Capítulo XIX
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La vida es tan frágil, tan absolutamente delicada que abruma
sólo pensarlo. Tan frágil como las gotas de lluvia que chocan contra el cristal
y se destrozan, rompiéndose en pequeñas gotas que se disuelven.
La lluvia cae y golpea contra el cristal tras de mí. El sonido
agitado de las gotas, contrasta con el acompasado sonido de la maquina que
registra los latidos del corazón de Kissa. Suenan tranquilos y armónicos. La
observó ahí recostada. Veo como su pecho sube y baja con suavidad, sin
sobresalto. Parece casi imposible pensar en que no está simplemente dormida,
aunque lo esté en realidad.
Los médicos no comprenden la razón de su estado, dicen que
hay que esperar. Así que eso hago yo... esperar.
—Deberíamos ir a casa —murmuró Tom, entrando en la
habitación.
—Ve tú —le dije, sin dejar de mirar a Kissa. Tom la observó
también.
—Parece tranquila —reflexionó.
—Sí —la palabra salió de mi boca con resignación.
En mi mente jugaba la imagen de la Kissa que vi aquella
primera vez, a través del espejo, tan fresca y risueña. Su imagen se mezclaba
con la tristeza que le vi al perder a su novio, para luego estrellarse contra
la Kissa que me había detenido en la calle días atrás.
Alcé la mirada y observé a Tom, él me miró a su vez. Le
debía tanto a Kissa, tanto.
—Ve a casa —le dije—, yo me quedaré.
Tom rió con cierta ironía.
—¿No has pensado que ella tendrá familia? —me preguntó.
Dicho esto la puerta se abrió, como si sus palabras hubiesen
sido premonitorias.
Una mujer nos observó desde la entrada. No estaba seguro,
pero podía presumir que se trataba de su madre.
—Hola —saludo la mujer con cierto recelo. Me puse de pie de
inmediato, sintiendo esa extraña necesidad de agradarle.
—Hola —le respondí. Tom me imitó.
—¿Ustedes son? —preguntó. Entró en la habitación,
acercándose a la cama de Kissa y la observó atentamente.
—Unos conocidos de Kissa —dije.
—Sí —apoyó mi hermano.
La mujer le acarició el cabello a Kissa y luego nos miró
atentamente, parecía desconfiada. No podía culparla.
—A ti te he visto —me miró. Sentí un fuerte nudo en el
estómago.
—Ah ¿sí? —pregunté.
Volvió a mirar a Kissa.
—Ya nos íbamos —dijo Tom. La mujer asintió.
Mi hermano comenzó a avanzar hacia la puerta, pero yo no me
quería ir. Recorrí el corto espacio entre Kissa y yo. La observé detenidamente.
Su rostro aún mantenía las facciones que recordaba, pero reconocía los cambios.
Se había hecho más adulta y femenina. Sus labios estaban cerrados y tan
perfectos como los recordaba. Sus pestañas claras, descansando al inicio de los
pómulos. Sólo me faltaba ver el gris profundo de sus ojos.
—Bill —habló Tom. Lo miré algo extraviado, no me había dado
cuenta de lo abstraído que me había quedado en Kissa—, vamos.
Asentí con un gesto. Luego miré a la mujer que tenía sus
ojos puestos en mí.
—Usted es su madre ¿no? —quise asegurarme.
—Sí.
Tomé aire antes de volver a hablar.
—¿Me permitiría visitar a Kissa mañana? —el corazón se me
desbocaba sólo por saber si podría seguir viéndola. La mujer no me conocía,
bien podía prohibirme el paso. Bastante nos había costado que el médico nos
entregara información, ya que no éramos familiares.
Cuando noté que asentía, suspiré.
—Gracias —le dije, descansando.
Volví a mirar a Kissa, quería tocar su mano… su frente.
Acomodar el rizo de su cabello que ahora estaba sobre su hombro, pero me
contuve. Caminé hacia la puerta, siguiendo a Tom.
Esa noche en casa, no podía dormir. La imagen de Kissa en la
cama, sola en aquel hospital, me perseguía cada vez que cerraba los ojos. Así
que hice lo único que podía hacer. Levantarme e ir al hospital.
Todos se habían acostado, incluso Tom lo había hecho hacia
más de una hora. Conociendo sus hábitos, se habría dormido cinco minutos
después de poner la cabeza en la almohada. De todas maneras pase con sigilo por
delante de su puerta, bastante preocupado lo había tenido los últimos días. Le
dejé una nota en la cocina, que sería el primer lugar en el que me buscaría cuando
no me encontrara en la habitación. Luego salí.
Las calles de Hamburgo estaban frías y bastante despejadas. Tragué
fuertemente, cuando tuve que pasar por el cruce en el que había sufrido el
accidente Kissa. Arrugué el ceño cuando mi mente hizo hincapié en la razón de
éste. Yo.
Respiré profundamente y me llevé la mano al colgante que llevaba
al cuello, acariciándolo suavemente. Era como tenerla conmigo.
El trayecto me resultó corto y expedito, no podía ser de
otra manera a las tres de la madrugada. Crucé los pasillos casi deshabitados y
llegué a la habitación. Cuando toqué la manilla, una voz me detuvo.
—¿Es usted familiar? —me preguntó una enfermera.
—No… soy un amigo —le aclaré.
—Este no es horario de visitas —me explicó—, sólo los
familiares pueden quedarse por la noche.
Cerré la mano en un puño, frustrado. Miré al piso y luego
volví a enfocarme en la enfermera.
—¿Hay alguien con ella? —pregunté, comenzando a barajar una
posibilidad.
—No, su madre se retiró muy tarde —me explicó.
—Claro, verá —hice una pausa, ella alzó ligeramente las
cejas, prestando atención a mis palabras—… en realidad… soy su novio.
—¿Su novio? —repitió mis palabras con un tono cantarín, que
no pude omitir. No me creía— ¿Y cómo es que no te había visto antes?
—Sí —piensa Bill—, lo que sucede… es… que…
—No llegaron a contárselo a su madre ¿verdad? —preguntó
ella.
La miré comprendiendo la ayuda que me estaba brindando.
—Sí —acepté.
—Bueno, en ese caso te dejaré quedarte —vaya, me estaba
tuteando ya.
—Gracias —le sonreí.
La enfermera me miró fijamente, y rogué a lo más alto que no
me reconociera.
Cuando entré en la habitación, todo estaba del mismo modo
que lo había dejado horas atrás. Kissa continuaba recostada y dormida. A medida
que me acercaba, noté como su cabello parecía haber sido peinado, ya que ahora
estaba acomodado hacía un lado de la almohada. Acerqué los dedos y lo toqué
suavemente. Con cuidado, como si temiera despertarla. Era curioso, porque lo
que más deseaba era que despertara.
—Kissa —murmuré su nombre con todo el afecto que tenía para
ella. Solapado por la baja luz de la habitación y la soledad.
Mis dedos se atrevieron a viajar hasta su mejilla, temblando
antes de llegar a tocarla, con el corazón disparado y la respiración agitada. Tuve
que entreabrir los labios, para tomar el aire que estaba necesitando.
—Kissa —volví a murmurar, con las lágrimas picándome en los
ojos y con el recuerdo de sus hermosos ojos grises mirando el espejo.
Mis dedos tocaron su mejilla y una lágrima se me escapó,
siendo acompañada por otra y otra más. El tacto era tan suave como lo había
imaginado, y la tibieza de su piel me hizo suspirar de alivio. A través de
ella, aún había vida.
—Tienes que despertar ¿Sabes? —comencé a hablarle mientras
me secaba los ojos, arrojando las lagrimas lejos de ellos. Suspiré buscando
infundirme ánimo— Sacaremos un disco este año —seguí hablando con ella,
esperando a que me escuchara en el lugar en el que se encontrara, en medio de
este sueño que la atrapaba—. Quiero que estés conmigo en la gira, con Tom y
conmigo —sonreí—. Sí, Tom está bien.
Me silencié, mirándola atentamente. Nada parecía cambiar,
seguía exactamente igual. Miré el monitor. Su corazón latía tranquilo, pero al
parecer tan lejano de mí.
—Le dije a la enfermera que éramos novios —le conté y me
reí, mientras mis dedos enlazaban los suyos con suavidad. Miré sus manos. Sus
dedos eran delgados, de uñas muy cortas y extremadamente limpias. No debía de
extrañarme, estábamos en un hospital—. Cuando despiertes, no debes dejarme de
mentiroso.
Volví a reír, esta vez sin ganas. Mis dedos jugaron con los
suyos, enlazándolos. No me daría por vencido con ella, no podía hacerlo. Kissa
no me había abandonado.
A mi mente vinieron los recuerdos claros y detallados de
nuestro extraño tiempo juntos. Nunca podría explicar lo que había sucedido pero
ella seguía aquí, sabía que seguía a mi lado. Todo lo sucedido me llevaba a
pensar que tal vez siempre la esperé.
—Tienes que despertar —le dije, mirando el enlace parcial de
nuestras manos—. Tienes que dejar que te dé ese abrazo.
.
El sol me molestó en los ojos, y cuando quise moverme noté
el dolor en diferentes partes del cuerpo. Abrí los ojos observando el lugar,
recordando que me encontraba en el hospital. Miré la hora en mi reloj, mientras
intentaba que mi espalda volviera a tener la forma recta que debía tener.
Las diez cuarenta.
—Buenos días —entró la misma enfermera que me había
encontrado durante la noche. Traía consigo una serie de objetos de higiene
personal.
—Buenos días —repetí, con las manos en la cintura estirando
la espalda.
—Tendrás que esperar fuera —comenzó a explicarme—. No sé si
te quedarás, o si quieres ir a desayunar pero tenemos que atender a la
paciente.
—¿Qué le van a hacer? —pregunté con algo de recelo.
La mujer me miró, al principio pensé que me regañaría, pero
luego su rostro se aligeró.
—Tenemos que asearla y prepararla para pasar el día —me
explicó con amabilidad.
Comprendí entonces otra parte más de su estado. No sólo
estaba dormida, en una especie de estado de coma decían los médicos. Estaba
imposibilitada para todo.
Entenderlo, a pesar de lo obvio que era, me impresionó.
—Voy por un café —acepté la sugerencia de la enfermera,
caminando hacia la puerta.
—Bien —aceptó rodeando la cama—. Espera —me detuvo—, su
madre estuvo aquí y me ha dejado algo para ti —dijo, buscando en la mesa de
noche que había junto a la cama.
—¿Su madre? —pregunté.
—Sí —extendió hacia mí un paquete envuelto en papel
corriente y amarrado con una cuerda—, ella suele pasar por la mañana antes de
irse a trabajar —me explico.
Asentí.
—Gracias —le dije, caminando nuevamente hacía la puerta.
—En unos quince minutos estará lista —la escuché decir.
Me fui con el paquete hasta la cafetería. Cuando estuve en
una mesa que se encontraba en un rincón, y con mi café ya servido, comencé a
abrirlo.
Al ir desenvolviendo aquello, vi que se trataba de un álbum
de fotos acompañado con una nota.
“Esto lo conserva mi
hija hace muchos años. Sabía que me sonaba tu rostro”
Dejé la nota a un lado y abrí la primera cara del álbum. El
pecho se me contrajo cuando me encontré con mis propios ojos, observándome.
.
“No te amo como si fueras rosa de sal, topacio o flecha de claveles que
propagan el fuego: te amo como se aman ciertas cosas oscuras, secretamente,
entre la sombra y el alma.”
Pablo Neruda
.
Continuará…
Ainsss… bueno, no
podemos despertar tan pronto a Kissa, creo que ahora le toca a Bill esperarla.
Me gustaría decir que
cuando Bill habla de perfección, es lo que él ve en su ser amado. Esa es una
gran diferencia entre el amor y el enamoramiento. Uno se puede enamorar de algo
bello, pero ama la belleza que descubre.
Muchas gracias por leer.
Besitos.
Siempre en amor.
Anyara
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