Octogenario
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La luz del jardín entra suavemente, es la luz del primer día
de Septiembre. Una luz cálida que invita a pasear por ella para calentar los
huesos, que con el paso del tiempo se vuelven más duros y perezosos.
—Un año más —dice Tom, sentado en uno de los sillones de la
habitación que ocupo. Ésta en la que escucho mi música, en la que repaso los
pasajes de mi vida. Ésta en la que puedo mirar por el jardín y alegrarme ante
la imagen de los niños jugando.
Hoy la casa está llena.
—Así es, un año más —acepto, manteniendo la mirada en el
paisaje feliz.
—¿Y qué sientes? —sonríe, acomodando sus antebrazos en las
piernas, prestando completa atención a lo que pueda decirle.
Lo miro.
—¿Pensé que a estas alturas sabrías más que yo? —le sonrío,
molestándolo. Juego con su poca paciencia.
—¡Vamos Bill! —se remueve inquieto en el asiento, intentando
persuadirme—, no puedo saber lo que sientes tú.
Continuó mirándolo, viendo en sus ojos al Tom de siempre. Mi
hermano, el que me acompaña sin importar nada, sin importar las barreras que
nos separan. Siempre ahí a mi lado.
—Se siente tranquilo —acepto contarle—, a veces pienso que
es casi imposible estar aquí después de todo lo que hemos pasado.
—Las hemos pasado duras —acota él.
—Desde luego —admito—, pero vale la pena vivir ¿No crees?
—Desde luego que lo creo —asiente con esa calma mística que
ha adquirido con el tiempo, observando a los niños jugar.
—¿Y qué sientes tú? —le pregunto.
Tom sonríe más abiertamente, sus ojos brillan cuando me
miran.
—Hace mucho que los años dejaron de importarme —responde,
sin dejar de observarme.
Emito un sonido, como una pequeña queja.
—Eso que haces no es justo —sonrío—, siempre te cuento lo
que quieres saber.
—Es justo, porque esto tienes que vivirlo tú —intenta
explicarme.
Escucho unos toques en la puerta, y enseguida aparece un
rostro conocido para mí.
—Abuelo, estamos listos —sonríe mi nieta, se acerca y toma
mi mano—, no deberías pasar tanto tiempo solo aquí.
Tira de mí con suavidad, y yo me pongo de pie acusando el
pequeño dolor que me ocasiona la ciática. Un dolor que con el paso del tiempo
se ha convertido en mi compañero permanente.
—De eso me salvé —ríe Tom junto a mí. Lo observo de reojo,
nunca cambiara y quizás eso sea un alivio.
Escucho las voces que llenan la casa, y a la familia que me
acompaña, entonando el cumpleaños feliz en alemán mientras me acerco por el
pasillo. Tom a mi lado sonríe. Cuando la canción termina y me inclino hacia el
pastel para soplar las dos velas que formaban un número ochenta, Tom se inclina
junto a mí, posando su mano sobre mi hombro. Casi puedo decir que siento su toque.
Y así como venimos haciendo los últimos años desde que él
partió, yo soplo las velas en mi dimensión, y Tom me acompaña desde la suya.
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Un drabble creado para un reto. Espero que lo hayan disfrutado, la muerte no tiene porque ser triste.
Un Beso
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