martes, 21 de mayo de 2013

Anhelo - Serie Erótica X



Anhelo
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Estoy acostado. Hasta hace un momento, dormido. Noto un suave cosquilleo en mi frente, que se desliza hacia mi sien y el contorno de mi oído. Sé que estás aquí, pero lucho por no abrir los ojos. No quiero verte, para luego dejar de hacerlo otra vez. Si simulo que esto no es más que un sueño, mañana podré sentir la frustración de saber que no ha sido una realidad, pero no será el dolor enorme que produce la incertidumbre. No ese dolor de no saber si te he soñado o has sido una realidad.
Tus dedos tocan el contorno de mi mandíbula, acarician sobre mi barba y la respiración por poco me traiciona. Es tan confuso el mundo de los sueños. Tantas veces te he amado como un ser real y tantas otras veces he sabido que no lo eres. Aparento estar dormido para no aferrarte a mí como un desesperado, porque decidir estar solo duele, pero duele más cuando te dejan solo. Estar sin ti, es como si tiraran de mi corazón fuera del pecho, día a día, segundo a segundo. Lo triste no es perder el alma por un amor, lo triste es agonizar porque no la pierdes. Sigue ahí despedazando cada trozo de ti, cada conexión dentro de la materia invisible que te compone: los sentimientos.
Tu caricia baja por mi cuello, mi clavícula y se detiene en mi pecho. Todo mi cuerpo languidece bajo tu roce y sé que ha reaccionado. No tardarás en notar cuánto te deseo. Pero no eres más que una ilusión, y mi cordura se tambalea cuando lo comprendo, porque te amo, te amo, te amo… y no eres parte de mi mundo. Perteneces a una realidad diferente, a un extraño mundo que no veo. Apareces y desapareces de mi vida rompiendo todos los caminos posibles. Y sólo me queda esperar.
Una lágrima cae de mis ojos cerrados, se oculta de ti en la almohada, permitiéndome un poco más de intimidad, pero sé que no durará demasiado. No puedo más.
Me giro en la cama, simulando uno de los tantos movimientos que se tienen durante el sueño. Me quedo muy quieto, otra lágrima se derrama. Ya no siento tus manos, ni siquiera el calor de tu cuerpo, y temo que haya llegado la soledad por la que estoy clamando. A punto estoy de liberarme en medio de sollozos, cuando notó tu caricia contra mi pecho, justo dónde está mi corazón. Probablemente sus latidos me hayan delatado ya. Por un momento temo que quieras arrancármelo, pero eso es imposible, ya te pertenece. Siento como tu pecho se pega a mi espalda, y me derrumbo sin remedio. Mis dedos buscan los tuyos, los enlazan y los aprietan. Eres mía, por este instante sublime en el que… quizás te estoy soñando.
Tus labios tocan mi cuello, mi nuca. Sé que estás besando mi tatuaje y noto como mi piel se eriza y  clama por ti. Quiere sentirte, tocarte. Mi cuerpo entero quiere enredarse al tuyo. Quiere sexo, aunque nunca ha sido por el sexo.
Tus besos bajan por mis hombros y mi espalda. Me quedo muy quiero, aferrado a tu mano. Aún tengo los ojos cerrados, temiendo a que te diluyas si los abro, como el sueño que eres.
Tu boca llega a mi costado, a ese tatuaje que dices amar. Separo los labios y dejo que se escape un suspiro. Escucho mi propia voz y reconozco la agonía.
Nunca será por el sexo.
Me giro hacia ti. Y sólo cuando tu cuerpo está sobre el mío abro los ojos. Te observo delineada por la luz de la noche, y escucho el grito silencioso que brota de mi pecho. El clamor de mi alma a tu alma ¿Lo escuchas? Te pregunto sin palabras. Tus manos se llenan con mi rostro y tu boca se apodera de la mía. Separo los labios en un gesto simple de contacto, pero sé que al hacerlo te permito entrar en mí, dejando caer todos los resguardos. Me entrego a ti en un solo beso, en una sola caricia… en un único pensamiento.
Amor.
Mis manos se aferran a tus piernas y tiran de ti. Mi cuerpo, sin excusa, responde al roce. Quiero entrar. Entrar y permanecer, hacernos eternos a través de la entrega. Me alzo y te abrazo, quiero ser yo quien domine. Lo necesito tanto. Tus manos, aún en mi rostro, acarician mis mejillas, mis cejas. Tu voz se rompe en una pregunta que siempre me formulas. Una pregunta que no entiendo, y que me condena.
—¿Te has enamorado?
Por qué lo preguntas. Agonizo cada vez que lo intento.
—No —te respondo, sabiendo que si te confieso la verdad, nuestros mundos se separaran.
Tú liberas el aire, como si mi respuesta te produjese alivio. Si te dijera que es a ti a quien amo ¿reaccionarías igual? Me separo ligeramente de ti y te miro, tus ojos están aguados como los míos.
—No lo comprendo —te digo.
—No lo intentes —me pides casi suplicando.
Y tus manos vuelven a aferrarme, tu boca regresa a la mía y me devora.
Quizás he dado un mal paso. Quizás, aún no te merezco. He buscado las respuestas en decenas de atardeceres, en palabras que otros han grabado en hojas que componen libros enteros, pero no logro saber ¿por qué?
Me quito la única prenda que separa mi piel de la tuya mientras muerdo tu boca para que no te muevas. La agonía que oprime mi pecho brota como un animal herido. Te necesito. Mis dedos buscan la humedad en tu cuerpo, se hunden y te hacen gemir. Mis dientes liberan tus labios, y son los tuyos los que se aferran a mi hombro cuando tu cadera se alza.
Mi sexo te busca. El tuyo me encuentra. Te dejas caer y me hundo en ti. Un extenuado gemido surge de mí y se enreda con el tuyo. Nos quedamos así un momento, quietos y unidos. Silenciosos.
Tu boca que antes me mordía, ahora besa mi hombro lastimado. Mis manos que se enterraban en tu piel, la acarician. Y por un momento pienso en que si me quedo así, si no busco la culminación, si sólo me limito a respirar… quizás te pueda retener. Pero rompes la ínfima posibilidad. Tu cadera se mueve suavemente. Ondea con pereza, produciendo una suave caricia de tu interior alrededor de mi sexo. Cierro los ojos y dejo que mi frente descanse sobre tu pecho. El movimiento de tu cuerpo es tan suave, que casi podría dormirme acunado por tus caricias.
—¿Por qué nunca te quedas? —te pregunto.
El movimiento de tu cadera se acelera en respuesta, como si necesitaras del placer para escapar de la agonía que compartimos. Mi mano sube hasta tu seno y lo arrulla. Gimes, y comprendo que la pasión de este acto es lo único que nos ayuda a liberarnos. Lo único que ahora tenemos. Nos pertenecemos de este modo primitivo, porque aún no poseemos otro. Noto como el sentimiento araña una esperanza, intenta abrirse paso por mi pecho para no ahogarse.
Te llevo contra la cama, y tus muslos oprimen mi cintura. Tus pies se enlazan en mi espalda, aprisionándome. Te miro y mi alma le habla a la tuya. Tranquila amor, no escaparé. Cierras los ojos y tus lágrimas brillan bajo la luz azulada de la noche.
Me hundo en ti, buscando ese placer roto. Mi boca busca tu pecho, y encierra tu areola inflamada por la sangre. Toda tú me perteneces, y tu cuerpo declara esa pertenencia. Te retuerces bajo la entrada constante de mi sexo, que aún tiene mucho que cederte. Me alzo, observándote. Hay tanta belleza en tus facciones entregadas. Miro nuestro punto de unión y la humedad brilla a media luz, electrizando mi columna. Cierro los ojos, no puedo permitirme la debilidad. No puedo, simplemente, entregarme el placer. Necesito que tu voluntad sea mía, al menos de este modo, necesito poseerte. Y cuando languidezcas, incapaz de permanecer despierta, te contemplaré para guardar en mi memoria el sinónimo vivo de la hermosura.
—Bill…
Pronuncias mi nombre, y hasta la cadencia de las letras en tu voz me resultan exquisitas.
¿Por qué no eres real? Me lamento, sin saber si mi lamento es escuchado. Pero entonces tu boca busca la mía, y siento que quieres darme una respuesta que no puedes entregarme con palabras. Ahora soy yo quien sostiene tu rostro entre las manos, y mientras empujo mi deseo en tu interior, mi alma entra en ti a través de un beso.
Tu boca se abre incapaz de responder a la caricia, invalidada para mantener en silencio el placer que está experimentando tu cuerpo. Y me trago tu orgasmo. El aire que liberas en un gemido llena mis pulmones. Tus uñas dejan marcas que arden en mi piel, pero no me importa, incluso las agradezco. Esas marcas me permitirán recordarte frente a un espejo, cuando mi mente se pierda en medio de la locura.
Detengo mis movimientos, respirando agitado. Las convulsiones de tu interior me obligan a hacerlo. No quiero mi orgasmo, ahora mismo lo detesto. No quiero que nada me aleje de ti en este instante. No me importa ceder mi placer para conseguirlo. Sin embargo, anhelo volver a beberme el tuyo.
Salgo de ti, y gimes enterrando tus uñas en mis hombros. Siseo ante aquel dolor, que no podría comparar jamás con el que me atenaza en tu ausencia.
—Gírate —te indico, empujando tu cadera.
No necesitas más premisa, a veces creo que no necesitamos ni hablar.
Encierro tu cadera con mis piernas. Siento tu piel contra la cara interna de mis muslos. Busco tu interior mojado por el orgasmo y lo proclamo mío, una vez más. Tu voz se rompe contra la almohada que antes enjugara mis lágrimas. Comienzo a balancearme sobre ti, y me inclino para besar tu espalda. Tu piel arde y se estremece ante el roce de mis labios. Todo mi cuerpo responde a tu sensibilidad. Noto como se erizan los vellos de mis brazos y mis piernas. Estoy siguiendo el camino placentero que tú acabas de recorrer. Mis manos se deslizan bajo tu pecho y mis palmas se llenan con la presión de tus pezones. Beso tu cuello, mientras tú jadeas. Beso tus hombros, y tu cuerpo bajo el mío adopta mi ritmo. Una mezcla de miedo y ansia se entrelazan en mi interior. Sé que explotaré, que hundiré en tu cuerpo parte de mi esencia. Pero sé también, que el punto final habrá llegado entonces.
Respiro agitado contra tu oído y tú buscas mi boca. No hay un beso elaborado en aquella caricia, sólo un roce errático que nos habla de la pronta culminación.
Me aplasto en ti con fuerza, la misma con la que intento mantenerte anclada a mi cuerpo.
—Hazlo… —me pides, sabiendo que mi liberación es inminente.
Tu voz, tu entrega, tu aceptación, toda tú me niegas la opción de rebeldía. Tus manos unidas a las mías contra tu pecho me aprisionan cuando mi cuerpo se convulsiona. Los dardos de mi amor se abren paso por tu humedad. El placer crea un camino por los conductos de mi sexo, brota y se expande marcándote por dentro. Mi mente sólo puede pensarte, y sé que soy tan tuyo, que duele. Acaricio con mis labios tu mejilla, mientras los últimos latigazos de mi orgasmo se desprenden. No soy capaz de darte un beso, pero lo intento. Tus ojos me buscan y me acomodo junto a ti en la cama.
No voy a dormirme, no esta noche.
Tomo y muevo el cabello que se te ha pegado a la sien. No te miró a los ojos aún, sé que me perdería en ellos si lo hiciese.
—¿Por qué nunca te quedas? —vuelvo a preguntarte.
Te incorporas y te sientas en la cama, deshaciéndote de mis caricias. Puedo observar tu desnudez bajo la luna, pero no logro deleitarme en ella, el corazón se me ha detenido por miedo a que te marches. De pronto siento la necesidad de arrancarte de mi vida, de ese modo no te esperaré más. Pero entonces comienzas a hablar.
—Tú y yo, somos como dos extremos opuestos de una hoja de papel —me dices, yo me mantengo en silencio—, en este momento, yo he logrado doblar ese papel por la mitad.
El corazón me latió tan fuerte cuando lo comprendí, que el dolor me dejo sin aire.
—¿Puedo yo, doblar ese papel? —pregunté, temeroso por la respuesta.
Bajaste la mirada, fui completamente consciente de lo que te pedía que me revelaras. Luego tus ojos se clavaron en los míos y sin palabras mi alma te escuchó.
“Puedes intentarlo”
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Bueno, sé que Erótica es una serie un tanto extraña, está llena de anhelos y emociones. A veces, incluso, llena de posibilidades.
Espero que este ¿one shot? les haya gustado, no pretende ser más de lo que es. Un deseo.
Besos y gracias por leer.
Siempre en amor
Anyara

1 comentario:

  1. Solo cuando abandonamos nuestra racionalidad, sin pretender ser más que lo que realmente somos, animales salvajes en un mundo compartido, llegamos a tocar las almas ajenas como seres de luz...

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