Capítulo VI
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—No sé cómo puedes pasearte por este lugar con tanta
tranquilidad —reclamaba Georg, observando el camino, sin despegar los ojos de
él—, ya sé lo que debió sentir
caperucita cuando iba a casa de su abuela.
—Vaya comparación ¿No?
Aún mantenía aquella extraña sensación de desolación al no
poder seguir observando la vida de Kissa ¿Estaría bien? ¿Habría sido amable con
ella ese tal Adrian?
—Ya sabes como le llaman a los pueblos de esta zona ¿No? —continuaba
hablando Georg.
—No.
—La ruta de los cuentos de hadas, nada menos —me miró como
si estuviese revelándome algo importante.
—Mmm —expresé sin más.
Georg se quedó en silencio un durante un momento en el que
sólo se escuchaban nuestros pasos sobre la hierba, y el río a lo lejos.
—Veo que no te interesa —sentenció.
—No, la verdad —acepté.
Nuevamente un silencio. A pocos metros estaba la casa de Sarah
y Frederick, esperándonos. Las luces del interior ya estaban encendidas, además
de un pequeño farol en la puerta que servía de guía para encontrar la casa.
—¿Qué tal lo llevas? —quiso saber—, no hemos hablado desde
que estabas en el hospital.
Me encogí de hombros.
—No sé qué decirte.
Y era verdad ¿Qué podía decirle? ¿No siento nada? ¿Estoy
vacío? ¿Creo que me estoy volviendo loco?
—Puedes comenzar por contarme cómo estás aquí ¿El lugar te
gusta?
—No está mal —pensé en la casa que iba quedando a nuestra
espalda, y en lo que había descubierto en ella.
—Este sitio no encaja contigo, lo sabes ¿No? —preguntó.
—Quizás ahora sí encaja.
Georg me miró. No respondí a su mirada, pero la percibía
clavada en mi rostro inexpresivo y cada día menos violáceo.
—Te llevaré a algún sitio —concluyó—, tiene que haber algún
lugar al que podamos ir.
Su optimismo era impresionante.
—No creo que sea buena idea —dije sin entusiasmo.
—Te vendrá bien —me tocó el brazo, intentando alentarme.
Yo negué con un gesto. Ahora mismo, por egoísta que
pareciera, lo único que quería era estar sólo y volver a la casa abandonada, y
al espejo.
—Bueno —suspiró cuando vio mi empecinamiento—, pero podemos
ir por una película y verla juntos—continuó animándome.
Lo miré, no iba a desistir. Suspiré.
—Vamos por una película —acepté—. Aunque no sé dónde la
veremos, dudo que Sarah y Frederick tengan un reproductor.
—¡Ah! —alzó un dedo, indicando un hecho— ¿Para qué están los
portátiles?
Por lo visto no había escapatoria.
—¿Y no se te hará tarde? —pregunté. Georg volvió a enfocarse
en mí cuando sólo estábamos a un par de metros de la puerta.
—Cualquiera diría que no me quieres aquí —concluyo. Yo
simplemente me silencie y Georg mantuvo ese silencio un poco más, analizando
comportamiento— ¿Y qué hacías en esa casa? —cambió de tema—, está llena de
telarañas y polvo.
Miré al suelo, notando una muy suave presión en el pecho al
pensar en Kissa.
—Buscar un sitio tranquilo —respondí.
—Sarah dice que no es buena idea que estés ahí —me avisó.
—¿Entramos? —ignoré su advertencia. Georg se tomó un
segundo.
—Claro —tocó a la puerta.
De ese modo, en cuestión de minutos, estábamos de camino a
algún sitio. Yo embutido en un abrigo con capucha y tras mis lentes oscuros.
Georg conduciendo.
—¿Qué película quieres que veamos? —preguntó.
—Me da igual —respondí, mirando por la ventanilla de
cristales polarizados. Recordando el modo en que Kissa besaba a ese chico. Su
amor confesado a su amiga, la manera en que había recorrido su cuerpo, deseando
ser atractiva para su novio.
—Vengo en un momento —me avisó Georg, saliendo del coche en
dirección a la tienda.
Los minutos comenzaron a pasar. Miré la hora en mi reloj, ya
eran más de las siete de la tarde ¿Seguiría Kissa con su novio? ¿Se habría
marchado? ¿Los habrían descubierto sus padres?
Sin darme cuenta estaba moviendo inquietamente un pie sobre
el otro. Me sentía ansioso por saber, por ver… por estar con ella. Volví a
mirar la hora, había pasado cerca de un minuto y medio desde que había
consultado el reloj. El aire dentro del coche parecía condensado y húmedo, me
estaba ahogando y necesitaba respirar. Respirar aire fresco, limpio.
Las ruedas de un choche se escucharon muy cerca, frenando
con fuerza, y el corazón se me agitó dolorosamente. Las manos me sudaban y
necesitaba respirar.
Abrí la puerta y salí del coche. Comencé a caminar
rápidamente. La calle estaba casi desierta, no sabía dónde me encontraba, ni
qué dirección tomar. Quería sentir el aire frío, quería que se enfriara mi
mente y mis recuerdos. Empezaba a sentir el dolor brotando, y a pesar de lo
mucho que quería que apareciera, ahora lo que experimentaba era pánico a él.
Verdadero pánico.
—Tom… —murmuré apretando una mano contra mi pecho, en tanto
los ojos se me iba humedeciendo.
El dolor estaba asomando y aunque sabía que apenas era un
indicio de él, dolía tanto que me asustaba. Doblé en un callejón y me apoyé
contra la pared a pocos metros, fundiéndome con la oscuridad. Olía mal, a
basura descompuesta, pero el olor no me impidió quedarme ahí inmóvil. Temeroso.
Mi madre me lo había dicho mientras apretaba mi mano, podía
recordarlo. Pero entonces no quise sentir nada. No era cierto, no podía serlo.
Tom y yo siempre estaríamos juntos, ninguno de los dos permitiría que fuese de
otro modo.
—Bill… tienes que estar tranquilo… —me había pedido mi madre
con voz temblorosa.
Asentí todo lo que el dolor físico me permitía.
—Lo estoy.
Le había respondido, sin dejar que saliera ni una sola
lagrima. Lo cierto es que ni siquiera las sentía próximas. Era probable que me
pincharan con un arpón el corazón y yo apenas me daría cuenta.
Pero ahora parecía querer brotar todo es sentimiento
contenido, y abrí la boca para respirar sonora y profundamente. Me ahogaba por la
presión que había en mi pecho. Cerré los ojos y pensé en Kissa, en su sonrisa,
en su alegría… en el modo en que subía corriendo las escaleras hasta su
habitación de forma tan estruendosa que la escuchaba. La manera en que se
quitaba la ropa antes de dormir, casi sin esfuerzo, tirando todo a la silla
junto al espejo para ahorrarse los viajes. Y casi sonreí. Notaba como el aire
comenzaba a entrar en mis pulmones, calmándome poco a poco. Recordé sus ojos
grises mirándome fijamente, aunque no me mirase en realidad. Y suspiré,
sintiéndome físicamente agotado, como si hubiese hecho un día completo de
gimnasio sin descansar. Me dolían los músculos por la tensión.
Escuché mi nombre a la distancia, Georg debía de estar
buscándome. Tragué saliva, con la boca y los labios secos. Me impulsé con mucho
esfuerzo, para separarme de la pared que literalmente me sostenía. Me mantuve
de pie, con una mano apoyada en ella, oyendo mi nombre más cerca, hasta que me
sentí con fuerza de caminar fuera de aquel callejón.
—Bill —me habló Georg cuando aparecí ante sus ojos, estaba
alarmado— ¿Qué te pasó? ¿Por qué te fuiste? ¿Me has dado un susto de muerte?
En parte agradecí que sus múltiples preguntas no me dejaran
sitio a respuestas, porque no las tenía.
—¿Estás bien? —preguntó finalmente, mientras caminábamos de
vuelta al coche. Yo mantenía la mirada en el suelo, las manos en los bolsillos
y los hombros caídos. No tenía fuerza.
—Sí… sólo quería un poco de aire —intenté excusarme.
—Tendrías que haberme dicho, te habría acompañado —continuaba
preocupado.
—¿Ahora eres mi niñera? —intenté parecer gracioso, pero me
dolía el pecho cuando reía. No era un dolor físico, era una extraña mezcla.
Todo dentro de mí parecía en ruinas.
Georg simplemente se mantuvo sereno y en silencio, caminando
junto a mí hasta el choche. Una vez que estuvimos dentro se puso el cinturón y
esperó a que yo hiciera lo mismo. Mis movimientos eran lentos y torpes, creo
que incluso mi mente parecía adormecida.
Antes de ponernos en marcha de vuelta a casa de Sarah y
Frederick. Georg puso el seguro automático a las puertas.
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Podía ver a mi hermano sentado en el borde de uno de los
balcones de nuestra casa en Los Ángeles. Tom solía sentarse ahí y observar el
paisaje. Me sonreía desde la distancia mientras me iba acercando a él,
estirándome en el camino luego de muchas horas de descanso.
—¿Dormiste bien?—me preguntó.
—Podría haber dormido más —le contesté bostezando las
palabras.
—Como siempre —sonrió girando la cabeza para mirar por
encima de su hombro derecho. Nuestros perros debían de estar jugando en el
jardín.
—Estaba muy cansado —quise explicarme.
—Lo sé… tuviste un mal día… —aceptó, aún mirando en la misma
dirección. Yo me encontraba a un par de metros de él.
—Podría haber sido peor —me encogí de hombros. De pronto fui
consciente de la extraña conversación que teníamos.
—Bill… —me habló, mirándome directamente. Yo me detuve ante su expresión.
—¿Qué? —dije con prisa, notando la presión aumentar sigilosa
en mi pecho.
—Promete que seguirás adelante —me pidió.
—¿Tom? —le pregunté, sin ser capaz de moverme del sitio en
el que me encontraba.
—Promete que te esforzarás en estar bien.
—¡Tom!
Comencé a notar la angustia y la falta de aire. Los músculos
se me tensaron y los ojos me quemaban.
—Bill —insistió.
—Lo prometo —acepté con rapidez, casi comiéndome las letras
por la prisa que tenía en decir lo que Tom me pedía.
—Bien —asintió, con ambas manos unidas y los codos
descansando en sus muslos. Me sonrió y se relajó cayendo hacia atrás.
—¡Tom!
Me desgarré la garganta gritando su nombre, pero antes de
alcanzar el borde del balcón, me había despertado. Respiraba tan profundamente
que sentía que me moriría, soltando el aire con fuerza antes de volver a
respirar con un poco menos de profundidad. Me encontraba de rodillas sobre la
cama que ocupaba con ambas manos apoyadas sobre el colchón, sosteniendo mi
peso.
—Maldita sea —mascullé, hundiendo el rostro en la almohada.
Notaba la presión de la angustia en el pecho sin poder eliminarla, y sin poder
sentirla del todo.
Moví la cabeza a un lado cuando sentí que comenzaba a
faltarme el aire ¿Los espíritus existirían?
Muchas veces había escuchado de personas que sentían la
presencia de sus seres queridos muertos, pero yo no sentía nada. Tom se había
ido, y me había dejado en medio de un vacio tan absoluto que ni mi cabeza
funcionaba ya.
Me senté y comencé a vestirme. Georg se había ido poco
después de que regresáramos. Me había dejado su portátil y la película que
había comprado para que pudiese verla. Salí en dirección a la cocina,
encontrándome con Sarah que terminaba de preparar la comida ¿Era posible que hubiese
dormido tanto?
—Hola muchacho, pensé que tendría que ir por ti —me dijo,
observándome mientras me hablaba para volver luego a su labor en la cocina.
—He dormido mucho —acepté. Cerca de catorce horas.
—Tú madre ha llamado, dijo que le llamaras quiere saber que
le ha pasado a tu teléfono —me avisó.
—Está sin batería —tomé un par de rebanadas de pan que Sarah
siempre mantenía sobre la mesa—. Iré a dar un paseo.
Ella dejó su labor y se giró para mirarme.
—¿A la casa de los Meier? —quiso saber. Yo asentí con un
gesto lento de mi cabeza sin perderme detalle de su expresión. Suspiró— Supongo
que no puedo hacer nada.
—¿Qué tiene de malo esa casa? —pregunté, tentando a la
suerte. Quizás ahora me contara algo.
Negó suavemente como si le molestara sólo pensarlo.
—No vale la pena hablar de ello —volvió a su labor—. Recuerda
que comemos a la una, falta poco…
—Sí.
Me puse el abrigo, y salí en dirección al bosque y a la casa
que había cruzando un pequeño tramo. Quería saber qué había pasado con Kissa
desde el día anterior. De alguna manera sentía que la extrañaba. Era bastante confuso
sentir aquello por alguien que ni siquiera sabía si era real.
Continuará…
Ainsss mi pobre
Billito, si eso es sólo un poco de lo que puede doler, no me extraña que se
niegue a sentir.
Muchas gracias por leer, y espero me cuenten lo que opinan.
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