lunes, 4 de marzo de 2013

Rojo - Capítulo V



Capítulo V
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“¡tenías que estrellarte o que abatirme!”
G.A. Bécquer.
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La música resonaba en su interior. Potente. Tan fuerte como los latidos de su corazón. Lo envolvía. Los dedos desnudos de ella jugueteaban con el pie de cristal de su copa. Lo acariciaba formando una media luna, en un movimiento cargado de sugerencia. Ese simple gesto, recreo en su mente imágenes y sensaciones que lo forzaron a tragarse un suspiro.
Permanecían en la barra, ella sentada, él de pie. Lado a lado. Uno junto a otro, Bill podía incluso percibir el calor de su piel. Pero ella no lo miraba. Sus ojos observaban algún punto del lugar, mucho más allá. Como si él no se encontrase ahí.
Comenzaba a pensar que se estaba burlando de él.
Había venido decidido. Antes de salir de casa, el espejo le había recordado su belleza, ese temperamento implacable que brotaba cuando tenía un objetivo... pero estando a su lado, la energía que emanaba de ella levantaba entre ambos una pared imposible de atravesar.
Sin embargo, tenía que intentarlo. Tenía que utilizar todas sus armas, para romper esa barrera. No podía irse ahora sin expresar sus inquietudes, sus deseos. Ese ardor que se acumulaba en su vientre, cada vez que la pensaba.
Giró su cuerpo hacia ella, inclinándose ligeramente sobre la barra. Sólo en ese momento lo miró. Sus ojos claros, intensos. Dominantes.
—He vuelto —dijo Bill.
—Ya lo sé —respondió, se movió en la silla hacia él, prestándole atención, esperando a que hablara. Ante su silencio, alzó una ceja con una expresión interrogante.
—Pues no lo parece —contestó él, ante su supuesta indiferencia.
Ella desvió la mirada y a Bill le pareció vislumbrar una sonrisa que no supo interpretar.
—¿Son tuyos? — preguntó ella, refiriéndose al paquete de cigarrillos que había sobre la barra. Él asintió.
El siguiente movimiento fueron sus largos dedos retirando uno del interior de la cajetilla. Se lo llevó a los labios y lo atrapó entre ellos. Bill la observó, notando como se condensaba su excitación. Tomo el encendedor de forma casi involuntaria, la mirada de ella se lo exigía.
Al accionarlo, la llama iluminó su rostro por un instante, y eso lo llevó a imaginar su cuerpo resplandeciendo bajo la luz de las velas. Sus labios presionaron el filtro y aspiro, hipnotizándolo, hasta que la anaranjada llama comenzó a quemar el tabaco. Cuando el trabajo estuvo hecho, ella tensó un poco más la espalda y cruzó las piernas enfundadas en seda negra con total tranquilidad.
El humo comenzó a salir de su boca, a la espera de una palabra por parte de Bill. Su mano derecha, la que sostenía el cigarrillo, se agitó suavemente en un gesto que lo invitaba a hablar.
—Tú dirás.
Bill comprendió que había llegado su momento. Ahora mismo se sentía ante una rosa llena de espinas, imposible de asir sin sangrar.
—Quiero regresar —habló con toda la integridad que se podía permitir ante la imagen lujuriosa de aquella mujer que se bebía el humo a bocanadas, disfrutándolo y desechándolo.
Bill espero a que ella respondiese, sin éxito. Sus miradas se mantuvieron unidas, retándose mutuamente. Ella mostró una sonrisa provocativa que Bill entendió como un gesto de complicidad.
—Sabes de qué habló —aclaró en voz baja, inclinándose hacia ella.
—Lo sé… —arrastró la voz, compitiendo con la sensualidad que provenía de él— ¿lo sabes tú?
Quien sonrió ahora fue Bill.
—Sólo sé lo que tú me has mostrado.
—Únicamente has visto el frasco en el que viene el perfume.
—Quiero saber a que huele.
Las posiciones continuaban marcadas. Al filo de un roce.
—Podrías —ella sonrió.
—Quiero —la certeza llenaba su voz.
—Pero tiene un costo.
—Dímelo.
—Lo verás sólo si estás dispuesto a seguir adelante.
Bill se quedó en silencio un instante y ella notó como sus pupilas se dilataron. Estaba a punto de tomar una decisión.
—Si acepto, ¿qué me das tú?
Bill notó como la mirada de ella se posaba en sus labios. Sintió que había arañado ligeramente esa infranqueable barrera.
—¿Qué pides? —volvió a enfocarse en sus ojos.
Él saboreo la respuesta, dejando que las palabras brotaran sedosas de su boca.
—Tu nombre.
Ella apagó el cigarrillo de un golpe.
—¿Sólo eso? —preguntó. Bill no estaba seguro, pero le pareció ver su voluntad tambalearse. Eso lo excitó más aún.
—Para mí es suficiente —aceptó soltando un suave suspiro que a ella le movió el cabello justo sobre la sien. Lo miró. Sus ojos se posaron nuevamente, y de forma fugaz, en los labios de él.
—Me gusta el metal —ella liberó una sensual confidencia. Otro golpe de excitación lo atenazó y busco con los dientes uno de los piercings de su labio.
Ella siguió aquel movimiento con  atención.
—Es un juego rudo —quiso advertirle.
—Soy fuerte —Bill buscó derribar la última reticencia.
Los dedos femeninos, acariciaron la copa otra vez, meditando la respuesta.
—De acuerdo. Espera aquí.
Se puso en pie para marcharse, pero antes de hacerlo notó como Bill la sostenía por la muñeca. Miró el agarré, observó la tensión en aquella mano tatuada. Luego lo miró a los ojos.
—Hay normas y yo digo dónde y cuándo.
Sintió como el agarré de Bill se intensificaba antes de soltarla.
Él la vio alejarse, la siguió con la mirada hasta que se detuvo junto a un hombre al final de la barra. Comenzó a hablar con él con familiaridad. Bill se preguntó si sería aquél el objeto de su atención, cuando lo ignoraba. Fue consciente del peso de los minutos que duraba esa conversación, más aún al verla desplegar su arte de seducción ante él. Un roce entre sus labios, fue suficiente para que Bill se sintiese extrañamente agredido.
 “Yo digo dónde y cuándo”
Su melena rubia se perdió entre la multitud.
Bill se quedó en el lugar, desorientado. Debía esperar, pero no sabía cuánto, ni porqué exactamente. Una voz femenina lo sacó del pequeño trance en el que estaba. Observó a la mujer. Una mujer castaña, de ojos vivaces y labios llenos.
—¿Estás sólo? —le preguntó.
No supo cómo responder a eso.
—De momento —aceptó, desconocía el tiempo que ese “momento” abarcaría.
—¿Quieres compañía? —preguntó la chica con amabilidad. Decorando su pregunta con una sonrisa que Bill no quiso ignorar. Después de todo, Ella lo había dejado esperando, en tanto besaba a otro.
—No me vendría mal… —aceptó, dejando una pausa abierta, para que ella le dijese su nombre.
—Marie.
—¿Qué bebes Marie? Soy Bill —quiso ser amable.
—Vodka naranja —respondió la chica, acomodándose en el lugar que se había quedado vacío.
—Yo antes bebía eso —continuó desplegando amabilidad y encanto. Alzó la mano llamando al barman.
—¿Y ahora?
Bill tomó su whisky y se lo enseñó.
—Me he pasado a esto.
La chica se acercó, mirándolo fijamente, con la excusa de olfatear el contenido de su vaso. Bill pensó en besarla, parecía fácil. Eso era algo que le habría parecido imposible con una desconocida días atrás. Ahora mismo, todo parecía diferente. Sentía que se estaban trastocando sus cimientos de un modo vertiginoso.
Entonces escuchó Su voz tras la chica. Las palabras calmadas, pero dictatoriales. Concisas.
—¿Vienes o no?
Bill buscó su mirada. Buscó su semblante, sin descubrir en él ningún indició de malestar.
—Sí —aceptó, dejando un billete sobre la barra—. Lo siento Marie, en otra ocasión.
Sonrió a la chica, que hizo lo propio.
Bill se acercó a su rubia aún sin nombre. Ella comenzó a caminar con su elegancia y decisión características. La siguió por un camino conocido. Cada paso rememoraba uno dado  anteriormente. Iban dejando atrás a las personas, a la música. Escuchaba el palpitar fuerte e intenso de su corazón. A pocos pasos de la puerta, ella lo miró por encima del hombro. Buscaba la decisión que él había demostrado momentos atrás. Quería saber si continuaba ahí.
Se detuvieron en silencio ante la cortina que ocultaba la puerta. Ella se acarició el cuello, atrapando la mirada de Bill con aquel gesto. Él notó su respiración pesada, cuando los dedos de ella descendieron hasta el escote. Los introdujo levemente desentrañando una llave de bronce que se ocultaba bajo su vestido.
Retiró la llave de la cadena que llevaba al cuello, mediante un enganché que había entre ambas. Bill le ayudó con la cortina, ella se lo permitió. El metal entró en el metal. Ambos se observaron durante el proceso.
El movimiento de la llave al girar lo agitó, como si se tratara de una caricia fina. Sabía lo que encontraría tras esa puerta. Incluso le parecía percibir el aroma del cuero y el sonido del látigo.
En cuanto la puerta se abrió, ella entró. Lo espero del otro lado del umbral, apoyada de forma sugerente contra la madera. La observó, aún desde fuera. Sus miradas. Fuego contra fuego. Bill sabía que lo único que separaba su razón de aquel mar de locura, era ese umbral. Se zambullo con un solo paso.
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 La penumbra del pasillo nos envolvía. Nos entregaba una exquisita sensación de intimidad. La distancia que nos separaba era tan corta, que podía tocar su hombro con mi mano si así lo deseaba. Y lo deseaba. Pero tenía sus palabras nítidas en mi mente.
“Yo digo cuándo y dónde”
Era parte del juego, era parte de lo que me excitaba y de lo que me tenía aquí.
Un quejido lastimero se escuchó a través de la puerta entreabierta de una habitación. El sonido cruzó mis sentidos, abriendo aún más mi deseo. Observé a la distancia. La puerta de la habitación que nos había alojado estaba cerca. Nadie nos había obstaculizado el paso.
El ritual, al llegar a nuestro destino, fue similar. Ella entró, dejando la puerta abierta para que la siguiera. Cerré y apoyé la espalda contra la madera. Quería observar con algo más de detalle el lugar, un detalle que el primer día omití a causa del nerviosismo y la excitación. Ahora estaba igualmente excitado, pero quizás, algo más confiado. Aún no comprendía que la confianza era una ilusión más en su dominio.
La habitación no tenía paredes a la vista. Todo estaba completamente cubierto por aquellas pesadas cortinas rojas. El olor era como lo recordaba, limpio y almizclado. El pilar de metal al que estuve atado llamó mi atención. Me pregunté cuántos arañazos de cuchillo podría tener. Me acerqué y lo toqué, deslizando los dedos en busca de hendiduras. Encontré más de las que podía imaginar.
Ella se acercó a una de las paredes, la vi abrir las cortinas tras las que se encontraba el expositor de mis fantasías. Ese sobre el que la mancillaba. Me observó, sus ojos parecían penetrar en mis pensamientos, capaz de leer mi deseo.
Se acercó con la fusta en la mano. Sus tacones rompiendo el silencio. Mi corazón se acompasó a sus pasos. La fusta presionó mi pecho marcando distancia, en tanto su boca se acercó a mi oído.
—Ponte cómodo — me ordeno, con la suavidad de una serpiente seduciendo a su presa.
La vi alejarse tras el biombo. Sabía que haría.
Me abracé al pilar de metal, completamente debilitado por la excitación. Sus manos diestras removían la ropa, la retiraban y la iban trasformando ante mis ojos en algo mucho más letal. Se estaba convirtiendo en el águila que devora a la serpiente.
Su figura traslucida a través de la tela del biombo me cortaba la respiración. Su cuerpo, por un instante desnudo, me permitió adivinar la tersura de la piel. Me agité aún más, cuando mi desbordada imaginación, me llevó a recrear su tacto.
“Ponte cómodo” Había dicho y yo no sabía qué debía hacer. ¿Debía desnudarme? ¿Debía vendar mis ojos?
La incertidumbre se alojó en mi estómago. Recordándome quién daba las órdenes.
Continuará…
Sí, sí, sí… ya sabemos que somos crueles, no nos tiren tomates todavía *se esconden bajo la mesa* No saquen los látigos aún. Ya sabemos que somos perversas por dejarlo así pero… ya saben que todo lo bueno se hace esperan, si no pregúntenle a Bill.
Esperamos que les guste y muchas gracias por seguirnos hasta aquí.
Besos.
Archange-Anyara

Dedicatoria.
Este capítulo ira dedicado a Selene por hacernos saber, con hermosos detalles, lo mucho que ha entendido la esencia de ROJO. Muchas gracias

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