jueves, 9 de mayo de 2013

Sonidos de mi mente - Capítulo III




Capítulo III
.
“Y engendra su mundo mil atrocidades. Temibles, lisonjeras, traidoras. Vidas fragmentadas, apariencias. De pies, de manos, de cabezas. De ojos, de corazones diabólicos nadan. Los negros terrores en el deleite de la sangre.”

Cerré los ojos. Había algo cómplice, si podía decirse así, en las letras de éste autor. William Blake expresaba algo doloroso, una especie de silencioso y desgarrador grito que clamaba por una comprensión que nadie sabría entregarle. Como si dentro de una persona cuyo exterior no era muy diferente a las demás, se agitara un ser destructivo y maligno, arañándole el alma. Como me sucedía a mí.

Abrí nuevamente los ojos y rebusqué un poco más en ese libro. Sabía justo la página que quería abrir, esa que me identificaba más que ninguna con sus versos. Hace algunos años los escribí, y los pegué en la pared de mi habitación como una especie de recordatorio para no olvidar jamás lo que había en mí. Mi madre me obligó a quitarlos.

“—Eres hermosa Arien ¿Porqué te haces esto?”

Había sido su pregunta.

Y que podía decirle, ella no lo entendería. Mi madre únicamente veía en mí lo evidente, un sedoso cabello castaño, unos ojos profundos claros y almendrados que podían cautivar a quién quisiera, y una piel clara a pesar del sol de éste lugar. No, ella no lograba ver el oscuro vacío que llevo en el corazón.

—Estás enferma, ¡oh rosa! El gusano invisible, que vuela, por la noche, en el aullar del viento —leía, apenas en un susurro— …tu lecho descubrió de alegría escarlata —escuché crujir la madera del piso de la entrada— …y su amor sombrío y secreto consume tu vida.

Alcé la mirada, oculta en aquel rincón de la tienda que me daba la suficiente luz para leer, pero también la sombra suficiente para que no me notaran. Un chico entró, no levanté la cabeza, sólo la mirada para evitarlo si llegaba a verme.

Comenzó a recorrer la tienda con ojos ansioso, como si quisiera abarcarlo todo. Le sería difícil con la cantidad de supercherías que tenía mi madre aquí. Quise enfocarme nuevamente en el libro pero no era capaz de retomar la lectura, la presencia de ese chico se me hacía aplastante. Sabía exactamente en qué momento daba un nuevo paso, y en qué lugar de la tienda se encontraba. Volví a levantar la mirada y lo vi acariciando con los dedos la cubierta de una mesa. Casi me echo a reír cuando mi madre le habló, y él estuvo a punto de chocar contra aquella gaita que a mí me había dado más de un golpe ya, al punto que evité pasar por esa zona.

—¿Le ayudo en algo? —preguntó mi madre.

—Hola…  estoy recorriendo un poco —le escuché responder.

Y su voz sonó en mi interior como un eco. Fuerte, clara.

—Bien, si necesita algo estaré por aquí —ofreció mi madre.

Me puse lentamente en pie sin que ninguno de los dos me notara.

—Gracias —volví a escuchar su voz.

Y comencé a observarlo.

Se acercó a un expositor de joyas. En él había algunas cosas demasiado recargadas para considerarse de buen gusto, pero claro, esa era mi opinión como lo dejara en claro mi madre más de una vez.

Me escondí tras un gran armario que tenía sus puertas de cristal abiertas y me permitía observarlo tras ellas. Su rostro era pálido, casi tanto como el mío. Aún no podía ver el color de sus ojos. Sus labios ideales, decorados con un piercing al igual que su ceja y su nariz. Era curioso ver a un chico tan joven en una tienda de antigüedades. Normalmente nuestra clientela estaba por encima del medio siglo, y casi siempre buscando alguna pieza perteneciente a su familia.

Él continuó avanzando, observaba las joyas. Se detuvo frente a aquel anillo que me gustaba tanto, como me atemorizaba. Miró con ahínco, y movió la cabeza queriendo comprender algo. Se dio la vuelta en la dirección que mi madre había tomado y comenzó a buscarla. Yo lo seguí aún oculta, ayudada por la enorme cantidad de objetos que albergaba la tienda. Miró en mi dirección, y me quedé muy quieta tras la estantería de libros. Sólo cuando lo escuché avanzar, volví a buscar su figura.

—¿Hola? —preguntó con suavidad.

Y su voz nuevamente se me filtró por las venas como agua caliente. Me acerqué un poco más hasta mirarlo a través de una alta cortina hecha de cuentas de madera. De alguna manera comenzaba a importarme menos que me viera. Cuando se giró en mi dirección, deslicé la mano por aquella cortina, dejando que los pequeños trozos de madera chocaran entre sí.

—¿Hola? —insistió.

Yo no respondí de inmediato. Podía verlo a través de los espació que me dejaban los muebles y las lámparas, objetos tan pegados unos  a otros que bien podían parecer una pared con pequeñas grietas. Cada vez que aparecía nuevamente podía comprobar que seguía mis movimientos y eso me resultó agradable, repentinamente cálido, como si reconociera la sensación de ser observada por sus ojos que aún no podía ver claramente.

—¿Qué quieres? —pregunté con suavidad, sin dejarme ver aún.

—¿Atiendes aquí? —quiso saber.

Y yo volví a experimentar esa extraña sensación de deseo ante el sonido de su voz. Un deseo profundo, diferente al que se siente de forma física. Era más bien… añoranza.

—A veces —respondí, una vez que me encontré tras una segunda cortina de madera, hermana de la anterior.

Movió la cabeza hacia su hombro derecho, con aquella misma curiosidad con la que había observado todo al entrar. Me buscaba.

—Quiero un anillo —dijo entonces.

Y se acrecentó en mí el sentimiento profundo de anhelo. Por alguna razón sabía qué anillo era el que quería, y el corazón comenzó a golpearme el pecho poco a poco, con más fuerza. Comencé a mover la cortina para verlo. Me sentía como si fuese a reencontrarme con alguien a quién había perdido hacía mucho tiempo, pero sabía que era imposible.

—¿Cuál? —le pregunté, cuando sus ojos se toparon con los míos.

Castaños, profundos, luminosos. Simplemente bellos y, sí, añorados.

—El del engarce azul con el brillante —respondió.

—Te pertenezco… —susurré la inscripción, con la emoción atenazando mi garganta.

Aquella inscripción que nadie hasta ahora, ni el joyero que ayudaba a mi madre en las restauraciones, había sido capaz de definir. Pero que yo sabía. Las letras me parecían definidas con tanta claridad que me resultaba increíble que los demás no pudieran leerlo.

—¿Qué? —me preguntó, confuso, sin comprender. Al igual que yo, que sólo pude mirarlo preguntándome qué era todo esto que oprimía mi pecho.

—Arien —escuché la voz de mi madre tras de él.

La miré, el reproche estaba en sus ojos.

Salí de ahí de inmediato. Necesitaba huir, escapar. Respirar el aire fresco que parecía negarse a entrar en mis pulmones ¿O era yo la que lo contaminaba?

Salí de la tienda, y subí la escalera en dirección  a mi habitación. Los escalones crujieron bajo mis pies pero no me importaba el ruido que pudiera hacer. Abrí la puerta, y el lugar estaba bajo una penumbra que contrastaba con la luz que había en el resto de la casa. Me di unas vueltas abrazándome a mí misma, con la ansiedad pujando por salir de mi cuerpo como si estuviera enjaulada. Me senté en el borde de la cama pero me puse de pie de inmediato, sin poder dejar de pensar en esos ojos y en la fuerza con la que parecían hablarme. Pero yo no era capaz de definir lo que querían decir. Tomé mi bolso que estaba sobre la silla. Miré el interior. Eché un par de billetes en la cartera y salí de ahí con la misma prisa con la que había entrado.

Bajé las escaleras, y cuando me encontré con aquel chico nuevamente, me quedé por un segundo clavada en el piso. Decidí abrirme paso por la tienda todo lo lejos que pudiera estar de él. Había en mi interior un profundo sentimiento de pertenencia a él. Era un completo desconocido, y eso me asustaba porque yo sabía muy bien que no podía pertenecerle a nadie.

—¿A dónde vas? —escuché la voz de mi madre.

—Por ahí —respondí sin mucha floritura. Mientras el camino a la puerta me parecía más largo que nunca. Por alguna razón esta casa me asfixiaba. Había sido así desde el día en que mi madre decidió comprarla y venir a vivir en ella.

“Es una casa fuerte, tiene muchos años y ha soportado muchos malos tiempo”

Casi podía respirar su historia en las paredes.

—¿A qué hora regresarás? —continuó preguntando mi madre.

Nunca, pensé.

—No lo sé  —fue lo que me salió decir desde la puerta.

La reja de la entrada siempre estaba abierta así que no sería problema escapar de ahí, pero justo en la entrada había otro chico. Lo miré y sus ojos, tan parecidos a los del muchacho que ahora estaba dentro de la tienda, me miraron con pánico. No pude dejar de observarlo durante la fracción de segundo que me tarde en pasar junto a él, pero como si el tiempo se cuadruplicara, supe que él había tenido tiempo de ver en mi interior la sombra negra que cubría mi alma.

Comencé a caminar en la única dirección que parecía darme cierta tranquilidad. Se trataba de la casa de mi amiga Léana, que a pesar de lo extraña que podía ser con todas aquellas cosas que su madre Tessa tenía colgadas de las paredes, era un sitio en el que me sentía segura. Y era insólito para mí, ya que no me asustaban los peligros fuera de casa, era lo que había en mi interior lo que me aterrorizaba.

“Tienes el alma herida”

Me había dicho una vez Tessa, y yo lo sabía pero no entendía por qué. Sabía que no tenía una mala vida, pero yo misma me sentía como tierra infértil. Todo lo que en mí se plantaba, se secaba.
.

—Vamos Arien, tenemos que divertirnos un poco —me decía Léana, a pasos de mí, mientras avanzábamos hacia el centro de la ciudad.

—Quizás debería volver a casa —contesté.

El ruido, las personas, las risas, las luces; no me decían nada. No me animaban. Todo parecía una especie de fachada bella para encubrir la podredumbre tras ella.

Mi amiga me tomó la mano y tiró de mí.

—Nada de eso, hoy te diviertes conmigo —exigió.

Yo cerré mi mano en torno a la suya y la miré. Creo que en pocas personas he encontrado la incondicionalidad que me brindaba Léana. Cuando teníamos poco más de ocho años, la pusieron en la misma clase en la que estaba yo, y a pesar de que esta ciudad es mestiza y de que Léana no era una chica negra en su piel se notaba su ascendencia y ese sólo hecho la marcaba para muchos de nuestros compañeros. Ese día le ofrecí el asiento que había junto a mí, uno que siempre estaba vacío porque nadie quería compartir con una chica que en lugar de saludar, gruñía.

Ahora que la llevaba a mi lado, sabía que ella me conocía y que no me dejaría sola por muy mal que estuviera. No lo había hecho dos años atrás, no lo haría ahora tampoco.

—¿Qué se celebra? —le pregunté.

—¿Y qué más da? —se encogió de hombros.

Las personas estaban bailando fuera de los bares, acompañados por la alta música. Alguna banda local animaba con sus instrumentos, bosquejando alguna melodía conocida. El jazz sonaba por los rincones como el infaltable compañero de las noches de Nueva Orleans. Así fuimos avanzando por una de las calles principales, hasta que llegamos a una zona que parecía más acondicionada para personas de nuestra edad.

—Ven —medio escuché, medio adiviné las palabras de Léana que no me soltaba la mano.

Entramos a un bar. La música en el interior era moderna, invitando a bailar, aunque yo no estuviera de humor para ello.

—¿Qué bebemos? —me preguntó.

—Dos sazerac —le pedí al hombre que atendía en la barra.

—Un sazerac —escuché junto a mí.

A pesar de la alta música lo reconocí y no pude evitar mirarlo. Sus ojos se encontraron con los míos, a una distancia demasiado corta para considerarse de seguridad. Yo entreabrí los labios buscando aire, ya me estaba ahogando nuevamente con solo mirarlo.

—Otro para mí, Bill —dijo alguien junto a él, empujándolo ligeramente de modo que su brazo tocó el mío.

La corriente eléctrica fue tan potente que sentí deseos de desvanecerme en aquella intensidad.

“¡Soñé un sueño! ¿Qué quiere decir? Yo era una Reina doncella, guardada por un dulce Ángel: ¡El necio infortunio nunca fue engañado!”

Continuará…

Uff ff ff… nunca he sabido bien cómo lo logra Bill, pero en escenas como esta dónde sólo hay un roce parece que se me condensa la sangre en todo el cuerpo.
Espero que este capítulo les haya gustado
Besos y espero sus comentarios. Me animan mucho.
Siempre en amor.
Anyara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario