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martes, 13 de agosto de 2013

Rojo - Capítulo XV

Capítulo XV
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El coche se detuvo, y así como había sucedido en el resto del camino, me resultó imposible saber dónde estábamos. Las cortinas oscuras permanecían cerradas y sólo una luz proveniente de la parte baja de las puertas iluminaba el interior. Nuit permanecía sentada junto a mí, con su impecable vestido blanco, como si fuese una diosa griega. Dentro de mí se desplegaban más emociones de las que era capaz de definir. Deseo, miedo… adoración.
Aún no comprendía la fascinación que ella despertaba en mí.
Bajé la mirada y observé el anillo que permanecía en mi mano. Cuando estuve sumergido en aquella oscuridad, en medio del pánico y la desesperanza que me abordaron, deseé quitármelo y arrojarlo lejos. Pero finalmente no había podido hacerlo. Luego había llegado Nuit, cargada con una dulzura inusitada en ella, y me invitó a arriesgarme un poco más. No fui capaz de negarme. Algo dentro de mí, mucho más poderoso que el deseo, me obligaba a permanecer. A pesar de la incertidumbre. A pesar de la humillación.
El coche retomó el camino. Habían transcurrido varios minutos desde que saliéramos del Atlantis. Desconocía la dirección que habíamos tomado, así como desconocía qué tan lejos estaba de casa. La inquietud y el sabor del miedo no me habían abandonado, permanecían en mí, agujereándome por dentro, buscando una salida que no estaba dispuesto a darle.
El recuerdo de aquel hombre en la habitación permanecía latente en mi memoria. Pero ella había dicho que cuidaría de mí y quería creerle, al menos por lo que quedaba de noche.
Volvimos a detenernos y yo miré a Nuit una vez más. Me devolvió la mirada, y me quedé prendado de sus hermosos ojos azules, acentuados por el marco que le daba la máscara. Había tantas preguntas rondando en mi mente, tantas interrogantes en torno a ella. El modo en que había llegado a éste extraño mundo, sus inquietudes, sus pasiones reales. Las olvidé casi todas en el momento en que ella entreabrió los labios humedecidos por el maquillaje. Deseaba besarla, hundirme en la humedad de su boca y calmar de ese modo mi mente.
—Hemos llegado —me avisó, y la rigidez en mi estómago se acentuó ¿A dónde habíamos llegado? ¿A qué extraño imperio de perdición me había traído?
Era imposible saberlo, como era imposible para mí no seguirla al destino que ella decidiera. Estaba comprendiendo, del modo más duro, que le estaba cediendo a Nuit la dominación absoluta de mis emociones.
Ella se deslizó fuera del coche y esperó a que la siguiera.
Una vez fuera, pude observar con detalle el enorme palacio. Las luces en el interior tintineaban como hermosas llamas jugando en la noche ¿Estaría iluminado con velas? La curiosidad fue poco a poco ganando terreno, relegando al miedo a un cercano segundo plano. Miré a mi espalda. Un interminable camino franqueado por altos arboles marcaba el sendero que acabábamos de recorrer.
—¿Dónde estamos? —pregunté con cautela, en tanto el coche se alejaba y un hombre enfundado en un impecable traje de etiqueta y un antifaz negro, nos recibía.
Nuit me miró con aquella diferente sensualidad que venía desplegando desde que apareciera ante mí vestida de ángel. Se acercó los pasos que nos separaban y acomodó mi mascara para luego deslizar los dedos enguantados por  el contorno de mi rostro.
—Debes aprender a disfrutar del misterio —dijo, con el mismo tono amable que venía utilizando.
—Disfruto de ti —contesté con sinceridad. El misterio para mí estaba en ella.
Nuit se quedó un poco más de lo habitual, enfocada en mis ojos. Callada. Finalmente su voz me invitó a seguirla.
—Vamos, estás deslumbrante.
Veníamos aquí, pero en calidad de qué lo hacíamos. Bajé la mirada y me reí ante la absurda pregunta. Yo era su esclavo, un adorno al que luciría, su propiedad. Instintivamente acaricié el anillo en mi dedo. Ese anillo que resultaba un enlace vital para mí.
Ante esas palabras volví a mirarla, pero ella ya se había girado y avanzaba hacia la entrada. Una corta escalinata de piedra precedía las interminables puertas abiertas de par en par. Dos altos hombres, también vestidos de esmoquin, las franqueaban. Una vez en el interior, comprobé que la iluminación estaba compuesta por velas. Una lámpara enorme adornaba la primera estancia que cruzamos en solitario. Al entrar al siguiente salón, otro hombre vestido como los anteriores nos recibió, indicándonos el camino que debíamos seguir.
Nos encontramos ante un salón hermosamente festivo. Nuit avanzaba unos pasos por delante de mí, guiándome. Se nos acercó un hombre con copas de champagne, Nuit tomó dos y me ofreció una a mí. Nada en el lugar y las personas indicaba que esto fuese algo más que una lujosa fiesta en un hermoso palacio.
Continuamos el recorrido por el amplio salón ¿Buscábamos algo? Sabía que aunque formulara la pregunta ella no iba a revelarlo. Seguí observando el ambiente, protegido por el refugio que me daba la máscara. Un refugio que los demás asistentes también poseían.
En las paredes decoradas con hermosos tallados, había candelabros con velas encendidas. Pude ver a uno de los sirvientes con una alta varilla en la mano, pasando la llama de una vela a otra que se había apagado. La voz de una soprano se abría paso por entre las conversaciones sin interrumpirlas. Por un instante me olvidé de todo, noté la curiosidad abrirse paso por mis sentidos. Deseaba grabar en mi memoria cada imagen. Al fondo del salón, una amplia escalera de mármol blanco ascendía a la segunda planta. Y un detalle: las máscaras que adornaban los rostros de los presentes sólo se repetían una vez, lo que me llevó inevitablemente a pensar en que marcaban una unidad, una pertenencia.
Observé instintivamente a Nuit, ella estaba con la mirada perdida en los ocupantes del salón. Continuaba con su búsqueda de algo, quizás de alguien. Por un momento me vi a mismo en su mirada. Vislumbré el modo ansioso en que solía buscarla cuando llegaba al Atlantis. Y el esfuerzo sobrehumano para no delatarme. Ante ese descubrimiento sentí mi pulso acelerarse ¿Quién sería el dueño de su adoración? Bebí de la copa que me había entregado, esperando calmarme.
—¿Buscas a alguien? —pregunté sin medir mis palabras. Nuit me miró,  el brillo de su máscara que era idéntica a la mía, decoraba el contorno de sus ojos.
—¿Parece que busco a alguien? —me sonrió, tomando la copa que estaba en mi mano y bebiendo de ella en un marcado gesto de pertenencia, sin dejar de observarme. Yo era suyo, no al revés, no debía olvidarlo. Dejó ambas copas sobre una mesa cercana— Sígueme.
Comenzó a adentrarse aún más en el salón, esquivando a los presentes con movimientos precisos y elegantes. Parecía obvio que estaba acostumbrada a este tipo de reuniones. Me acerqué un poco más a ella, y le hablé desde muy cerca.
—Tengo la sensación de que soy un adorno.
Me miró y sonrió con indulgencia, sin detenerse. Finalmente dobló hacía otra estancia algo más intima en comparación con aquel enorme salón.
Escuché, en medio del rumor de la habitación, un pesado sonido metálico que se acercaba. Miré a mi espalda, y me encontré con otro sirviente que nos ofrecía en una bandeja de plata unas copas servidas con un líquido rojizo. Mantenía la cabeza agachada, sin mirarnos a los ojos y el sonido metálico provenía de los gruesos grilletes que llevaba en los tobillos. Nuit tomó una de las copas y me la ofreció. La recibí intentando aislar el impacto de la imagen de aquel hombre arrastrando sus pies.
—¿Tú no bebes? —le pregunté, ante la ausencia de una copa en su mano.
—Ya lo he hecho —contestó con calma.
Volvió a su labor, observando a través de los presentes. Buscando, como lo haría un jaguar blanco en medio de la vegetación. Sutil y peligrosa.
Me llevé la copa a los labios. El líquido era ligeramente dulce y afrutado, parecido a un vino suave. Recorrí con la mirada los rincones, al igual que Nuit.
—Sigamos —extendió una invitación que me era imposible de rechazar.
Desde esa estancia pasamos a otra. Un salón pequeño, menos iluminado que los dos anteriores. En éste no había lámpara central, sólo candelabros. La voz de la soprano se escuchaba distante, y las conversaciones entre las personas se limitaban a murmullos.
De pronto escuché el chasquido de un látigo. Me giré de inmediato, buscando el lugar desde el que provenía. Una mezcla mal sana de excitación y angustia se entrelazó en mi vientre. El ruido procedía de un rincón del salón. Un hombre sostenía en su mano un largo látigo que iba enrollando, en tanto quienes le acompañaban reían y bebían de sus copas, como si acabasen de presenciar el número de un artista.
—Espera aquí —me indicó Nuit.
La vi acercarse a otro hombre que permanecía oculto tras su propia máscara. Él la miró de pies a cabeza y le acarició suavemente el hombro con los dedos envueltos en un guante de piel negra. Nuit sonrió complacida, bajando la mirada para luego posarla en mí, casi con timidez. No estábamos a demasiada distancia, pero aún así no llegué a oír las palabras que pronunció. El hombre me observó, sin llegar a mirarme a los ojos, sin embargo la fuerza de su mirada me impactó. A punto estuve de retroceder, sintiéndome absurdo y nimio. Me estaba evaluando, lo sabía. Luego la miró y deslizó su dedo por la cadena que ella siempre llevaba al cuello.  Nuit asintió una sola vez.
No tuve que preguntar nada, para mí estaba claro. Ese hombre la dominó con un único gesto. Se me atoró el aire en la garganta y un fuerte dolor en el pecho.
Él se giró, dándole la espalda. Ella se quedó un segundo de pie, y volví a verme a mi mismo en aquella suplica de atención. Cuando su pequeña esperanza se rompió, regresó hacia mí. Su expresión había cambiado.
—¿Más vino? —preguntó con amabilidad.
—Aún tengo —contesté lo obvio, enseñando mi copa.
—Entonces bébelo —me indicó, mirándome fijamente.
La obedecí, sin aparatar los ojos de ella. Noté el sabor en mi lengua, la textura llenando mi boca y el exquisito sopor que lo fue acompañando. Comencé a sentirme más liviano, como si las preocupaciones perdieran importancia. 
Volví a observar a mi alrededor. Era cada vez más evidente para mí el ambiente que se vivía. Todo el lugar destilaba sexo y erotismo.
Los asistentes comenzaron a parecerme diferentes, era como si la intensión de sus miradas y gestos, cambiara. O quizás, simplemente no lo había notado. Las manos que abrazaban, parecían más posesivas, las voces más sugerentes. Todo era más intenso.
Miré la copa en mi mano y en medio de la magnificación de mis sentidos, me pregunté qué era aquel líquido. No lo sabía, pero mi sangre bombeaba con fuerza, llenándome de vitalidad. Preparándome. Luego me enfoqué en Nuit, que me observaba atentamente. El brillo pálido de sus labios los hacía más deseables para mí. La curva estilizada de su cuello me invitaba a recorrerlo con una caricia, de mi mano o de mi boca, ya daba igual. La caída sensual de la tela de su vestido sobre el pecho, me ayudaba a imaginar las formas de su cuerpo.
—Vamos —dijo, y su mano enguantada sostuvo la mía.
Comenzamos a salir de aquel lugar, yo dejé la copa casi vacía en algún punto del camino. Nos encontramos con una cortina que delimitaba el salón y pasamos a otro. Era como si cruzáramos de una dimensión a otra. La música ya no se escuchaba desde aquí. El aire era más pesado. Olía a perdición.
Mis ojos se fueron adaptando a la escasa luz. Mis sentidos algo alterados, comenzaron a percibir sombras que se movían sinuosas y sonidos que no podía describir. La mano de Nuit apretó la mía, cuando perdido en lo que veía, estuve a punto de chocar contra una mujer que se encontraba arrodillada en el suelo. Su elegante vestido formaba ondas alrededor de su cuerpo, mientras ella bebía de un cuenco que había en el suelo. Llevaba una cadena al cuello, como si fuese un perro, que era sostenida por un hombre de pie a su lado. Cuando me detuve en seco para esquivarla, me miró por un momento a través de su máscara y luego me gruñó.
Por un momento temí a que me mordiera.
—Sigamos —Nuit llamó mi atención. Volví a mirarla, esta vez estaba justo bajo la luz de un candelabro y le resté importancia a lo que acababa de ver.
—Quiero besarte —confesé, alentado por el sopor y ligereza que el vino me había dejado.
—¿Ah, sí? —sonrió cuando me lo preguntó.
Por un momento sentí en el pecho el revuelo absurdo de la esperanza.
—Sí…
Su sonrisa se volvió algo más peligrosa.
—Atrévete —me retó.
—¿Cuándo y dónde tú digas? —pregunté.
Ella sonrió ampliamente. Una de las sonrisas más sinceras y hermosas que recordaba haberle visto.
—Vamos —dijo, y tiró nuevamente de mí.
Mis pensamientos ya estaban perdidos en intentar ganar, como si fuese un trofeo, otra sonrisa igual de bella. Acaricié con el pulgar su mano cubierta por la tela. Nuit se movió como si quisiera mirarme, no lo hizo, pero su mano abandonó con suavidad la mía. Su petición ya estaba trazada, así que la seguí.
Nos abrimos paso a través de los cuerpos, los murmullos y la sexualidad que ahí se desplegaba. Llegamos junto a una escalera que servía a su vez de escenario para inusuales preliminares. Hombres lamiendo las manos enguantadas de quienes, debía suponer, eran sus dominadoras. Otros que arrastraba con cuerdas atadas a las muñecas a mujeres que subían los peldaños de rodillas. Nuit avanzaba ignorándolos, como si nada de eso fuese nuevo para ella.
Tuve que recordarme una vez más sus palabras en el club. Sólo ellas conseguían calmarme.
Llegamos a la segunda planta. Yo mantenía mi mano apoyada contra la pared a modo de resguardo. Sabía que no estaba borracho, al menos no de alcohol. No dejaba de mirar a Nuit, ella era mi referencia. El único lugar seguro.
Por el amplio pasillo por el que transitábamos, continuamos encontrando parejas, y en algunos casos grupos, completamente ajenos a lo que sucedía a su alrededor. Había puertas a ambos lados e incluso zonas oscuras, cuyos candelabros ya habían consumido su luz.
¿A dónde me llevaría Nuit? ¿Se repetiría algo de lo que me había enseñado en el club? Noté un pequeño escalofrío al pensar en lo que podría estar pasando tras las puertas que íbamos dejando atrás.
Finalmente se detuvo e introdujo la llave que colgaba de su cuello en la cerradura. Cuando la entrada estuvo abierta, me invitó a pasar con un gesto. Me quedé muy quieto y la observé atentamente. Ella tomó la vela que había en el candelabro junto a la puerta, dejando esa parte del pasillo a oscuras, y entró sabiendo que la seguiría.
Cerré los ojos e intenté calmarme. Avancé hasta la habitación y observé el interior con cierto recelo. La sorpresa que me llevé fue enorme. Tal vez, en mi inconsciente, esperaba encontrar una habitación plagada de hierros e instrumentos de tortura, pero no fue así. Di un paso adelante, en tanto Nuit iba encendiendo algunas velas instaladas en dos altos candelabros.
—Cierra la puerta —me pidió.
Obedecí, fascinado con las suaves formas de todo lo que había en aquel espacio. Las paredes, de un blanco inmaculado, estaban bordeadas por molduras de color dorado. Los muebles  estaban tapizados en colores tan delicados, que apenas reparabas en ellos. Un tocador de madera blanca decoraba un costado, y un espejo cubría por completo la pared del otro lado. No pude evitar preguntarme si alguien nos estaría observando. Aquella interrogante se desvaneció de mi mente cuando observé la cama. Hasta ahora, nunca habíamos estado Nuit y yo junto a una. Era hermosa. Una cama con un alto dosel, adornada con cortinas tan blancas como el resto del lugar.
—No te quedes ahí —dijo ella, acercándose al tocador—, siéntate.
Me acomodé en un sillón que había junto a ella. La vi abrir uno de los cajones del mueble y sacar del interior una larga boquilla. La sola idea de un cigarrillo me relajó. El sopor del que había sido víctima se iba consumiendo lentamente, como si hubiese estado ahí sólo con un propósito ya cumplido, devolviéndome a mi estado normal.
Nuit ajustó un cigarrillo al final de la boquilla y se acercó con ella a uno de los candelabros, sirviéndose de la llama de una vela para encenderlo. Absorbió el humo lentamente y se deleitó con él. Sus dedos sostenían con delicadeza la varilla negra, que contrastaba con el blanco de sus guantes. Cuando comenzó a liberar el humo me miró y extendió la boquilla hacia mí. La tomé y fumé, notando la calma característica que me deba un cigarrillo.
Quise devolvérselo cuando comencé a soltar el humo, pero Nuit negó con un suave gesto de su cabeza y sus dedos liberaron el alfiler con el que se sostenía el pañuelo que rodeaba mi cuello.
¿Qué estaba pasando? Esto no era lo normal. Me había habituado tanto a las cadenas, los castigos y las largas sesiones de ansiedad, que me resultaba inverosímil verla ante mí como una mujer cualquiera.
Ella no lo era.
Busque su mirada tras la máscara que seguía cubriendo su rostro, pero ella no me miraba a los ojos. Parecía abocada a una labor. Enfocada únicamente en un cometido. Sus dedos buscaron los diminutos botones de mi camisa y yo sostuve su mano. Quizás lo hice porque sabía que de ese modo ella me retaría con sus ojos intensos. Pero sólo me miró. No había enfado, ni esa determinación férrea de mando que solía tener.
¿Qué estaba pasando? ¿Iba a conocer de pronto esa otra cara tan deseada de Nuit? No era lógico.
—¿Qué estamos haciendo? —me aventuré a preguntar, alentado por la cercanía que experimentábamos.
Ella tomó el cigarrillo con elegancia, sus manos me resultaban diestras en todo aquello que hiciera. Como antes al maquillarme de aquel modo tan sutil. Como al calzarme las prendas que ahora vestía.
—Te dije que haríamos algo especial —respondió, para luego aspirar el humo.
—¿En la cama? —pregunté, casi increpándola. Necesitaba recuperar algo de mi valentía, algo de mi fuerza.
Nuit libero el humo con calma.
—¿No es el lugar convencional? —interrogó, mostrando una leve sonrisa.
Bajé la mirada y reí con ironía.
—Nada es convencional entre tú y yo —me quejé, y noté lo extraño que me resultaba rebelarme a ella.
Me puse en pie.
—¿No es por eso por lo que vienes, una y otra vez? —continuó preguntando. Nunca me daba respuestas, sólo me encaraba con mis propios límites.
La miré, ella me extendía nuevamente la boquilla.
—Vengo por ti —declaré.
Nuit me observó atentamente, en silencio. Era tan difícil adivinar sus emociones con aquella máscara de por medio. Tiré de la mía, deseando despejar mi propio semblante.
—No lo hagas —dijo entonces, sosteniendo mi mano con la máscara. Sus ojos estaban tan cerca de los míos en ese momento. Quería decirle tantas cosas, quería ver a la Nuit que había bajo el disfraz, bajo la piel—. Póntela —me pidió.
—No.
Sabía que la estaba desobedeciendo ¿Estaba yo probando sus limites?
Me miró fijamente. Luego se separó de mí unos pasos, dándome la espalda.
—Entonces le pediré a alguien que te lleve de vuelta al club —sentenció.
Sus palabras fueron como si cientos de esquirlas heladas atravesaran mi piel.
—Nuit… —murmuré su nombre.
Ella se dio la vuelta.
—Las reglas son claras. Yo digo, tú obedeces —fumo un poco más, dándome esa pequeña pausa para pensar en su dictamen—. Si decides irte, tendrás que devolverme el anillo —oprimí la máscara, sostenida por la mano en la que se encontraba el anillo. Ella extendió la suya—. Ya no me pertenecerás.
En ese momento comprendí que la peor tortura que podía recibir, era no ser suyo. Bajé la mirada ¿Por qué? Me pregunté desesperado ¿De qué manera había llegado a esta dependencia? Dolía pensar en ello, pero dolía aún más no volver a verla. Sentía como temblaba todo mi cuerpo. Estar con Nuit era seguir un camino a ciegas, entrar en un túnel profundo, oscuro y silencioso del que no veías salida.
La miré. Lo adecuado, lo corriente, era escapar del peligro que eso suponía. Sin embargo yo sentía una atracción enfermiza por el enigma que Nuit significaba. Y el pequeño temblor de su mano extendida me invitaba a permanecer, más que a marchar. Ella también sentía miedo, yo lo sabía, de ese modo errante en que se sienten las cosas que no tiene nombre.
Llevé la máscara a mi rostro y la volví a fijar.
—Bien —sonó complacida—. Ven a fumar conmigo —me invitó, caminando hacia la cama.
La acompañé, notando la tensión en mi cuerpo. Me quedé de pie junto a ella, y ambos junto a la cama. Nuit fumó un poco más sin dejar de observarme, separando con sus dedos mis labios y poniéndose levemente en puntillas para liberar el humo a centímetros de mi boca.
Cerré los ojos, llenándome de lo que su boca expulsaba. No era sólo una nube con olor a tabaco envenenando mi sistema. No, era ella misma.
Nuit era un misterio que dolía, que excitaba y que lamentabas. Todo en ella estaba hecho para ser adorado, pero la adoración no es flexible. La adoración un día, inevitablemente, se quiebra. Y con el preludio de ese dolor oprimiéndome el pecho, decidí pertenecerle aún más.
—Puedes besarme —me dijo.
Sus palabras se filtraron en mis oídos sin que pudiese comprenderlas de inmediato. Cuando lo hice, un estruendo resonó en mi cabeza. Mi corazón corría desmesurado, extasiado. Sentía como me temblaban los labios mientras me iba acercando a su boca. La toqué tan suavemente que estaba convirtiendo a aquel beso en una absurda parodia de lo que había soñado. Quise atraerla hasta mi cuerpo, apretarla hasta que nos dolieran los huesos. Pero sólo me limité a tocar su cintura con mis dedos por miedo a que me lo negara. No lo hizo. Permaneció inmóvil, casi podría decir que no respiraba. Separé sus labios con los míos y humedecí su boca con mi lengua. Probé su labial y oprimí un poco más los dedos en su cintura. Noté la carne bajo la tela de su vestido blanco y cerré los ojos cuando mi sexo se llenó por completo. En ese momento supe que era completamente vulnerable a este hechizo llamado Nuit.
El beso se rompió cuando ella lo quiso. Un beso al que aparentemente no había respondido, pero su respiración se había inquietado. Era sólo un pequeño detalle, pero de ellos vivía mi amor.
Su mano tiró del pañuelo que aún colgaba de mi cuello. Lo deslizó suavemente y noté la tela vibrar, tenue, bajo ese movimiento. En ese instante, mi mente obnubilada por todos los deseos inconclusos sólo pensaba en ella.
Se alejó de mí con el blanco botín en su mano. Apagó el cigarrillo y dejó la boquilla sobre la mesa. Mis dedos jugaron con el botón de mi chaqué, dudando en si debía continuar con lo que Nuit parecía haber comenzado. Me miró y yo lo desabroché para empezar a quitármelo. Dentro de mí se mezclaban el deseo y la fatalidad. Un sentimiento unido al otro. Cada paso que daba en pro de saciar mi ansiedad, me llevaba más cerca de aquello que, seguramente, rompería mi fantasía.
Pero continué.
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Continuará…
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Esperamos que este capítulo les guste y que nos dejen sus hermosos y satisfactorios comentarios.

Archange~Anyara


jueves, 9 de mayo de 2013

Rojo - Capítulo XIV




Capítulo XIV
Oscuridad y silencio. No había nada más.
El tiempo se había detenido, congelando las imágenes que acababa de presenciar en un presente infinito. Mis ojos, clavados en las cortinas cerradas, seguían viendo el simulacro torturado de ese hombre que podía ser yo. Que era yo.
De pronto el universo se redujo a aquella habitación.
El mundo exterior, la vida que bullía más allá de esas cuatro paredes de piedra en las que estaba confinado, no eran más que entelequias de mi mente.
El sonido de mi propio corazón era lo único que me hacía sentir vivo. Un grito me ardía en la garganta, desgarrándola por dentro, deseando atravesar el aire viciado que debía respirar para seguir viviendo… pero me parecía imposible. Lo extraño era que no podía culpar a la mordaza de sofocar mis gritos, si no al terror  que me paralizaba por completo. Al terror y a una asfixiante tristeza.
Por un instante pensé en Tom, en su tierna mirada aquella noche en el jardín. Estaba preocupado por mí, y ahora se demostraba que con razón. Quizá tenía que haberle hablado más de esta peligrosa obsesión cuando tuve oportunidad. Ojalá lo hubiera hecho. Estaba bailando sin red al borde del abismo, sujeto sólo por una fina cadena que Nuit tenía en sus manos. Sólo una extraña fe en ella me sostenía; era esa confianza la que me impedía caer al precipicio de mis propios terrores.
Si ella me soltaba estaba perdido.               
Busqué la puerta en medio de la oscuridad. Sabía perfectamente la dirección que ella había tomado. Por un momento la imaginé regresando, envuelta en un halo de maravillosa ternura. De imposible ternura. Y me sentí aliviado.
Dejé caer la cabeza, consumido.
La atmósfera húmeda y espesa de la mazmorra se colaba por cada poro de mi piel hasta arraigar en los huesos. No podía sentir mis extremidades, ni siquiera el dolor de las heridas. Estaba entumecido, asustado, pero algo dentro de mi me pedía paciencia y luchaba por comprender. Todo lo que había vivido con Nuit hasta ese instante tenía algún sentido, aunque al principio no lo parecía. Me había dejado llevar por sus palabras, por sus caricias, y gracias a eso estaba conociendo una parte de mí que no creía posible. Recordé el sabor de su boca y me estremecí por completo, desolado. Entonces entendí que ningún castigo podía ser más doloroso que su ausencia.
Un suave resplandor apareció en el fondo de la estancia. Mis ojos estaban empañados por las lágrimas, pero creí ver como esa luz se hacía cada vez más intensa. Mi corazón dio un vuelco de esperanza.
De esa luz surgió una figura pálida y etérea, que caminaba majestuosa hacia  mi. Apenas podía distinguir su rostro, estaba deslumbrado por la blancura de su vestido y el resplandor dorado que enmarcaba su cabello. Poco a poco, mis pupilas dilatadas se fueron acostumbrando a su presencia, pero no fueron ellas las que reconocieron la esencia de este ser casi sobrenatural que se acercaba. Fue mi corazón. Era  Nuit.
Toda ella resplandecía como una llama helada en mitad de las sombras.
Cuando la tuve al frente a mí, el dolor que atenazaba mi pecho se fue desvaneciendo, permitiéndome respirar mejor. Me quedé inmóvil, contemplando su rostro de esfinge. Parecía tan suave en ese instante, tan delicada y serena, que me dolían los brazos de tanto querer abrazarla. Una lágrima rodó por mi mejilla, mansamente. Nuit siguió su recorrido curiosa como una niña, dejándola caer. Yo no podía apartar mis ojos de ella, estaba hechizado por su presencia. Apenas podía creer que aquella hermosa criatura hubiera vuelto por mí a la opresiva oscuridad de la mazmorra.
Después de la cruel sesión que me había hecho vivir, mi cabeza era un caos de temor y de dudas ¿Realmente merecía ese trato? Quizás mi comportamiento con ella no había sido el adecuado. La miré de nuevo, perdido en la serenidad de sus ojos. Me parecía imposible que este ser luminoso que tenía frente a mí pudiese ser injusto o sanguinario. No. Había fiereza en ella, pero sus gestos de violencia estaban cargados de una intensa dulzura. Era esa mezcla de emociones la que me había llevado a estar en esa silla, cargado de grilletes. Por más que lo intentaba, no lograba entender qué había cambiado entre nosotros. Quizás lo merecía…  o lo que era aún más humillante: yo, Bill Kaulitz, era sólo un juguete de sus caprichos.
Bajé la cabeza, avergonzado.
Atisbé como sus sandalias plateadas se alejaban de mí, resonando con levedad en el suelo de piedra. Los viejos goznes del arcón volvieron a crujir al otro lado de la estancia, y enseguida sus pasos la trajeron de vuelta. Podía sentirlos uno a uno, haciendo eco en mi interior. No quise mirarla.
El dolor y la frustración arañaron mi corazón de nuevo. Apreté los puños y me revolví de rabia. En ese momento pensé que debía ser ella la que estuviese en mi lugar, encadenada a una silla de torturas por un capricho de mi voluntad.
Nuit se detuvo frente a mí. Un suave aroma a vainilla inundó mis sentidos.
--Mírame –su voz era serena y melodiosa. Me estaba invitando a obedecer, pero no lo hice. Clavé la mirada en el suelo. Todo mi cuerpo estaba en tensión, luchando por no caer en la seductoras redes que su dominio tejía a mi alrededor. No esta vez, aunque sólo fuera por esta vez.
--Mírame –me sorprendió escuchar su voz de nuevo. Hubiese esperado un golpe por mi desobediencia, pero no que repitiera su petición de un modo tan suave y firme. Nuit nunca daba una orden dos veces.
Me quedé inmóvil, al límite de mi resistencia.
Un profundo silencio se hizo a nuestro alrededor. La oscuridad parecía más extensa, más pesada. Mordí la tela de la mordaza, notando los nervios como agujas en la piel. Nuit acercó su mano enguantada de raso blanco hacia mi rostro, y yo me aparté casi por instinto, cerrando los ojos. Entonces sentí la extrema suavidad de sus dedos en mi barbilla, alzándola. Este pequeño toque fue el inicio de mi rendición.
Levanté la cabeza y la miré a los ojos. A pesar de estar atado y amordazado, necesitaba demostrarle un punto de desafío. Nuit me devolvió la mirada. Había en ella una mezcla de fortaleza y ternura que me atravesó de parte a parte. La crueldad había desaparecido de sus ojos transparentes, y casi bajé los míos en un gesto de sumisión ante la luz que irradiaba. Sostuve a duras penas su mirada azul, consumiendo las últimas fuerzas de mi voluntad.
Respiré despacio, sintiendo como la oscuridad de la mazmorra ya no me oprimía. La sola presencia de Nuit la había transformado en un escenario mágico e irreal. Estaba a punto de perderme de nuevo con ella, en ella. Cualquier resistencia era en vano, ahora lo sabía. Estaba maldito, condenado a entregar mi libertad a esa mujer que deseaba más allá de lo que yo mismo podía aceptar.
De pronto desapareció tras de mí,  devolviéndome a las sombras.
Sentí sus dedos en mi nuca, deshaciendo con ligereza el nudo de la mordaza. Su calidez me rodeaba como un halo, casi podía palpar la sutil energía que emanaba de sus manos. Dejó caer el pañuelo de seda, empapado de saliva y mordido de ansiedad. Moví un poco la mandíbula, aliviado, pero guardé silencio. No lo hice sólo por obedecer su tácita orden, sino porque me sentía incapaz de romper la atmósfera de callada oscuridad que nos envolvía. Era como si aquella mazmorra, perdida en las entrañas de un club que acogía prácticas atroces, fuese un lugar sagrado.
Cuando estuvo de nuevo frente a mí, vi que llevaba algo en las manos. Era una caja metálica, de bordes dorados y adornos de esmalte. Tenía el encanto de las antigüedades bien conservadas, incluso podría jurar que había visto una muy parecida en un selecto anticuario de West Hollywood. Era muy bella. Mi corazón volvió a latir de expectación.
—Puedes hablar –ordenó.
De repente sólo existía su voz.
Abrí la boca, pero ningún sonido salió de ella.
Nuit aguardaba mi respuesta con la serenidad de una diosa que ha bajado del Olimpo para satisfacer su curiosidad por un ser humano. Y ese ser humano era yo.
Cada segundo vivido en aquella sala de tortura acribilló mi mente. La sangre, los gritos, la angustia, el dolor, el terror… toda esa sinrazón revivió mi ansiedad. Sin embargo, entre esa vorágine de emociones, sólo recordé un momento de absoluta desolación. La miré a los ojos, buscando en ellos algo que yo ya sabía.
—No me abandones —. Mi ruego fue un susurro en la oscuridad.
El azul de su mirada resplandeció un instante.
—¿Confías en mi? —dijo, manteniendo su postura calmada, a pesar de un ligero quiebre en la voz que no pudo ocultar.
Sin esperar mi respuesta, abrió la caja y sacó de ella una gasa de algodón muy fina. Con la misma gracia y agilidad que siempre demostraba, comenzó a limpiar el pequeño corte que la daga había abierto en mi hombro. Parecía absolutamente concentrada en su tarea, como si todo el universo estuviese resumido en esa herida que ella misma había causado. Su pregunta seguía suspendida en el aire viciado de aquella estancia  ¿Qué debía decir? Estaba seguro de que mi respuesta podía cambiarlo todo.
Nuit se detuvo, arrodilládose para dejar la caja en el suelo. Su vestido se desplegaba como una corola de seda blanca a su alrededor. No podía dejar de mirarla, estaba hipnotizado por su delicada belleza. De algún modo la veía por primera vez.
Entonces, ante mi asombro, los grilletes de mis tobillos se abrieron con un par de sonoros clics. Sin decir nada, hizo lo mismo con las fuertes argollas de acero que me sujetaban las muñecas. Encontré de nuevo su mirada, y lo entendí. Su gesto era un símbolo . Poco a poco, el silencio y los símbolos iban creando nuestro verdadero lenguaje, uno en el que las palabras pasaban a un segundo plano. En nuestro mundo no había frases hechas ni conceptos vacíos. No había palabras huecas, manoseadas y sin sentido. No había vanas canciones de amor.
No, entre nosotros cada gesto estaba cargado de significado; cada golpe, cada acaricia, cada objeto, era una forma de estar conectados más allá de las letras y los conceptos. Era un lenguaje visceral, nuevo y puro como una melodía recién creada.
—¿Confías en mi? —volvió a decir, rompiendo el silencio por segunda vez. De pie, frente a mí, aguardaba.
Ella me había desencadenado, me había devuelto la voluntad un instante para que tomara una decisión: era libre de dar un paso adelante, o de arrancar a Nuit de mi vida.
Debía aceptar u olvidar. Para siempre.
Había llegado el momento de responder. Dolorido por la posición a la que había estado sometido tanto tiempo, alcé la mano derecha y la llevé hasta mi pecho desnudo. El gris pulido del anillo de hierro que ella me había dado destacaba sobre la piel blanca.
—Pertinent ad Nuit –dije, mirando sus ojos. Ella sonrió.
—Me perteneces —. Yo asentí ante sus palabras—Bien —. Todo estaba dicho. Confiaba en Nuit. Mi voluntad era suya de nuevo. Me sentía tembloroso y exultante, paradójicamente liberado— Entonces debo cuidar de ti.
Tendió su mano enguantada hacia mí, indicando que podía levantarme. Me moví despacio, dolorido, olvidando mi ropa hecha jirones en la silla de tortura. Las piernas me temblaron al primer esfuerzo, pero Nuit me sostuvo de la cintura y me ayudó a caminar. La suavidad de su vestido rozaba directamente la piel de mi cadera, causándome un placentero escalofrío. De pie, a su lado, me sentía aún más desnudo.
Nos acercamos a la puerta por la que Nuit había vuelto, y que iluminaba la severa mazmorra. Una nueva habitación apareció ante nosotros, radicalmente distinta a la que dejábamos atrás. Era un lujoso vestidor de planta circular, exquisitamente decorado. Las paredes estaban forradas de una tela satinada en color vino, que desprendía un brillo tornasolado a la luz de las velas. Un hermoso tocador de anticuario, coronado por un gran espejo que bordes tallados, presidía la estancia. Sobre él se acumulaban frascos de cristal de bella factura; parecían guardar esencias perfumadas o delicados aceites. Tarros de cremas y maquillaje, pinceles, sombras, polveras doradas con suaves pompones, espejitos de plata y algunos joyeros antiguos que eran tesoros por sí mismos, completaban la colección de objetos de tocador. Cada detalle estaba pensado para crear una atmósfera refinada y sensual, incluso el diván tapizado en terciopelo que vislumbré al otro lado del vestidor era una sutil invitación al deseo.
 Nuit cerró la puerta tras de sí, creando una cálida sensación de intimidad. La luz de las velas me hizo sentir de nuevo esa atmósfera irreal que tantas veces me había embriagado en la habitación roja. Me acercó una delgada copa de cristal llena de agua, y la tomé con ansiedad, de un solo trago. Beber un poco me reconfortó
—Siéntate —me pidió, señalando una especie de elevado taburete de madera. Así lo hice, contemplando como ella elegía algunos frascos y pinceles del tocador y los dejaba en una bandejita de plata.
—¿Son para mí? —pregunté, esbozando una pequeña sonrisa. Siempre me ha gustado jugar con el maquillaje, pero con Nuit todo adquiría otra dimensión, una cargada de interrogantes. Ella no contestó. Muy despacio, comenzó a deslizar por su brazo el largo guante de raso que lo cubría, revelando la blancura de su piel. Dejó la prenda con cuidado sobre el tocador. Enseguida, tomó un pañuelo blanco y lo humedeció con unas gotas de tónico, acercándose a mi.
—Cierra los ojos —musitó en mi oído. Yo obedecí, feliz de hacerlo, por primera vez durante esa sesión. Confiaba en ella, en esas manos que refrescaban mi piel  y que iban borrando suavemente los rastros de mi angustia. Cada surco, cada lágrima derramada, eran trocitos de mi ser hecho pedazos. Nuit lo sabía, sabía que sólo ella podía reconstruir lo que sus propias manos habían destrozado horas antes. Quizás por eso enjugaba las huellas de mi llanto con una delicadeza que nunca le había conocido. Por un instante, pensé en si esas lágrimas que su pañuelo recogía no serían un orgullo para ella ¿Guardaría las pruebas de mi sometimiento?
Con una brocha de pelo suave, comenzó a extender polvos sueltos por todo mi rostro. Eran de un tono muy pálido, más que mi propia piel, y muy fragantes. Nuit se alejó un poco para admirar el efecto conseguido, y sonrió. Sus ojos azules volvieron a los  míos, brillantes y cálidos. Ésa noche estaba descubriendo otra faceta de mi Dom.
—¿Por qué haces esto? —Pregunté, animado por su cercanía y la suavidad de su mirada. Ella trazó la línea de mi pómulo con el mango de la brocha, sin dejar de mirarme ni un momento.
—Quiero… —dijo en un susurro, acariciando con sus dedos desnudos la misma fina línea que había marcado— mostrar tu belleza.
No pude evitar un jadeo ante el tono sugerente de su voz. Yo conocía mi atractivo, pero escuchar esas palabras llenó mi pecho de un glorioso sentimiento que no sabía nombrar. Nuit me deseaba, me deseaba tanto que no se conformaba con lo que yo quisiera darle, como otras chicas que había conocido. Nuit lo quería todo de mí. Debía ser todo y sólo suyo, en cuerpo y alma. Y yo quería ser su más valiosa propiedad.
Comenzaba a sentir el orgullo de la sumisión.
—Hazlo —dije, acercándome al oído y casi rozando su piel. Noté que ella se estremecía casi imperceptiblemente al sentir el choque cálido de mi aliento. Me miró,  con los ojos entornados y una sonrisa jugosa en los labios
—La sombra negra te sentara bien —dijo bajito, y el ardiente tono de su voz envió una descarga de excitación a mi vientre desnudo. Suspiré, dejando salir el aire muy despacio. Nuit me indicó con un gesto que bajara los párpados, y yo obedecí. Enseguida sentí el delineador, dibujando con gentileza el filo de las pestañas. Había seguridad y maestría en sus gestos, aunque también una cierta inquietud. La mezcla de perfumes que impregnaba cada partícula de aire, unida a la excitación y a calidez del lugar, comenzaban a embotar mis pensamientos.
—Ummm —jadeé con los ojos cerrados, entregado a su ir y venir de brochas y pinceles, extendiendo, marcando, sombreando. Nunca había creído que el simple acto del maquillaje podía ser tan placentero, tan íntimo. Mi rostro era suyo en ese instante.
—Eres un felino —musitó, contemplando mis párpados rasgados y oscurecidos por la sombra negra— lo veo en el fondo de tus ojos. Un felino audaz y peligroso. Ahora otros también lo verán—. De nuevo sus palabras me dejaban en suspenso, ¿qué quería decir con eso? Nuit guardó silencio unos segundos interminables, y entonces añadió—Vendrás conmigo a una fiesta… esta noche.
Una fiesta…
No dejaba de repetir esas dos palabras una y otra vez en el fondo de mi mente. Nuit me estaba preparando para ir a una fiesta como su acompañante. Su orden era clara: “vendrás conmigo” Eso significaba que iba a estar con ella más allá de las cuatro paredes del club. La excitación volvió a golpearme con fuerza, y de nuevo la conciencia de mi desnudez me hizo sentir incómodo. Ella pareció adivinarlo
Tiró de un cordón oculto en la pared, abriendo una de las cortinas que había junto al tocador. Una enorme variedad de trajes y disfraces de todo tipo apareció ante mí. Había levitas, gabanes, uniformes; teatrales capas negras confeccionadas en seda, plumas, blusas bordadas, pañuelos… la mirada no permitía abarcarlas todas. En otras circunstancias, hubiese entrado en ese vestidor y examinado cada prenda hasta saciar mi curiosidad, pero sabía cuál era mi lugar en aquella habitación. Sólo Nuit podía elegir.
Lo que más me impresionó, fue un gran expositor de madera en el que pude contemplar una maravillosa colección de máscaras venecianas. Algunas estaban modeladas en forma de gárgolas y animales grotescos, otras eran delicadas y elegantes,  orladas de perlas, encajes y plumas de pavo real. Cada una de las piezas tenía una pareja que compartía su diseño, pero de forma más discreta y sencilla. Eran máscaras gemelas.
Nuit dejó la ropa que había elegido  para mí en la silla que había frente al espejo, conservando  unos pantalones negros, que a primera vista parecían de estilo formal, un par de calcetines, y unos clásicos botines de charol en blanco y negro. Mi reacción inmediata fue levantarme del taburete para ponérmelos, pero ella me detuvo con un gesto de su mano. Me miró a los ojos, y sin apartarlos un instante se arrodilló ante mi, descansando el cuerpo sobre sus talones como una geisha. Quise pedirle que se incorporara, gritarle que su actitud me confundía, que ése no era su lugar, pero guardé silencio.  Nuit cogió mi  pie derecho y lo puso en su regazo, acariciándolo con la punta de los dedos. Me sentí exaltado y avergonzado ante su toque, era una mezcla de sensaciones nuevas para mí. Cuando comenzó a colocarme el calcetín, no pude evitar removerme un poco en el taburete, incómodo. Ella lo notó.
—Olvida tu orgullo —dijo, subiendo la fina prenda por mi pierna— Sé que a veces es más difícil aceptar una caricia que un golpe de fusta, pero son las dos caras de una misma sumisión. Déjame cuidar de ti.
Asentí con la cabeza, dejándome llevar por la sensación de sus manos en mi piel.
Nuit me hizo dejar atrás la autosuficiencia por unos instantes; fue ella y sólo ella la que se encargó de vestirme con cada una de las piezas que componían un traje de gala. Lo hizo despacio, recreándose en cada movimiento, en cada cremallera y botón. Esa noche aprendí que dejarse vestir por la mujer que deseas puede ser tan seductor e incitante como desnudarse frente a ella.
La camisa blanca de cuello almidonado, el chaleco gris de seda y la levita de largos faldones, se ajustaban a mi cuerpo como hechos a medida. No tenía permitido mirarme en el espejo, pero intuía que mi apariencia era magnífica. De todas formas, había algo que me inquietaba: ¿cómo conocía Nuit mi talla exacta, tanto de ropa como de calzado? Porque esas prendas estaban en el vestidor esperando por mí, de eso estaba seguro. Suspiré. Las interrogantes martilleaban en el fondo de mi mente, pero si quería encontrar respuestas tenía que seguir por el camino que Nuit me marcaba. Siempre adelante. Nos miramos de pie, frente a frente, como dos iguales. Ella sonrió, satisfecha de su obra.
—Un momento —dijo, sujetando el pañuelo de seda blanco se adornaba mi cuello con un alfiler de plata. En el último detalle de mi vestimenta— Ahora sí —musitó— Perfecto.
—Gracias —la palabra se escapó de mis labios sin apenas pensarla. Sonreí, y pude ver sus ojos azules resplandecer a la luz de las velas. Se apartó de mi lado, renuente, para tomar un par de máscaras gemelas del expositor. Eran blancas, decoradas con un delicado esmalte craquelado, aunque la suya era más barroca y estaba adornada por un suave penacho de plumas de marabú. Colocó la más sencilla sobre mi rostro maquillado, ajustándola bien por detrás con una lazada, y me advirtió—: “no te quites la máscara bajo ninguna circunstancia, a no ser que te lo ordenen” Yo sólo pude asentir en silencio.
Salimos del vestidor por una puerta secreta. Mientras seguía los pasos de Nuit por el laberinto de pasillos que conducían a la salida del club, la imagen de ambos frente al espejo, vestidos de gala, y las palabras que me había susurrado en ese instante, no dejaban de repetirse en mi mente: “eres hermoso y eres mío. Muy pronto todos lo sabrán”

Continuará...

Archange~Anyara

martes, 23 de abril de 2013

Rojo - Capítulo XIII



Capítulo XIII
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Sentado en un café, Bill observa a las personas pasar. Intenta adivinar qué clase de vida tiene cada una. Sus deseos y fantasías. Busca descifrar dónde comienzan los espejismos y cuándo se diluye la realidad. No puede evitar preguntarse ¿Hasta dónde podría llegar su fantasía? ¿En qué punto la extraña historia que protagonizaba terminaría? ¿Cuándo, en medio de una vida insípida, el sabor de lo prohibido abandonaría su boca?
El placentero gusto del café recorre su lengua, sólo podía compararlo con el tabaco, y Nuit.
Decide no analizar más, únicamente sentir. Una última vez. Siempre una última vez.
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Avanzaba por el mismo pasillo que ya había recorrido varias veces junto a Nuit. Ella lo hacía unos pasos por delante de mí. No podía dejar de observar el modo cadencioso de su andar e intentar comprender la razón de su atuendo. A pesar de conocer el destino al que nos acercábamos, y lo que ahí me esperaba, la expectativa revoloteaba en mi estómago.
¿Qué sería aquello especial que haríamos? ¿Qué desconocido sufrimiento me tendría deparado Nuit?
Me miró por encima del hombro, como si la sola evocación mental de su nombre hubiese sido suficiente para llamarla. A veces, en medio de las absurdas conclusiones que sacaba, la imaginaba como una criatura sobrenatural capaz de leer mis pensamientos y de anteponerse a mis deseos.
Desde que me reuní con ella en este pasillo, por indicación de un hombre que se me acercó en la barra, Nuit no había pronunciado palabra. Sabía que nuestro último encuentro no cambiaría la relación de poder y sumisión que manteníamos, pero quizás esperaba algo más de cercanía por su parte.
Se detuvo mucho antes de llegar a la habitación roja, en un punto del pasillo en que no había nada más que farolas. La observé atento a cada movimiento que hacía. Vi como sus dedos descendían la cremallera del traje, descubriendo el cuello. Buscó dentro del escote la llave que siempre llevaba. Luego, acompañé con la mirada el recorrido de la llave hasta que entró en una cerradura, que se encontraba en uno de los candiles adosados.
Nuit giró la farola sobre su eje y ésta permitió la apertura de una puerta oculta en la pared. Me sentí, por un segundo, sumergido en una escena medieval.
Ella me miró, con la misma serena y sensual expresión que había adoptado desde que nos encontramos. Me invitó.
—Vamos.
Obedecí, del mismo modo que venía haciendo las últimas semanas.
Nuit entró antes que yo. Este pasillo era mucho más estrecho que el que habíamos dejado atrás. En él cabía una persona a la vez. Un ligero escalofríos me recorrió la espalda, y me recordó a la sensación de encierro que tuve en mi sueño.
Seguí avanzando tras ella y noté el declive que había en el piso. Parecía rugoso. Miré al suelo para comprobar el material del que estaba hecho, sin éxito. La escasa luz que nos entregaban unos cirios sostenidos en salientes de hierro en la pared, no era suficiente.
En ese momento supe que la única razón de permanecer ahí, era Nuit. Su compañía me tranquilizaba y me otorgaba cierta seguridad, después de todo, ya no éramos unos desconocidos.
El sonido de la llave de acero al entrar en una cerradura metálica me alertó, y comprendí que entraríamos a otra estancia. Ella lo hizo primero, invitándome desde el otro lado, esperando junto a la puerta de acero abierta.
Entré y me pareció que el aire se había hecho más pesado. La puerta se cerró y miré atrás instintivamente. No pude distinguir los ojos de Nuit, la luz era tan precaria como en el estrecho pasillo que acabábamos de cruzar. La proporcionaba un alto candelabro con algunas velas encendidas.
—Siéntate.
Me indicó, acariciando al pasar una pesada silla de metal que había en medio de la habitación.
Noté como la expectativa se abría paso por mi cuerpo. Obedecí, preguntándome cuál sería su siguiente paso. Nuit lograba que mi piel se erizara sólo con el preludio de un encuentro.
El frío de la silla traspasó mi ropa. Mi oído parecía agudizarse debido a la penumbra. Los tacones de ella chocaban contra el piso indicándome el sitio en el que se encontraba a mi espalda. Me giré para buscarla, pero su voz me detuvo, del mismo modo imperante en que lo había hecho tantas veces.
—Shhh… quieto.
El susurro cálido tocó la piel de mi nuca, produciéndome un ligero placer. Luego se puso frente a mí y una de sus manos me sostuvo la muñeca derecha. Resonó el clic metálico de un grillete que había en la silla. Me apresó.
—¿Qué haremos? —me atreví a preguntar. Sentía una pequeña cercanía con Nuit y eso me animaba.
—No te impacientes.
Dijo, en el momento exacto en que apretó el otro grillete en mi mano.
Nuit se agachó entre mis piernas, fijando mis tobillos con sus manos enfundadas en cuero. Tiró de ellos y sentí la excitación recorrerme como una oleada cálida, desde la nuca hasta el centro de mi cuerpo. Ya había aprendido a disfrutar de la rudeza mezclada con su sensualidad.
Se incorporó y vi su traje de cuero negro brillar con la luz de las velas. Me observó desde esa posición. Su mirada me resultó poderosa, como si me retara. Su cabello permanecía sujeto en una larga y severa trenza. Severa como el aura que emanaba de Nuit esta noche. Parecía peligrosa, insinuante. Como una llama danzante y fiera a la que es mejor no tocar.
Admiraba su obra. Yo me removí sólo para complacerla, sabiendo que no podría liberarme. Sólo en ese momento me di cuenta de que la silla estaba fija al piso. Comenzaba a sentirme excitado sólo de imaginar lo que podría seguir ¿Ojos vendados? ¿Caricias proporcionadas por la fusta? ¿Su lengua? Mis pensamientos se regodeaban en las opciones que ya conocía. Mi cuerpo comenzaba a caer en el sopor exquisito que otorga el deseo.
Se alejó de mí unos cuantos pasos y en ese momento distinguí una cortina que se alzaba de suelo a techo ¿Qué escondería tras ella? Tiró despacio, de un cordón que consiguió abrirla apenas unos centímetros por la parte central, dejando que se filtrara algo de luz. Un segundo tirón me permitió ver lo que la cortina cubría, y me tomó un momento comprender qué era.
Al principio creí que se trataba de un espejo y que lo que veía era mi reflejo. Pero enseguida entendí que no. Lo que veía era a otro hombre engrilletado a una silla, tal como lo estaba yo.
¿Me veía él a mí?
Trozos de tela caían por los costados de su cuerpo. Como si lo hubiesen desnudado cortando de su ropa. Y pude ver una daga brillar en la mano de la mujer que lo acompañaba. Tenía la piel manchada en algunos lugares, pero poco a poco fui comprendiendo que las manchas eran de sangre. Pequeños cortes lo cubrían, sin llegar a convertirse en heridas profundas.
—¿Qué está… —quise preguntar.
—Shhh…—me indicó Nuit, llevando un dedo hasta sus labios— escucha.
La miré turbado, parecía tan tranquila.
El sonido de lo que sucedía al otro lado del cristal, comenzó a llenar la habitación en la que nos encontrábamos. Y el corazón se me disparó, empujado por un sentimiento mucho más primitivo que el deseo: el miedo.
La mujer dominante acariciaba la piel desnuda del hombre con aquella daga. Me sobresalté cuando escuché el golpe que le propinó con ella. Él apretó los dientes y ahogó un quejido profundo debido al pequeño corte que aquello le ocasionó. Esperé a que la mujer le regalara una caricia, algún pequeño toque más amable luego de semejante castigo, pero no llegó. Esa no era la clase de juego que yo conocía. Un nuevo azote dio de lleno en el pecho del sometido, quitándome el aliento. Una fina línea de sangre se marcó en el lugar.
Nuit caminó hasta perderse de mi vista. Me giré para mirarla y pude escuchar el chirrido de unas bisagras viejas y oxidadas. Estaba abriendo una gaveta.
Mi atención cambió de punto, cuando otro alarido del hombre me estremeció ¿Era legal lo que hacían con él? ¿Hasta dónde se podía llegar?
Apreté las manos en un puño, cuando vi que no era un azote lo que lo hacía gritar. Era la daga paseándose por la cara interior de su muslo, grabando en su piel el dolor.
Sentir el tacto frío del metal sobre mi mejilla me hizo contener el aliento.
—¿Qué haces?
—Silencio.
Noté la punta de la hoja de un cuchillo acariciando mi cuello,  presionando mi garganta.
Otra vez se escuchó la voz del hombre que se quejó con furia.
—Pero…
Alcancé a modular, cuando sentí el ardor en la piel, justo sobre el hombro derecho. Miré la marca roja que apenas se podía distinguir debido a la escasa luz, pero supe que estaba sangrando. Busqué los ojos de Nuit, necesitaba comprender qué estaba pasando. Pero ellos eran como una profunda tormenta. Y yo me sentí como un marinero al que sólo le quedaba encomendarse a Poseidón.
No debía hablar.
El cuchillo que Nuit manejaba se metió por el interior de mi camisa. La tela sonó cuando la punta de metal la rasgó. Su mano la tomó y arrancó un trozo, comenzando a desnudarme.
Empezó a pasearse a mi alrededor y pude ver el resplandor de la empuñadura de la daga que llevaba. Sentí la hoja tocando mi nuca, y el miedo fue expandiéndose por mis venas y mis músculos, hasta tensarme.
Nuit rasgó nuevamente la tela, esta vez hundiendo el cuchillo por encima de mi brazo. Tiró de ella con su mano, como una fiera despedazando a su presa. Apreté los labios, para no preguntarle a gritos ‘qué le pasaba’.
En cuestión de un instante, la mujer a la que seguía por el pasillo y que se estaba convirtiendo en musa de mis creaciones, se había transformado.
La daga cruzó mi espalda, de hombro a hombro, produciéndome un leve escozor en lo que supuse sería una nueva marca sangrante en mi piel.
¿Qué había hecho mal ahora?
Para ese momento respiraba por la nariz, agitado y apretando los puños. El dolor no era tan fuerte como el que debía sentir el hombre al que estaba viendo, pero claro, yo aún estaba medio vestido.
En ese instante vi como la mujer lo amordazaba. Y de pronto me faltó el aire.
Nuit empezó a cortar la tela de mi pantalón. Sentí la daga tocando ligeramente mi piel, pero a pesar de la inquietud que eso me producía, no podía dejar de observar la escena que había frente a mí. Mi cuerpo y mi mente comenzaban a sumirse en una especie de sopor, pero no podía definir su procedencia. El temor seguía latente en mis venas, lo constataba por el modo angustioso en que oprimía los puños.
Vi como la mujer daba pequeños golpes en los pezones del hombre, para luego pinzarlos con dos oscuras piezas de metal unidas por una cadena. Cerré los ojos cuando el filo que Nuit manejaba llegó a mi ingle, deteniéndose ahí. Moví la cabeza hacía mi derecha, evitando su cercanía del único modo que me era posible. Sabía que si enterraba la daga en ese punto, podría desangrarme.
Sentí su aliento sobre mi cuello, como si me olfateara. Igual que lo haría un animal.
Finalmente tiró hacia arriba, rompiendo la ropa. Solté el aire, angustiado. Los quejumbrosos sonidos provenientes de la otra habitación no cesaban. Pude ver en las manos de la mujer un aro de metal. Lo llevó hasta el sexo de aquel pobre hombre y contemplé como lo introducía en aquella pieza.
Instintivamente miré las manos de Nuit.
Escuché un quejido desesperado y ahogado por la mordaza. Se me aceleró más aún la respiración, cuando la mujer comenzó a apretar unas pequeñas tuercas a ambos lados del aro. Estaba oprimiendo la carne.
El cuchillo tocó mi muslo derecho, bajando hasta mi pantorrilla. Un alarido de sufrimiento proveniente del otro lado me estremeció, y sentí un dolor lacerante en la pierna. El cuchillo me había vuelto a cortar. Me quejé, con miedo a la represalia.
Había cuestionado muchas cosas de ella, pero nunca había cuestionado su estado mental. Hasta ahora.
La voz de la mujer, mezcla de furia y placer, le pedía algo a su presa. Algo que él no podría pronunciar.
—Si quieres que pare, tienes que decir la palabra —lo instigó. El hombre tenía los ojos enrojecidos por el padecimiento—. Dime tu palabra de seguridad —insistió en el momento en que apretó un poco más. El hombre se quejó lastimeramente, y comenzó a llorar.
Todo lo que estaba viendo me parecía inconcebible. Y todo lo que estaba viendo, parecía a un paso de mí. Los grilletes, los cortes, la mujer maléficamente enfundada en cuero. La imagen al otro lado del cristal era un reflejo de lo que yo mismo podía comenzar a vivir y eso me llenó de angustia. Forcejeé con los grilletes, me desesperé y quise ponerme en pie sin lograrlo. La hoja de la daga me tocó la mejilla, conteniéndome.
Respiraba agitado, al borde de un colapso. Miré al hombre al otro lado, como si fuese un vaticinio, una visión precognitiva de mi mismo.
Entonces una tela suave tocó mis labios y la presión que Nuit ejerció con ella, los separó. Yo también estaba amordazado.
¿Sería Nuit capaz de hacer lo mismo que aquella mujer?
Su voz se abrió paso por mi oído, pragmática y dulce. Su aliento tibio me acarició al hablar.
—¿Cuál es tu palabra de seguridad?
Un escalofrío recorrió mi espalda. En ese momento me sentí expuesto y vulnerable. Perdido.
Los tacones de Nuit sonaron en medio de las quejas del hombre frente a mí. Se acercó a la cortina y la cerró. Éstas oscilaron en tanto los quejidos se silenciaron y ella apagó las velas que ardían en el alto candelabro.
Todo se quedó a oscuras. Todo en silencio.
Noté un sudor helado humedeciéndome la piel, cuando escuché sus pasos alejarse y comprendí la soledad en la que me había abandonado.
Cerré los ojos y sentí mis lagrimas caer.
Continuará…

De acuerdo, guarden los tomates y los objetos afilados de momento... ¡Esperen al  siguiente capítulo! (o no *cejas*) Gracias por seguir junto a nosotras cada paso de esta historia ¡Sois nuestras musas! Sin vosotras no estaríamos aquí <3

Muchos besos, amores~
Archange~Anyara

viernes, 12 de abril de 2013

Rojo - Capítulo XII



Capítulo XII
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Tom observaba a su hermano desde una distancia prudente.  Bill se fumaba un cigarrillo en el jardín de la casa que compartían. Habían regresado del club hacía muy poco, cerca de las cuatro de la madrugada. Tom no sabía cómo había soportado Bill la salida de esta noche, se le notaba inquieto y en ocasiones molesto. No había socializado mucho, incluso podía decir que se había mostrado antipático.
Sabía que le pasaba algo. No por el anillo. No por las salidas nocturnas en solitario. Lo sabía porque era su gemelo. Por encima de los hechos siempre estaba esa conexión especial que habían compartido, y si el presentimiento que tenía no fuese inquietante no insistiría más, dejaría a Bill con sus propios asuntos.
Su hermano se giró y lo miró.
—¿Quieres? —preguntó, mostrándole el cigarrillo.
Tom no respondió, pero se acercó y aceptó la caja que le ofrecía. Un profundo silencio se apoderó de ambos, hasta que Bill lo rompió.
—Estoy metido en algo.
Soltó sin preámbulos. Tom no pareció inmutarse.
—No quiero que te preocupes —continuó. Necesitaba explicarse, aunque fuese ligeramente. Su hermano lo merecía.
—¿Una chica? —fue la primera pregunta que hizo.
Bill pensó la respuesta un momento.
—Más o menos.
—Vaya respuesta —insistió— ¿Tiene que ver con el anillo?
—Sí.
—¿Se llama Nuit?
Bill lo miró, incrédulo.
—¡No revises mis cosas! —le dio un empujón por el hombro que fuese lo suficientemente fuerte para ser una advertencia, pero no tanto como para convertir la conversación en una discusión.
—¡Entonces no me escondas lo que haces! —se defendió, devolviendo el empujón.
Bill inhaló el humo y lo soltó con suavidad.
—Sólo, no te preocupes. Te lo cuento porque necesito espacio —avisó a su hermano.
Tom cambio su peso de un pie a otro, meditando.
—Si se complica me lo tienes que contar —le advirtió.
—Si se complica, lo haré.
Aceptó. Ambos parecieron más tranquilos, aunque tras aquella calma continuaba latente un estado de alerta que ninguno iba a ignorar.
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El silencio era absoluto. La habitación de Bill permanecía a oscuras, a excepción de la luz de una farola del jardín que entraba por la ventana. La fresca brisa de la madrugada ondeaba las cortinas, ayudando a crear la sensación de calma.
Bill se removió en la cama y el murmullo de las sábanas rompió la tranquilidad, como venía haciendo desde que se había acostado cerca de una hora atrás. No podía dormir, y no sabía si era por el calor, por las copas que se había bebido o por algo más.
Volvió a removerse en la cama y se destapó completamente, molesto. Resopló. Sabía que era por ‘algo más’.
Desde que había visto el contenido de la caja de metal que recibió en el club, había sido consciente de su peso en el bolsillo de la chaqueta y de su presencia en el interior de la mesa de noche. Tal como le sucedió en su momento con el anillo que llevaba en el dedo, simplemente se sentía incapaz de ignorar el lazo que unía a los objetos con Nuit.
Le dio un par de golpes a la almohada y volvió a acomodarse. Dormiría, descansaría y de ese modo vería todo más claro por la mañana.
Cerró los ojos, pero su mente no se calmaba. Sabía exactamente lo que quería Nuit de él. Quería que sus instintos más primitivos surgieran por ella, y que vaciara parte del placer que obtuviera con su recuerdo en el interior del anillo que le había dejado.
Metió la cabeza bajo la almohada hasta que el aire le faltó. Se la quitó y ésta se estrelló contra el lado vacío de la cama.
Se quedó mirando al techo fijamente.
Maldecía de forma interna a Nuit por encontrar el modo de filtrarse en sus pensamientos y se maldecía mil veces más a si mismo por permitirlo.
Se sentó en el borde de la cama y tomó la caja de los cigarrillos que mantenía sobre la mesa. Sacó uno y lo encendió. Aspiró el humo profundamente, como quien inhala el aire en medio de una meditación. Lo soltó con igual parsimonia.
No dejaba de observar el cajón de la mesa de noche. Absorbió una vez más el humo y lo contuvo en la boca, removiendo la lengua como si pudiese lamerlo. Lo fue liberando lentamente, recordando el pequeño momento que compartieron Nuit y él fuera del club varias noches atrás. Notaba como su cuerpo se iba entregando a la seducción.
Extendió la mano y abrió el compartimiento de la mesa. Tocó la caja y la sacó, ayudándose luego de la cama para abrirla. Sintió el tacto frío y labrado del anillo entre sus dedos. Lo acarició suavemente, recordando el sobresalto que lo invadió cuando comprendió lo que Nuit hacía con aquel otro anillo. Cerró los ojos, y apretó el objeto en su mano cuando su cuerpo se estremeció con la evocación del placer.
¿Sería capaz Nuit de predecir sus reacciones?
Abrió los ojos y miró su cigarrillo, que se estaba consumiendo sin ser fumado. Lo sacudió nuevamente contra el cenicero y se lo llevó a los labios. Aspiró y lo dejó.
Observó los labrados del anillo, ayudado por la luz que entraba desde el jardín. Se parecía tanto al anterior… de no ser por el color de la piedra juraría que era el mismo. Notó una pequeña hendidura en uno de los costados y la curiosidad lo llevó a encender la luz de una lamparilla. Era una cerradura. Sacudió la caja, comprendiendo que la llave no estaba en su poder.
Últimamente sentía que nada estaba en su poder.
Tomó nuevamente el cigarrillo, esperando aprovechar la última calada. En ese momento, vio dentro del cajón abierto el pañuelo negro que Nuit pusiera en sus ojos durante aquel primer encuentro. Aspiró el humo y aplastó el filtro contra el cenicero. Acarició el pañuelo con la punta de los dedos y a su mente vinieron una serie de recuerdos encadenados. Uno de ellos, el exquisito aroma a vainilla que destilaba su piel.
Sabía que podía continuar resistiéndose, ¿pero de qué le serviría? Él había aceptado el acuerdo. Sumisión y obediencia.
Apagó la luz y se dejó caer en la cama con el anillo encerrado en su puño izquierdo.
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Bill se encontraba en la calle fumándose un cigarrillo más. Había perdido la cuenta de la cantidad de ellos que había consumido durante la larga noche. Imposibilitado para dormir, no le había quedado más remedio que pasearse por la habitación hasta que amaneció. Cuando el sol había comenzado a despuntar, se había metido a la ducha y había sido en ese lugar en el que había sucumbido a la exigencia de Nuit.
Resultó doloroso, pero no de una forma física. Era una especie de dolor malsano que anhelaba: el dolor de la derrota. El mismo que lo tenía aquí diez minutos antes de la hora acordada.
Arrojó el cigarrillo al suelo y lo pisó. Miró a ambos lados de una calle poco transitada a esa hora y cruzó.
Las puertas del club Atlantis parecían muy diferentes bajo la luz del sol. Como todo lo que ilumina el día, pierde el brillo místico que le entrega la noche.
Bill probó a empujar una de ellas antes de tocar. Estaba abierta, así que entró con cautela. El silencio del interior era más intimidante que el estruendo habitual.
Cuando quiso pasar por la segunda puerta, esta se abrió desde dentro. Bill se detuvo por un momento, para luego avanzar metódicamente. Entró. Al principio no se encontró a nadie, pero al observar a su derecha vio a un hombre alto perdiéndose por un pasillo.
No debía de preocuparse por él. Venía a buscar a Nuit. Se preguntó si ella estaría ya aquí o si llegaría en un momento.
Caminó un poco más adentro, el lugar aún olía a humo. Observó los rincones, cada mesa estaba recogida, no había vasos sobre ellas y los cojines estaban perfectamente acomodados en los sofás. La mayoría de las luces estaban apagadas, únicamente había encendidas unas farolas adosadas a la pared. Eran éstas, y una localizada luz exterior, las que iluminaban el club.
No había rastro del misterio que envolvía al Atlantis por las noches. Sin embargo, no perdía su encanto, encontraba uno nuevo en las historias que podían contar las paredes, los sofás o las esquinas de madera lacada.
Parecía un antro de varias décadas atrás, detenido en el tiempo.
Se preguntó, así como había hecho varias veces durante las horas anteriores, ¿por qué Nuit había escogido esta hora para un encuentro? Sabía que así como otras muchas interrogantes, ésta no encontraría respuesta.
Caminó al interior del club, prácticamente hasta llegar junto al sofá que ocupara la noche anterior. Alzó la mirada, encontrándose con una especie de terraza que no había llegado a ver antes. Un sitio del que no podía vislumbrar demasiado desde esta posición. Por un momento sintió que estaba viendo el esqueleto de este lugar.
—No está abierto al público.
Escuchó la voz de Nuit desde su derecha y la miró de inmediato.
Decir que se había quedado sin aliento al verla, era únicamente parte de lo que había experimentado.
Se acercó a él, enfundada en unas altas botas negras, muy del estilo que le había visto usar en la habitación roja. Un corto vestido de cuero, también negro, se ceñía a su cuerpo bajo una transparente bata de organza que permanecía atada por un cinturón de satén.
No sabía si sentirse admirado por la frágil decadencia que la rodeaba, o contrariado por su atuendo y lo que él significaba.
—¿Qué es lo que no está abierto al público? —preguntó Bill, intentando demostrar una calma que no poseía.
—Esa zona —Nuit indicó la parte alta, que antes mirara Bill.
Sus pasos la aproximaban más a él.
Si se encontraba aquí, significaba que había acatado su mandato. La había obedecido. Se sintió complacida y quizás benevolente por aquello.
Se acercó un poco más a él. Los separaran sólo un par de metros, y se apoyó contra una barandilla que servía de división entre una zona y otra del club.
Bill la observaba, y Nuit era consciente de cada pensamiento que se estaría gestando en su mente.
—¿Has tenido una noche ocupada? —le preguntó él.
—¿La has tenido tú?—notó como se ponía tenso. Ella sabía perfectamente que el anillo y lo que le estaba pidiendo que hiciera con él, inundaría su mente con el recuerdo de las sensaciones vividas. Necesitaba eso. Necesitaba que el sumiso fuese vulnerable.
—Sabes a lo que me refiero —pareció reclamarle. Había un ramalazo de celos en aquellas palabras y para Nuit no era nuevo ese sentimiento en un sometido.
—Tenías que traerme algo —ignoró el comentario.
Bill miró al piso.
—Sí.
Aceptó, batallando por ceder el control.
—Muy bien —sonrió ella con suavidad—, has sido obediente.
Él alzó la mirada cuando le pidió el anillo con un gesto de su mano.
Notó como su respiración se alteraba ante la idea de dárselo. Por un momento quiso negarse. Entregarle aquel anillo era casi humillante. Una prueba indudable de su sumisión.
—¿No quieres? —preguntó Nuit.
Bill frunció el ceño, inquieto.
—No es eso —se apresuró a negar.
—Te ayudaré —ofreció, acercándose un poco más— ¿Dónde está? —preguntó, los separaban sólo unos centímetros y el delicado aroma a vainilla lo embriagó.
—En mi bolsillo derecho.
—¿Del pantalón?
Él asintió.
Un aura de sensualidad comenzó a envolverlos sutilmente. Notar la cercanía de Nuit, era rememorar la excitación violenta que lo invadía en medio de lo desconocido.
Los dedos de ella tiraron despacio del bolsillo del pantalón.
—Un pañuelo —murmuró, alzando su rostro, muy cerca de los labios de él. Bill pudo notar su aliento chocando contra ellos.
—Sí —respondió, conteniendo el impulso de rozar su boca.
—¿Hiciste lo que te pedí?
—Sí.
Aceptó, rozando sus dedos contra el muslo de Nuit en un gesto involuntario. Cerrando la mano en un puño de inmediato. Ella no dejó de mirarlo, retiró los dedos del interior del bolsillo.
Por un momento, Bill pensó que había arruinado algo. Sabía que había infringido una norma al tocarla, aunque fuese fortuito.
El roce de la mano de ella sobre la suya lo tensó. No sabía lo que quería hacer, pero se dejó guiar. Contuvo el aliento cuando fue la propia Nuit la que lo acercó a la piel de su pierna. El roce suave le aceleró el corazón y cuando ella le indicó un camino ascendente, Bill creyó que se desvanecería por el ansia.
Se le había secado la boca, así que tragó con cierta dificultad. Sus dedos se abrían paso por entre los muslos de Nuit, que permanecía inamovible y observándolo. Parecía capaz de reconocer cada sensación en Bill, sólo con mirar sus ojos.
La fineza de la piel le pareció exquisita. Tal y como la había imaginado. Dejó que su mano se llenara con la forma del muslo derecho. Ascendió a la espera de una orden para detenerse, o de la lencería que le impediría el avance.
Su sorpresa se transformó en un golpe de excitación cuando ninguna de aquellas alternativas llegó.
El calor que emanaba de su sexo tocó su mano.
—No llevas… —quiso decir.
—Shhh… —lo interrumpió, dándole una orden a continuación— Sigue.
Bill sabía lo que tenía que hacer, aunque le resultase increíble.  
Tocó con la yema de sus dedos los pliegues unidos y libres de vello. Los separó. Liberó el aire suavemente cuando el calor húmedo los impregnó. Escuchó una suave exclamación de satisfacción por parte de Nuit cuando los deslizó en busca de su punto de placer.
—¿Te gusta? —le preguntó de forma refleja en el momento en que comenzó a acariciar aquella zona.
—Shhh.
Ella volvió a ordenarle. Bill obedeció, continuando con la caricia en forma de pequeños y rápidos toques. Nuit se mantenía apoyada en su brazo, sin que el gesto fuese de entrega. La veía disfrutar, pero si aspavientos, sin grandes estremecimientos o muestras de placer. Era más bien un goce calculado, que probablemente terminaría del mismo modo que había comenzado. Cuando ella lo decidiera.
A Nuit le gustaba el control tanto como a él. Y a Bill le gustaba perderlo con ella ¿Le gustaría eso a Nuit?
Bill apoyó su otra mano en la espalda de ella y la pegó un poco más a su cuerpo, permitiendo que la cadera femenina se tocara contra su sexo incipiente. Un roce que le resultó secundario,  ahora no le importaba demasiado lo excitado que se sentía. Nuit contuvo el aire cuando se sintió atrapada en aquel abrazo, pero no luchó. Permitió que Bill hurgara en la humedad de su sexo, reconociendo aquellos rincones, deseando memorizarlos.
Dos dedos se alojaron sobre su clítoris ejerciendo presión. Ella tenso la espalda y su mano busco sostenerse del hombro de él. Una nueva presión lenta y profunda la obligó a contener un espasmo. Era suficiente. No podía permitirse seguir e intentó separarse, pero la mano que la sostenía por la espalda se mantenía firme en su lugar.
Sabía que podía quejarse, que podía pedir ayuda y que a Bill lo sacarían de ahí si ella así lo quería. Ella lo tenía en su poder.
Decidió que no. Ya buscaría el modo de cobrarse esta pequeña rebeldía.
Clavó las uñas sobre el hombro al que se sostenía y él se quejó suavemente contra su oído. El sonido de su voz la estimuló un poco más. Los músculos de su interior se apretaron, previendo el placer.
En la estancia no se escuchaban quejidos, ni jadeos rotos. Sólo se oía la respiración agitada de ambos mezclada con íntimos suspiros.
Nuit notó como su cuerpo se tensaba ante la presión constante y cada vez más insistente de las caricias que recibía. Su frente se apoyó sobre el hombro de Bill y luchó por ahogar los gemidos que querían escaparse de su boca. En el instante en que su orgasmo llegó, todo su cuerpo se tensó para evitar las convulsiones. Su mano se aferró a su punto de apoyo, mientras él la sostenía contra su cuerpo. La única expresión verbal que se permitió en la culminación, fue un suspiro largo.
Bill quiso acariciarle la espalda, la había sentido por un instante frágil entre sus brazos. Pero Nuit decidió que ya le había dado más de lo que tenía planeado. Se separó de él decidida, disimulando la debilidad de su cuerpo.
—Dame el anillo —mandó.
Bill se sintió aturdido, y se encontró un momento después con la mano humedecida y rebuscando con la contraria en el bolsillo de su pantalón.
Nuit se acercó a él nuevamente y tomó lo que solicitaba.
—Quédate el pañuelo —le dijo, cuando desenvolvió el anillo.
Obedeció, limpiando los fluidos de ella en su mano.
La observó, como quien mira a una extraña joya. Nuit decidió que esa mirada no debía de ser para ella.
—Ven en dos días, haremos algo especial —le dijo, y se puso el anillo que Bill acababa de entregarle. Él la miró en silencio un poco más, quizás buscando la fragilidad que le había parecido ver.
No la encontró.
—Vendré.
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Nuit se observaba desnuda en el espejo de su habitación. Se sentía extrañamente hermosa. Lo único que portaba era un collar de perlas de color rojo.
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Continuará…
Aquí estamos, antes de lo que nos esperaban. Digamos que es una pequeña compensación por la enorme paciencia que nos tienen.
Esperamos que les guste y que nos regalen sus comentarios y maravillosas conjeturas.
Archange~Anyara