martes, 21 de mayo de 2013

Perfección - Serie Erótica XI



Perfección
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La habitación permanece sumergida en la completa oscuridad. Mantengo los ojos cerrados y el resto de mis sentidos alerta. Sé que te acercas, algo en el aire que me rodea me lo indica. No es tu aroma. No, aún es demasiado pronto para percibirlo. Pero el aire se hace más cálido, más pesado y húmedo. A veces creo que con sólo saberte cerca, todo mi cuerpo responde.
Entonces escucho tu voz y el corazón se me acelera. Oprimo con las manos, ligeramente la colcha de la cama en la que estoy sentada. Todavía no has entrado, permaneces en el pasillo fuera de esta habitación de hotel en la que te estás quedando. Escucho una sonrisa leve por tu parte, y a continuación la puerta se abre. Una suave luz se enciende junto a ésta cuando entras. Abro los ojos y te espero. Avanzas, ignorante de mi presencia, como otras veces nos ha sucedido. Esa ignorancia convierte estos segundos en mágicos para mí. Te adentras en la habitación con la mirada puesta en tu teléfono. Te veo teclear algún mensaje, en tanto enciendes una lámpara que ilumina íntimamente el lugar.
Aún no me ves ¿No puedes presentirme?
Esa es una de las razones que siempre me llevan a callar. Muchas veces en medio de los besos he deseado decirte qué soy yo. Pero el miedo a perder el mínimo instante de felicidad que me entrega tu compañía, me limita. Sí, quizás aún soy demasiado egoísta como para desprenderme de ti. Demasiado imperfecta.
Dejas de teclear. Detienes tus movimientos y me observas. Tus ojos están limpios del maquillaje de antaño, ya no debería extrañarme. Tu boca cerrada marcando el silencio, con aquellos dos aros custodios que parecen encerrar un secreto. Todo tú, envuelto en aquel halo de seducción que muchas veces me pregunto si será aprendido. Pero sé que no… es un privilegio con el que has nacido. Tu don.
Entonces tu mirada me abandona. Dejas el teléfono sobre la mesa que tienes más cerca y comienzas a quitarte los guantes. Tú y yo permanecemos en silencio durante ese proceso. Me pongo de pie y me acerco a ti. Me das la espalda, así que dejo que mis manos se deslicen hacia tu pecho. Las hebras de tu chaqueta cosquillean en mi nariz. Te escucho suspirar.
—No sabía si vendrías hasta aquí —me dices.
Mis manos esbozan la forma de tu pecho, de tus hombros, y deslizan fuera de tu cuerpo aquella primera prenda de ropa.
—Llegaré a dónde estés, siempre que tú quieras… —te confieso.
Tus hombros parecen relajarse con mis palabras. La chaqueta cae al piso y permaneces de espalda a mí ¿Por qué no me miras?
Dejo que mi mejilla descanse contra tu cuerpo. Está caliente. Mis dedos buscan la hebilla de tu cinturón, tus dedos acarician suavemente mis manos sin detenerme, al contrario, tu toque delicado es un aliciente para mi labor.
Beso tu espalda sobre la camiseta negra que vistes. El cinturón está libre. Tu mano se ha posado sobre la mía, haciéndola suya. La llevas a tu boca y dejas en ella un beso.
—Estoy muy cansado —me confiesas.
Es extraño, pareces disculparte por no ceder algo de ti.
—Lo sé —en ese momento te giras, me observas—. No tienes que hacer nada, sólo quiero  meterte en la cama.
Sé que comprendes mis palabras por la forma en que tus ojos me miran. Tu ceño se ha fruncido muy ligeramente. Tu mente, a pesar del cansancio está analizando.
—No busques respuestas aquí —sonrío, y toco con mi dedo el espacio entre tus cejas—, siéntelo aquí —pongo mi mano sobre el tatuaje que has puesto en tu pecho. Esa enorme petición de luz que has grabado en tu piel.
Y entonces me quitas el aire. Tus manos toman mi rostro y tu boca abre la mía con tu beso. Un beso hambriento y desesperado. Un beso que me roba el alma.
Me sostengo del borde de tu camiseta, siento que mis piernas se desvanecen. Entre mis dedos se quedan las cadenas que llevas al cuello y muevo la cabeza buscando aire. Me liberas el tiempo suficiente para que ambos respiremos, y luego vuelves a atraparme. Tus pasos me arrastran hasta aquel espacio sagrado para ambos. El único templo que poseemos en medio de la incertidumbre. Nuestros cuerpos se aprietan ligeramente contra el colchón. Tus piernas abren las mías, y otra vez no puedo respirar. Todo mi cuerpo ha explotado en sensaciones. Pasión, deseo; amor.
Te arrodillas entre mis piernas y tu expresión ha cambiado. Veo al animal tras el hombre, y tiemblo por la espera. Un segundo, dos, tres… demasiado tiempo. Tus manos abren del todo el pantalón, la ropa se remueve sólo lo necesario. Te inclinas sobre mí y vuelves a besarme. Te muerdo, conteniéndome para no hacerte daño. Mis uñas no pueden evitarlo y enrojecen tu piel cuando noto la presión de tu sexo contra el mío. Me retuerzo bajo tu cuerpo buscando una salvación que no deseo.
Y te hundes.
Un suspiro largo brota de mí, mezcla de dolor y ansia. Te has abierto paso por mi cuerpo con demasiada rapidez, pero no me importa. Necesito entregarte todo lo que exijas, porque te amo de un modo que no me permite reservas.
Tu brazo cruza bajo mi espalda buscando la cercanía, la absoluta dirección de tus movimientos. Entras en mí duramente, sin remilgos, sin consideraciones. Descargas en mi interior todas tus tensiones. Me exploras con cada entrada, empapando el camino para tu sexo. Tu boca contra mi oído, libera cortos y profundos quejidos, acompañando cada impulso. La piel se me eriza un poco más a cada caricia húmeda de tus labios. Cierro los ojos y sólo existes tú. Tú, más allá de la posibilidad. Tú, más allá incluso del tiempo que nos retiene. Tú, sumergido en la profundidad de mis ideales. Tú, inmerso en mi Yo.
Mi cuerpo se abandona y me impregno, junto con el aire, del placer que significa brindarme a ti. No experimento aún el irremediable placer físico, pero tenerte entre mis brazos tan acalorado y dispuesto, jadeante e incendiario, me lleva al límite de otro placer mayor. Un placer que es capaz de hacer estallar el cuerpo, sin necesitar un solo roce.
Entonces tu voz se desgarra.
—¿Por qué?... —preguntas, empujándote dentro de mí— ¿Por qué? —jadeas, con una nueva estocada. Te aferro, sabiendo la respuesta que buscas— ¿Por qué?... —se quiebra tu resistencia, y te abrazas a mí, roto por el orgasmo.
Las convulsiones de tu cuerpo son como un placebo para mi propio goce. Las recibo y me deleito en ellas. Cierro los ojos y me impregno de este momento en que eres mío. Te escucho sisear y un estremecimiento me recorre. Tu placer me baña.
Poco a poco te relajas. Te quedas sobre mi cuerpo, lánguido, y yo acaricio con suavidad tu piel. Tu sexo abandona el mío en un acto natural de retracción. Tus labios rozan mi mejilla con un beso. En ese momento comprendo, que toda la pasión está ahí sólo para llegar a este instante de perfección. Este momento sublime en que nos pertenecemos.
Te acomodas junto a mí, en la enorme cama de hotel que es ahora tu lecho. Te quitas la ropa a tirones mientras te observo. Toco tu piel que antes ardía y que ahora conserva la calidez del amor. Me miras, y tus dedos deslizan el tirante de mi camisola, haciéndome una petición silenciosa que yo acato sin pensar.
Esperas por mí, con la cabeza apoyada contra la almohada. Me acomodo frente a ti, y dibujo con la punta de mi dedo el contorno perfecto de tu rostro.
—Estoy muy cansado —me vuelves a decir, esta vez con una sonrisa suave marcada en los labios.
—Lo sé… —te repito yo, con el mismo gesto dulce.
Tu brazo pasa por encima de mi cintura y tu cuerpo se arrastra hasta el mío. Siento tu piel con mi piel. Tus piernas anclándome y tu nariz hundiéndose en mi cuello. No puedo evitar el estremecimiento. Tu respiración se hace más suave, tan débil que casi podría jurar que te has dormido. Te beso en la mejilla con la misma delicadeza que lo hicieras tú antes, y te susurro tan despacio que casi es un pensamiento.
—Te amo…
Cierro los ojos y me permito descansar, porque esta noche no quiero desaparecer. Esta noche quiero velar tu sueño.
—Y yo a ti… —murmuras.
No abro los ojos, y te aferro más a mí. Mi alma estalla de forma brutal, y no puedo evitar las lágrimas. No quiero evitarlas.
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N/A
Otro más de Erótica *suspira*
Es curioso cuando pensé es escribir esto, lo único que quería era que ella lo mimara y lo metiera a la cama. Quería que él descansara, que se sintiera protegido y querido, pero ya ven, los personajes siempre se mandan solos.
Espero que lo hayan disfrutado y que lo reciban como un pequeño regalo de amor a Bill, porque no es otra cosa.
Siempre en amor.
Anyara

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