Capítulo I
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Se
encontraba sentado, oculto bajo la escasa luz del lugar. Un club privado de Los
Ángeles, que comenzaba a frecuentar con
su hermano Tom y algunos amigos. Lo cierto es que cuando le propusieron conocer
el lugar, le pareció una excelente idea, considerando el tedio que comenzaba a
invadirle, cada vez que la rutina empezaba a apoderarse de él. El trabajo era
bueno, de lunes a jueves, pero el fin de semana había que distraerse. No podía
negar que los primeros meses, incluso el primer año, todo aquello había sido
divertido, pero a medida que iba conociendo la ciudad, ésta se iba haciendo
cada vez más pequeña y predecible.
Observó
la copa que sostenía en la mano, apoyada en la parte alta del respaldo del sofá
de estilo barroco, en el que se encuentra. Su hermano se mueve en un rincón de
la pista, apenas insinuando unos pasos de baile, la chica que le acompaña,
Suzanne, parece hipnotizarlo con sus propios movimientos sinuosos. Bebe de su
copa y espera que algo relevante suceda. Algo que lo saque de este hastío que
se va convirtiendo en un profundo abismo en su interior. Hasta la creación, la
simple tarea de escribir una canción, se estaba transformando en algo difícil. Lo
sabía muy bien, se estaba secando poco a poco. Necesitaba nuevas emociones,
nuevas formas de ver el mundo, o de lo contrario se volvería una persona gris,
como muchas de las que había en éste mismo lugar.
Pero en
ese momento la vio. Ella lo observaba intensamente, desde un rincón del club,
junto a la barra. La sensación de sus ojos puestos fijos en él, fue diferente a
muchas que había experimentado. Ella lo miraba con decisión, con una
determinación intimidante, con la expresión de un cazador diestro, que ha
encontrado a su presa. Bill se humedeció los labios con el contenido de su
vaso, sin dejar de mirarla mientras lo hacía, hasta que los ojos de ella se
desprendieron de su mirada, vagando por la figura de mujer que pasaba por
delante, seguida por otra, a muy poca distancia. Ella bebió un poco más de su
copa, volvió a mirarlo cuando aquellas dos mujeres se alejaron y las siguió. Bill
notó un fuerte desasosiego instalándose en su estómago, quería seguirla, saber
cosas de ella, ¿cómo se llamaba?, ¿venía a menudo?, ¿volvería a verla?
Él
descruzó las piernas, en un gesto ansioso, entonces ella se giró y lo observó,
convirtiendo su andar, en un suave contoneo incitante y sugestivo, que parecía
invitarlo, una suave y seductora sonrisa adornó sus labios pintados de un rojo,
que bajo la luz, parecía muy oscuro.
Bill se
puso en pie y dejó mi copa, obviando la compañía que tenía.
Siguió
sus pasos, aunque al principio no lograba verla. Su cabello claro se recortaba
contra la oscuridad, permitiéndome la cauta persecución, entrando ambos por un
pasillo, cada vez con menos personas, hasta que ella giró y él la perdió, pero
aún así, continuó avanzado. Se encontró ante el final de aquel pasillo, no
había puertas laterales, nada por dónde ella hubiese podido entrar, sólo una
alta y gruesa cortina roja, contra la pared.
¿Una
ventana?
La
arrastró con suavidad, descubriendo una vieja puerta de madera. Una extraña
sensación de inquietud lo abordó. Soltó la cortina, meditando en si debía
seguir o volver. Miró atrás, el ruido de aquella desgastada diversión, seguía
ahí… y seguiría. El corazón se le agitó, cuando bajó la manilla de frío bronce
y la puerta se abrió.
.
Noté la
respiración contenida, cuando la puerta comenzó a abrirse, dando paso a una
penumbra algo tétrica. Me costó un poco adaptar mi visión al oscuro pasillo que
se abría ante mí, con sólo unas luces de baja intensidad, a mucha distancia
unas de otras. Comencé a caminar. Bajo mis pies, la alfombra amortiguaba el
sonido de mis pasos, el ruido proveniente del club, iba muriendo poco a poco,
en tanto yo me acercaba a una lámpara, sobre una estrecha mesa adosada a la
pared, cuya pantalla era de tela, de la
que colgaban unas pequeñas lágrimas de cristal. Llegado a ese punto, el pasillo
se quebraba en un ángulo recto a mi izquierda. Al fondo, otra puerta.
Llegado
a ese punto, dejé que mi mente se cuestionara durante un segundo, en si debía
continuar o no. La respuesta fue afirmativa. Así que seguí avanzando por aquel
solitario, y cada vez más silencioso, pasillo, visualizando las paredes
decoradas con molduras de madera, que brillaban en un dorado desgastado, bajo
la escasa luz.
El
corazón me tamborileaba ansioso en el pecho, todo mi cuerpo cargando
adrenalina, cuando toque la siguiente manilla de bronce. ¿Qué podría encontrar
tras esa puerta?, ¿qué extraño lugar era este?, ¿daría con aquella chica de
cabello claro, que me había atraído hasta aquí, como un imán?
Tragué
y bajé la manilla. Di un paso, cruzando aquel umbral y casi podría decir que
era todo igual al pasillo anterior, salvo por el inquietante aroma que había en
el aire, creo que por más que buscase una definición en mi cabeza, para él, me
sería imposible definirlo. Olía a fragante sudor, a metal y a sexo.
El
corazón se me aceleró aún más, mi cuerpo se tensó, como si aquella extraña
fragancia que se agitaba en el aire, estuviese pensada para ello, como una
telaraña invisible que buscaba atraparme.
Cerré
la puerta y avancé tres pasos, notando la figura de dos hombres, finamente
vestidos, recortándose contra las tenues luces del pasillo, a las que mis ojos
se iban habituando cada vez más. Me detuve.
Al ver
el porte erguido de aquellos hombres, sus rostros velados por un elaborado
antifaz de cuero negro, estuve a punto de volver sobre mis pasos. Había algo
fuerte e intimidante en ellos, sin embargo no llevaban armas. Sólo una delgada
fusta les colgaba del cinto, sujeta a
una cadena de gruesos eslabones de plata. Me atreví a dar un paso al frente, pero con una mirada
cortante me clavaron al suelo.
<<No
eres bienvenido. Lárgate>> Gritaban sus ojos a través de la bella máscara
negra. El desconcierto me hizo flaquear.
Soy
Bill Kaulitz, desde los quince años
estoy acostumbrado a que las puertas se abran de par en par ante mí. Bueno, no
todas, pero la fama y el dinero son excelentes llaves, y allá donde voy siempre
las llevo conmigo. Si no es suficiente, una sonrisa o un guiño cargado de
promesas a la persona adecuada puede obrar milagros. Lo sé bien… pero en ese
instante, allí, de pie en aquel pasillo que parecía surgido de un sueño y
frente aquellos misteriosos guardianes, entendí que nada de eso me serviría
para seguir avanzando. Todas mis llaves habituales, todos mis recursos perdían
su valor ante la silenciosa negativa de aquellos hombres.
Miré,
ligeramente tras ellos. El pasillo en penumbras me llamaba con un suave y
aterciopelado canto de sirena. En mi interior temblaba la ansiedad, como si
intuyera que más allá, al final de aquel camino, me aguardaba algo nuevo y
excitante… ese ‘’algo’’ que tanto tiempo llevaba esperando, y que no era más
que un ardiente deseo de volver a vivir con intensidad cada instante. Hacía
demasiado tiempo que había olvidado cómo hacerlo.
Sólo aquellos hombres enmascarados
se interponían entre mi deseo y yo. ¿Qué podía hacer? No es mi estilo ir
golpeando a la gente, pero por un momento calculé mis posibilidades y la fuerza
de mis puños. El inquietante aroma que colmaba el
aire, hacía su trabajo sutilmente, enloqueciéndome cada vez más. Tenía que
alcanzar el otro lado, llegar hasta esa chica que me había atraído hasta allí.
Utilizando
el único recurso que tenía en este momento, saqué la billetera del bolsillo del
pantalón, y, muy despacio, la volví a guardar en el interior de la chaqueta de
vinilo que llevaba esa noche. Mi oferta estaba clara. Aguardé un momento, mi
respiración agitada, observando la reacción de los guardianes ante mi intento
de soborno. Sus ojos seguían fríos y duros como el acero, insondables. Uno de
ellos apoyó su mano enguantada sobre la fusta, en un imperceptible gesto de
amenaza. Separé ligeramente los labios, para respirar. La tensión entre ellos y
yo se hacía asfixiante por momentos, aunque no habíamos cruzado ni una sola
palabra. Sí, quizás debía comenzar a pensar en retroceder… entonces una voz
firme surgió de las sombras.
—Déjenlo. Viene conmigo.
Algo
en el sonido de aquella voz, me estremeció, y aunque no la había escuchado
antes, mis ojos la buscaron más allá de aquellos dos hombres. Y la encontré.
Enfundado en la seguridad de sus palabras, me atreví a dar un paso. Sus ojos
puestos en los míos, del mismo modo felino que utilizara en medio del club. Los
hombres, hasta ese momento obstáculos en mi camino, se movieron a un lado, como
dóciles mascotas a la orden de su amo. Y ante ese sólo pensamiento, la
adrenalina me hizo temblar.
Pasé
por en medio de ellos, atento en todo momento a la mirada perturbadora que ella
mantenía en mí. Me sentí por un instante evaluado, analizado, intensamente
escrutado. Como si aquella mujer buscara un punto débil.
¿Lo
habría descubierto ya?
Cuando
sólo nos separaban unos pocos pasos, comencé a pensar en qué decirle, pero no
lograba enfocar una frase coherente. Hola. Parecía algo tan insignificante,
incluso podría decir que innecesario. Separé los labios, para decirle mi
nombre. Ella observó mi boca detenidamente, como si se preparara para un
bocado. Me olvidé de las palabras.
—Sígueme.
Dijo
sin más, mirando mis ojos un instante, antes de avanzar por otro largo pasillo
a su derecha. Me quedé un par de segundos prendado del suave movimiento de su
cadera, acentuado por los altos tacones que llevaba. Se giró y me miró sin
decir palabra. Comencé a caminar obedeciendo a aquella mirada. Sentía como una
parte de mi voluntad se quedaba detenida en cada esquina que habíamos doblado, en
cada pasillo que había transitado.
Dejamos
atrás una puerta, que estaba franqueada por una de aquellas luces de baja
intensidad, creando sombras extrañas entre una puerta y otra. El sonido que
provenía de dentro de aquellas habitaciones, parecía acentuarse con cada paso.
—¿Qué
es este lugar? —me atreví a preguntar.
Ella
continuó avanzando.
—¿No
lo sospechas? —fue su pregunta contrapuesta.
Lo
suponía. El chasquido de un látigo trenzándose con un gemido agónico me lo
insinuaban.
—¿Cómo
te llamas? —quise saber.
Ella
me miró, sus labios me mostraron una leve y sensual sonrisa, más no una
respuesta. El sonido de una cadena, tras la puerta junto a la que pasaba,
desvío mi atención.
—¿Le
temes a las cadenas? —me preguntó. El tono de su voz insinuaba algo más.
Volví
a enfocarme en ella, negando suavemente, mientras el corazón se me disparaba.
Ella asintió una vez, comprendiendo. En ese momento nos detuvimos frente a una
puerta, la distancia que nos separaba no debía de ser superior a veinte
centímetros. No la había tenido tan cerca hasta ahora y sus ojos me observaban
intensamente. Sobre aquellos tacones que llevaba, era casi tan alta como yo. La
adrenalina gestándose en mi interior, hormigueando en las yemas de mis dedos,
en los labios, en la lengua. La tenía tan cerca, que sólo me bastaría un pequeño
movimiento para alcanzar su boca. Pero su mirada me advertía que no. La
relajada imposición de su cuerpo, me decía que no. Toda ella exudaba poder y yo
notaba como mi cuerpo respondía a ese desafío.
Sus
dedos descansaron y se cerraron, insinuantes, sobre el manillar de bronce,
presionando ligeramente hasta que la puerta se abrió. Una inquietante luz de
color rojo me impactó.
Continuará.
(Espérennos que volveremos ^^)
Espero que el primer capítulo de esta
historia les haya gustado. Mi querida Archange y yo tenemos un bosquejo en
nuestras cabezas, que espero seamos capaces de llevar a las letras. Desde ya
les agradezco la compañía y la lectura.
Siempre en amor.
Archange
y Anyara
UF,no se ke decir...es como estar ahí.gracias
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