miércoles, 5 de diciembre de 2012

La sombra en el espejo - Capítulo V


Capítulo V
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Permanecía sentado en el suelo sobre una manta que había traído, y que me aislaba del polvo que había en la habitación. Mi alergia iba en aumento desde que venía pero no me preocupaba, del mismo modo en que habían dejado de preocuparme muchas cosas.
La luz del día entraba por la ventana. Observaba la hoja de mi libreta cuya única escritura era un cuadrado en una esquina con muchos otros más pequeños en el centro, dando la sensación de ‘infinito’ a aquel pequeño trazado.
El espejo frente a mí se mantenía en absoluto silencio.
Desde la noche anterior en que la chica se había dormido, éste no había vuelto a reflejar nada más que mi rostro y la habitación en la que me encontraba. Había dado vueltas por la casa. Salido fuera esperando ver algún reflejo. Había regresado a casa de Sarah, pensando que quizás entonces el espejo funcionaría, pero no había nada. Lo limpié hasta dejarlo reluciente y luego de todo eso decidí sentarme aquí e intentar escribir, esperando.
Suspiré, no había un mecanismo de encendido en lo que fuera que sucedía con él. Me observé y comencé a ser cada vez más consciente de mi imagen. De pronto me pareció ver en mi labio el piercing que solía llevar Tom, mi reflejo mostró una sonrisa socarrona que yo conocía muy bien. Arrugué ligeramente el ceño, sintiéndome de pronto un poco ahogado. Respiré profundamente buscando el aire que comenzaba a faltarme, y entonces comenzó a perderse la imagen, dando paso a otra.
Y el aire volvió a entrar en mi cuerpo con calma.
Kissa apareció ante mis ojos. Estaba sentada en el suelo sobre una alfombra de color claro que había junto a su cama. Parecía estar concentrada mientras escribía algo en una especie de cuaderno. Cada pocos instantes llevaba el lápiz que sostenía en la mano hasta su boca y lo apretaba con los dientes, pensando.
Finalmente suspiró, y cerró aquel cuaderno con un seguro. Se puso en pie para meterlo en el cajón de un mueble lateral. Luego se estiró como hizo días antes, aquel parecía un gesto habitual en ella. Se giró repentinamente hacia la puerta y salió de la habitación, dejándome en absoluta soledad.
—No…
Fue todo lo que pude decir cuando la vi marchar ¿Por qué necesitaba verla?
Miré hacia el suelo, buscando en mi mente comprender lo que sucedía. Era como tener uno de esos sueños vividos, que te quedas planteándote si ha sucedido de verdad.
La puerta de la habitación volvió a abrirse, y noté un suave calor en mi pecho.
“Pasa”
Dijo Kissa. Una chica tan blanca como ella, y algo más rubia, entró tras sus pasos. Se dejó caer sentada en la cama mientras ella cerraba la puerta y se acomodaba en la cama también. El dialogo comenzó a continuación, y yo lo seguí como si estuviese frente a una película. En absoluto silencio.
“¡Estoy enamorada!”
Declaró  Kissa a viva voz, sonriendo de un modo tan radiante que casi dolía.
“Pero si sólo llevas una semana con él”
Mencionó su amiga. Ella se encogió de hombros.
“Cuando lo sientes aquí…” —indicó su pecho— “simplemente lo sabes”
La amiga parecía algo renuente.
“Al menos eres feliz”
“Mucho… a veces creo que se sale completamente del margen en el que consideraba el amor”
“Sí que te ha dado duro ¿eh?”
“Annie ¿Te has enamorado alguna vez?”
“¡Claro! Tú lo sabes”
Respondió casi indignada.
“No creo que sea igual… ¿Recuerdas todas las dudas que tenías con Benjamín?”
Preguntó Kissa. Su amiga asintió silenciosa.
“Yo no las tengo”
Aseguró.
“¿Tengo que temer por tu virginidad?”
Rió la amiga.
“Tonta”
Rió también Kissa, dándole un suave golpe en el hombro.
“¿Ah? ¿No eres virgen?”
“¡Cállate Annie! Que te escuchan”
“¿¡Qué?! ¿Dónde está la señorita ‘mi madre y yo tenemos mucha confianza’?”
“No tanta ya…”
Las dos chicas rieron, y por extraño que pareciera me descubrí con una sonrisa en los labios. Me toqué la boca, notando la extraña sensación que comenzaba a experimentar. Yo no debía reír.
“¡Tienes que ayudarme a escoger que ponerme esta tarde!”
Exclamó entonces Kissa, poniéndose en pie. Se perdió hacia un lado de la cama que yo no veía. Lograba sacarme de mis pensamientos, absorbiéndome en su mundo con la facilidad con que una esponja recoge una gota de agua.
“¿Vendrán aquí?”
Preguntó Annie, perdiéndose de mi campo visual. Para ese momento sólo lograba escucharlas.
“Shhh… mis padres saldrán”
Respondió Kissa. Apareciendo de pronto ante mí, sosteniendo una blusa contra su pecho. Observándose, y meditando sobre la prenda.
“¿O sea que sí vendrán?”
Continuó preguntando Annie, observándola a través del espejo. Kissa le devolvió la mirada con una sonrisa maliciosa. Me sentí de pronto transportado a mis quince años. Como cuando Tom y yo hablábamos en la habitación de nuestra casa. Poco antes de comenzar con todo lo que nos supuso el éxito de la banda. Por aquel entonces me gustaba una chica, nunca llegué a estar con ella en realidad. Simplemente intercambiamos algunos mensajes y un par de besos furtivos tras un árbol. Tom me insistía en que debía de atreverme a más, que las chicas a esa edad no sólo querían besos.
—¿Tú eres tonto? —me decía, mientras yo pensaba en una nueva letra para una canción. Sentado en mi cama, con una libreta en la mano y ambas piernas cruzadas.
—Si las chicas son, según tú, tan liberales ¿Por qué no me pide algo más? —me encogí de hombros.
—Porque todavía son chicas, mujeres —habló gesticulando, como si yo no viese lo obvio.
—Y lo serán siempre ¿No? —pregunté con ironía.
Tom se quedó mirándome, comprendiendo su propio absurdo error.
—¡Tú que no entiendes nada! —se defendió.
“¿Te gusta esto?”
Escuché de pronto la voz de Kissa, muy cerca y con sus ojos grises fijos en mí. O al menos eso parecía.
“Está bien”
Aceptó Annie, en tanto el timbre de un teléfono se escuchaba de fondo. Kissa corrió a la mesa que estaba junto a la cama y tomó el aparato.
“¿Si?... hola…”
Casi suspiró mientras decía la segunda palabra. Seguramente sería el novio ese que tenía. Tapó el auricular.
“Es Adrian”
Le susurró a su amiga. De ese modo supe cual era su nombre.
Mi estomago sonó de hambre. Llevaba aquí varias horas. Pero no me detuve en ello. El hambre remitiría si me olvidaba de ella.
“Sí… ésta tarde… bueno…”
Parecía inquieta, miraba a Annie con algo parecido a la ansiedad.
“… mis padres no estarán…”
Murmuró finalmente. Aquella era una clara invitación.
Mi estómago volvió a sonar. Si me iba ahora, era probable que me pasara otro día entero intentando conectar con este extraño paralelo que se abría para mí. Y no quería dejar de verla. No quería dejar de vivir sus emociones.
“… puedes venir… ¿si quieres?...”
Tenía que ser estúpido si no quería. Yo apretaba el lápiz en mis manos, esperando comprender la respuesta que le daba. Y entonces Kissa sonrió. Sus ojos se iluminaron, mientras miraba a Annie, y me sentí de pronto emocionado por ella.
Suspiré y miré hacía el suelo ¿Podía estar reencontrándome con los sentimientos?
No lo sabía. Me sentía como un recipiente vacío, apenas con algo de contenido. Indagué dentro de mí mismo preguntándome por Tom. Encontraba su recuerdo, sus palabras, su voz… su compañía. Pero no hallaba nada que me hiciera sentirlo.
Volví a mirar hacia el espejo, cuando ambas chicas gritaron de alegría. La llamada telefónica había terminado, dando paso a una conversación entre ellas.
De ese modo me quedé observando como el día de ella transcurría. La vi salir y entrar en su habitación muchas veces, rebuscar entre sus cosas escogiendo frente al espejo que ropa llevar. Hasta el momento en el que entró casi corriendo y cubierta con una enorme toalla ¿Qué estatura tendría? ¿Un metro sesenta, setenta quizás?
La vi abrir los cajones de su mueble y rebuscar en ellos. Tomó una prenda, luego otra. Parecía indecisa. Hasta que finalmente escogió, dejando las prendas sobre la cama. Abrió la toalla y la dejó caer sobre la cama. Se observó y comenzó a caminar desnuda hacia el espejo.
Es extraño. Tal vez debería sentirme inquieto, excitado. Pero no experimento nada de eso. Kissa está ante mí con el cabello mojado, destilando pequeñas gotas de agua que caen al suelo. Se observa y se toca suavemente. Recorre con sus dedos la forma de sus senos, y los acuna en sus manos probando su peso y consistencia. El vello claro de su pubis parece sacado de la misma Venus de Miguel Ángel. Hay algo tan etéreo en ella, y aún así muy real. Escuchó mi nombre fuera de la casa, pero no me muevo ni un milímetro. La veo recorrer con su mano el vientre de piel clara, llegando a aquel centro que acaricia sólo por encima. Se ha agitado, me lo dicen sus mejillas que se han coloreado y el movimiento inquieto de su pecho al respirar.
“¿Te gustaré?”
Pregunta, probablemente a su amante ausente. A ese que vendrá a verla dentro de poco, y a quien se entregará.
Mi nombre vuelve a sonar. Esta vez más cerca de la ventana. Si no contesto es probable que Frederick se vaya.
“Quiero gustarte… “
—Seguro le gustarás —respondo, aunque sé que no me escucha. Y por primera vez en estás ultimas semanas, siento algo cercano  a la desolación.
Ella hace de pronto hace un extraño sonido que me lleva a comprender que tiene frío. Se apresura a volver a la cama y comienza a vestirse. Observo todos y cada uno de sus movimientos. El modo en que la ropa se va ajustando a su cuerpo, desde la intima, hasta la chaquetilla que se pone sobre la blusa. El cabello que antes goteara, ahora sólo está húmedo. Lo seca con la toalla, y luego con un secador que hace un ruido molesto que se apacigua para mí con la visión de sus movimientos.
¿Se puede llegar a sentir adoración por alguien, sólo con verlo?
Se acercó nuevamente al espejo, su cabello claro se había ensortijado hermosamente. Comenzó a delinear sus ojos y sus labios de forma muy tenue. Se miró atentamente. La miré también, con la misma atención.
—Los ojos… destaca esos hermosos ojos —dije, sin proponérmelo.
¿Admiración?
Ella puso un poco de sombra en sus ojos y un suave delineador plata en el interior, iluminando el gris oscuro de su iris.
El teléfono sonó. Se alteró. Seguí sus pasos con cierta ansiedad. Ella respondió, y luego salió de la habitación dejándome en completa soledad. Sentí esa soledad, o al menos me pareció que cosquilleaba en mi interior, removiéndose sutilmente en mi pecho.
Observé el cuaderno junto a mí, mientras esperaba. La espera me parece demasiado larga, demasiado pesada. Y tomé el lápiz.
“Siento a través de ti. Tus sonidos entran en mis oídos y hurgan en el interior muerto de mi emociones”
La frase brota sin mucho adorno, concisa y quizás dolorosa aunque no me duele. Sólo sé que debería doler. El tiempo pasa y la habitación continúa en soledad. Me recosté sobre la manta que había traído, notando el frío filtrándose hasta mis huesos. La luz del día se va apagando poco a poco, miró la hora en mi reloj y son cerca de las tres de la tarde ya. Comienzo a adormecerme, aunque no cierro los ojos. Entonces la puerta se abrió y me incorporé, quedando sentado nuevamente. La vi ella junto a un chico espigado, de piel y cabellos tan blancos como los de Kissa. Se besaban y la pasión que emitían se escuchaba claramente.
¿Tal vez no debería estar viendo esto?
Pero no logré evitarlo. Ella se entregaba, disfrutaba de los besos y las caricias. Ambos besándose, tocándose y sintiéndose. Yo, no sé qué siento yo, pero sé que hay algo dentro de mí.
Escuché mi nombre, esta vez no era Frederick. Reconocí la voz, pero no respondí a ella. No me sentía interesado por hacerlo. Quería saber más de Kissa, quería conocer los detalles de su vida. No quería conocerlos cuando se los contase a su amiga, quería verlos, oírla en el momento en que la pasión la consumiera. Necesitaba sus emociones.
—¿Bill?
Escuché la voz de Georg en el piso de abajo. Me puse en pie rápidamente.
—¿Bill?
Supe que comenzaba a subir las escaleras. Veo a Kissa, mientras va perdiendo la ropa, la misma que con tanto mimo se había puesto. No quería dejar de observarla, pero tampoco quería que Georg la viera. Ella era mía.
—¿Bill?...
Escuché la voz tan cerca, que ya no podía ignorarlo más. Salí al pasillo y me encontré con él,  de pie junto a la escalera.
—Te estoy llamando hace un rato ¿No me escuchabas? – me preguntó.
Escuchaba las quejas de Kissa, sus suaves gemidos agitados. Me estremecí al oírla, mirando fijamente a Georg.
—¿Bill? —insiste.
—Hola Georg —logro responder. Presa de la confusión.
Los sonidos se acallaron, y miré nuevamente al espejo que sólo me reflejaba a mí junto al umbral de la puerta.
—¿No me escuchabas? —Volvió a preguntar Georg.
—¿Escuchabas algo tú? —le pregunté, observándolo atentamente.
Él arruga el ceño algo confuso.
—No.
Continuará…
Bueno, vamos avanzando. De alguna manera Bill está siendo testigo de lo que sucede en la vida de Kissa, que por cierto, es un nombre egipcio que significa “hermana de gemelos”, por eso lo escogí.
Muchas gracias por leer y por comentar. Les dejo un besito y espero que les haya gustado.
Siempre en amor.
Anyara

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