martes, 21 de mayo de 2013

Armonía - Serie Erótica XII


Armonía
.
La noche es cálida. Una agradable brisa marina aplaca la temperatura. Escucho la conversación de los que están alrededor de la mesa. De vez en cuando intervengo con alguna idea, sonrió ante alguna broma, para mantenerme luego en silencio.
Alzo la mirada. Observo a la distancia las luces de la bahía. Busco algo. Te busco. De alguna manera presiento tu cercanía. Sé que la razón no me acompaña cuando te pienso, cuando creo que estarás en mi habitación, en mi cama, o en mis sueños. Hay tanto de imposible en la posibilidad.
Pero te presiento.
Miro la hoja de papel en mi mano. Una simple pauta de trabajo que juega entre mis dedos. La doblo, llevando una punta hasta la otra.
“Tú y yo, somos como dos extremos opuestos de una hoja de papel, en este momento yo he logrado doblar ese papel por la mitad.”
Tus palabras deambulan en mi mente generando la expectativa.
Vuelvo a alzar la mirada, sintiendo el calor de la tuya que me llama. Tu figura se mueve entre la luz y sombra que hay unos metros más allá. Tu andar es suave, casi etéreo. Me pregunto, cómo tantas otras veces, si en realidad existes o eres el invento desesperado de mi alma.
Quiero salir tras de ti, pero la conversación en la mesa me retiene. Te busco en medio del decorado tropical, pero ya no te encuentro. Mi hermano me observa, no sabe lo que me inquieta, pero comprende que debo irme.
Me excusa ante los demás. Soy  libre de ir tras mi quimera.
Comienzo a alejarme de las luces. Hay tantos caminos que podrías haber tomado. Noto la angustia presionando en mi pecho ¿Y si te he perdido?
Llego a la playa, y el tenue oleaje del mar me recibe como un arrullo. Las estrellas en el cielo, brillantes y vivas, armonizan el paisaje. Pero no estás, o quizás simplemente te imaginé. Llevo mi mano hasta el pecho, intentando contener la presión que me genera tu ausencia. Miro a mi espalda y veo las luces del hotel, de los paseos y a las personas que aún deambulan por el lugar. La noche es tan hermosa y clara, que estoy seguro que podrían verme, a pesar de la oscuridad en que me encuentro.
—Ven conmigo —te escucho decir a mi espalda.
Cierro los ojos, y tu mano mojada toma la mía. Algo muy parecido al alivio me recorre. Encierro tus dedos entre los míos, y te miro. Tienes el cabello mojado. La tela de tu vestido se te ha adherido a la piel, marcando cada forma.
—¿Vienes del mar? —te pregunto, permitiendo a mi mirada vagar por tus contornos. Tú sonríes.
—El agua está exquisita —me dices, tirando de mí.
Miro nuevamente hacia atrás.
—Hay demasiadas personas cerca —te digo, sonriendo contagiado por la travesura de tu mirada. Me dejo llevar, a pesar de mis palabras.
El agua te recibe, y me recibe. Nos acaricia suavemente, mientras avanzamos en busca de su abrazo. Choca contra nosotros con un vaivén hipnótico.  A lo lejos, en un velero, se refleja la luz de la noche. Te acerco a mí, y tomo de tu boca un beso. Me recreo en la forma sabida de tus labios, dejando que mis manos recuerden las de tu cuerpo.
Todo está en calma. Todo en armonía.
Suspiro cuando tus manos mojadas se meten bajo mi ropa. Toda mi esencia reacciona como una bestia. Necesito que me liberes. Quítame las ataduras del destino. Rompe la prisión en la que me has dejado durante tu ausencia ¿No notas mi angustia? Te la cuentan mis manos que te aferran. Mis besos que te devoran… mis suspiros que te acarician el alma.
—Necesito tenerte —te confieso, sabiendo que no es momento ni lugar.
Tú respondes a mi suplica con un beso más intenso. Tomas entre tus manos mi rostro, y me regalas tu propio deseo. Tu cuerpo se adhiere al mío, tal como lo hace la ropa mojada que ahora vestimos. El abrazo se hace más intenso, arrastrando las sensaciones hasta el borde de nuestro placer. Jadeo, y tú suspiras. Ambos sabemos que es el momento de decidir. Me miras, y en tus ojos adormilados por la pasión veo también la decisión. Sé que a mi espalda hay más miradas de las que quiero considerar. Pero aquí, ante mí, está la única en la que quiero creer.
—¿Alguna vez te han acariciado en el mar? —tu voz suena suave y tibia como el oleaje. Mi cuerpo palpita ante la pregunta.
—No —la respuesta vibra en mi pecho, presa del anhelo.
Tus ojos me miran, mientras tus manos acarician y desprenden la ropa de mi piel. Por un momento temo a perderla en medio de las pequeñas corrientes del agua en calma. Todo pensamiento se anula en mi mente cuando tocas y envuelves mi sexo. Cierro los ojos y mi frente descansa en tu hombro ¿Se puede estar más sumergido en un sueño?
Suspiro cuando el placer inicia su línea ascendente. El agua causa un extraño efecto en la fricción, haciéndola más áspera e intensa. Tus dedos, perdidos en mi cabello, me aprisionan contra ti. Mi voz se rompe en medio de jadeos cada vez más ansiosos.
—Te deseo —confieso, mezclando las palabras con un gemido.
—Me tendrás.
Pero mi mente repite el deseo. Un deseo más cierto que el mismo placer que me causas.
—No —me debato entre la inconsciencia y el ansia de explicarte—…te deseo en mi… —una corriente de gozo baña mis sentidos. Me obliga a aferrarte a mi cuerpo, buscando un anclaje.
Mi vientre se endurece. Mis músculos se tensan. Tu mano me rodea, me agita y tus labios me susurran al oído una petición.
—Dame tu placer.
Mi cuerpo te obedece, como si se tratara de una orden. Las convulsiones se suceden una tras otra, estremeciéndome. Tu mano se llena de mi esencia, y yo me vacio de placer.
Te abrazo, de ese modo cálido que envuelve al amor. Te quedas muy quieta, escuchando el latido, aún desbocado, de mi corazón.
—Ven conmigo —te pido—, quiero amarte toda la noche.
Ya no quiero reprimir la palabra ‘amor’.
Te escucho sonreír.
.
Bueno, uno más para Erótica.
Esta serie es curiosa, porque  a pesar de estar compuesta de encuentros sexuales, está llena de sentimientos.
Espero que la disfruten.


No hay comentarios:

Publicar un comentario