martes, 26 de febrero de 2013

Rojo - Capítulo I



Capítulo I
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Se encontraba sentado, oculto bajo la escasa luz del lugar. Un club privado de Los Ángeles,  que comenzaba a frecuentar con su hermano Tom y algunos amigos. Lo cierto es que cuando le propusieron conocer el lugar, le pareció una excelente idea, considerando el tedio que comenzaba a invadirle, cada vez que la rutina empezaba a apoderarse de él. El trabajo era bueno, de lunes a jueves, pero el fin de semana había que distraerse. No podía negar que los primeros meses, incluso el primer año, todo aquello había sido divertido, pero a medida que iba conociendo la ciudad, ésta se iba haciendo cada vez más pequeña y predecible.
Observó la copa que sostenía en la mano, apoyada en la parte alta del respaldo del sofá de estilo barroco, en el que se encuentra. Su hermano se mueve en un rincón de la pista, apenas insinuando unos pasos de baile, la chica que le acompaña, Suzanne, parece hipnotizarlo con sus propios movimientos sinuosos. Bebe de su copa y espera que algo relevante suceda. Algo que lo saque de este hastío que se va convirtiendo en un profundo abismo en su interior. Hasta la creación, la simple tarea de escribir una canción, se estaba transformando en algo difícil. Lo sabía muy bien, se estaba secando poco a poco. Necesitaba nuevas emociones, nuevas formas de ver el mundo, o de lo contrario se volvería una persona gris, como muchas de las que había en éste mismo lugar.
Pero en ese momento la vio. Ella lo observaba intensamente, desde un rincón del club, junto a la barra. La sensación de sus ojos puestos fijos en él, fue diferente a muchas que había experimentado. Ella lo miraba con decisión, con una determinación intimidante, con la expresión de un cazador diestro, que ha encontrado a su presa. Bill se humedeció los labios con el contenido de su vaso, sin dejar de mirarla mientras lo hacía, hasta que los ojos de ella se desprendieron de su mirada, vagando por la figura de mujer que pasaba por delante, seguida por otra, a muy poca distancia. Ella bebió un poco más de su copa, volvió a mirarlo cuando aquellas dos mujeres se alejaron y las siguió. Bill notó un fuerte desasosiego instalándose en su estómago, quería seguirla, saber cosas de ella, ¿cómo se llamaba?, ¿venía a menudo?, ¿volvería a verla?
Él descruzó las piernas, en un gesto ansioso, entonces ella se giró y lo observó, convirtiendo su andar, en un suave contoneo incitante y sugestivo, que parecía invitarlo, una suave y seductora sonrisa adornó sus labios pintados de un rojo, que bajo la luz, parecía muy oscuro.
Bill se puso en pie y dejó mi copa, obviando la compañía que tenía.
Siguió sus pasos, aunque al principio no lograba verla. Su cabello claro se recortaba contra la oscuridad, permitiéndome la cauta persecución, entrando ambos por un pasillo, cada vez con menos personas, hasta que ella giró y él la perdió, pero aún así, continuó avanzado. Se encontró ante el final de aquel pasillo, no había puertas laterales, nada por dónde ella hubiese podido entrar, sólo una alta y gruesa cortina roja, contra la pared.
¿Una ventana?
La arrastró con suavidad, descubriendo una vieja puerta de madera. Una extraña sensación de inquietud lo abordó. Soltó la cortina, meditando en si debía seguir o volver. Miró atrás, el ruido de aquella desgastada diversión, seguía ahí… y seguiría. El corazón se le agitó, cuando bajó la manilla de frío bronce y la puerta se abrió.
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Noté la respiración contenida, cuando la puerta comenzó a abrirse, dando paso a una penumbra algo tétrica. Me costó un poco adaptar mi visión al oscuro pasillo que se abría ante mí, con sólo unas luces de baja intensidad, a mucha distancia unas de otras. Comencé a caminar. Bajo mis pies, la alfombra amortiguaba el sonido de mis pasos, el ruido proveniente del club, iba muriendo poco a poco, en tanto yo me acercaba a una lámpara, sobre una estrecha mesa adosada a la pared,  cuya pantalla era de tela, de la que colgaban unas pequeñas lágrimas de cristal. Llegado a ese punto, el pasillo se quebraba en un ángulo recto a mi izquierda. Al fondo, otra puerta.
Llegado a ese punto, dejé que mi mente se cuestionara durante un segundo, en si debía continuar o no. La respuesta fue afirmativa. Así que seguí avanzando por aquel solitario, y cada vez más silencioso, pasillo, visualizando las paredes decoradas con molduras de madera, que brillaban en un dorado desgastado, bajo la escasa luz.
El corazón me tamborileaba ansioso en el pecho, todo mi cuerpo cargando adrenalina, cuando toque la siguiente manilla de bronce. ¿Qué podría encontrar tras esa puerta?, ¿qué extraño lugar era este?, ¿daría con aquella chica de cabello claro, que me había atraído hasta aquí, como un imán?
Tragué y bajé la manilla. Di un paso, cruzando aquel umbral y casi podría decir que era todo igual al pasillo anterior, salvo por el inquietante aroma que había en el aire, creo que por más que buscase una definición en mi cabeza, para él, me sería imposible definirlo. Olía a fragante sudor, a metal y a sexo.
El corazón se me aceleró aún más, mi cuerpo se tensó, como si aquella extraña fragancia que se agitaba en el aire, estuviese pensada para ello, como una telaraña invisible que buscaba atraparme.
Cerré la puerta y avancé tres pasos, notando la figura de dos hombres, finamente vestidos, recortándose contra las tenues luces del pasillo, a las que mis ojos se iban habituando cada vez más. Me detuve.
Al ver el porte erguido de aquellos hombres, sus rostros velados por un elaborado antifaz de cuero negro, estuve a punto de volver sobre mis pasos. Había algo fuerte e intimidante en ellos, sin embargo no llevaban armas. Sólo una delgada fusta les colgaba  del cinto, sujeta a una cadena de gruesos eslabones de plata. Me atreví a dar  un paso al frente, pero con una mirada cortante me clavaron al suelo.
<<No eres bienvenido. Lárgate>> Gritaban sus ojos a través de la bella máscara negra. El desconcierto me hizo flaquear.
Soy Bill Kaulitz,  desde los quince años estoy acostumbrado a que las puertas se abran de par en par ante mí. Bueno, no todas, pero la fama y el dinero son excelentes llaves, y allá donde voy siempre las llevo conmigo. Si no es suficiente, una sonrisa o un guiño cargado de promesas a la persona adecuada puede obrar milagros. Lo sé bien… pero en ese instante, allí, de pie en aquel pasillo que parecía surgido de un sueño y frente aquellos misteriosos guardianes, entendí que nada de eso me serviría para seguir avanzando. Todas mis llaves habituales, todos mis recursos perdían su valor ante la silenciosa negativa de aquellos hombres.
Miré, ligeramente tras ellos. El pasillo en penumbras me llamaba con un suave y aterciopelado canto de sirena. En mi interior temblaba la ansiedad, como si intuyera que más allá, al final de aquel camino, me aguardaba algo nuevo y excitante… ese ‘’algo’’ que tanto tiempo llevaba esperando, y que no era más que un ardiente deseo de volver a vivir con intensidad cada instante. Hacía demasiado tiempo que había olvidado cómo hacerlo.
Sólo aquellos hombres enmascarados se interponían entre mi deseo y yo. ¿Qué podía hacer? No es mi estilo ir golpeando a la gente, pero por un momento calculé mis posibilidades y la fuerza de mis puños. El inquietante aroma que colmaba el aire, hacía su trabajo sutilmente, enloqueciéndome cada vez más. Tenía que alcanzar el otro lado, llegar hasta esa chica que me había atraído hasta allí.

Utilizando el único recurso que tenía en este momento, saqué la billetera del bolsillo del pantalón, y, muy despacio, la volví a guardar en el interior de la chaqueta de vinilo que llevaba esa noche. Mi oferta estaba clara. Aguardé un momento, mi respiración agitada, observando la reacción de los guardianes ante mi intento de soborno. Sus ojos seguían fríos y duros como el acero, insondables. Uno de ellos apoyó su mano enguantada sobre la fusta, en un imperceptible gesto de amenaza. Separé ligeramente los labios, para respirar. La tensión entre ellos y yo se hacía asfixiante por momentos, aunque no habíamos cruzado ni una sola palabra. Sí, quizás debía comenzar a pensar en retroceder… entonces una voz firme surgió de las sombras.

—Déjenlo. Viene conmigo.

Algo en el sonido de aquella voz, me estremeció, y aunque no la había escuchado antes, mis ojos la buscaron más allá de aquellos dos hombres. Y la encontré. Enfundado en la seguridad de sus palabras, me atreví a dar un paso. Sus ojos puestos en los míos, del mismo modo felino que utilizara en medio del club. Los hombres, hasta ese momento obstáculos en mi camino, se movieron a un lado, como dóciles mascotas a la orden de su amo. Y ante ese sólo pensamiento, la adrenalina me hizo temblar.

Pasé por en medio de ellos, atento en todo momento a la mirada perturbadora que ella mantenía en mí. Me sentí por un instante evaluado, analizado, intensamente escrutado. Como si aquella mujer buscara un punto débil.

¿Lo habría descubierto ya?

Cuando sólo nos separaban unos pocos pasos, comencé a pensar en qué decirle, pero no lograba enfocar una frase coherente. Hola. Parecía algo tan insignificante, incluso podría decir que innecesario. Separé los labios, para decirle mi nombre. Ella observó mi boca detenidamente, como si se preparara para un bocado. Me olvidé de las palabras.

—Sígueme.

Dijo sin más, mirando mis ojos un instante, antes de avanzar por otro largo pasillo a su derecha. Me quedé un par de segundos prendado del suave movimiento de su cadera, acentuado por los altos tacones que llevaba. Se giró y me miró sin decir palabra. Comencé a caminar obedeciendo a aquella mirada. Sentía como una parte de mi voluntad se quedaba detenida en cada esquina que habíamos doblado, en cada pasillo que había transitado.

Dejamos atrás una puerta, que estaba franqueada por una de aquellas luces de baja intensidad, creando sombras extrañas entre una puerta y otra. El sonido que provenía de dentro de aquellas habitaciones, parecía acentuarse con cada paso.

—¿Qué es este lugar? —me atreví a preguntar.

Ella continuó avanzando.

—¿No lo sospechas? —fue su pregunta contrapuesta.

Lo suponía. El chasquido de un látigo trenzándose con un gemido agónico me lo insinuaban.

—¿Cómo te llamas? —quise saber.

Ella me miró, sus labios me mostraron una leve y sensual sonrisa, más no una respuesta. El sonido de una cadena, tras la puerta junto a la que pasaba, desvío mi atención.

—¿Le temes a las cadenas? —me preguntó. El tono de su voz insinuaba algo más.

Volví a enfocarme en ella, negando suavemente, mientras el corazón se me disparaba. Ella asintió una vez, comprendiendo. En ese momento nos detuvimos frente a una puerta, la distancia que nos separaba no debía de ser superior a veinte centímetros. No la había tenido tan cerca hasta ahora y sus ojos me observaban intensamente. Sobre aquellos tacones que llevaba, era casi tan alta como yo. La adrenalina gestándose en mi interior, hormigueando en las yemas de mis dedos, en los labios, en la lengua. La tenía tan cerca, que sólo me bastaría un pequeño movimiento para alcanzar su boca. Pero su mirada me advertía que no. La relajada imposición de su cuerpo, me decía que no. Toda ella exudaba poder y yo notaba como mi cuerpo respondía a ese desafío.

Sus dedos descansaron y se cerraron, insinuantes, sobre el manillar de bronce, presionando ligeramente hasta que la puerta se abrió. Una inquietante luz de color rojo me impactó.

Continuará. (Espérennos que volveremos ^^)

Espero que el primer capítulo de esta historia les haya gustado. Mi querida Archange y yo tenemos un bosquejo en nuestras cabezas, que espero seamos capaces de llevar a las letras. Desde ya les agradezco la compañía y la lectura.

Siempre en amor.

Archange y Anyara

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