Capítulo XVI
.
La misma carretera solitaria en las afueras de Hamburgo. El
mismo paisaje que ya había recorrido anteriormente en circunstancias muy
diferentes.
—Deberías dejarme conducir a mí —reclamó Tom, nuevamente.
—Prefiero hacerlo yo.
—Ya, pero no confió en tus reflejos —continuó—, llevas
apenas dos días fuera del hospital.
—Estoy bien Tom —intenté calmarlo una vez más.
—Eso dices tú, pero yo temo por mi vida—me reí—. Sí, ya… tú
ríete.
Reí un poco más.
—Eres tan exagerado —me mofé.
—Antes nunca querías conducir —habló, mirando su ventana.
—Ya.
No le había explicado el por qué quería hacerlo. Sólo le
había dicho que en lo que todos catalogaban como mi sueño, él estaba muerto.
Omitía la forma en que había sucedido.
—¿Y por qué ahora sí? —preguntó.
—Llevó muchos días en el hospital, tú lo has dicho.
—Por lo mismo debería hacerlo yo —se quejaba más que mi
madre.
—Ahí está la casa de Sarah —interrumpí.
—Sí, ya…. tú cambia de tema.
—Deja ya de quejarte Tom, te pondrás viejo —quise bromear.
Lo cierto es que me sentía feliz. Tom estaba vivo y buscaría
la manera de encontrar a Kissa. Ella me recordaría ¿Verdad? Se había acercado a
mí y me había hablado, al menos en mi sueño.
Estacionamos el coche fuera de la casa de Sarah, y ella
salió a recibirnos de inmediato.
—Muchacho —dijo, caminando hacia mí con su aire maternal—. Que
bueno es verte tan repuesto —cerró sus brazos en torno a mí, entregándome un
abrazo que no me tardé en responder afectuosamente—. Nos diste un buen susto.
—Lo siento —me disculpé sinceramente.
—No lo sientas —me miró y sonrió— ¿Quieren un té? —nos
preguntó.
—¿Eh? —dudó Tom, yo sabía perfectamente que no le gustaba.
—Claro —respondí por ambos.
—Muy bien —dijo Sarah, animada. Nos invitó a entrar.
Tom y yo caminamos tras ella.
—Sabes que no me gusta el té —murmuró mi hermano.
—Lo prepara muy bien —le susurré.
—¿Y cómo sabes tú eso?
Lo sabía.
Al entrar me encontré con la cocina tal como la recordaba. Aunque
claro, Tom me diría que era normal que lo recordara, considerando que habíamos
estado aquí hacia poco más de una semana.
—Siéntense —nos invitó— Frederick está trabajando, pero se
alegrará de saber que han venido.
—Gracias —respondimos al unísono.
Nos sirvió una taza de té a cada uno, y otra para ella.
Sobre la mesa, en un rincón, había un tejido en el que ella estaba trabajando.
—¿Una bufanda? —le pregunté. Sarah me miró.
—Sí —reconoció con cierta sorpresa— ¿Cómo lo sabes? ¿Se
nota?
Lo cierto es que para mí era evidente, pero probablemente
para cualquier otra persona que no reconociera el tejido, no lo sería.
—Lo supuse —contesté, restándole importancia.
Sarah bebió de su té.
—Pruébenlo —nos instó. Yo bebí en tanto Tom apenas tocó el
líquido con los labios.
Observé a Sarah, quería hacerle muchas preguntas pero no
sabía cómo comenzar.
—¿Te han dicho los médicos que fue lo que te sucedió? —comenzó
ella.
—No están demasiado seguros —quise explicarme—. Una especie
de asma.
—Mmm… - asintió, pensativa.
—Seguramente algo en esa casa abandonada le produjo el asma
—intervino Tom, enfadado—, y él ahora quiere volver.
Lo miré, parecía estar buscando apoyo contra mi idea.
—¿Volver? —me preguntó Sarah. Volví a mirarla.
—Bueno —titubeé ¿Cómo le explicaría a ella la inquietud que
tenía?
—Si te has sentido mal ahí, no deberías volver —continuó.
—Eso también se lo he dicho yo —la apoyó Tom, y ahora lo
observé enfadado.
—Además —volvió a hablar Sarah—, esa casa no es buen sitio.
La miré fijamente. Eran las mismas palabras, la misma
actitud que tenía en mi sueño.
—¿Por qué? —le pregunté, notando la ansiedad.
Sarah se quedó mirándome. Supo inmediatamente que lo mío no
era simple curiosidad.
—No hay una buena historia ahí —intentó cortar mis
preguntas. Y otra vez estaban ahí las mismas palabras.
—Cuéntamela —le pedí, apretando la taza entre mis manos.
—Bill —Tom intentó contenerme.
—Cosas malas pasaron ahí —dijo Sarah, poniéndose en pie—, no
son cosas de las que quiera hablar.
—Bill —pidió Tom, en un murmullo—, la estás incomodando.
Me puse en pie, también.
—Sarah —pedí con obstinación— ¿Vivía ahí una chica?
Sarah abrió mucho los ojos. Sabía que la estaba acorralando
y tenía la certeza de que su respuesta sería positiva, pero necesitaba esa
confirmación.
—Bill, vámonos —Tom tiró de mí—. Lo siento Sarah.
—No te preocupes Tom —dijo ella, evitando mi mirada—, ya
conoces la salida —comenzó a caminar hacia el pasillo.
—Sarah —quise detenerla.
—Vamos —volvió a tirar Tom de mí.
Sarah se detuvo y me miró.
—No sé qué interés tengas en esa casa —comenzó a decir—, pero
no es un buen sitio —me mantuve en silencio, esperando su respuesta. Me miró
directamente—. Sí, vivió ahí una chica —habló y entreabrí los labios para
respirar mejor. El corazón se me inquietó.
—¿Cómo se llamaba? —no pude evitar parecer ansioso.
Sarah arrugó el ceño, como si le costara decir su nombre. Yo
tuve que apretar los labios para no mencionarlo.
—Dime Sarah…
—Bill, por favor —nuevamente sentí la mano de Tom, intentando
sacarme de ahí.
—Kissa, se llamaba Kissa —soltó las palabras como si con
ellos soltara una confesión.
La mano de Tom perdió presión sobre mi brazo.
—Perdóname Sarah, pero necesitaba que me lo dijeras.
Ella se mantuvo en silencio, no sabía si me perdonaría. Salimos
de su casa de inmediato.
—¡Por Dios Bill! —exclamó Tom, en cuanto estuvimos en el
coche— Tanta tensión no puede ser buena.
—Lo siento —me disculpé, arrancando el auto para salir de
casa de Sarah. Avancé lo suficiente por la carretera para llegar a la entrada
que recordaba haber tomado, en mi sueño, hacia la casa de Kissa.
—¿Nos detendremos aquí? —quiso saber Tom.
—Sí, es por ahí —respondí, indicando el bosque.
—¿Estás seguro? Yo sólo veo arboles.
—Sí, estoy seguro —cerré la puerta del coche, rodeándolo.
Él bajó a continuación y me siguió.
El camino estaba completamente cerrado, parecía no haber
sido recorrido en mucho tiempo. Tal como aquella única vez en que lo había
recorrido desde éste lugar, cuando siguiendo la dirección que Kissa me había
dado a través del espejo, había llegado hasta su casa. Sólo que siete años más
tarde.
—¿Cómo sabías su nombre? —preguntó Tom tras de mí. Ambos
haciendo sonar la maleza con nuestros pasos.
—Ya te lo expliqué.
Luego de un instante de silencio volvió a hablar.
—¿De tu sueño? —vaciló— Pero ¿Cómo la conocías en tu sueño?
—preguntó.
Me detuve, y me giré para mirarlo. Tom frenó en seco cuando
estuvo a punto de chocar conmigo.
—Siempre te lo cuento todo ¿Verdad? – le pregunté. Tom
asintió.
—Eso creo —dijo—, a excepción de lo que me confesaste hace
unas semanas sobre Lilith Haider. Esa me la debes.
—¿Qué te conté? —pregunté, sin esperar a que respondiera— ¿Qué
una chica me había detenido en la calle mientras tú comprabas cigarrillos?
—Sí —se encogió de hombros.
—¡Lo sabía! —Me alegré. Me estaba acercando a Kissa, no
podía estar tan equivocado.
Volví al camino.
—Tú te despertaste más loco que antes —se quejó Tom tras de
mí, sabía que era su forma de expresar su preocupación. Yo sólo quería llegar a
la casa, y encontrar algo que me acercara a Kissa—, seguramente te golpeaste la
cabeza cuando te caíste en esa casa.
—¡Ahí está! —exclamé, lleno de euforia, cuando divisé la
casa abandonada.
—Sí, esa misma casa —continuaba quejándose mi hermano— ¿Qué
se supone que encontraremos aquí? Además de una posibilidad de muerte, claro.
—No sé, alguna pista… algo que me diga dónde puedo
encontrarla.
—¿De verdad crees que lo que soñaste pasó?
—Tom —me detuve y lo miré, él lo hizo también. Quería
decirle muchas cosas, pero sabía que a le costaría entenderlo. Si me lo
contaran a mí no lo creería. Suspiré—, te puedes quedar aquí si quieres,
entraré yo solo.
—¡Jah! Ni loco —avanzó, adelantándose a mí.
Entramos en la casa, y Tom no paraba de mirarme. Era como si
esperara a que yo colapsara en cualquier momento, pero no me sentía preocupado.
Suponía que la ruptura del espejo y aquella insólita enfermedad que me atacó,
tenían relación.
No podía negar el ahogo emocional que me embargó cuando
entré en la habitación de Kissa y vi el espejo en el suelo.
—¿Estás bien? —me preguntó Tom.
—Sí —me apresuré a asentir.
Los recuerdos de esta habitación llegaron a mí tan frescos y
nítidos, que por más que quisiera convencerme no podría jamás decir que eran
parte de un sueño. Kissa había estado aquí conmigo, me había hablado, había
llorado junto a mí y me había ofrecido ayuda.
Me puse de pie junto al espejo, y observé la habitación.
Recreé los detalles que había en la habitación de ella, en la que ella habitaba.
No en el espacio vacío en el que ahora me encontraba. Intenté pensar en el modo
en que podía haberme dejado un mensaje.
—¿Qué estás esperando que suceda? —preguntó Tom desde la
puerta. Al parece un poco más tranquilo.
Lo miré.
—Ella dormía aquí —le indiqué el espacio en el que debería
haber una cama—, y guardaba un cuaderno acá, en una cajonera que tenía —Tom me
observaba—. Tiraba la ropa en una silla que había en esa esquina —sonreí al
recordar aquello. Mi hermano sólo me miraba. Suspiré—. Sé que es extraño —él
alzó ambas cejas y miró al suelo.
En ese momento recordé el colgante que ella me había dejado.
Me llevé la mano al pecho y lo busqué, sólo encontré el relicario que no me
quitaba nunca.
—¿Qué pasa? —Tom se alarmó.
—El colgante…
—¿Qué colgante? —preguntó.
—El que tenía una mano con una lágrima… de plata…
—No te he visto ese colgante.
Cerré los ojos, y busqué centrarme dentro de la incoherencia
que había en mi cabeza. Yo había estado cerca de seis semanas en aquella
realidad, aquel sueño. O al menos ese era el tiempo que yo recordaba haber
vivido. Pero en ésta realidad, en la que Tom seguía vivo, habían pasado menos
de dos.
—El colgante —abrí los ojos, y pasé por un lado de Tom.
—¿A dónde vas? —preguntó, siguiéndome.
Bajé la escalera, y salí en dirección a la piedra junto al
árbol que se veía a través de la ventana de Kissa.
—¡Bill! —escuché acercarse a Tom, mientras yo miraba
alrededor algo con lo que abrir la tierra.
—Ella enterró un colgante —le dije, haciendo pequeños
círculos, hasta que vi una piedra que por su forma podía servirme.
—¿Y crees que lo encontrarás? —preguntó.
Me dejé caer de rodillas en el lugar indicado, y miré a mi
hermano.
—Espero que sí.
Enterré la piedra con fuerza e hice palanca con ella, para
lograr sacar un primer bocado. Notaba la diferencia entre la vez anterior que
había hecho lo mismo y ahora. Entonces me sentía muy débil.
Escuché a Tom dar algunas vueltas alrededor para luego
arrodillarse frente a mí. Enterró una piedra para ayudarme a avanzar.
—Definitivamente me quieres matar a disgustos —se quejó.
Me reí.
—Te vas a poner viejo —me mofé.
Luego de unos minutos en los que él y yo trabajábamos en
hacer más grande y profundo el agujero, vi el pañuelo. El corazón se me desbocó
a causa de la emoción.
—¡Para! —le pedí con prisa. Tom se detuvo en el aire.
Metí las manos en la tierra, y como antes en esta misma
situación, no me importó ensuciarme hasta las uñas con tal de desenterrar lo
que ahora mismo consideraba un tesoro.
Cuando tuve el pañuelo en mis manos miré a Tom, él me
observaba incrédulo. Notaba la respiración agitada y el corazón batiente. Abrí
el pañuelo sobre mis piernas y encontré lo que buscaba. La mano que Kissa me
había enviado, sosteniendo aquella lágrima en la que yo reconocía la tristeza
que había sentido.
Dos lágrimas se me cayeron. Eran lágrimas emocionadas y
agradecidas.
—Tengo que encontrarla Tom — le dije a mi hermano. Y él,
incapacitado para hablar, asintió.
Continuará…
Ainsss… quiero que
encontremos a Kissa!!!... Bill ya sabe que ella existía, así que ahora tendrá
que hacer algo para encontrarla.
¿Se pueden creer que
esta historia no tiene lemon? XDDDD
Besos.
Siempre en amor.
Anyara
No hay comentarios:
Publicar un comentario