domingo, 9 de febrero de 2014

El pájaro de la libertad - One shot


El pájaro de la libertad

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En el silencio se encuentra los azules, los violetas y los verdes. En el silencio se transforman las nubes y las montañas se vuelven niebla. En el silencio el espacio se recorre a la velocidad del pensamiento y el tiempo es una invención. En el silencio el alma encuentra su voz.

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Había estado antes frente a ti, lo sabía a pesar de no saberlo. Había recorrido un sendero luminoso, bordeado de alelíes blancos y dorados. Tú me miraste, y el pájaro que se desprendió de tu mano voló hasta la mía, posándose sobre ella hasta mimetizarse con mi piel. Sí, había estado frente a ti en un páramo de estrellas que te iluminaban la piel como diminutas pecas que yo delineaba con los dedos, con los ojos, con el pensamiento. Estuve frente a ti, también cuando fui ciego; no conseguí vislumbrar el color claro de tus sentimientos, abriéndose paso por tus ojos, ni conseguí notar el roce de tu aliento cuando me susurraste tu nombre en secreto. Ahora frente a ti, con los ojos cerrados, te veo; veo los detalles que te convierten en un alma única. En medio del silencio que nos rodea veo los matices de tus ilusiones, y el descaro con que me muestras las sintonías de tus pasiones. Huelo el aroma de la naturaleza viva de la que procedes, me inundo de ella y abro los ojos.

La conocí paseando por una de las pocas calles que aún me quedaban sin recorrer en Los Angeles. Por extraño que parezca, no fueron sus ojos, su cabello o el almizclado aroma de su perfume lo que llamaron mi atención. Lo primero que vi de ella fueron sus manos, decoradas con oscuros tatuajes de henna.

Había ido hasta allí buscando objetos diferentes y originales; objetos con alma que me contaran una historia. Me habían mencionado este barrio, dos o tres calles en las que encontraría un “mundo distinto”, y así había sido. Los colores vivaces se mezclaban con los intensos olores a incienso y a jazmín. El ruido resultaba extraño, música oriental unida a las voces comunicándose en otro idioma.

Me encontré ante una fuente de piedra labrada con motivos orientales. El día era caluroso y meter las manos en el agua fresca que caía resultaba apetecible. Sentí un roce y me sobresalté, era la mano de una chica que tenía tatuada un ave que parecía volar y que se había tocado con el ave tatuada en la mía. Vi tanto simbolismo en ello que todo alrededor dejó de moverse; sólo la vi a ella, brillando como una luna en medio de la noche.

Se alejó, dejándome inmóvil, hipnotizado, sujeto con alma e intención al halo azabache de su cabello. Comencé a perderla de vista y sólo en ese momento comprendí que no se puede tentar al destino y esperar por una segunda casualidad. Caminé tras ella, como hacen los perseguidores cuando no quieren ser descubiertos ¿Qué buscaba? ¿Qué esperaba que sucediera? Ni siquiera podía dar una respuesta clara a mis propias ideas, todas ellas estaban desordenadas en mi cabeza como las piezas de un puzzle revueltas y abandonadas. La razón se había ido de vacaciones.

La vi entrar en una tienda. Los pañuelos que estaban en venta y que decoraban la entrada, se alzaron y se mecieron con una ráfaga de viento. Entré, y comprendí que no era una tienda, era un estrecho pasadizo de piedra blanquecina que pareció trasladarme a otra tierra, más cálida y misteriosa. Me encontré con un patio interior bordeado por una galería de columnas. Sabía que estaba en un lugar privado, casi intimo, e inmediatamente retrocedí medio paso. Escuché un sonido a mi izquierda y me encontré con ella, que acariciaba un rodillo de oración budista, haciéndolo girar con sus peticiones. Hizo una suave reverencia y se alejó, internándose en la galería. Avancé un par de pasos, con la incertidumbre de sí debía seguir o no, pero entonces se detuvo en un umbral y me miró, invitándome a seguirla por aquel laberintico lugar. Mi corazón latió tan fuerte que sentí el martilleo de la sangre en los tímpanos.

Crucé el umbral que ella atravesara antes y noté un fuerte aroma a sándalo. Mientras más avanzaba por ese pasillo de piedra, más parecía estar atravesando un portal del tiempo. El ruido exterior no entraba a este lugar, el silencio me envolvía como hacía el humo del incienso, aislándome de todo lo que conocía. Entré en una segunda habitación iluminada por los claroscuros que el sol proyectaba contra una celosía. Las cortinas que adornaban las ventanas se elevaban suavemente por el viento, creando un ambiente que parecía invitarme a dormir una siesta larga y placentera. Sentí un toque suave en el brazo, casi una caricia, que llamó mi atención. Ella se protegió tras un biombo de madera labrada, que me permitía adivinar su silueta y su mirada.

—¿Por qué llevas ese pájaro? —me preguntó.

—No lo sé, necesitaba tenerlo —respondí con lo más esencial de mí. Sus ojos de un color verde tan claro que parecían de cristal, me observaron con atención, dilucidando algo en el fondo de mi alma.

—Entonces tienes que averiguarlo —dijo, recorriendo el biombo hasta el final, para adentrarse en la oscuridad de una nueva habitación.

Entré en ella con la cautela de un ciego, tocando las paredes y asegurando mis pies antes de dar un paso. En lo que creí era el fondo, la vi a ella sosteniendo una larga varilla con una llama en la punta. Encendió una vela que la iluminó precariamente, luego encendió otra y otra, hasta que la habitación estuvo rodeada de una cálida luz. No comprendía porque no podía dejar de mirarla, mis ojos seguían cada uno de sus movimientos; mi cerebro los estudiaba y mi ser los reconocía.

Se puso de pie frente a un altar en el que pude distinguir una serie de figuras, algunas las había visto en venta en tiendas de decoración como si se tratara de curiosidades exóticas de otras culturas, pero ella parecía venerarlas con respeto y en el más absoluto silencio. Encendió una nueva varilla en una de las velas y la acercó a un recipiente que se encendió de inmediato, creando una llama más fuerte y constante entre las demás. La calma que rezumaba el lugar parecía detener el tiempo, como si los minutos no existieran, como si el día y la noche dejaran de importar.

La vi hacer una reverencia con las manos unidas, luego se giró hacia mí, repitiendo el gesto. Titubeé un momento, pero le respondí del mismo modo, aunque con mucha menos prestancia de la que ella tenía. Sonrió, y su sonrisa suave y moderada parecía conjuntar con la calma que destilaba toda la habitación. Caminó hacia mí, quedando de pie tras mi espalda. Quise darme la vuelta, de forma instintiva, para ver lo que iba a hacer, pero su mano sobre mi hombro me indicó que me quedase quieto. Comencé a tomar aire profundamente cuando noté sus manos alzando mi camiseta para quitármela. Me quedé inmóvil, sorprendido y sin saber cómo reaccionar. Ella insistió y yo levanté los brazos, ayudándole a desnudarme.

¿Qué debía hacer? ¿Debía preguntar lo que estaba pasando? ¿Debía dejarme llevar?

Dobló la camiseta que acababa de quitarme y la dejó sobre un banquillo que había a un lado de la habitación. Hasta ese momento no había notado los confortables cojines que había junto a mí, enormes y mullidos como si se tratara de una cama en el suelo. Me sentí inapropiado, ignorante.

Tomó de entre las cosas que había en el altar, una especie de sábana, e hizo una reverencia a sus dioses. Se acercó a mí con ella en las manos y me miró a los ojos, enseñándome su mano tatuada. Sólo en ese momento noté que el antebrazo también estaba adornado con preciosos dibujos de henna.

—Voy a dibujar en ti, cada dibujo será hecho en medio de oraciones que te ayudarán a ver lo que no ves —me explicó— ¿Lo aceptas?

—Sí —acepté con un gesto. Esperaba que aquel ritual me ayudara a comprender por qué confiaba en ella del modo que lo hacía, por qué me sentía tan intrigado y a la vez entregado.

Desdobló la tela que traía en las manos, extendiéndola para rodear mi cintura con ella. No podía ignorar el aroma almizclado de su cabello, o el confiado roce de sus manos con la piel de mi cintura. Metió una de las puntas de la tela, que parecía de lino, en el borde de mi pantalón para asegurarla, y al completar el giro, hizo lo mismo con el otro extremo.

Me senté en el suelo como me indicó, y esperé

La habitación se encontraba sumida en una cálida luz que nos rodeaba y nos otorgaba una fuerte sensación de intimidad. Sus manos comenzaron a trabajan con delicadeza, casi sin tocar mi piel, mientras iba trazando dibujos a voluntad con la henna. Cada toque de la pastosa mezcla es frío e imprevisible. Pero resistirse al destino es morir antes de llegar al final.

Cerré los ojos e intenté imaginar qué figura recreaba en mi espalda. Los trazos eran pequeños y ondeaban casi con la misma intención con la que ella murmuraba algún mantra que no llegaba a dilucidar, como si intentara bendecir cada una de las líneas que pintaba. Había un abismo de diferencia entre el dolor de los tatuajes que había puesto en mi cuerpo y la sutileza que ella empleaba en su toque. Sin embargo, la intensidad y la expectativa con la que esperaba el nacimiento de ese nuevo dibujo era igual de fuerte.

La sentí recorrer con ligereza toda mi columna, el zigzag curvado del trazo me provocó un leve escalofrío. Era tal el modo en que me confiaba a ella, que sonreí y me vi recostado sobre la hierba fresca de un prado que desconocía; dormitaba mientras ella jugueteaba con el tallo de una flor sobre mi piel y el sonido de un riachuelo a lo lejos parecía llamarme con un canto cristalino. A nuestro alrededor crecía la hierba de color verde, con pequeños matices de violeta, fucsia, amarillo, azul. Las flores nacían de los troncos de los arboles, mezclándose con la corteza, las ramas y las hojas. Yo, que toda mi vida he estado atado a la realidad, me sentía de pronto inmerso en la fantasía más absoluta.

Sentí un nuevo toque de la henna sobre mi hombro y la respiración de ella sobre mi piel. Inmediatamente mi mente elucubró su cercanía en aquella escena paralela que estaba creando. Me sumergí en ese espacio inmenso y privado de hierbas brillantes, de sonidos emotivos y puros. La miré y en sus ojos vi una profunda realidad que podía comprender estando ahí, pero que mi mente racional no llegaba ni siquiera a vislumbrar ¿Cuántos espacios vibrantes y plenos nos perdemos por no mirar con los ojos de la intuición?

La brisa que nos rodeaba comenzó a elevar la tela ligera de su vestido, la levantó de la hierba, haciéndola flotar durante un instante sin tiempo. Sonreí ante la idea de un espacio sin gravedad y me imaginé a ambos caminando por encima de la hierba. Las puntas de las hojas verdes, violetas, fucsia; nos acariciaban la planta de los pies desnudos. En ese instante comprendí que mi deseo se hacía realidad sólo por pensarlo. En aquel sitio en el que me hallaba la vida transcurría con la mayor irreverencia, y sin embargo, con la más completa coherencia. La ligereza de nuestros pasos, la escasez de peso en nuestro cuerpo, representaba la ingravidez que se adquiere cuando se llega a un estado de libertad interior; cuando te has quitado todas las cadenas que atan tu mente y finalmente  vuelves a ser tú.

Me sumergí de tal manera en aquella visión, que dejé de ser consciente de mi cuerpo y de los toques de Chandra en mi piel. La miré sorprendido al descubrir su nombre en mis pensamientos, mientras avanzábamos por aquel paraje claro y luminoso. Comprendí que la felicidad que iba experimentando cada vez con más fuerza sólo era posible cuando te limpiabas de la realidad; ese manto oscuro que no nos permite ver que podemos ser felices si escogemos serlo. Estamos tan absortos en un mundo que parece no ofrecernos nada nuevo, que la desesperanza nos embauca y nos va quitando la inocencia hasta que la olvidamos.

Nuestro camino se detuvo en la orilla del estrecho río. El agua cristalina corría creando una melodía que se mezclaba con el arrullo de las hojas mecidas por la brisa.

—Si me concentro, creo que las escucharé hablar —dije, con Chandra a mi lado.

—No lo dudes, si oyes con suficiente atención todo a tu alrededor te hablará. El río, el árbol, la montaña a lo lejos —extendió su mano, abarcando todo el paisaje.

—¿Tú escuchas?
                                                                                                                                                        
—A veces, cuando me mantengo en silencio…

—… Y el silencio se vuelve pensamiento…

—Sí.

Me sentía muy cómodo en aquel sitio, respirando el aire liviano y recibiendo la calidez suave de un sol que iluminaba todo.

—Hay algo en el agua —dijo ella, inclinándose.

Miré hacia el río. Era tan transparente que lo único que me impedía mirar el fondo con nitidez eran las pequeñas ondas que se formaban por el afluente. Noté una pequeña luz blanca, como una piedra de cuarzo, que comenzó a encenderse cada vez con más fuerza; la luz ya no sólo era blanca, empezaba a tener destellos dorados que al ampliarse se convertían en pétalos de loto. Cuando aquella luz transformada en flor alcanzó el tamaño de mi mano, los pétalos del centro se tiñeron de azul y se abrieron enseñándome un pájaro de color negro, que brillaba tornasolado al sacudir sus alas bajo el agua. Miré a Chandra que me observaba con una sonrisa dulce y maravillada. Hundí los dedos en el agua con suavidad para no asustar al ave, pero esta parecía esperarme. Cuando acerqué mi mano se acurrucó en ella esperando a que la sacara de la superficie. Al notar el calor del sol, trinó un par de veces posada en mi mano, se lo acerqué a Chandra y ella lo recibió. El ave acicaló sus plumas con calma, sin temor, una por una las fue abriendo con su pico y estas brillaban con hermosos matices de colores que no podría explicar. Finalmente sacudió sus alas, primero con un par de movimientos cortos para abrirlas luego en uno más amplio que lo elevó lejos de nosotros.

—Eso es libertad —expresé.

—Los antiguos, los maestros —comenzó a decir—, hablaban del ave de la libertad. Decían que podías ver cientos de aves a lo largo de una de tus vidas y que todas surcarían el cielo, pero que cuando pudieses ver a un ave florecer en el fondo de un río cristalino, esa sería el ave de la libertad. Sólo puedes verla cuando miras con los ojos de la intuición, lejos del aprendizaje que construyen a tu alrededor.

Cuando terminó con aquella explicación se puso en pie. El aire comenzaba a oler a incienso y la luz a nuestro alrededor se iba apagando poco a poco acercando el paisaje a la penumbra del atardecer. Tomé su mano, esperanzado en que no se fuera.

—¿Te vas? —le pregunté.

—Nunca me he ido.

—¿Te volveré a ver?

—Cuando el ave de la libertad florezca bajo el agua.

Abrí los ojos y la encontré frente a mí. Permanecía arrodillada, esperando a que yo regresara de ese extraño espacio en el que había estado.

—¿Lo has visto? —me preguntó. Sabía que esa pregunta podía traer consigo muchas más: Si he visto qué ¿A qué te refieres? No te entiendo. Sin embargo, esa intuición que acababa de descubrir y que ahora mismo fluía por mi cuerpo, me daba la respuesta exacta.

—Sí.

—Entonces, ahora ya lo comprendes —su mano tatuada se posó sobre la mía, del mismo modo que se había posado el pájaro de la libertad.

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La vida es una composición perfectamente ideada para nuestra evolución. Es un camino que está en constante movimiento, uniendo nuestros destinos con los destinos de otros que a su vez están destinados a nosotros. La vida es una maraña de sutiles lazos que se encuentran maravillosamente ideados para llevarnos por el camino que debemos recorrer. Pero ¿Es ese camino el que quisiéramos seguir? A veces, sin saber cómo, miramos con otros ojos… y la vida brilla.

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N/A
Aquí les dejamos una historia que comenzó con la idea de transmitir un encuentro místico que termino por sorprendernos por la fuerza con que las palabras se abrieron paso, mezclando la realidad con la posibilidad.

Un beso.

Archange~Anyara

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