Prólogo
.
El aire en la
habitación estaba enrarecido. Húmedo. La luz era escasa. Las ventanas permanecían
cerradas, habían olvidado abrirlas al entrar, parecía lógico su prioridad no
era esa. Lo demostraban las risas terminadas en jadeos que llenaban la estancia,
y las prendas de ropa dispersas a medio desabotonar.
Bill se mantenía con
la mirada nublada por el deseo y las pastillas que se había tomado. Sólo habían
sido dos, de las tres que le había dado Luther. Unas cápsulas doradas, símbolo
del éxito que iba adquiriendo. Sabía que aquellas píldoras no le afectarían
demasiado, no lo habían hecho antes, por qué sería diferente ahora. Sin embargo
ella llevaba encima un poco más, la evidencia estaba en la forma errática en que
reptaba por la cama y en las sacudidas que le daba a su cabeza para aclararse.
Pero a pesar de eso le
sonreía.
Quizás esa fuese una
de las razones por la que la escogió. O quizás fuese por la euforia del
momento, esa magnífica sensación de poder que lo invadía, y que no terminaría.
La certeza de estar apoderándose del mundo junto a su banda.
Las firmas de discos,
las sesiones de fotos, fiestas como la que acababa de dejar. Todo conformaba
parte de los colores del éxito. Y se sentía incapaz de despreciarlo. Deseaba
ser artista, lo deseaba desde que tenía memoria. Y su madre lo entendía tan
bien ¿cuántos conciertos habían disfrutado juntos frente al televisor, e
incluso en directo? Él era especial, siempre lo había sabido, ella se lo decía.
Sólo era cuestión de tiempo que alguien más lo descubriese.
La chica se removió
inquieta bajo su cuerpo ¿Cuál era su nombre? Pestañeó un par de veces para
recordar, pero la piel suave del estómago femenino en contacto con sus muslos,
lo persuadió. Se olvidó de cualquier cosa que no fuese ella. Le sonrió y la
muchacha le devolvió la sonrisa. En ese instante, casi podía palpar la cercanía
de la perfección. Era famoso. Sabía que como esta chica había muchas más que
desearían estar en su cama. Pero esta noche la había elegido a ella, y eso lo
sabían ambos. Se inclinó y la besó con toda la suavidad que la adrenalina le
permitía. La mordió y la chica se quejó, reteniéndolo y pidiéndole más cuando
quiso alejarse.
Le gustaba la lucha,
el suave estado de violencia que la invadía en medio de la excitación. Esa idea se recreó en su mente y observó su
cinturón negro que permanecía colgando en el borde de la cama junto con su
pantalón. Notó la euforia aumentar cuando imaginó aquel juego.
Recordaba el sexo, en
su mente resonaban las imágenes y la sensación de estar dentro de ella. Recordaba
el placer, y el cuello de la chica rodeado por el cuero negro.
.
Eso había sucedido hacía más de cinco años.
Bill observaba el techo de su habitación a oscuras. Los
recuerdos de esa noche lo perseguían, y lo peor, lo atrapaban. Lo asfixiaban
hasta el punto en que se encontraba ahora.
Buscó en la mesilla junto a su cama y encontró lo que
buscaba, sus pastillas para dormir. Tomó dos y se las tragó sin agua. Al menos
por esta noche dormiría sin soñar, porque las pesadillas podían ser más
terribles que los recuerdos. Al menos esta noche no aparecería ante sus ojos el
rostro pálido de ella.
.
N/AEl comienzo de una historia que lleva meses gestándose en mi cabeza. Espero que les guste y que me dejen sus impresiones.
Saludos y gracias por leer.
Siempre en amor.
Anyara
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