miércoles, 6 de marzo de 2013

Rojo - Capítulo VI



Capítulo VI
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Podía ver sus manos acomodando una de las medias en su muslo, luego la presilla del ligero sosteniéndola en su sitio. Sentía el hormigueo de la sangre en mi cuerpo ante aquella visión. La sombra se recortaba contra la tela, cuando ella echó la cabeza atrás, dejando que su cabello se acomodara completamente a su espalda. Un fuerte latido me avisó que estaba lista, que saldría de detrás de aquel biombo y que yo, tan seguro de los pasos que deseaba dar, no sabía cómo moverme para comenzar con el primero.
Todo era tan diferente. En este lugar, junto a ella, toda la experiencia que podía tener no me servía de nada.
La vi salir. Vestía ligeramente distinta a la vez anterior. Su figura estaba ceñida por un corsé, pero este no era sólo de cuero, estaba elegantemente decorado por cordones y encajes. El color rojo jugueteaba a tras luz bajo el encaje negro, creando una sensual fantasía que se robó mi mirada. Las medias sostenidas en sus muslos, contrastaban con su piel blanca, al igual que sus brazos cubiertos, esta vez por guantes de encaje negro. Sólo observarla era un placer.
—¿Aún no estás cómodo? —preguntó. En su voz había un atisbo de diversión.
Pasó junto a mí en dirección al expositor. Muy cerca, a menos de un metro.
—No sabía… —titubeé, mirando su figura contonearse por los altos tacones que llevaba y que se sostenían a sus tobillos con pulseras. A mi mente vino la imagen fascinante de aquellos tobillos atados a los extremos de una cama.
—¿Qué no sabías? —preguntó, repasando los objetos. Decidiendo cuál sería el arma para mi tortura— ¿es que tengo que enseñártelo todo?
Sus palabras hirieron mi maltratado orgullo.
Comencé a desabotonar mi camisa sin dejar de observarla. Cuando se giró y sus ojos se encontraron con los míos, pude notar su satisfacción.
Iba comprendiendo el juego.
Se puso de pie frente a mí, sólo con la fusta en la mano. Me quité la camisa y la dejé caer al suelo. Toqué la venda en mi muñeca. Ella negó con un gesto. ¿Qué sería lo siguiente?
Se aproximó a mí al verme dudar. La fusta tocó la cintura de mi pantalón, y se deslizó hacia abajo acariciando mi erección. Respiré profundamente, obedeciendo la indicación.
Primero removí mis zapatos, el suelo se sentía algo frío, a través del fino tejido de mis calcetines. Me los quite. Uno a uno fui abriendo los botones de mi pantalón, observando su rostro, su expresión. Quería saber que pensaba, que sentía. ¿Se excitaba como yo?
Cuando la prenda cayó al suelo, me sentí más vulnerable que nunca. Sólo podía compararlo con el vértigo de permanecer con los ojos vendados.
Instintivamente lleve mis manos al borde de la ropa interior deseando cubrirme,  sin atreverme a hacerlo del todo. No me equivocaba. Inmediatamente ella empujo mi mano con la fusta en un claro gesto de prohibición.
Aparte las manos bruscamente, la espalda tensa.
Ella se acercó lo suficiente como para dejar que la fusta acariciara mi pierna izquierda, desde el centro hacia afuera, delineando el borde del bóxer negro que aún vestía.
—¿Te lo quitarías? —preguntó, desafiándome a desobedecer.
Respiré y dejé que el aire llenara mis pulmones, mientras una leve película de sudor iba cubriendo mi frente. Era mi último amparo.
No quise mirar sus ojos, en tanto que la prenda se deslizaba por mis piernas. Era completamente consciente de mi exposición, del modo en que ella podía juzgar todo lo que había en mí. Lo que me gustaba y lo que me decepcionaba. Cada rincón estaba ante sus ojos. La miré finalmente intentando recobrar gallardía; esperando que mi sexo, levemente decaído, recuperara vigor.
Ella alzó la barbilla con lentitud, inspeccionándome.
Acerqué las manos delante de mi vientre, como un primer impulso que reprimí de inmediato. Deje caer los brazos al costado. Me temblaban. Cerré los puños haciendo un esfuerzo por permanecer inmóvil. La tensión, la voluntad de acatar sus órdenes me llenaban de ansiedad.
Los labios de ella me insinuaron una sonrisa. Sus dedos me insinuaron algo más. La vi tirar de la cinta que formaba un largo lazo en el escote de su corsé. Me quedé extasiado al ver el raso deslizarse hasta que el nudo simple desapareció.
—Tócate.
Su voz pareció como salida de alguna de mis fantasías.
La observé atentamente, esperando a que me confirmara que su petición era real y no una ilusión de mi mente. Necesitaba una señal. Y esta llegó con la caricia certera de su fusta. Tocó mis testículos con ella, yo contuve el aire. La señal fue más clara aún cuando la piel de aquella vara que utilizaba con tanta destreza, ascendió por mi sexo.
—Ahora.
Sí, estaba ocurriendo. Estaba aquí, en esta habitación, frente a una mujer que me había robado los pensamientos y que se llevaba poco a poco mi voluntad.
Los dedos de mi mano derecha buscaron la punta de mi erección. Yo no dejaba de mirarla. Ella no dejaba de mirarme a mí. Sus ojos puestos en los movimientos de mi mano, sin la menor expresión de inquietud. Me parecía estar frente a la perfecta estatua de una diosa.
Uno de sus dedos enguantados entró bajo la cinta de raso y tiró de ella, deslizándola fuera de la primera perforación. Mi sexo palpitó contra mis dedos, únicamente con este gesto.
—Sigue.
Volvió a hablar. Y comprendí la evolución que esto tendría.
Mi mano sostuvo la compacta forma de mi sexo, reconociendo la consistencia, sopesando el grado de excitación que me invadía.
Su dedo libero un poco más de aquel delicado cierre de raso.
—Más.
Indicó, golpeando la fusta contra su propia pierna, marcando de ese modo la autoridad de sus palabras.
Solté un suspiro ansioso. Obedecí. Deje que mi mano, cerrada en torno al punto de su atención, me recorriera. Al principio con movimientos lentos, que iban acrecentando su ritmo a medida que mi placer aumentaba.
Ella me observaba con una expresión serena. Por un instante me pareció que luchaba por no soltar el aire con fuerza. Miré entre sus piernas, el modo en que la prenda que vestía se ceñía por un cordón de raso, al igual que el corsé. La piel de la fusta tocó exactamente la zona que yo observaba, lamiendo. Mi mente creo inmediatamente la imagen de mi boca recorriendo aquella zona desnuda. Libre de vello. Húmeda y abierta. Rosada.
Mi respiración se había agitado. Sentía mi erección firme y a pasos de estallar.
—Shhh…
La escuché murmurar y la observé confuso, disminuyendo el ritmo que mantenía mi mano.
—Quieto.
Continuó diciendo. Yo obedecí. Mi pecho subía y bajaba con rapidez a causa de la respiración. Dejé que la cabeza y la espalda descansaran sobre el pilar de metal. Apreté mi sexo, ansioso. Ella deslizó la cinta de raso de su corsé, liberando dos perforaciones más, permitiéndome adivinar la suavidad de la piel que aún ocultaba.
—Continua.
Me susurró su voz. La miré, mientras mi mano retomaba su trabajo. Ella acercó la fusta a mi boca, no el extremo. La acercó de forma que la mitad de la vara quedaba cerca de mis labios. Arrugué el ceño sintiéndome confuso.
—Muerde.
Me ordenó y yo sentí un potente golpe de adrenalina. Tomé el utensilio entre mis dientes y lo sostuve, apretando un poco. Ella lo empujó contra mi boca con suave firmeza, hasta que tensó la comisura de mis labios. Una sonrisa se delineo en los suyos.
Quedó con ambas manos libres y se separó de mí un poco más, como si calculara la distancia necesaria para que yo la mirara sin problema. Sus dedos envueltos en encaje negro, tiraron cada uno de una parte de la cinta de raso, soltando un poco más el duro corsé que la ceñía. Su pecho se sacudió levemente por aquella, pequeña, liberación. Gemí deseando ver más, anhelando la libertad de aquellos senos que se me antojaban suaves y firmes.
Mi sexo volvía a doler. La sangre bullía en mi mano y a punto estuve de soltar el objeto que ella había puesto en mi boca, cuando se me escapó un jadeo.
—Quieto… aún no.
Me indicó, pero yo no me sentía capaz de obedecerla.
Tomó la fusta de entre mis dientes de forma brusca, tirando de ella. El certero azote que dio a continuación contra mi sexo, fue suficiente para que me sometiera.
Solté un quejido lastimero, acompañado de una expresión, poco dulce, en alemán.
Yo debía obedecer o ella me castigaría.
La observé enfadado, notando como mi orgasmo remitía levemente. Un inesperado acceso de rebeldía me atacó.
—No quieres ni tocarme —me quejé empujado por la frustración.
—¿Cómo sabes que no quiero? —preguntó con una sonrisa ladina.
Sentí como se tensaba todo mi cuerpo ante aquella interrogante, que en realidad no revelaba nada.
—¿Lo harás? —quise saber.
Imaginarla tocándome en ese momento, había elevado mi libido de golpe, llevándome al borde de un orgasmo mental.
Ella sonrió.
—Primero tienes que ganártelo.
Dejé caer la cabeza atrás nuevamente, tocando el pilar. Noté la presión en mis testículos oprimidos y cerré los ojos, respirando con la boca abierta para atraer más aire. Apreté mi sexo, deseaba arrancarlo.
—Sigue… quiero verte.
Aquella declaración, por insignificante que pudiese parecer, resonó en mi mente más fuerte que un latigazo. Ella quería algo de mí. Quería verme, observar de un modo obsceno y morboso, como mi sexo se endurecía hasta el dolor y estallaba por ella.
Mantuve los ojos cerrados, sintiendo el toque de la fusta ascendiendo por mi pierna derecha. Mi respiración se descompasó cuando llegó a la cara interna de mi muslo. Estaba excitado, mucho más que excitado. Todo el cuerpo me ardía, parecía sentir los poros de mi piel abrirse para controlar mi temperatura. Mi mano conteniendo una bomba de tiempo a punto de explotar.
—Mírame.
La escuché. La orden era clara, pero me costó procesarla.
—Mírame.
Insistió.
Abrí los ojos intentando enfocarme en ella. Podía escuchar mis jadeos, mi respiración agónica. Observé cómo sus labios rojos se iban acercando.  Las piernas me fallaban y los músculos del brazo derecho, pero no iba a parar. Sentí un espasmo en el vientre, era el primer indicio de la descarga que se aproximaba. Su boca un poco más cerca. La entreabrió y me permitió ver la humedad de su interior. Entorné los ojos cuando un segundo espasmo, esta vez más fuerte, me retorció la zona en la que estaban mis testículos, contrayéndose para empujar fuera. En ese momento su aliento chocó contra mi boca.
—Nuit
Su nombre.
—Nuit
Repetí con voz profunda, enlazando el nombre con los matices de un gemido.
Sus labios tocaron los míos, atraparon el metal en ellos y me entregué sin voluntad a aquella corta caricia.
Me soltó y mi cuerpo se curvó ligeramente hacia adelante cuando otro espasmo, más largo e intenso, brotó desde la raíz de mi sexo. Mi mano intentó contener de forma instintiva el semen que comenzó a salir. Otro espasmo y otro más. Mi mano libre buscó la solides del pilar de hierro, para mantenerme anclado a algo, hasta que la última convulsión se fue disipando como mi consciencia.
La miré, Nuit permanecía de pie frente a mí. Sus ojos observando un punto bajo mi cintura. Bajé la mirada con la pereza que me dominaba por el exagerado latir de mi corazón. En mi mano brillaba el líquido blanquecino de mi eyaculación. Miré más abajo, unas gotas habían caído a mis pies formando un pequeño charco.
—Lo has hecho bien.
Sentenció alejándose de mí.
Comencé a recuperar los sentidos. Mi cuerpo que hasta hacía un segundo parecía haber estallado completamente, volvía a encajarse pieza a pieza. Y con ello regresó el pudor.
Miré mi ropa deseando recogerla de inmediato. Ella, Nuit, volvió a hablar. Algo en mi pecho se removió al comprender, que al salir de esta habitación me llevaría un nombre.
—Ahí dentro encontrarás algo —su voz sonaba complacida, casi amable—. Cuando quieras te puedes ir.
Diciendo esto, comenzó a alejarse.
—Nuit —pronuncié su nombre, intentando retenerla.
Me miró negando con un gesto de su cabeza.
—No tienes permitido usar mi nombre.
Me avisó.
—Pero… antes lo usé.
Recordé el momento exacto en el que mi deseo estalló. Mi sexo decaído hizo un amago de responder. Ella sonrió.
—Sólo en ese momento. Únicamente en el éxtasis.
Se giró y se alejó. Perdiéndose tras unas gruesas cortinas rojas.
No estaba seguro de lo que debía sentir. Una parte de mí experimentaba la humillación, pero otra parecía completamente complacida.
Caminé hasta la habitación que ella había dejado a mi disposición. Era un baño sin puerta, separado sólo por una más de las cortinas que rodeaban todo el lugar.
Me acerqué al lavamanos y eché a correr el agua, reparando en un anillo de metal que parecía estar ahí esperándome.
Lo tomé. Pesaba. No estaba seguro de qué material podía componerlo, acero quizás. Miré dentro, encontrándome con una inscripción.
“Pertinent ad Nuit”
Arrugué un poco el ceño al no comprender lo que significaba y me lo probé en el anular de la mano derecha, me quedaba grande, la siguiente opción fue el índice.
—Perfecto —murmuré.
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Cuando Nuit cerró la puerta de aquella habitación. Se encontró con un par de oscuros ojos, que la miraban desde su posición en una silla. Tras aquel hombre, una pantalla en la que se veía a Bill abandonando la habitación roja.
—Ven aquí.
Habló con autoridad el hombre.
Continuará…
¿Muajajajjaja?... pues no sé. Finalmente nuestro adorado ha tenido un instante de gloria (esperado por muchas)
Muchas gracias por la compañía y por disfrutar con nosotras de esta historia que nos fascina escribir.
Besos.
Archange~Anyara

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