Anhelo
.
Estoy acostado. Hasta hace un momento, dormido. Noto un
suave cosquilleo en mi frente, que se desliza hacia mi sien y el contorno de mi
oído. Sé que estás aquí, pero lucho por no abrir los ojos. No quiero verte,
para luego dejar de hacerlo otra vez. Si simulo que esto no es más que un
sueño, mañana podré sentir la frustración de saber que no ha sido una realidad,
pero no será el dolor enorme que produce la incertidumbre. No ese dolor de no
saber si te he soñado o has sido una realidad.
Tus dedos tocan el contorno de mi mandíbula, acarician sobre
mi barba y la respiración por poco me traiciona. Es tan confuso el mundo de los
sueños. Tantas veces te he amado como un ser real y tantas otras veces he
sabido que no lo eres. Aparento estar dormido para no aferrarte a mí como un
desesperado, porque decidir estar solo duele, pero duele más cuando te dejan
solo. Estar sin ti, es como si tiraran de mi corazón fuera del pecho, día a
día, segundo a segundo. Lo triste no es perder el alma por un amor, lo triste
es agonizar porque no la pierdes. Sigue ahí despedazando cada trozo de ti, cada
conexión dentro de la materia invisible que te compone: los sentimientos.
Tu caricia baja por mi cuello, mi clavícula y se detiene en
mi pecho. Todo mi cuerpo languidece bajo tu roce y sé que ha reaccionado. No
tardarás en notar cuánto te deseo. Pero no eres más que una ilusión, y mi
cordura se tambalea cuando lo comprendo, porque te amo, te amo, te amo… y no
eres parte de mi mundo. Perteneces a una realidad diferente, a un extraño mundo
que no veo. Apareces y desapareces de mi vida rompiendo todos los caminos
posibles. Y sólo me queda esperar.
Una lágrima cae de mis ojos cerrados, se oculta de ti en la
almohada, permitiéndome un poco más de intimidad, pero sé que no durará demasiado.
No puedo más.
Me giro en la cama, simulando uno de los tantos movimientos
que se tienen durante el sueño. Me quedo muy quieto, otra lágrima se derrama.
Ya no siento tus manos, ni siquiera el calor de tu cuerpo, y temo que haya
llegado la soledad por la que estoy clamando. A punto estoy de liberarme en
medio de sollozos, cuando notó tu caricia contra mi pecho, justo dónde está mi
corazón. Probablemente sus latidos me hayan delatado ya. Por un momento temo
que quieras arrancármelo, pero eso es imposible, ya te pertenece. Siento como tu
pecho se pega a mi espalda, y me derrumbo sin remedio. Mis dedos buscan los
tuyos, los enlazan y los aprietan. Eres mía, por este instante sublime en el
que… quizás te estoy soñando.
Tus labios tocan mi cuello, mi nuca. Sé que estás besando mi
tatuaje y noto como mi piel se eriza y
clama por ti. Quiere sentirte, tocarte. Mi cuerpo entero quiere
enredarse al tuyo. Quiere sexo, aunque nunca ha sido por el sexo.
Tus besos bajan por mis hombros y mi espalda. Me quedo muy quiero,
aferrado a tu mano. Aún tengo los ojos cerrados, temiendo a que te diluyas si
los abro, como el sueño que eres.
Tu boca llega a mi costado, a ese tatuaje que dices amar.
Separo los labios y dejo que se escape un suspiro. Escucho mi propia voz y reconozco
la agonía.
Nunca será por el sexo.
Me giro hacia ti. Y sólo cuando tu cuerpo está sobre el mío
abro los ojos. Te observo delineada por la luz de la noche, y escucho el grito
silencioso que brota de mi pecho. El clamor de mi alma a tu alma ¿Lo escuchas?
Te pregunto sin palabras. Tus manos se llenan con mi rostro y tu boca se
apodera de la mía. Separo los labios en un gesto simple de contacto, pero sé
que al hacerlo te permito entrar en mí, dejando caer todos los resguardos. Me
entrego a ti en un solo beso, en una sola caricia… en un único pensamiento.
Amor.
Mis manos se aferran a tus piernas y tiran de ti. Mi cuerpo,
sin excusa, responde al roce. Quiero entrar. Entrar y permanecer, hacernos
eternos a través de la entrega. Me alzo y te abrazo, quiero ser yo quien
domine. Lo necesito tanto. Tus manos, aún en mi rostro, acarician mis mejillas,
mis cejas. Tu voz se rompe en una pregunta que siempre me formulas. Una
pregunta que no entiendo, y que me condena.
—¿Te has enamorado?
Por qué lo preguntas. Agonizo cada vez que lo intento.
—No —te respondo, sabiendo que si te confieso la verdad,
nuestros mundos se separaran.
Tú liberas el aire, como si mi respuesta te produjese
alivio. Si te dijera que es a ti a quien amo ¿reaccionarías igual? Me separo
ligeramente de ti y te miro, tus ojos están aguados como los míos.
—No lo comprendo —te digo.
—No lo intentes —me pides casi suplicando.
Y tus manos vuelven a aferrarme, tu boca regresa a la mía y
me devora.
Quizás he dado un mal paso. Quizás, aún no te merezco. He
buscado las respuestas en decenas de atardeceres, en palabras que otros han
grabado en hojas que componen libros enteros, pero no logro saber ¿por qué?
Me quito la única prenda que separa mi piel de la tuya
mientras muerdo tu boca para que no te muevas. La agonía que oprime mi pecho
brota como un animal herido. Te necesito. Mis dedos buscan la humedad en tu
cuerpo, se hunden y te hacen gemir. Mis dientes liberan tus labios, y son los
tuyos los que se aferran a mi hombro cuando tu cadera se alza.
Mi sexo te busca. El tuyo me encuentra. Te dejas caer y me
hundo en ti. Un extenuado gemido surge de mí y se enreda con el tuyo. Nos
quedamos así un momento, quietos y unidos. Silenciosos.
Tu boca que antes me mordía, ahora besa mi hombro lastimado.
Mis manos que se enterraban en tu piel, la acarician. Y por un momento pienso
en que si me quedo así, si no busco la culminación, si sólo me limito a
respirar… quizás te pueda retener. Pero rompes la ínfima posibilidad. Tu cadera
se mueve suavemente. Ondea con pereza, produciendo una suave caricia de tu
interior alrededor de mi sexo. Cierro los ojos y dejo que mi frente descanse
sobre tu pecho. El movimiento de tu cuerpo es tan suave, que casi podría
dormirme acunado por tus caricias.
—¿Por qué nunca te quedas? —te pregunto.
El movimiento de tu cadera se acelera en respuesta, como si
necesitaras del placer para escapar de la agonía que compartimos. Mi mano sube
hasta tu seno y lo arrulla. Gimes, y comprendo que la pasión de este acto es lo
único que nos ayuda a liberarnos. Lo único que ahora tenemos. Nos pertenecemos
de este modo primitivo, porque aún no poseemos otro. Noto como el sentimiento
araña una esperanza, intenta abrirse paso por mi pecho para no ahogarse.
Te llevo contra la cama, y tus muslos oprimen mi cintura.
Tus pies se enlazan en mi espalda, aprisionándome. Te miro y mi alma le habla a
la tuya. Tranquila amor, no escaparé. Cierras los ojos y tus lágrimas brillan
bajo la luz azulada de la noche.
Me hundo en ti, buscando ese placer roto. Mi boca busca tu
pecho, y encierra tu areola inflamada por la sangre. Toda tú me perteneces, y
tu cuerpo declara esa pertenencia. Te retuerces bajo la entrada constante de mi
sexo, que aún tiene mucho que cederte. Me alzo, observándote. Hay tanta belleza
en tus facciones entregadas. Miro nuestro punto de unión y la humedad brilla a
media luz, electrizando mi columna. Cierro los ojos, no puedo permitirme la
debilidad. No puedo, simplemente, entregarme el placer. Necesito que tu
voluntad sea mía, al menos de este modo, necesito poseerte. Y cuando
languidezcas, incapaz de permanecer despierta, te contemplaré para guardar en
mi memoria el sinónimo vivo de la hermosura.
—Bill…
Pronuncias mi nombre, y hasta la cadencia de las letras en
tu voz me resultan exquisitas.
¿Por qué no eres real? Me lamento, sin saber si mi lamento
es escuchado. Pero entonces tu boca busca la mía, y siento que quieres darme
una respuesta que no puedes entregarme con palabras. Ahora soy yo quien sostiene
tu rostro entre las manos, y mientras empujo mi deseo en tu interior, mi alma
entra en ti a través de un beso.
Tu boca se abre incapaz de responder a la caricia, invalidada
para mantener en silencio el placer que está experimentando tu cuerpo. Y me
trago tu orgasmo. El aire que liberas en un gemido llena mis pulmones. Tus uñas
dejan marcas que arden en mi piel, pero no me importa, incluso las agradezco.
Esas marcas me permitirán recordarte frente a un espejo, cuando mi mente se
pierda en medio de la locura.
Detengo mis movimientos, respirando agitado. Las
convulsiones de tu interior me obligan a hacerlo. No quiero mi orgasmo, ahora
mismo lo detesto. No quiero que nada me aleje de ti en este instante. No me
importa ceder mi placer para conseguirlo. Sin embargo, anhelo volver a beberme
el tuyo.
Salgo de ti, y gimes enterrando tus uñas en mis hombros.
Siseo ante aquel dolor, que no podría comparar jamás con el que me atenaza en
tu ausencia.
—Gírate —te indico, empujando tu cadera.
No necesitas más premisa, a veces creo que no necesitamos ni
hablar.
Encierro tu cadera con mis piernas. Siento tu piel contra la
cara interna de mis muslos. Busco tu interior mojado por el orgasmo y lo
proclamo mío, una vez más. Tu voz se rompe contra la almohada que antes
enjugara mis lágrimas. Comienzo a balancearme sobre ti, y me inclino para besar
tu espalda. Tu piel arde y se estremece ante el roce de mis labios. Todo mi
cuerpo responde a tu sensibilidad. Noto como se erizan los vellos de mis brazos
y mis piernas. Estoy siguiendo el camino placentero que tú acabas de recorrer.
Mis manos se deslizan bajo tu pecho y mis palmas se llenan con la presión de
tus pezones. Beso tu cuello, mientras tú jadeas. Beso tus hombros, y tu cuerpo
bajo el mío adopta mi ritmo. Una mezcla de miedo y ansia se entrelazan en mi
interior. Sé que explotaré, que hundiré en tu cuerpo parte de mi esencia. Pero
sé también, que el punto final habrá llegado entonces.
Respiro agitado contra tu oído y tú buscas mi boca. No hay
un beso elaborado en aquella caricia, sólo un roce errático que nos habla de la
pronta culminación.
Me aplasto en ti con fuerza, la misma con la que intento
mantenerte anclada a mi cuerpo.
—Hazlo… —me pides, sabiendo que mi liberación es inminente.
Tu voz, tu entrega, tu aceptación, toda tú me niegas la
opción de rebeldía. Tus manos unidas a las mías contra tu pecho me aprisionan
cuando mi cuerpo se convulsiona. Los dardos de mi amor se abren paso por tu
humedad. El placer crea un camino por los conductos de mi sexo, brota y se
expande marcándote por dentro. Mi mente sólo puede pensarte, y sé que soy tan
tuyo, que duele. Acaricio con mis labios tu mejilla, mientras los últimos
latigazos de mi orgasmo se desprenden. No soy capaz de darte un beso, pero lo
intento. Tus ojos me buscan y me acomodo junto a ti en la cama.
No voy a dormirme, no esta noche.
Tomo y muevo el cabello que se te ha pegado a la sien. No te
miró a los ojos aún, sé que me perdería en ellos si lo hiciese.
—¿Por qué nunca te quedas? —vuelvo a preguntarte.
Te incorporas y te sientas en la cama, deshaciéndote de mis
caricias. Puedo observar tu desnudez bajo la luna, pero no logro deleitarme en
ella, el corazón se me ha detenido por miedo a que te marches. De pronto siento
la necesidad de arrancarte de mi vida, de ese modo no te esperaré más. Pero
entonces comienzas a hablar.
—Tú y yo, somos como dos extremos opuestos de una hoja de
papel —me dices, yo me mantengo en silencio—, en este momento, yo he logrado
doblar ese papel por la mitad.
El corazón me latió tan fuerte cuando lo comprendí, que el
dolor me dejo sin aire.
—¿Puedo yo, doblar ese papel? —pregunté, temeroso por la
respuesta.
Bajaste la mirada, fui completamente consciente de lo que te
pedía que me revelaras. Luego tus ojos se clavaron en los míos y sin palabras
mi alma te escuchó.
“Puedes intentarlo”
.
Bueno, sé que Erótica
es una serie un tanto extraña, está llena de anhelos y emociones. A veces,
incluso, llena de posibilidades.
Espero que este ¿one
shot? les haya gustado, no pretende ser más de lo que es. Un deseo.
Besos y gracias por
leer.
Siempre en amor
Anyara
Solo cuando abandonamos nuestra racionalidad, sin pretender ser más que lo que realmente somos, animales salvajes en un mundo compartido, llegamos a tocar las almas ajenas como seres de luz...
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