lunes, 28 de enero de 2013

Octogenario - Drabble



Octogenario
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La luz del jardín entra suavemente, es la luz del primer día de Septiembre. Una luz cálida que invita a pasear por ella para calentar los huesos, que con el paso del tiempo se vuelven más duros y perezosos.
—Un año más —dice Tom, sentado en uno de los sillones de la habitación que ocupo. Ésta en la que escucho mi música, en la que repaso los pasajes de mi vida. Ésta en la que puedo mirar por el jardín y alegrarme ante la imagen de los niños jugando.
Hoy la casa está llena.
—Así es, un año más —acepto, manteniendo la mirada en el paisaje feliz.
—¿Y qué sientes? —sonríe, acomodando sus antebrazos en las piernas, prestando completa atención a lo que pueda decirle.
Lo miro.
—¿Pensé que a estas alturas sabrías más que yo? —le sonrío, molestándolo. Juego con su poca paciencia.
—¡Vamos Bill! —se remueve inquieto en el asiento, intentando persuadirme—, no puedo saber lo que sientes tú.
Continuó mirándolo, viendo en sus ojos al Tom de siempre. Mi hermano, el que me acompaña sin importar nada, sin importar las barreras que nos separan. Siempre ahí a mi lado.
—Se siente tranquilo —acepto contarle—, a veces pienso que es casi imposible estar aquí después de todo lo que hemos pasado.
—Las hemos pasado duras —acota él.
—Desde luego —admito—, pero vale la pena vivir ¿No crees?
—Desde luego que lo creo —asiente con esa calma mística que ha adquirido con el tiempo, observando a los niños jugar.
—¿Y qué sientes tú? —le pregunto.
Tom sonríe más abiertamente, sus ojos brillan cuando me miran.
—Hace mucho que los años dejaron de importarme —responde, sin dejar de observarme.
Emito un sonido, como una pequeña queja.
—Eso que haces no es justo —sonrío—, siempre te cuento lo que quieres saber.
—Es justo, porque esto tienes que vivirlo tú —intenta explicarme.
Escucho unos toques en la puerta, y enseguida aparece un rostro conocido para mí.
—Abuelo, estamos listos —sonríe mi nieta, se acerca y toma mi mano—, no deberías pasar tanto tiempo solo aquí.
Tira de mí con suavidad, y yo me pongo de pie acusando el pequeño dolor que me ocasiona la ciática. Un dolor que con el paso del tiempo se ha convertido en mi compañero permanente.
—De eso me salvé —ríe Tom junto a mí. Lo observo de reojo, nunca cambiara y quizás eso sea un alivio.
Escucho las voces que llenan la casa, y a la familia que me acompaña, entonando el cumpleaños feliz en alemán mientras me acerco por el pasillo. Tom a mi lado sonríe. Cuando la canción termina y me inclino hacia el pastel para soplar las dos velas que formaban un número ochenta, Tom se inclina junto a mí, posando su mano sobre mi hombro. Casi puedo decir que  siento su toque.
Y así como venimos haciendo los últimos años desde que él partió, yo soplo las velas en mi dimensión, y Tom me acompaña desde la suya.
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Un drabble creado para un reto. Espero que lo hayan disfrutado, la muerte no tiene porque ser triste.

Un Beso

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