Capítulo XV
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Me encontraba sentado en la cama de hospital. Removía el
cuenco la comida que me habían traído, era una especie de puré de verduras que
no se veía nada apetitoso. Según los médicos, Gordon, mi madre y Tom; debía
tener hambre pero lo cierto es que no era así. Lo único que experimentaba era
una enorme sensación de vacío e incomprensión.
Miré la habitación, la inspeccioné como si necesitara que
los detalles de ella me llevaran a evocar alguna clase de entendimiento, algo
que me explicara qué pasaba.
—¡Aquí está el postre! —exclamó Tom, entrando en la
habitación con una bolsa con el logo de una heladería de Hamburgo a la que me
gustaba ir.
Lo miré, parecía tan alegre que no podía menos que estarlo
yo también. Noté como la sonrisa se fue marcando en mi rostro, sincera como la
sentía. Tom estaba vivo, lo estaba viendo ¿O estaría soñando? Esa era la
pregunta que no dejaba de azotar mi mente ¿Qué era realidad?
—Tom… —le hablé. Él se había sentado a un lado de mi cama.
—¿Aún no te has terminado eso? —preguntó, indicando el
cuenco con aquel preparado verdoso.
—No quiero —lo removí a un lado en la bandeja.
—No me arrugues la nariz, que pareces niño… y de los
malcriados —me reclamó, moviendo un poco más lejos el cuenco y dejando en su
lugar un bote de helado.
—Gracias —dije algo más animado, comenzando a levantar la
tapa para luego detenerme y mirarlo hacer lo mismo. Él me devolvió la mirada.
—¿Qué? —preguntó. No respondí, sólo lo miraba— ¿No puedes
levantar la tapa? —en su rostro se marcó un gesto de preocupación. Dejó su
helado sobre la bandeja, acercando sus manos al mío— No importa, ya lo hago yo.
—Tom —volví a decir y él volvió a mirarme—, explícame otra
vez como es que estoy aquí.
Bajó la mirada al bote del helado quitando la tapa, enterró
la cuchara en él y fijó sus ojos en los míos.
—¿Qué te pasa? —preguntó en lugar de responder, aún con
aquel gesto de preocupación— Nunca has tenido mala memoria.
—Es que no lo entiendo —bajé la mirada, levantando y
hundiendo la cuchara en el helado.
Tom suspiró dramáticamente.
—Fuimos a casa de Sarah, la tía de Gordon —intenté seguir
aquel relato, buscando en mi memoria lo que él me decía. Y lo recordaba, pero
como parte de un sueño no como una realidad—, pasaríamos el día ahí. Ella ha
estado algo enferma.
—¿Qué día era? —pregunté, interrumpiéndolo.
Tom me miró.
—No sé —pensó un instante— ¿19 de enero?
—¿Pero no fuimos a casa de Andreas ese día? —insistí con mis
preguntas.
—No… —arrastró la sílaba, confuso por mis palabras.
—¿Cómo que no?—continué.
—Porque nos fuimos a casa de Sarah ¿Por ejemplo? —soltó con
ironía.
Volví a mirar el helado que ya comenzaba a derretirse.
—Es que no lo entiendo—dejé que mis pensamientos se
transformaran en palabras.
—¿Qué no entiendes? —preguntó, comenzando su helado.
Miré por la ventana y suspiré. Mi mente estaba llena de
imágenes que según lo que Tom decía, no podían ser reales, pero las sentía tan
vivas en mi interior. Lo observé nuevamente, él arrastraba la cuchara del revés
fuera de su boca.
—¿Y luego en casa de Sarah? ¿Qué hicimos? —casi le exigí una
respuesta.
—¿Dime tú que se puede hacer ahí? Matar el tiempo dando un
paseo —fue su respuesta. Se llenó nuevamente la boca de helado.
—¿Paseamos entonces? —pregunté.
Tom se quedó mirándome receloso.
—Ya basta Bill… que me asustas ¿Eh? Bastante susto me has
hecho pasar estos días.
Ambos nos quedamos en silencio. Yo observé a Tom
detenidamente mientras él lo hacía de reojo, revolviendo su helado. Estaba
conmigo nuevamente, en lo que debía entender que era mi realidad. Porque ahora
sí que no estaba soñando ¿Verdad?
—Estoy despierto ¿Verdad? —le pregunté.
Tom me miró, y con un movimiento tan rápido que no alcancé a
prever me pellizcó el brazo.
—¡Auch! —reclamé, llevando mi mano a la zona agredida.
—¿Despierto? —preguntó, molesto.
—¡Eres idiota! ¡Y un bruto! —continué masajeándome el brazo.
Se puso de pie rápidamente y rodeo la cama, llevándose una
nueva cucharada de helado a la boca de muy mala manera. Luego me habló con la
boca llena, apuntándome con la cuchara.
—¡Me lo he pasado muy mal estos días! —me reclamó. Yo sólo
lo observaba— ¡Cuatro días! ¡¿Sabes lo que son cuatro días viéndote retorcerte
en esa cama por la fiebre?! ¡Y casi dos días más para que te dignaras a despertar!
Yo seguía en silencio. Tom me miraba un poco menos molesto.
—¡Maldita sea! ¡Dime algo! —me exigió, comenzando a sentirse
culpable por haber estallado de esa manera.
—Déjalo, si con hacerte preguntas te pones así —respondí,
volviendo a mi helado. Intentaba creer en lo que Tom me había explicado.
Volvió a suspirar de forma dramática, sentándose al otro
lado de la cama.
—Pregunta.
Lo miré con cierto recelo, aunque no podía negar que tan
sólo verlo era un enorme alivio para mí. Era como haber recuperado mi alma, no
únicamente la mitad, toda mi alma.
—Tom —dije y él me miró. Se notaba enfadado aún—… te quiero…
—Yo también te quiero idiota —respondió—, de lo contrario no
habría estado durmiendo en ese incómodo sillón —hizo un gesto hacia el mueble
que había junto a mi cama—. Ya, comete ese helado antes de que tengas que
bebértelo.
Sonreí y comí un poco de helado. Tom jamás comprendería el
sufrimiento tan grande que era perderlo. El corazón me latió fuerte ante ese
pensamiento y me angustié ligeramente.
—Explícame lo que te pasa, porque sé que te pasa algo —me
dijo.
Alcé la mirada, él giró la cabeza y encontró mis ojos.
—Ayer parecías creer que yo estaba muerto —me instó— ¿Qué
fue lo que soñaste que te impacto tanto Bill?
Soñar. Esa era la palabra clave en todo esto.
—Cuando visitamos a Sarah —titubeé un momento. Tom se
mantenía atento, esperando a que continuara—… ¿Estuvimos en casa de Kissa?
—¿Kissa?—preguntó.
Esperaba por una respuesta que no le di. De alguna manera yo
sabía de Kissa, de su existencia, aunque todo me indicara que había sido un
sueño en medio de la fiebre.
—Estuvimos en una casa —comenzó a contarme, como si
entendiera que yo necesitaba todos los detalles de ese día—, una que estaba
abandonada cerca de la casa de Sarah.
Abrí los ojos, sorprendido, y mi respiración se agito. El
monitor que aún me estaba controlando comenzó a sonar con mayor rapidez,
delatándome.
—¿Había un espejo en una de las habitaciones? —me removí en
la cama, ansioso por la respuesta de Tom.
—Bill, cálmate —me pidió.
—¿Había un espejo? —insistí casi con desesperación.
—Sí, sí… pero tranquilízate —volvió a pedir. Yo sentí un
tirón en mi mano— ¡Ccuidado que te arrancaras el catéter!
Me quedé muy quieto en la cama. Si ese espejo estaba ahí ¿Significaba
que Kissa existía?
—De saber que te ibas a poner así, no te explico nada —me
reclamó Tom, sacando la bandeja que se mantenía de milagro sobre mis piernas.
—¡Tom! —él alzó un dedo, deteniéndome antes de que
continuara hablando.
—Si te vas a sobresaltar, no te responderé nada más —me
advirtió.
—Estaré tranquilo —prometí, sólo para conseguir lo que
quería. Necesitaba saber más.
Tom se tomó un minuto antes de hablar. Los dos botes de
helado se quedaron olvidados sobre una mesa lateral.
—Había un espejo —señaló. Yo apreté la sábana en un puño
conteniéndome para que él siguiera hablando—, y comenzaste a insistir en que
nos lo lleváramos.
—¿Llevárnoslo? —pregunté, confuso.
—¿No recuerdas eso tampoco? —preguntó, incluso más confuso
que yo.
—No.
¿Por qué no recordaba lo que Tom me contaba?
—El médico ayer habló de algo de confusión las primera
horas, pero no dijo nada de pérdida de memoria —cuestionó.
—No importa eso —hice un gesto de impaciencia con la mano— ¿Qué
hicimos con el espejo?
Me miró evaluando mi actitud, lo sabía. Yo lo miraba igual
cuando tanteaba la suya.
—Tratar de llevárnoslo —le hice un gesto de insistencia para
que continuara— ¡Se cayó Bill! ¡Se cayó!
—¿Se rompió? —pregunté con cierta incredulidad.
—Pues sí, y cuando eso sucedió te pusiste como te pusiste —exclamó.
Al notar mi silencio continuó—. Saltó algo de polvo, la habitación estaba muy
sucia —asentí, esperando a que me explicara más—… y comenzaste a ahogarte —miró
al suelo.
—¿Y?...
Me observó.
—Que me lo pasé muy mal Bill, y ya no quiero hablar más —caminó
hasta su chaqueta que estaba sobre el sillón.
—Tom —insistí.
—Saldré a fumarme un cigarrillo —dijo, sacando la caja de la
chaqueta—. Mamá vendrá pronto.
—¡Tom! —lo llamé cuando comenzó a caminar hacia la puerta.
Se detuvo muy cerca de ella y me miró.
—Bill —comenzó a negar con un gesto suave, se notaba
angustiado. Yo esperé—… te me morías en los brazos Bill, te ahogabas… te morías
—tragué con dificultad—. Eso no es algo que quiera vivir ¿Sabes? Tú y yo,
siempre juntos ¿Recuerdas? —asentí— Pues eso —se quedó en silencio. Luego, en
lugar de ir hacia la puerta camino en mi dirección.
—Te entiendo —le dije.
—¿En tu sueño estaba muerto? —me preguntó. Asentí— Quizás un
sueño puede acercarse a la realidad —se encogió de hombros.
—No te imaginas cuanto…
.
Esa noche, llevaba cerca de una hora intentando dormir. Mi
cabeza burbujeaba con toda la información que tenía, era como una lucha interna
por ocupar un lugar. Tenía más información de la que podía almacenar e iba a
tener que seleccionar. Al parecer aquella extraña afección pulmonar me había
mantenido con fiebre muy alta, y sueños que ahora yo confundía con la realidad.
Una realidad que por cierto, no recordaba. Pero lo peor eran las sensaciones,
la certeza de que sentía algo, cariño quizás, por una persona que existía sólo
en mi cabeza. Al parecer Kissa era sólo producto de mis delirios.
¿Y el espejo?
Suspiré suavemente al recordarlo. La casa existía, y estaba
efectivamente abandonada como en mi sueño. El espejo existía también, pero
claro todo podría ser parte de un juego de mi mente.
—Tom —murmuré a mi hermano que se mantenía dormitando en el
sillón que había junto a la cama— ¿Estás despierto?
La única luz que había encendida, era una pequeña lámpara de
pared junto a la puerta que me permitía ver el rostro de Tom.
No me respondía.
—¿Tom? —insistí con un poco más de voz, y esperé. Cuando ya
iba a darme por vencido me respondió.
—Ahora sí.
Me reí suavemente.
—¿Recuerdas cuando de pequeños estuvimos en casa de Sarah? —le
pregunté.
—Sí…
—¿Recuerdas el paseo que dimos? —continué.
—Sí…
—¿Y a la niña? —cuando
le pregunté por Kissa noté como mi corazón se agitaba, y el monitor delator
cambió su ritmo. Tom se incorporó en el sillón abriendo los ojos.
—¿Qué tiene esa niña? —me habló, prestándome más atención.
—Es Kissa.
Resopló, dejándose caer hacia atrás en el sillón.
—¿Pero cómo puedes saber eso? Nunca la alcanzamos —preguntó.
—Es ella Tom —insistí—. Lo sé.
—Ya… la soñaste ¿Verdad? —tenía los ojos cerrados
nuevamente.
—Sí.
Otra vez nos quedamos en silencio, hasta que volví a hablar.
—Tengo que volver a esa casa.
Tom se sentó de golpe en el sillón.
—¿Estás loco? —se exaltó— Ya te dije que casi te mueres ahí
—le faltaba poco para gritar.
—Necesito saber cosas, necesito saber de ella.
—No, no, no, no y no —expresó categórico— Los médicos aún no
saben qué mierda te pasó en esa casa, yo no te llevo ahí ni loco.
—Tom —insistí con la suplica implícita en la tres letras que
formaban su nombre.
Me miró desde su sitio.
—Mierda, Bill —hizo una pequeña pausa, meditando—. Con
mascarilla.
—Sí —asentí rápidamente.
—Y llevaremos medicamentos —continuó.
—Sí.
—Quizás deberíamos llevar algo de oxigeno.
—No exageres —quise calmarlo.
—No exagero Bill —habló seriamente— Yo no paso por lo mismo
otra vez.
Comprendía lo difícil que le resultaba a Tom hacer lo que le
pedía. Quizás debía plantearme el hacerlo sólo.
—Y ni se te ocurra pensar que no iré contigo —me advirtió.
Mierda.
Me reí, y Tom lo hizo conmigo. Creo que fue la primera risa
realmente alegre que compartíamos desde… ¿Desde qué?... Eso era lo que tenía
que averiguar.
Encontraría a Kissa, la miraría a los ojos y sabría si ella
me conocía. Eso era lo que tenía que hacer.
—Ahora duérmete —me dijo, cuando dejamos de reír—. A ver si
el médico te deja volver a casa mañana.
—Sí.
Me acomodé, y observé a Tom que hacía lo mismo en el sillón.
No parecía cómodo.
—Tom.
—Si que eres un enfermo de mierda ¿Eh? —contestó. Me reí— ¿Qué
quieres ahora? No iré por la chica de tus sueños, si es eso lo que quieres.
—No, ni que estuviese loco. A ti te gustaba ¿Recuerdas?
—¿Mmm? —pareció recordar a la Kissa niña— ¿Entonces qué
quieres?
Me moví, dejando un sitio en la cama.
—Ven, acomódate aquí o no me servirás de enfermero mañana.
—Ja, ja —se mofó. Se puso en pie y se dejó caer junto a mí
en la cama, rebotando ligeramente.
—Tom.
—¿Qué? —preguntó, aburrido.
—Gracias por estar aquí otra vez.
—No me he ido.
—Ya, eso dices tú.
Tom rió suavemente.
—Duérmete mejor —me dijo.
Me silencié, aunque mi mente no lograba hacerlo. Los
recuerdos tan nítidos y detallados de cada momento con Kissa estaban ahí,
demasiado claros para mí como para tratarse de un sueño. Ella tenía que
existir.
Cerré los ojos y pude ver los suyos grises y profundos.
Mentalmente le di las buenas noches, esperando que en el lugar en el que se
encontrara pudiera sentirme.
Continuará…
Besitos y muchas
gracias por leer.
Siempre en amor.
Anyara
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