Capítulo V
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Permanecía sentado en el suelo sobre una manta que había traído,
y que me aislaba del polvo que había en la habitación. Mi alergia iba en
aumento desde que venía pero no me preocupaba, del mismo modo en que habían
dejado de preocuparme muchas cosas.
La luz del día entraba por la ventana. Observaba la hoja de
mi libreta cuya única escritura era un cuadrado en una esquina con muchos otros
más pequeños en el centro, dando la sensación de ‘infinito’ a aquel pequeño
trazado.
El espejo frente a mí se mantenía en absoluto silencio.
Desde la noche anterior en que la chica se había dormido,
éste no había vuelto a reflejar nada más que mi rostro y la habitación en la
que me encontraba. Había dado vueltas por la casa. Salido fuera esperando ver
algún reflejo. Había regresado a casa de Sarah, pensando que quizás entonces el
espejo funcionaría, pero no había nada. Lo limpié hasta dejarlo reluciente y
luego de todo eso decidí sentarme aquí e intentar escribir, esperando.
Suspiré, no había un mecanismo de encendido en lo que fuera
que sucedía con él. Me observé y comencé a ser cada vez más consciente de mi
imagen. De pronto me pareció ver en mi labio el piercing que solía llevar Tom,
mi reflejo mostró una sonrisa socarrona que yo conocía muy bien. Arrugué
ligeramente el ceño, sintiéndome de pronto un poco ahogado. Respiré
profundamente buscando el aire que comenzaba a faltarme, y entonces comenzó a
perderse la imagen, dando paso a otra.
Y el aire volvió a entrar en mi cuerpo con calma.
Kissa apareció ante mis ojos. Estaba sentada en el suelo
sobre una alfombra de color claro que había junto a su cama. Parecía estar concentrada
mientras escribía algo en una especie de cuaderno. Cada pocos instantes llevaba
el lápiz que sostenía en la mano hasta su boca y lo apretaba con los dientes,
pensando.
Finalmente suspiró, y cerró aquel cuaderno con un seguro. Se
puso en pie para meterlo en el cajón de un mueble lateral. Luego se estiró como
hizo días antes, aquel parecía un gesto habitual en ella. Se giró
repentinamente hacia la puerta y salió de la habitación, dejándome en absoluta
soledad.
—No…
Fue todo lo que pude decir cuando la vi marchar ¿Por qué
necesitaba verla?
Miré hacia el suelo, buscando en mi mente comprender lo que
sucedía. Era como tener uno de esos sueños vividos, que te quedas planteándote
si ha sucedido de verdad.
La puerta de la habitación volvió a abrirse, y noté un suave
calor en mi pecho.
“Pasa”
Dijo Kissa. Una chica tan blanca como ella, y algo más rubia,
entró tras sus pasos. Se dejó caer sentada en la cama mientras ella cerraba la
puerta y se acomodaba en la cama también. El dialogo comenzó a continuación, y
yo lo seguí como si estuviese frente a una película. En absoluto silencio.
“¡Estoy enamorada!”
Declaró Kissa a viva
voz, sonriendo de un modo tan radiante que casi dolía.
“Pero si sólo llevas
una semana con él”
Mencionó su amiga. Ella se encogió de hombros.
“Cuando lo sientes
aquí…” —indicó su pecho— “simplemente
lo sabes”
La amiga parecía algo renuente.
“Al menos eres feliz”
“Mucho… a veces creo
que se sale completamente del margen en el que consideraba el amor”
“Sí que te ha dado
duro ¿eh?”
“Annie ¿Te has
enamorado alguna vez?”
“¡Claro! Tú lo sabes”
Respondió casi indignada.
“No creo que sea
igual… ¿Recuerdas todas las dudas que tenías con Benjamín?”
Preguntó Kissa. Su amiga asintió silenciosa.
“Yo no las tengo”
Aseguró.
“¿Tengo que temer por
tu virginidad?”
Rió la amiga.
“Tonta”
Rió también Kissa, dándole un suave golpe en el hombro.
“¿Ah? ¿No eres
virgen?”
“¡Cállate Annie! Que
te escuchan”
“¿¡Qué?! ¿Dónde está
la señorita ‘mi madre y yo tenemos mucha confianza’?”
“No tanta ya…”
Las dos chicas rieron, y por extraño que pareciera me
descubrí con una sonrisa en los labios. Me toqué la boca, notando la extraña
sensación que comenzaba a experimentar. Yo no debía reír.
“¡Tienes que ayudarme
a escoger que ponerme esta tarde!”
Exclamó entonces Kissa, poniéndose en pie. Se perdió hacia un
lado de la cama que yo no veía. Lograba sacarme de mis pensamientos,
absorbiéndome en su mundo con la facilidad con que una esponja recoge una gota
de agua.
“¿Vendrán aquí?”
Preguntó Annie, perdiéndose de mi campo visual. Para ese
momento sólo lograba escucharlas.
“Shhh… mis padres
saldrán”
Respondió Kissa. Apareciendo de pronto ante mí, sosteniendo
una blusa contra su pecho. Observándose, y meditando sobre la prenda.
“¿O sea que sí
vendrán?”
Continuó preguntando Annie, observándola a través del espejo.
Kissa le devolvió la mirada con una sonrisa maliciosa. Me sentí de pronto
transportado a mis quince años. Como cuando Tom y yo hablábamos en la
habitación de nuestra casa. Poco antes de comenzar con todo lo que nos supuso
el éxito de la banda. Por aquel entonces me gustaba una chica, nunca llegué a
estar con ella en realidad. Simplemente intercambiamos algunos mensajes y un
par de besos furtivos tras un árbol. Tom me insistía en que debía de atreverme
a más, que las chicas a esa edad no sólo querían besos.
—¿Tú eres tonto? —me decía, mientras yo pensaba en una nueva
letra para una canción. Sentado en mi cama, con una libreta en la mano y ambas
piernas cruzadas.
—Si las chicas son, según tú, tan liberales ¿Por qué no me
pide algo más? —me encogí de hombros.
—Porque todavía son chicas, mujeres —habló gesticulando, como
si yo no viese lo obvio.
—Y lo serán siempre ¿No? —pregunté con ironía.
Tom se quedó mirándome, comprendiendo su propio absurdo
error.
—¡Tú que no entiendes nada! —se defendió.
“¿Te gusta esto?”
Escuché de pronto la voz de Kissa, muy cerca y con sus ojos
grises fijos en mí. O al menos eso parecía.
“Está bien”
Aceptó Annie, en tanto el timbre de un teléfono se escuchaba
de fondo. Kissa corrió a la mesa que estaba junto a la cama y tomó el aparato.
“¿Si?... hola…”
Casi suspiró mientras decía la segunda palabra. Seguramente
sería el novio ese que tenía. Tapó el auricular.
“Es Adrian”
Le susurró a su amiga. De ese modo supe cual era su nombre.
Mi estomago sonó de hambre. Llevaba aquí varias horas. Pero
no me detuve en ello. El hambre remitiría si me olvidaba de ella.
“Sí… ésta tarde…
bueno…”
Parecía inquieta, miraba a Annie con algo parecido a la
ansiedad.
“… mis padres no
estarán…”
Murmuró finalmente. Aquella era una clara invitación.
Mi estómago volvió a sonar. Si me iba ahora, era probable que
me pasara otro día entero intentando conectar con este extraño paralelo que se
abría para mí. Y no quería dejar de verla. No quería dejar de vivir sus
emociones.
“… puedes venir… ¿si
quieres?...”
Tenía que ser estúpido si no quería. Yo apretaba el lápiz en
mis manos, esperando comprender la respuesta que le daba. Y entonces Kissa
sonrió. Sus ojos se iluminaron, mientras miraba a Annie, y me sentí de pronto
emocionado por ella.
Suspiré y miré hacía el suelo ¿Podía estar reencontrándome
con los sentimientos?
No lo sabía. Me sentía como un recipiente vacío, apenas con
algo de contenido. Indagué dentro de mí mismo preguntándome por Tom. Encontraba
su recuerdo, sus palabras, su voz… su compañía. Pero no hallaba nada que me
hiciera sentirlo.
Volví a mirar hacia el espejo, cuando ambas chicas gritaron
de alegría. La llamada telefónica había terminado, dando paso a una
conversación entre ellas.
De ese modo me quedé observando como el día de ella
transcurría. La vi salir y entrar en su habitación muchas veces, rebuscar entre
sus cosas escogiendo frente al espejo que ropa llevar. Hasta el momento en el
que entró casi corriendo y cubierta con una enorme toalla ¿Qué estatura
tendría? ¿Un metro sesenta, setenta quizás?
La vi abrir los cajones de su mueble y rebuscar en ellos.
Tomó una prenda, luego otra. Parecía indecisa. Hasta que finalmente escogió,
dejando las prendas sobre la cama. Abrió la toalla y la dejó caer sobre la
cama. Se observó y comenzó a caminar desnuda hacia el espejo.
Es extraño. Tal vez debería sentirme inquieto, excitado. Pero
no experimento nada de eso. Kissa está ante mí con el cabello mojado,
destilando pequeñas gotas de agua que caen al suelo. Se observa y se toca
suavemente. Recorre con sus dedos la forma de sus senos, y los acuna en sus
manos probando su peso y consistencia. El vello claro de su pubis parece sacado
de la misma Venus de Miguel Ángel. Hay algo tan etéreo en ella, y aún así muy
real. Escuchó mi nombre fuera de la casa, pero no me muevo ni un milímetro. La
veo recorrer con su mano el vientre de piel clara, llegando a aquel centro que
acaricia sólo por encima. Se ha agitado, me lo dicen sus mejillas que se han
coloreado y el movimiento inquieto de su pecho al respirar.
“¿Te gustaré?”
Pregunta, probablemente a su amante ausente. A ese que
vendrá a verla dentro de poco, y a quien se entregará.
Mi nombre vuelve a sonar. Esta vez más cerca de la ventana.
Si no contesto es probable que Frederick se vaya.
“Quiero gustarte… “
—Seguro le gustarás —respondo, aunque sé que no me escucha.
Y por primera vez en estás ultimas semanas, siento algo cercano a la desolación.
Ella hace de pronto hace un extraño sonido que me lleva a
comprender que tiene frío. Se apresura a volver a la cama y comienza a
vestirse. Observo todos y cada uno de sus movimientos. El modo en que la ropa
se va ajustando a su cuerpo, desde la intima, hasta la chaquetilla que se pone
sobre la blusa. El cabello que antes goteara, ahora sólo está húmedo. Lo seca
con la toalla, y luego con un secador que hace un ruido molesto que se apacigua
para mí con la visión de sus movimientos.
¿Se puede llegar a sentir adoración por alguien, sólo con
verlo?
Se acercó nuevamente al espejo, su cabello claro se había ensortijado
hermosamente. Comenzó a delinear sus ojos y sus labios de forma muy tenue. Se
miró atentamente. La miré también, con la misma atención.
—Los ojos… destaca esos hermosos ojos —dije, sin proponérmelo.
¿Admiración?
Ella puso un poco de sombra en sus ojos y un suave
delineador plata en el interior, iluminando el gris oscuro de su iris.
El teléfono sonó. Se alteró. Seguí sus pasos con cierta
ansiedad. Ella respondió, y luego salió de la habitación dejándome en completa
soledad. Sentí esa soledad, o al menos me pareció que cosquilleaba en mi
interior, removiéndose sutilmente en mi pecho.
Observé el cuaderno junto a mí, mientras esperaba. La espera
me parece demasiado larga, demasiado pesada. Y tomé el lápiz.
“Siento a través de
ti. Tus sonidos entran en mis oídos y hurgan en el interior muerto de mi
emociones”
La frase brota sin mucho adorno, concisa y quizás dolorosa
aunque no me duele. Sólo sé que debería doler. El tiempo pasa y la habitación continúa
en soledad. Me recosté sobre la manta que había traído, notando el frío
filtrándose hasta mis huesos. La luz del día se va apagando poco a poco, miró
la hora en mi reloj y son cerca de las tres de la tarde ya. Comienzo a
adormecerme, aunque no cierro los ojos. Entonces la puerta se abrió y me incorporé,
quedando sentado nuevamente. La vi ella junto a un chico espigado, de piel y
cabellos tan blancos como los de Kissa. Se besaban y la pasión que emitían se
escuchaba claramente.
¿Tal vez no debería estar viendo esto?
Pero no logré evitarlo. Ella se entregaba, disfrutaba de los
besos y las caricias. Ambos besándose, tocándose y sintiéndose. Yo, no sé qué
siento yo, pero sé que hay algo dentro de mí.
Escuché mi nombre, esta vez no era Frederick. Reconocí la
voz, pero no respondí a ella. No me sentía interesado por hacerlo. Quería saber
más de Kissa, quería conocer los detalles de su vida. No quería conocerlos
cuando se los contase a su amiga, quería verlos, oírla en el momento en que la
pasión la consumiera. Necesitaba sus emociones.
—¿Bill?
Escuché la voz de Georg en el piso de abajo. Me puse en pie
rápidamente.
—¿Bill?
Supe que comenzaba a subir las escaleras. Veo a Kissa,
mientras va perdiendo la ropa, la misma que con tanto mimo se había puesto. No quería
dejar de observarla, pero tampoco quería que Georg la viera. Ella era mía.
—¿Bill?...
Escuché la voz tan cerca, que ya no podía ignorarlo más.
Salí al pasillo y me encontré con él, de
pie junto a la escalera.
—Te estoy llamando hace un rato ¿No me escuchabas? – me
preguntó.
Escuchaba las quejas de Kissa, sus suaves gemidos agitados. Me
estremecí al oírla, mirando fijamente a Georg.
—¿Bill? —insiste.
—Hola Georg —logro responder. Presa de la confusión.
Los sonidos se acallaron, y miré nuevamente al espejo que
sólo me reflejaba a mí junto al umbral de la puerta.
—¿No me escuchabas? —Volvió a preguntar Georg.
—¿Escuchabas algo tú? —le pregunté, observándolo
atentamente.
Él arruga el ceño algo confuso.
—No.
Continuará…
Bueno, vamos
avanzando. De alguna manera Bill está siendo testigo de lo que sucede en la
vida de Kissa, que por cierto, es un nombre egipcio que significa “hermana de
gemelos”, por eso lo escogí.
Muchas gracias por
leer y por comentar. Les dejo un besito y espero que les haya gustado.
Siempre en amor.
Anyara
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