viernes, 4 de enero de 2013

La sombra en el espejo - Capítulo XV



Capítulo XV
.
Me encontraba sentado en la cama de hospital. Removía el cuenco la comida que me habían traído, era una especie de puré de verduras que no se veía nada apetitoso. Según los médicos, Gordon, mi madre y Tom; debía tener hambre pero lo cierto es que no era así. Lo único que experimentaba era una enorme sensación de vacío e incomprensión.
Miré la habitación, la inspeccioné como si necesitara que los detalles de ella me llevaran a evocar alguna clase de entendimiento, algo que me explicara qué pasaba.
—¡Aquí está el postre! —exclamó Tom, entrando en la habitación con una bolsa con el logo de una heladería de Hamburgo a la que me gustaba ir.
Lo miré, parecía tan alegre que no podía menos que estarlo yo también. Noté como la sonrisa se fue marcando en mi rostro, sincera como la sentía. Tom estaba vivo, lo estaba viendo ¿O estaría soñando? Esa era la pregunta que no dejaba de azotar mi mente ¿Qué era realidad?
—Tom… —le hablé. Él se había sentado a un lado de mi cama.
—¿Aún no te has terminado eso? —preguntó, indicando el cuenco con aquel preparado verdoso.
—No quiero —lo removí a un lado en la bandeja.
—No me arrugues la nariz, que pareces niño… y de los malcriados —me reclamó, moviendo un poco más lejos el cuenco y dejando en su lugar un bote de helado.
—Gracias —dije algo más animado, comenzando a levantar la tapa para luego detenerme y mirarlo hacer lo mismo. Él me devolvió la mirada.
—¿Qué? —preguntó. No respondí, sólo lo miraba— ¿No puedes levantar la tapa? —en su rostro se marcó un gesto de preocupación. Dejó su helado sobre la bandeja, acercando sus manos al mío— No importa, ya lo hago yo.
—Tom —volví a decir y él volvió a mirarme—, explícame otra vez como es que estoy aquí.
Bajó la mirada al bote del helado quitando la tapa, enterró la cuchara en él y fijó sus ojos en los míos.
—¿Qué te pasa? —preguntó en lugar de responder, aún con aquel gesto de preocupación— Nunca has tenido mala memoria.
—Es que no lo entiendo —bajé la mirada, levantando y hundiendo la cuchara en el helado.
Tom suspiró dramáticamente.
—Fuimos a casa de Sarah, la tía de Gordon —intenté seguir aquel relato, buscando en mi memoria lo que él me decía. Y lo recordaba, pero como parte de un sueño no como una realidad—, pasaríamos el día ahí. Ella ha estado algo enferma.
—¿Qué día era? —pregunté, interrumpiéndolo.
Tom me miró.
—No sé —pensó un instante— ¿19 de enero?
—¿Pero no fuimos a casa de Andreas ese día? —insistí con mis preguntas.
—No… —arrastró la sílaba, confuso por mis palabras.
—¿Cómo que no?—continué.
—Porque nos fuimos a casa de Sarah ¿Por ejemplo? —soltó con ironía.
Volví a mirar el helado que ya comenzaba a derretirse.
—Es que no lo entiendo—dejé que mis pensamientos se transformaran en palabras.
—¿Qué no entiendes? —preguntó, comenzando su helado.
Miré por la ventana y suspiré. Mi mente estaba llena de imágenes que según lo que Tom decía, no podían ser reales, pero las sentía tan vivas en mi interior. Lo observé nuevamente, él arrastraba la cuchara del revés fuera de su boca.
—¿Y luego en casa de Sarah? ¿Qué hicimos? —casi le exigí una respuesta.
—¿Dime tú que se puede hacer ahí? Matar el tiempo dando un paseo —fue su respuesta. Se llenó nuevamente la boca de helado.
—¿Paseamos entonces? —pregunté.
Tom se quedó mirándome receloso.
—Ya basta Bill… que me asustas ¿Eh? Bastante susto me has hecho pasar estos días.
Ambos nos quedamos en silencio. Yo observé a Tom detenidamente mientras él lo hacía de reojo, revolviendo su helado. Estaba conmigo nuevamente, en lo que debía entender que era mi realidad. Porque ahora sí que no estaba soñando ¿Verdad?
—Estoy despierto ¿Verdad? —le pregunté.
Tom me miró, y con un movimiento tan rápido que no alcancé a prever me pellizcó el brazo.
—¡Auch! —reclamé, llevando mi mano a la zona agredida.
—¿Despierto? —preguntó, molesto.
—¡Eres idiota! ¡Y un bruto! —continué masajeándome el brazo.
Se puso de pie rápidamente y rodeo la cama, llevándose una nueva cucharada de helado a la boca de muy mala manera. Luego me habló con la boca llena, apuntándome con la cuchara.
—¡Me lo he pasado muy mal estos días! —me reclamó. Yo sólo lo observaba— ¡Cuatro días! ¡¿Sabes lo que son cuatro días viéndote retorcerte en esa cama por la fiebre?! ¡Y casi dos días más para que te dignaras a despertar!
Yo seguía en silencio. Tom me miraba un poco menos molesto.
—¡Maldita sea! ¡Dime algo! —me exigió, comenzando a sentirse culpable por haber estallado de esa manera.
—Déjalo, si con hacerte preguntas te pones así —respondí, volviendo a mi helado. Intentaba creer en lo que Tom me había explicado.
Volvió a suspirar de forma dramática, sentándose al otro lado de la cama.
—Pregunta.
Lo miré con cierto recelo, aunque no podía negar que tan sólo verlo era un enorme alivio para mí. Era como haber recuperado mi alma, no únicamente la mitad, toda mi alma.
—Tom —dije y él me miró. Se notaba enfadado aún—… te quiero…
—Yo también te quiero idiota —respondió—, de lo contrario no habría estado durmiendo en ese incómodo sillón —hizo un gesto hacia el mueble que había junto a mi cama—. Ya, comete ese helado antes de que tengas que bebértelo.
Sonreí y comí un poco de helado. Tom jamás comprendería el sufrimiento tan grande que era perderlo. El corazón me latió fuerte ante ese pensamiento y me angustié ligeramente.
—Explícame lo que te pasa, porque sé que te pasa algo —me dijo.
Alcé la mirada, él giró la cabeza y encontró mis ojos.
—Ayer parecías creer que yo estaba muerto —me instó— ¿Qué fue lo que soñaste que te impacto tanto Bill?
Soñar. Esa era la palabra clave en todo esto.
—Cuando visitamos a Sarah —titubeé un momento. Tom se mantenía atento, esperando a que continuara—… ¿Estuvimos en casa de Kissa?
—¿Kissa?—preguntó.
Esperaba por una respuesta que no le di. De alguna manera yo sabía de Kissa, de su existencia, aunque todo me indicara que había sido un sueño en medio de la fiebre.
—Estuvimos en una casa —comenzó a contarme, como si entendiera que yo necesitaba todos los detalles de ese día—, una que estaba abandonada cerca de la casa de Sarah.
Abrí los ojos, sorprendido, y mi respiración se agito. El monitor que aún me estaba controlando comenzó a sonar con mayor rapidez, delatándome.
—¿Había un espejo en una de las habitaciones? —me removí en la cama, ansioso por la respuesta de Tom.
—Bill, cálmate —me pidió.
—¿Había un espejo? —insistí casi con desesperación.
—Sí, sí… pero tranquilízate —volvió a pedir. Yo sentí un tirón en mi mano— ¡Ccuidado que te arrancaras el catéter!
Me quedé muy quieto en la cama. Si ese espejo estaba ahí ¿Significaba que Kissa existía?
—De saber que te ibas a poner así, no te explico nada —me reclamó Tom, sacando la bandeja que se mantenía de milagro sobre mis piernas.
—¡Tom! —él alzó un dedo, deteniéndome antes de que continuara hablando.
—Si te vas a sobresaltar, no te responderé nada más —me advirtió.
—Estaré tranquilo —prometí, sólo para conseguir lo que quería. Necesitaba saber más.
Tom se tomó un minuto antes de hablar. Los dos botes de helado se quedaron olvidados sobre una mesa lateral.
—Había un espejo —señaló. Yo apreté la sábana en un puño conteniéndome para que él siguiera hablando—, y comenzaste a insistir en que nos lo lleváramos.
—¿Llevárnoslo? —pregunté, confuso.
—¿No recuerdas eso tampoco? —preguntó, incluso más confuso que yo.
—No.
¿Por qué no recordaba lo que Tom me contaba?
—El médico ayer habló de algo de confusión las primera horas, pero no dijo nada de pérdida de memoria —cuestionó.
—No importa eso —hice un gesto de impaciencia con la mano— ¿Qué hicimos con el espejo?
Me miró evaluando mi actitud, lo sabía. Yo lo miraba igual cuando tanteaba la suya.
—Tratar de llevárnoslo —le hice un gesto de insistencia para que continuara— ¡Se cayó Bill! ¡Se cayó!
—¿Se rompió? —pregunté con cierta incredulidad.
—Pues sí, y cuando eso sucedió te pusiste como te pusiste —exclamó. Al notar mi silencio continuó—. Saltó algo de polvo, la habitación estaba muy sucia —asentí, esperando a que me explicara más—… y comenzaste a ahogarte —miró al suelo.
—¿Y?...
Me observó.
—Que me lo pasé muy mal Bill, y ya no quiero hablar más —caminó hasta su chaqueta que estaba sobre el sillón.
—Tom —insistí.
—Saldré a fumarme un cigarrillo —dijo, sacando la caja de la chaqueta—. Mamá vendrá pronto.
—¡Tom! —lo llamé cuando comenzó a caminar hacia la puerta. Se detuvo muy cerca de ella y me miró.
—Bill —comenzó a negar con un gesto suave, se notaba angustiado. Yo esperé—… te me morías en los brazos Bill, te ahogabas… te morías —tragué con dificultad—. Eso no es algo que quiera vivir ¿Sabes? Tú y yo, siempre juntos ¿Recuerdas? —asentí— Pues eso —se quedó en silencio. Luego, en lugar de ir hacia la puerta camino en mi dirección.
—Te entiendo —le dije.
—¿En tu sueño estaba muerto? —me preguntó. Asentí— Quizás un sueño puede acercarse a la realidad —se encogió de hombros.
—No te imaginas cuanto…
.
Esa noche, llevaba cerca de una hora intentando dormir. Mi cabeza burbujeaba con toda la información que tenía, era como una lucha interna por ocupar un lugar. Tenía más información de la que podía almacenar e iba a tener que seleccionar. Al parecer aquella extraña afección pulmonar me había mantenido con fiebre muy alta, y sueños que ahora yo confundía con la realidad. Una realidad que por cierto, no recordaba. Pero lo peor eran las sensaciones, la certeza de que sentía algo, cariño quizás, por una persona que existía sólo en mi cabeza. Al parecer Kissa era sólo producto de mis delirios.
¿Y el espejo?
Suspiré suavemente al recordarlo. La casa existía, y estaba efectivamente abandonada como en mi sueño. El espejo existía también, pero claro todo podría ser parte de un juego de mi mente.
—Tom —murmuré a mi hermano que se mantenía dormitando en el sillón que había junto a la cama— ¿Estás despierto?
La única luz que había encendida, era una pequeña lámpara de pared junto a la puerta que me permitía ver el rostro de Tom.
No me respondía.
—¿Tom? —insistí con un poco más de voz, y esperé. Cuando ya iba a darme por vencido me respondió.
—Ahora sí.
Me reí suavemente.
—¿Recuerdas cuando de pequeños estuvimos en casa de Sarah? —le pregunté.
—Sí…
—¿Recuerdas el paseo que dimos? —continué.
—Sí…
—¿Y  a la niña? —cuando le pregunté por Kissa noté como mi corazón se agitaba, y el monitor delator cambió su ritmo. Tom se incorporó en el sillón abriendo los ojos.
—¿Qué tiene esa niña? —me habló, prestándome más atención.
—Es Kissa.
Resopló, dejándose caer hacia atrás en el sillón.
—¿Pero cómo puedes saber eso? Nunca la alcanzamos —preguntó.
—Es ella Tom —insistí—. Lo sé.
—Ya… la soñaste ¿Verdad? —tenía los ojos cerrados nuevamente.
—Sí.
Otra vez nos quedamos en silencio, hasta que volví a hablar.
—Tengo que volver a esa casa.
Tom se sentó de golpe en el sillón.
—¿Estás loco? —se exaltó— Ya te dije que casi te mueres ahí —le faltaba poco para gritar.
—Necesito saber cosas, necesito saber de ella.
—No, no, no, no y no —expresó categórico— Los médicos aún no saben qué mierda te pasó en esa casa, yo no te llevo ahí ni loco.
—Tom —insistí con la suplica implícita en la tres letras que formaban su nombre.
Me miró desde su sitio.
—Mierda, Bill —hizo una pequeña pausa, meditando—. Con mascarilla.
—Sí —asentí rápidamente.
—Y llevaremos medicamentos —continuó.
—Sí.
—Quizás deberíamos llevar algo de oxigeno.
—No exageres —quise calmarlo.
—No exagero Bill —habló seriamente— Yo no paso por lo mismo otra vez.
Comprendía lo difícil que le resultaba a Tom hacer lo que le pedía. Quizás debía plantearme el hacerlo sólo.
—Y ni se te ocurra pensar que no iré contigo —me advirtió.
Mierda.
Me reí, y Tom lo hizo conmigo. Creo que fue la primera risa realmente alegre que compartíamos desde… ¿Desde qué?... Eso era lo que tenía que averiguar.
Encontraría a Kissa, la miraría a los ojos y sabría si ella me conocía. Eso era lo que tenía que hacer.
—Ahora duérmete —me dijo, cuando dejamos de reír—. A ver si el médico te deja volver a casa mañana.
—Sí.
Me acomodé, y observé a Tom que hacía lo mismo en el sillón. No parecía cómodo.
—Tom.
—Si que eres un enfermo de mierda ¿Eh? —contestó. Me reí— ¿Qué quieres ahora? No iré por la chica de tus sueños, si es eso lo que quieres.
—No, ni que estuviese loco. A ti te gustaba ¿Recuerdas?
—¿Mmm? —pareció recordar a la Kissa niña— ¿Entonces qué quieres?
Me moví, dejando un sitio en la cama.
—Ven, acomódate aquí o no me servirás de enfermero mañana.
—Ja, ja —se mofó. Se puso en pie y se dejó caer junto a mí en la cama, rebotando ligeramente.
—Tom.
—¿Qué? —preguntó, aburrido.
—Gracias por estar aquí otra vez.
—No me he ido.
—Ya, eso dices tú.
Tom rió suavemente.
—Duérmete mejor —me dijo.
Me silencié, aunque mi mente no lograba hacerlo. Los recuerdos tan nítidos y detallados de cada momento con Kissa estaban ahí, demasiado claros para mí como para tratarse de un sueño. Ella tenía que existir.
Cerré los ojos y pude ver los suyos grises y profundos. Mentalmente le di las buenas noches, esperando que en el lugar en el que se encontrara pudiera sentirme.
Continuará…

Besitos y muchas gracias por leer.

Siempre en amor.
Anyara

No hay comentarios:

Publicar un comentario