré alrededor
sin llegar a comprender el lugar en el que me encontraba, a pesar de ver mi
entorno.
—Estás en el hospital, Bill —habló Tom junto a mí—, has
estado muy enfermo.
Lo miré. Y la pregunta vino a mi mente de inmediato. Implacable.
Necesaria.
—¿Estás vivo?
Continuará…
Wah!!!... que
contenta me he quedado con este capítulo. Creo que en historias como estas, en
las que hay que poner muy bien las piezas, vienen bien los días de parar. Es
como acomodar todo para luego escribirlo.
Espero que les haya
gustado, esta historia sin duda es de las que más orgullosa me hace sentir, me
gusta como está quedando.
Besitos a todos los
que leen… quizás haya algún chico anónimo… y muchas gracias.
Siempre en amor.
Anyara
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