viernes, 4 de enero de 2013

La sombra en el espejo - Capítulo XIII



Capítulo XIII
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Ambos estábamos sentados en el suelo ¿Cuánto tiempo llevábamos observándonos a través del cristal? No lo sabía, sólo era consciente de la distancia inverosímil que me separaba de Kissa, y de lo improbable que era estar con ella. Era consciente de la soledad absoluta.
Ella me observaba con una calma pasmosa. Sus ojos claros reflejaban su tristeza, con las lágrimas que caían pausadamente. Por un momento me permití observarla como hombre. Sus labios suavemente perfilados eran hermosos. Sabía que no había nada de particular en ellos,  simplemente eran suyos.
—¿Así que eres famoso en la Alemania de tu tiempo? —preguntó, y vi el movimiento de sus labios al hacerlo, para luego intentar una sonrisa amable.
—Algo así… conocido… sí… —contesté.
Kissa asintió, comprendiendo la diferencia que yo intentaba hacer.
—Me dijiste que eras músico —comenzó a hablar. Intentaba entablar una conversación como si lo que habíamos descubierto  no existiera en realidad. Tuve que tomarme un momento antes de responder, la miré fijamente y ella a mí. Aún tenía los ojos humedecidos.
—Sí, cantante —le conté.
—Ahhh… y ¿Qué tipo de música cantas? —preguntó, llevándose las manos a los ojos y secando sus lagrimas. Parecía que la conversación iba tranquilizándola.
—Rock. —se me hacía extraño contarle a alguien que hacía, y estar seguro de que no lo sabía. No existía en mí esa duda constante de ‘¿Qué pretenderá?’ ‘¿Qué buscará?’
Kissa asintió.
—¿Qué haces tú? Estudias ¿No? —intentaba continuar con aquella curiosa conversación.
—Sí, iba a seguir algo relacionado con diseño publicitario —me explicó.
—¿Ibas?
—Bueno, estos días han sido extraños —quiso explicarse. No tenía que hacerlo, sabía perfectamente de lo que hablaba—. Iba a casarme ¿Sabes?...
Sus palabras me recordaron ese hecho.
—¿Cuánto tiempo llevabas con… él? —preferí omitir su nombre, pensando que de ese modo le haría menos daño a ella.
—No mucho en realidad —bajó la mirada hasta su pantalón, y delineó con la uña las marcas de la gruesa tela—, pero lo quiero… lo quería mucho —se corrigió a sí misma. Su voz se apagó.
—Lo entiendo, los sentimientos muchas veces son instantáneos.
Kissa asintió.
—Me gustaba la forma en que me miraba desde la distancia cuando iba al pueblo —comenzó a contarme algo más animada—,  o el modo en que hablaba y reía con sus amigos cuando Annie y yo andábamos cerca… me emocionaba.
En ese momento fui consciente del color que sus mejillas fueron tomando, y de la poca experiencia que tenía Kissa en ese aspecto aunque ya no fuese una niña.
—Era amable conmigo —continuó, y yo la dejé hacerlo—, aunque a veces se volvía un poco impaciente —en ese momento desvió la mirada evadiendo la mía—… ya sabes… con ciertas cosas.
—¿Ciertas cosas? —pregunté. Sabía perfectamente a lo que se refería, pero que ella se refiriera de ese modo al sexo, me resultaba más inverosímil aún que verla por el espejo.
—Bueno… íntimas —se atrevió a mirarme, aunque no directamente.
—Lo entiendo —dije, pensativo.
Nos quedamos un momento en silencio. Yo no estaba muy seguro de qué pensar sobre esa relación de Kissa con su novio, tampoco quería destruir la imagen que ella se había formado de él. Lo amaba, y ahora sufría por ese amor.
—Cuéntame cosas de ti —me pidió entonces.
¿Y qué le podía contar? Ahora mismo mi vida no era nada. No tenía forma, color; ni un camino qué seguir.
—No sé qué contarte —respondí con sinceridad.
Se humedeció y se mordió el labio, mientras me miraba con sus ojos grises, oscuros y expresivos.
—¿Cómo es que te hiciste cantante? Eres muy joven ¿Qué edad tienes? ¿Vives hace mucho en Los Ángeles? ¿Cómo se llama el grupo en el que tocas? —comenzó a hacer preguntas sin pausa.
—Tranquila —me arrancó una sonrisa—no sé que responder primero —confesé.
—Lo siento.
Sonrió también.
—Bueno, veré si recuerdo el orden —pensé un momento—. Me hice cantante con nueve o diez años —comencé a contarle—. Tom —respiré profundamente—… Tom tocaba la guitarra, y éramos apenas una banda de dos personas —comencé a recordar aquel tiempo, y aunque había dado una explicación como esta a muchos medios, contárselo a Kissa tenía algo especial, quizás porque sabía que ella desconocía todo de mí.
—¿Sólo ustedes dos? —continuó, interesada.
—Sí —volví a sonreír.
—¿Y cómo se forma un grupo con dos personas? —insistió en sus preguntas.
—Si me sigues preguntando cosas no podré responder a todo —noté un leve acceso de tos. Al menos ya no parecía molestarme tanto.
—Tienes razón —bajó los hombros, adoptando una actitud receptiva.
—Al principio tocábamos en sitios pequeños, lugares en los que permitían tocar a aficionados —mientras hablaba con ella, venían a mi mente instantes de aquel tiempo cuando Tom y yo nos peleábamos por quien había sido el que mejor desempeñaba su papel en el escenario. Aunque nadie nos mirase demasiado en realidad.
—¿Y cuando se hicieron conocidos? —parecía más tranquila, a pesar de la evidencia de su tristeza en el contorno enrojecido de sus ojos. De pronto parecíamos estar en un remanso de una calma ya casi desconocida para mí.
—Fue en poco tiempo la verdad, aunque a mí me pareció una eternidad —continué contándole—. Conocimos a Georg y Gustav, ellos tocan el bajo y la batería- Formamos una banda —Kissa seguía mi relato con aquella atención tan propia de ella. Quería absorber todos los detalles de lo que estaba contándole—. Hasta que finalmente me anime a participar en un concurso de televisión: Buscando una estrella ¿Lo conoces?...
—Sí, sí —asintió animada, quizás por sentirse un poco parte de  mi relato—. Lo recuerdo.
—No duró mucho, creo que dos ediciones, en la segunda me presenté yo.
—Mmm… seguí gran parte de esa, fue hace… ¿Dos años?... no estoy demasiado segura, me gustaba un chico bastante extraño que no llegó a la final —cuando ella comenzó a relatar aquello, una sonrisa se fue abriendo poco a poco en mi rostro—, ganó otro bastante aburrido.
—Pues ese chico debo haber sido yo —confesé.
—¿Cuál? ¿El aburrido?
—No —me reí con un poco más de ganas—, el extraño.
Kissa se tapó la boca en señal de sorpresa.
—Lo siento, no quería ofenderte al llamarte extraño.
—Bueno más ofensivo sería que me llamaras aburrido —continué riendo—, extraño es un término que me ha definido durante mucho tiempo.
—Me alegra no ofenderte, a veces digo más de lo que debería —de pronto pareció recordar algo que la puso triste, así que yo continué con mi relato.
—No gané, como ya sabes, pero eso nos sirvió para que nos conocieran poco, después una discográfica nos buscó.
—¿Y ya eres famoso? Digo, ¿en mi tiempo? ¿Podría encontrarte de algún modo? —preguntó con cierta timidez.
—Bueno, podrías saber de mí —medité un instante—, en tu tiempo ya habíamos sacado un disco y una canción se hizo conocida.
—¿Sí? lo siento, escucho tan poca música —se quejó—, aunque quizás la conozca ¿La pasan por la radio?
—Muy poco —me reí con ironía—, en tu tiempo aún somos muy jóvenes. Tenemos apenas dieciséis años.
Kissa arrugó el ceño.
—Uno menos que yo —pareció incluso reclamar.
—Tienes diecisiete entonces, más o menos lo suponía —acepté.
—Bill —habló con premura.
—¿Qué? —la observé detenidamente.
—¿Y si voy por ti? —me dijo de pronto, arrodillándose muy cerca del espejo como si aquella idea le hubiese infundido fuerza.
—¿Pero cómo vendrás? —pregunté. Comenzaba a dolerme la cabeza, quizás de haber llorado. Me llevé una mano a la frente, la tenía humedecida por una fina película de sudor.
—Bueno —se encogió de hombros—, estás en mi casa… o en lo que era mi casa. Podría ir por ti.
—Pero sabes que son siete años en tu futuro ¿No? —un acceso de tos me molestó un momento.
—Sí —se encogió de hombros.
Ambos nos quedamos en silencio un momento.
—¡Espera! —hablé de pronto, cuando una idea cruzo mi mente. Sentí que el corazón se me iba a parar por el fuerte latido que dio en mi pecho. Me moví hacia el espejo casi con desesperación.
—¿Qué? —preguntó algo desconcertada, asustada quizás.
—Si tú —respiraba agitado, tuve que soltar el aire con fuerza para calmarme un poco. Ahora mismo parecía que iba a darme un ataque de algún tipo—…si tú me encuentras, podrías evitar que Tom… podrías….
Ni siquiera fui capaz de formular la idea completa. Las lagrimas bañaron mis ojos como un torrente, gruesas y calientes, humedeciendo mis mejillas de inmediato.
—Oh Bill… ¡Sí!... claro… —ella también se agito, pero entonces pareció abrumarse— Pero… cómo te explico todo esto ¡No me creerás! Ni siquiera yo entiendo lo que nos sucede.
Respiraba tan agitada como yo.
—Lo sé… lo sé… —repetía, buscando en mi mente un forma. Una posibilidad.
Intenté secar mis lágrimas y entonces pensé en ella, en Kissa. En lo injusto que era pedirle que me salvara de mi tristeza si yo no podía salvarla de la suya.
—¿Y si me cuentas algo que sólo sepas tú? —preguntó, con un brillo ansioso en el oscuro gris de sus ojos.
—Sí, sí… podría funcionar… déjame pensar…
Había tan pocas cosas que no se supieran de mí, parecía que siempre existía alguien que sabía o suponía todo.
—Estaban en Alemania ¿No? —quiso asegurarse.
—Sí… —yo continuaba pensando, tenía que encontrar algo que sólo yo pudiese conocer. Era una posibilidad de tener a Tom conmigo. Una posibilidad de que no muriera.
Y quizás justamente esa posibilidad era la que estaba anulando mis pensamientos coherentes ¿O sería la fiebre? Me llevé una mano a la frente, comprobando que no era tan absurdo pensar en tenerla.
—¿En casa de tus padres? —siguió preguntando.
—Sí, sí… cerca de Hamburgo. Mi madre se llama Simone…
Kissa asintió como si con aquello grabara la información que le estaba dando en la memoria.
—Bill —llamó mi atención. La observé—, mira por la ventana y dime si hay un árbol junto a un roca grande, al comenzar el bosque…
Me puse de pie, mareado, y enfoqué con cuidado. Había poca luz, pero ahí estaba el árbol, junto a la roca.
- Sí, está —acepté.
—Bien —llevó sus manos hasta el cuello, y comenzó a buscar el broche de una cadena que llevaba cuyo colgante se perdía bajo su ropa—. Bajarás —comenzó a decir cuando soltó el broche— . Y esperarás un par de minutos —se piso de pie—. Yo enterraré esto —movió el colgante en su mano, que no alcancé a verlo bien—,  y tú lo desenterrarás —me miró—, de ese modo sabremos si tu futuro es el mío…
Aquella última frase resonó en mi mente como lo haría una profecía. Asentí y la vi salir de la habitación casi corriendo. Me sorprendió la forma en que ella buscaba ayudarme, dejando de lado su propia tristeza para contener la mía. Esperaba encontrar ese colgante.
Cuando estuve frente a la roca me dejé caer de rodillas. Me sentía agotado y adolorido. El frio parecía haberse intensificado, y comenzaba a temblar ligeramente. Esperé muy quieto, lo que debieron de ser unos pocos minutos, y con otra piedra comencé a abrirme paso en la tierra. Kissa había dicho junto al árbol, pero no me había dado la posición exacta. Así que empecé a cavar justo en medio del árbol y la roca.
Cuando había ahondado al menos unos quince centímetros, la piedra con la que lo hacía pareció engancharse a algo. Lo tomé, y era un trozó de tela enterrado. El corazón se me inflamó y comencé a llorar nuevamente. Mis dedos dolían al hurgar contra la tierra, intentando desenterrar aquel trozo de tela que debía de contener el colgante. Kissa podría… podría.
—Oh Kissa… —murmuré, y las lágrimas ya no me dejaban ver.
Finalmente encontré el pequeño bulto de tela anudado que claramente contenía un objeto en su interior. Lo abrí con los ojos anegados y las manos temblorosas. Me encontré con una cadena de plata de la que colgaba una mano que sostenía una piedra transparente en forma de lágrima.
Creo que no habría podido ser más apropiado. Kissa buscaba sostener mis lágrimas. En ese instante pensé en aquello que sólo yo podía saber. Y a pesar del dolor que estaba sintiendo, y que se había extendido por todo mi cuerpo, me puse en pie y volví a la casa.
Entré en la habitación y la encontré a ella, paseándose de un lado a otro como si la conexión hacia su tiempo no se hubiese roto en ningún momento. Me miró y yo me puse el colgante al cuello.
Kissa suspiró profundamente. Ambos mantuvimos la mirada.
—Cuando tenía ocho años —comencé a decirle—, le escribí una carta a una chica de once, se llamaba Lilith. Nunca se lo dije a Tom porque se habría burlado de mí —sonreí ante el recuerdo.
—Bien… bien… —aceptó, comprendiendo la información.
En ese momento ambos nos quedamos en silencio, esperando. Si ella evitaba que Tom muriese, algo tenía qué pasar ¿No?
Pero nada sucedía.
La vi morderse el labio con ansiedad, y el sonido abrupto de un cristal que se rompía desde su lado de la casa nos alertó a ambos.
—¿Qué fue eso? —pregunté. Kissa simplemente se encogió de hombros en el momento que un segundo sonido exactamente igual se hizo presente.
Kissa abrió mucho los ojos cuando escuchó la voz de su padre llamarla casi con desesperación.
Y salió de la habitación, dejándome en medio de la soledad.
Continuará…
Bueno, este capítulo ya me costó. Sobre todo porque llegamos a una parte complicada de la historia, sin desmerecer a las demás partes complicadas de la historia… ainsss… me agoto…
-.-
Kissa y Bill han tenido una conversación un tanto trivial, quizás por la necesidad que tienen de sentirse normales dentro de tanta anormalidad, y a raíz de esa conversación ha surgido una idea, pero y ¿Ahora?
Espero que les haya gustado y que me dejen sus mensajitos. Muchas gracias por todos ellos.
Besitos.
Siempre en amor.
Anyara

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