Juego
Caminaba por el pasillo en dirección a mi habitación. La
casa estaba sumida en la tranquilidad de la madrugada. Toqué el manillar de la
puerta, pero no abrí de inmediato. El corazón comenzó a latir agitado en mi
pecho ante la expectativa de encontrarte. La noche anterior no habías venido, y
lo cierto es que te extrañaba cuando no lo hacías. Muchas veces me he
preguntado, en medio del sopor del sueño, si te encontraré por la mañana, al
despertar. Pero nunca estás. Sin embargo, tenerte por las noches se había
convertido en una especie de sueño que se guarecía bajo la penumbra.
Abrí la puerta y observé de forma refleja mi cama. La luz
nocturna que entraba por la ventana la enmarcaba perfectamente, pero no te
encontrabas en ella. Suspiré, apretando con mis dientes el piercing de mi
labio. El corazón dolió, como extrañamente venía haciendo desde que comenzaste
a venir, y no te encuentro. Cerré la puerta tras de mí con un suspiro de
resignación. Me quité las cadenas, y las dejé en el tocador. Me senté en el
borde de la cama quitándome la chaqueta, para comenzar luego con los zapatos. Una
cálida y extraña brisa me acarició el costado, la mejilla y el brazo. Me quedé
muy quieto intentando comprender de donde podía provenir, todo en la habitación
estaba cerrado. Entonces me animé a mirar a mi espalda, encontrándote con que
en el lugar que hasta hacía un minuto atrás estaba vacío. Ahí estabas tú, mirándome directamente como sueles
hacer. De ese modo tan absolutamente sensual que me desintegra la voluntad.
—Pensé que no vendrías —te dije, girándome ligeramente en la
cama. Tú no me contestaste, pero tus ojos respondían por ti, y en tus labios se
marcó una mínima sonrisa. Tu mano
agitaba una hoja de papel como si intentarás que pusiera en ella mi atención— …¿Qué
es?—pregunté, cayendo en tu trampa.
Entreabriste los labios como si tuvieses la intención de
decir algo. Miraste el papel, y sólo en ese momento comprendí que era una
fotografía. Sabías como despertar mi curiosidad.
—Aquí veo a tres personas —comenzaste a hablar. En tu voz,
además de la promesa de tus caricias, jugueteaba cierta coquetería— …un chico
vestido de oscuro, una chica de lentes y
otro chico más —entonces me mirarte, y casi podría asegurar que sentí como mi
sangre subía su temperatura algunos grados— … vestido de blanco… como tú.
Mi lengua comenzó a juguetear con el piercing de mi labio. El
corazón me latía ansioso. Esa fotografía me la había tomado ésta misma noche. Sabía,
que era tan imposible que la tuvieras, como lo era que estuvieses recostada
aquí en mi cama. Todo contigo era así, increíble.
Comencé a avanzar lentamente, arrodillado en mi propia cama.
Tu respiración se agitó y tus ojos no dejaban de observarme. Tú y yo sabíamos
lo que deseábamos.
Y comencé a existir, sintiendo el latido intenso de la vida
en mi cuerpo, inflamándome.
Tus piernas se movieron suavemente sobre la cama, abriéndose
para dejarme sitio. Sentí la punta de tus pies acariciando mis pantorrillas,
buscando la proximidad. Me detuve, únicamente cuando te tuve acorralada contra
el cabecero de metal. Noté un pequeño suspiro saliendo de tu boca, cuando el
frío metal tocó tu espalda cubierta precariamente por la ropa que vestías. Una
ligera prenda para dormir, de una tela tan suave como tu piel. Acerqué mi boca
a la tuya y te respiré, porque no te besé. Miré fijamente tus ojos que vagaban
por mi rostro, reconociéndome una vez más como solías hacer cada noche. Parecía
como si quisieras grabar cada pequeño detalle para poder recordarlo. Te moviste
hacía mi boca pero no te dejé besarme. Me sentía travieso, quizás incentivado
por el pequeño juego que habías comenzado tú misma.
—Bésame —me pediste con un suspiro.
Yo negué suavemente. Te removiste bajo mi cuerpo, y ahora suspiré
yo.
—Bésame… —insististe.
Y contra mi propia voluntad, o quizás simplemente careciendo
de ella, te besé. Hundí mi lengua en tu boca, chocando el piercing en ella
contra tus dientes. Noté el tacto húmedo y el movimiento exigente de la tuya.
Cada noche desde que entraste en mi vida, o en mis sueños,
te he amado. Me lleno de ti, te lleno de mí. Saboreo los rincones de tu piel,
ansiando conocer tus detalles. Sin declaraciones. Sin afirmaciones románticas. Entro
en ti como un arado abriendo la tierra, surcándote profundamente, entregándote
mis carencias.
Soltaste mi boca, buscando respirar. Tu cuello se extendió
ante mis labios, convirtiéndose en el prisionero de mis besos. Te fui
arrancando pequeños jadeos de ansia, a los que yo respondía con besos más
marcados e intensos, llegando a oprimir mis dientes contra tu piel. Tus manos
se aferraron a mi espalda, tus uñas se marcaron conteniendo tu necesidad de
hundirlas. Cerré los ojos y te alcé, abrazándote por primera vez con algo más
que deseo. Tus uñas cedieron y las yemas de tus dedos acariciaron mi espalda con
un delicadeza tan sutil, que sentí deseos de llorar. Respondías.
Tu mejilla se acarició contra mi cabello y sentí que
comenzabas a correr por mis venas. Inquieta. Viva. Única.
Y la suplica se repitió.
—¿Te quedarás?... —quise saber, como tantas otras veces lo
había deseado.
Tus dedos acariciaron mi cabello, de una forma tan dulce que
desee quedarme así siempre.
—Me quedaré hasta que te duermas… —me susurraste.
No había más, y no debía haberlo.
Besé tu hombro y lo humedecí con mi lengua, detallando con
ella la forma redondeada de la unión con tu brazo. Tus uñas volvían a marcar mi
espalda con un poco más de ahínco. Una de mis manos te sostuvo por la espalda,
la otra viajo entre nuestros cuerpos hasta tu centro. Te encontré como siempre,
desnuda bajo aquel camisón, con la humedad que tanto anhelaba presente y
esperándome. Te acaricié como sabía que te gustaba, sólo por el placer de
escucharte gemir.
—¿Me quieres ahí?... —te pregunté dejando que uno de mis
dedos entrara en ti.
—Sí… —suspiraste perdida en las sensaciones.
—¿Por qué?... —quise saber, removiendo ese dedo en tu interior.
El corazón en mi pecho batía inquieto. Los sentimientos, erizándome la piel.
—Porque… te deseo… —respondiste, con la voz agitada, en
medio de cortos jadeos ansiosos. Yo introduje un segundo dedo, notando como mi
sexo presionaba contra mi pantalón, angustiándome también.
—No… dime por qué… —no acepté esa respuesta, insistí. Mis
dedos dentro de ti se movían inquietos, arrancándole gemidos que iban
haciéndose cada vez más profundos. Moví mi cadera contra mi propia mano entre
nuestros sexos, buscando alivio para mi
propio deseo, empujando mis dedos más profundamente.
Jadeaste una respuesta.
—Lo sabes… —tu voz sonaba a pura y clara suplica.
¿Lo sabía?
Quizás sí.
Saqué mi mano de tu interior, abriendo sin dificultad mi
cinturón y mi pantalón. Tú descansabas tu frente sobre mi hombro. Muerta de
deseo. Sin voluntad.
Liberé mi sexo completamente erecto, y hambriento por calor
del tuyo. Te toqué con él, y diste un pequeño salto entre mis brazos. Tu lengua
humedeció mi oído, y sentí la sangre correr más densa y caliente por mis venas.
—Déjate caer… —te ordené, cuando mi erección estuvo en tu
entrada. Tú obedeciste.
Por un instante sólo fui consciente del calor abrasador que
ahora mismo rodeaba mi sexo. Del modo en que la humedad parecía filtrarse por
los poros de la fina piel que lo cubría. Del deseo potente que había en mi
vientre por acabar en tu interior.
Nos habíamos convertido en uno sólo.
Nuevamente te abracé, con un sentimiento superior al deseo. Sentí
tus caderas comenzar a moverse lenta y rítmicamente. Me convertí en parte de
ese baile. Busqué tu boca para besarla, dejando que mi lengua jugara en el
interior de ella con la misma parsimonia con la que ahora jugaban nuestros
sexos. El calor subió. Tus manos me quitaron la camiseta blanca que vestía. Y
las mías te liberaron del camisón. Nuestros pechos se encontraron, desnudos y
suaves. La forma abultada del tuyo se paseaba ávido contra el mío. Cuando el
ritmo de tus caderas se intensificó, mi boca se abrió contra la tuya, buscando
aire. Noté como mi sexo se preparaba para estallar.
—Lo sabes ¿verdad? —susurraste contra mi oído— …sabes porque
estoy aquí…
Porque te amo, pensé.
—Lo sé…
Te abracé más contra mí. Tú cambiaste el ritmo, casi
saltando sobre mi cadera. La suave danza se había convertido en una carrera
frenética, imposible de mantener o de ganar.
Tomé una larga bocanada de aire, cuando sentí mi simiente
caliente salir de mi vientre. Recorrió la longitud de mi sexo, y estalló dentro
de ti como sabía que te gustaba, buscando marcarte por dentro. Parecía como si
quisiera escribir con aquella semilla mi nombre, tatuarlo en tu interior.
Tú respirabas agitada. Las convulsiones de mi orgasmo se
hacían presentes. Apreté los dientes, y tú oprimiste tus manos contra mis
hombros. El calor emanó de ti, con la misma libertad con la que tu boca liberó
un gemido, intenso y caliente. Se me erizó la piel en respuesta, intensificando
el mío.
Seguimos abrazados a pesar del sudor, del cansancio y del
calor. Respirábamos agitados, en medio del silencio absoluto de la habitación.
La luz de la noche que entraba por la ventana nos iluminaba, y que parecía
enmarcarnos.
Me quité el resto de la ropa que aún vestía, y nos
recostamos. Tú me mirabas, con la cabeza apoyada en mi almohada. Yo te abracé
desde la cintura, y te atraje hacía mí. No quería dormirme. No quería que
desaparecieras.
Al día siguiente, cuando desperté, estaba desnudo como me
había dormido; pero completamente sólo. Junto a mí, en la almohada, una
fotografía de Tom, una chica y yo. Nos la habíamos tomado la noche anterior.
-.-.-.-.-.-.-.-
Otro más para la
serie ‘Erótica’ que sin querer está tomando el matiz de una historia… jajajjaa…
en fin… los personajes se mandan solos, ya se los he dicho.
Besos y gracias por
leer, recuerden que sus comentarios son mi sueldo.
Siempre en amor.
Anyara
No hay comentarios:
Publicar un comentario