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miércoles, 23 de abril de 2014

Al ocaso - Drabble


Al ocaso.

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El ocaso comenzaba a despuntar sobre las nubes que se extendían en el horizonte de Los Angeles. Bill admiraba una vez más el espectáculo de colores que esta ciudad que lo había adoptado no se cansaba de regalarle. A veces se preguntaba si alguna de las cientos de fotos que había tomado sería capaz de capturar la belleza que él veía en los matices que el cielo mezclaba.

Estaba casi seguro de que no.

Se sentó en la terraza de casa con la única idea de disfrutar de ese atardecer y del aire fresco que le otorgaba la primavera. Comenzó a revisar su nueva cuenta de instagram, esa con la que intentaba mantener una especie de comunicación con quién lo mereciera o valorara, pasando por alto el implacable veneno que algunos tenían dentro y que al no poder vivir con ello lo escupían en forma de comentarios soeces y dañinos.

Tomó una nueva foto del horizonte y la compartió. Bajo ella jugueteaban una serie de etiquetas y una frase que recordó: Somos simplemente dos almas dañadas que se sienten en el cielo cuando morimos.

La respuesta a su publicación fue instantánea. A veces se preguntaba cómo era posible que a los tres segundos de subir una imagen el resto del mundo le respondiera. Los comentarios iban desde caras tristes, corazones a montones, un que otro sortilegio para el amor y algunas palabras de aliento que no necesitaba en realidad. Pero hubo un comentario que no era la primera vez que leía, probablemente provendría de la misma persona.

¿Has leído a Neruda? Creo que te gustará—a la pregunta la acompañaban unas cuantas palabras entrecomilladas que supuso serían de un poema— “… te amo como se aman ciertas cosas oscuras, secretamente, entre la sombra y el alma.” 

Reconocía el nombre del poeta. Había ciertas personas que por poco que te interesaran estaban ahí presentes, ya sea por una canción o una exposición o simple popularidad. Las veces anteriores había reparado en el mensaje pero no había tenido ni tiempo, ni ganas de revisar nada de él. Hoy contaba con ambas cosas.

Copió la frase y la pegó en el buscador de su móvil. En cuanto tuvo el poema completo comenzó a leer.

“No te amo como si fueras rosa de sal, topacio
o flecha de claveles que propagan el fuego:
te amo como se aman ciertas cosas oscuras,
secretamente, entre la sombra y el alma. 

Las palabras se desgranaban con la pasión pura de quién ama más allá de lo que su cuerpo puede soportar. Bill se sintió identificado con el sentimiento desde la primera línea.

Te amo como la planta que no florece y lleva
dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores,
y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo
el apretado aroma que ascendió de la tierra. 

Un amor concebido y comprendido como la naturaleza misma.

Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde, 

Lo podía entender, porque el amor habita en los corazones capaces. Creemos que lo encontramos pero lo que hallamos realmente es nuestra capacidad de amar.

te amo directamente sin problemas ni orgullo:
así te amo porque no sé amar de otra manera, 

Bill no estuvo seguro de en qué línea comenzó a apretársele el pecho. Sintió deseos de llorar, de gritar, de beberse todo el aire posible en un suspiro

sino así de este modo en que no soy ni eres, 

De ese modo en que el amor se convierte en unidad, en complemento y en absoluta voluntad de amar.

tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía,
tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño.”

Cerró los ojos, sí; abatido por las palabras. Impactado por la fuerza con que se puede interpretar un sentimiento y admirado de que alguien más allá de una pantalla pudiese suponer que él se sentiría así.
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N/A

Aquí les dejo un pequeño drabble por el día del libro en el que he querido poner a Bill leyendo algo que amo.

Un beso

viernes, 13 de diciembre de 2013

Nudo ciego - Drabble


Nudo ciego
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¿Cuántas proposiciones deshonestas pueden salir de una pluma? ¿Cuántas pueden ser elegantes? ¿Cuántas arbitrarias? ¿Cuántas pueden ser el espejo impoluto de un alma? ¿Cuántas el reflejo desgastado de un anhelo no concebido? ¿Cuántas pueden ser realidad? ¿Cuántas pueden hacerse realidad? ¿Cuántas pueden tocar el fondo más oscuro de nuestro deseo y respirar en la superficie sólo por un segundo?...

Bill era mi más absoluta obsesión. Ese pensamiento que me abordaba en cuanto abría los ojos por la mañana, y el último halo de consciencia cuando los cerraba. Bill era mi meditación, mi ejercicio, mi optimismo y mi pesar; mi esencia, mi desvanecimiento: todo lo que conseguía interpretar. Estaba escondido en cada suspiro, en cada roce de mi ropa, en cada luz y en cada oscuridad.

¿Por qué de pronto parecía todo tan vacío?

Había un estado de pesar en mi consciencia. Me sentía como un animalito abatido y abandonado, tristemente abandonado, incapaz de recordar lo que me daba la vida… y es que el amor es así, te arrebata todo lo que posees, te convierte en un deshilachado intento de ser humano. Bill era mi obsesión, mi faro en la oscuridad… mi yo.

Las cámaras lo perseguían, yo lo perseguía; todo a nuestro alrededor estaba lleno de pequeños momentos en los que nos convertíamos en uno: tras una puerta, tras el biombo que usaba para cambiar de vestuario, tras el espejo enorme que había en su camerino. Pero ahora todo había cambiado, en su vida había una nueva persona, alguien que suscitaba sus más bajos instintos y los míos, alguien que desataba la cremallera de su pantalón de anillas y se apropiaba de la firmeza que escondía.

Pero ya no más.

Ahora Bill era mío. Permanecía en un rincón de mi habitación, atado y con frío. El nudo ciego amorataba sus muñecas, haciendo que su piel desnuda pareciera más blanca. Me miraba con los ojos vidriosos, suplicantes; esperando a que yo me apiadara de su existencia y lo convirtiera en un hombre libre. Yo me bebía una copa de vino, una más, una botella más, con la daga sobre la mesa mirando su cuerpo firme y exacto; pensando en qué lugar de su anatomía podía ser más visceral y menos notorio un corte. Sentía el vino recorrer mi garganta y adentrarse en mis venas como la misma sangre, casi podía saborear el metálico dulzor de la suya.

¿De dónde me venía esta sed? ¿Cuándo había surgido en mí el deseo de la posesión por encima del deseo de amor?... ¿Cuándo había despertado la bestia, matando al ángel?

Quizás durante esa primera mirada vacía. O cuando sus ojos miraron a alguien más. Tal vez había sido en el instante exacto en el que acabó en mi boca por última vez y ambos comprendimos que se había terminado. La suplica había dado paso a la venganza y la venganza al plan para ser ejecutada, por eso Bill estaba atado, por eso la soga marcaba su piel de forma tan profunda y dolorosa. Por eso todo el mundo lo buscaba y yo lo mantenía inmóvil en ese rincón de mi habitación; un espacio pequeño, apenas útil para un mueble o una silla, pronto olería mal, olería a sangre y a fluidos corporales descompuestos. A medida que pasaran las horas toda la habitación olería a podredumbre: a la de un cuerpo y un alma, porque él me había abandonado durante esa tarde de junio en la que había dejado los escenarios, a su equipo, y a mí.

“Benditos besos esperados”, decía la canción. Para mí todos eran malditos, porque los había esperado por tanto tiempo que se me habían secado en la boca. Ahora los rumiaba como hierba seca que no volverá a tener jamás el mismo sabor.

Tomé la daga y la arrastré por la mesa de madera, el sonido agonizante parecía el presagio de la melodía que en un momento llenaría esta pequeña habitación. Me acerqué a Bill, pude leer en sus ojos el terror, y me quedé observándolo mientras intentaba coordinar en mi mente la respuesta lógica para aquel miedo. No había nada, no tenía compasión, ni dolor, ni alegría… ni amor…

—Me lo has arrebatado todo —lo acusé, apuntándolo con la daga. Su boca silenciada por un amasijo de papeles que había escrito en su nombre, intentaba modular una súplica.

Acaricié su barbilla con el fino metal que empuñaba. La recorrí, marcando su perfección. Me deleité con cada detalle. Él respiraba agitado, como si el corazón que sabía que no poseía, se le fuese a escapar de un salto por la boca. Se sentía desesperado y angustiado, y yo me deleitaba con esa angustia, porque era tan parecida a la mía que por un momento volvimos a compartir un mismo sentimiento.

La daga se deslizó por su pecho, casi sin proponérmelo, dejando una línea ensangrentada. Bill  se quejó muy despacio, tan bajito como cuando hacíamos el amor ¿Y si le clavaba el corazón? ¿Alcanzaría a quejarse antes de que su sistema colapsara? ¿Alcanzaría yo a escuchar su lamento ahogado entre el amasijo de intenciones que ahora acallaban su boca?

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N/A
Este pequeño salió de la nada, de una frase que comenzó a dar vueltas en mi cabeza y simplemente escribí saliera lo que saliera. De alguna manera creo que habla de lo mucho que anhelamos algo hasta destruirlo. Espero que les guste.

Un beso, y muchas gracias por leer y comentar

Siempre en amor


Anyara

lunes, 28 de enero de 2013

Octogenario - Drabble



Octogenario
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La luz del jardín entra suavemente, es la luz del primer día de Septiembre. Una luz cálida que invita a pasear por ella para calentar los huesos, que con el paso del tiempo se vuelven más duros y perezosos.
—Un año más —dice Tom, sentado en uno de los sillones de la habitación que ocupo. Ésta en la que escucho mi música, en la que repaso los pasajes de mi vida. Ésta en la que puedo mirar por el jardín y alegrarme ante la imagen de los niños jugando.
Hoy la casa está llena.
—Así es, un año más —acepto, manteniendo la mirada en el paisaje feliz.
—¿Y qué sientes? —sonríe, acomodando sus antebrazos en las piernas, prestando completa atención a lo que pueda decirle.
Lo miro.
—¿Pensé que a estas alturas sabrías más que yo? —le sonrío, molestándolo. Juego con su poca paciencia.
—¡Vamos Bill! —se remueve inquieto en el asiento, intentando persuadirme—, no puedo saber lo que sientes tú.
Continuó mirándolo, viendo en sus ojos al Tom de siempre. Mi hermano, el que me acompaña sin importar nada, sin importar las barreras que nos separan. Siempre ahí a mi lado.
—Se siente tranquilo —acepto contarle—, a veces pienso que es casi imposible estar aquí después de todo lo que hemos pasado.
—Las hemos pasado duras —acota él.
—Desde luego —admito—, pero vale la pena vivir ¿No crees?
—Desde luego que lo creo —asiente con esa calma mística que ha adquirido con el tiempo, observando a los niños jugar.
—¿Y qué sientes tú? —le pregunto.
Tom sonríe más abiertamente, sus ojos brillan cuando me miran.
—Hace mucho que los años dejaron de importarme —responde, sin dejar de observarme.
Emito un sonido, como una pequeña queja.
—Eso que haces no es justo —sonrío—, siempre te cuento lo que quieres saber.
—Es justo, porque esto tienes que vivirlo tú —intenta explicarme.
Escucho unos toques en la puerta, y enseguida aparece un rostro conocido para mí.
—Abuelo, estamos listos —sonríe mi nieta, se acerca y toma mi mano—, no deberías pasar tanto tiempo solo aquí.
Tira de mí con suavidad, y yo me pongo de pie acusando el pequeño dolor que me ocasiona la ciática. Un dolor que con el paso del tiempo se ha convertido en mi compañero permanente.
—De eso me salvé —ríe Tom junto a mí. Lo observo de reojo, nunca cambiara y quizás eso sea un alivio.
Escucho las voces que llenan la casa, y a la familia que me acompaña, entonando el cumpleaños feliz en alemán mientras me acerco por el pasillo. Tom a mi lado sonríe. Cuando la canción termina y me inclino hacia el pastel para soplar las dos velas que formaban un número ochenta, Tom se inclina junto a mí, posando su mano sobre mi hombro. Casi puedo decir que  siento su toque.
Y así como venimos haciendo los últimos años desde que él partió, yo soplo las velas en mi dimensión, y Tom me acompaña desde la suya.
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Un drabble creado para un reto. Espero que lo hayan disfrutado, la muerte no tiene porque ser triste.

Un Beso