sábado, 9 de julio de 2016

Plenitud / Serie Erótica


Plenitud
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Me invade una extraña sensación cuando tu voz timbra en una risa nerviosa, mezcla de travesura y pura excitación. Me gusta provocar los temblores que luchas por contener, del mismo modo en que contienes la risa en la garganta, transformándola sin quererlo en un gemido descontrolado. Me siento tu dueña, la gestora de todo lo que te invade, la creadora que bosqueja cada expresión en tu rostro, la que consigue hilar las sensaciones bajo tu piel para que el vello sobre ella se erice y busque conexión más allá de lo que comprendes.
Podría sumergirme en todas las realidades relevantes de este momento, como por ejemplo en la maravillosa idea de cruzar universos enteros para encontrar aquello que amamos. Sin embargo, sólo puedo centrarme en la presión de tu sangre bajo la piel que mi lengua acaricia. Sí, soy humana, disfruto del placer de tu piel, casi tanto como el color ámbar que estalla en tus ojos cuando tu mente descubre la creación a través de un orgasmo. Qué poco sabemos de la conexión irrompible que tenemos con todo lo que nos rodea, qué poco entendemos del modo en que cada respiración que damos nos conecta con el resplandor de una estrella a miles de años luz.
Deslizo la lengua, lamiendo el helado tatuado que se derrite en tu pierna. Te miro mientras lo hago y tus ojos se entrecierran y se abren, intentando enfocar el recorrido de mi boca. Vuelvo a lamer, esta vez desde el otro lado del dibujo, humedeciendo la piel que aún no he tocado, te escucho soltar un sonido parecido a un ronroneo y se me eriza la piel de la nuca. Insisto con mi tarea con el helado y como es normal, le doy un pequeño mordisco al barquillo y entonces siseas; puedo adivinar lo que tu mente está relacionando. Cierro los ojos y me deleito con la textura del vello. Las sensaciones de mi cuerpo se van acentuando y punzando en mi sexo. Me obligo a tener paciencia, a esperar hasta desesperarte.
Nos rodea el sonido de esta noche de verano, de tanto en tanto oímos voces y risas ajenas a lo que hacemos a pocos metros sobre ellas, en la terraza de tu habitación. Hoy llegué hasta ti casi sin proponérmelo, fue simplemente cerrar los ojos durante el instante de un pensamiento y al abrirlos estabas aquí, recostado en una silla de esta terraza. Te observé, de pie tras de ti,  durante el tiempo en que mi presencia te fue ajena y me deleité con la imagen de tus piernas largas y con la tensión perfecta. La ansiedad se instaló de inmediato en mi vientre, fue como un golpe que me llevó a sostenerme de tu hombro, sin importarme si te asustaba o no; me mareó el deseo y antes de decir nada, ya estaba recorriendo la extensión de tu piel con la punta de los dedos.
—Ven aquí. Por favor, ven aquí —dices, mientras buscas tirar de mí desde el hombro. Te ignoro, aunque te escucho y me regodeo en el tono de angustia que filtra tu voz. Doy pequeños toques con la lengua a la cara interna de tu muslo, esa parte de tu cuerpo que me resulta tan sensual que mi propio placer se acumula a punto de estallar cuando pienso en ella. Atrapo la piel suave entre los dientes y contengo las ganas de apretar hasta llevarme un bocado—. Ven —insistes, perdiendo la voz en un jadeo.
¿Qué posibilidad hay de resistirse a tu voz rota de pasión? Pocas, casi ninguna, quizás sólo una pausa como la que he hecho para mirarte con la mejilla apoyada contra tu muslo. Te miro y es mi propia pasión la que veo en tus ojos.
Extiendes la mano y entra bajo el vestido y el sujetador. La sangre en mi cuerpo acelera su recorrido cuando dos de tus dedos crean una tijera que se cierra en torno al pezón. Siento como se llenan de sangre los labios de mi sexo y palpita el interior de él por el vacío en el que me mantienes. Sin embargo no me muevo, sólo respiro hondamente e intento no gemir demasiado alto. Tu pene se manifiesta, atrapado por el pantalón corto que vistes y deslizo la mano por una de las piernas hasta que doy con él. Nos mantenemos así, yo acariciando tu pene y tú mi pecho, ambos perdidos en el preámbulo del final. Tus ojos buscan los míos y comprendo que ver la expresión de tu rostro excitado es de lo más hermoso que jamás veré; no estás aún ardiendo de pasión, te estás quemando a fuego lento y eso hace que tus parpados estén algo cerrados y tus pupilas dilatadas hasta consumir el iris. Tu boca se mantiene entreabierta y relajada, lista para irrumpir en ella con mi lengua.
Me alzo sobre ti, casi sin darte tiempo a entender lo que quiero hacer. Mis manos encierran tu rostro y hundo la lengua en tu boca como si buscara encontrar tu alma. El toque de tus manos sobre mis caderas, con los pulgares bajando por la ingle, se convierte en presión y el deseo me recorre con la densidad de un aceite tibio. El beso se convierte en algo intenso y casi asfixiante. Mi sexo busca tocar el tuyo a través de la ropa y tu respondes empujándote hacía mí. La excitación se vuelve tan intensa que jadeo en medio del beso y sobre tu boca. Por un momento consigo hilar una idea y te miro a los ojos mientras pienso en todas las veces en las que te hice el amor sin conseguir estar presente, pensando en lo externo: el modo en que verías mi pecho o si te considerarías que me movía como las diosas que nos venden en los estereotipos. No puedo evitar el nudo que se me hace en la garganta; fueron tantas las veces en las que creí amarte y me perdí la maravilla de hacerlo realmente. Tus ojos se enfocan en mis ideas, sé que no puedes leer los detalles de lo que me consume, pero comprendes el fondo.
—Sostente —me dices en un susurro y me rodeas con un brazo, hasta quitarme el aliento. Si tuviese que desgranar el modo en que me tocas, me detendría en la forma en que tus dedos se acoplan a mi espalda, de uno en uno, abiertos y firmes; también hablaría tu modo de atraer el aire y contenerlo en los pulmones, para soltarlo sólo después de que te has sentado y deslizado hacia atrás. No podría olvidar tus labios cuando me rozan cuello  y el modo en que tu respiración caliente humedece mi oído.  Me acomodas y me dejas descansar a los pies de la silla. Te echas sobre mí y tu pene presiona en medio de mi sexo.
Bendita presión —pienso, sin poder emitir palabra.
Te beso, ahí dónde mis labios alcanzan tu cuerpo: el cuello, la mandíbula, la boca. En mi mente recreo un suspiro cuando pienso en el vicio de tu boca que me hace devorar tus besos. Me consume ese sólo contacto y puedo pasarme instantes infinitos rememorando la forma en que me toca y el modo en que encaja con la mía. A veces creo que podría vivir una vida entera sólo con el recuerdo de haberte besado.
Abandonas mis labios y suelto un suspiro que se convierte en gemido cuando tiras de la ropa para liberar un pezón. No gastas tiempo en preámbulos, te lo llevas a la boca y mamas de él  como si te alimentaras; cada movimiento tira en mi interior como hilos conectados e irrompibles. Te miro y veo como cambia tu rostro con cada succión. La visión me estimula hasta convertir un gemido en un jadeo roto y en la lucha de mi cuerpo por acoplarse al tuyo. El sonido que hace tu boca al soltar el pezón se lleva un gemido que brota sin barreras; no quiero volver a perderme ni una gota del placer que me das, ahora lo atesoro con la comprensión de quién vuelve a tener la posibilidad de beber de un manantial que dejo secar.
Si tan sólo lo hubiese sabido…
Te acomodas entre mis piernas y remueves las prendas que interfieren con tu meta. El pesar de mis ideas se desvanece y sólo puedo concentrarme en tus pestañas y en el arco que crean cuando bajas la mirada y frunces el ceño un poco, sólo un poco, lo suficiente como para exteriorizar tu concentración. El corazón se me dispara, sé lo que harás y el deseo me inflama todo el cuerpo. Miro al cielo y espero, espero ansiosa y siento tus dedos tocar la piel, delinear y separar la primera capa de mi sexo. Respiro agitada y observo el tintineo de alguna estrella, consciente del modo en que tus dedos se van impregnando de mi humedad. Vuelvo a mirarte, tus ojos están fijos en tu tarea, pareces deleitarte en el recorrido que estos hacen hasta que te detienes en la entrada y me observas. Tus dedos van penetrando muy despacio y la excitación me hace suspirar. Entonces te inclinas y tu lengua me toca, me toca y me toca; siento como la introduces, acompañando a tus dedos. La compostura me abandona y arqueo la espalda y suplico alto y miro las estrellas y busco en ellas una respuesta para este exquisito placer.
¿Has visto alguna vez volar a las golondrinas? Se mueven traviesas, en bandadas pequeñas y cantan y se deleitan. Así te mueves sobre mí, travieso, deleitándote. Tu lengua juega con mi sexo, se pasea por todos sus pliegues, los recorre con la rigidez justa para que mi cuerpo tiemble por completo. Busco tu mano, que engancha mi pierna y me sostengo de ella. Noto como todo mi ser es empujado hacía un punto, supongo que del mismo modo que la flor que permanece encerrada en el botón y que está a punto de abriese paso con sus pétalos para florecer.
—Ven, ven —te pido, desesperada, no puedo llevarme esto sola, necesito de ti para que la plenitud sea real, para que todo tenga sentido. Tú insistes y yo me remuevo con una desesperación nueva. Me miras y pareces confuso, pero me miras y ya no hay confusión—. Ven —te suplico, tirando de tu mano para que te alces y me llenes. Sí, así, del modo en que lo estás haciendo. Tus ojos no dejan de mirarme, no quiero cerrar los míos para no perderme nada, para no volver a perderme nada de ti.
Ondeas entre mis piernas, sumergido en la humedad caliente de mi sexo. Jadeas sobre mi boca; yo tiemblo bajo tu cuerpo. Ambos sumergidos en la desesperación ¿Será la desesperación del deseo la antesala, la puerta a la revelación de la vida?
—No te vayas más —me pides. Siento la presión en el vientre otra vez y veo el placer en tus ojos y siento el dolor brotando en carne viva, lo encuentro también en tus ojos y lo siento en el espasmo de tu cuerpo. Nos aferramos uno al otro y el dolor se convierte en lo mejor que tenemos y lo amamos y lo atesoramos porque nos abre a la vida. Pocas veces comprendemos el dolor del modo en que está concebido; hecho para mostrarnos el alma abierta. Cuando sangra una herida no es la debilidad la que nos conmueve, ni la tragedia, es el recuerdo de que podemos morir y entonces vivimos, realmente vivimos, con más fuerza, más ansia y más tesón.
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N/A
Cuánto puede dar de sí una fotografía…
Uno más de Erótica, por culpa y gracias a Bill. Espero que les guste.
Un beso.
Siempre en amor
Anyara









2 comentarios:

  1. Desconcertante: Quién tiene realmente el poder? Es un shot directo, rápido, corto, hirviente...

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  2. ¿Qué posibilidad hay de resistirse a tu voz rota de pasión? Pocas, casi ninguna, quizás sólo una pausa como la que he hecho para mirarte con la mejilla apoyada contra tu muslo. Te miro y es mi propia pasión la que veo en tus ojos.

    Definitivamente ... es hermoso 100% hermoso <3

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