viernes, 7 de diciembre de 2012

La sombra en el espejo - Capítulo VI


Capítulo VI
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—No sé cómo puedes pasearte por este lugar con tanta tranquilidad —reclamaba Georg, observando el camino, sin despegar los ojos de él—,  ya sé lo que debió sentir caperucita cuando iba a casa de su abuela.
—Vaya comparación ¿No?
Aún mantenía aquella extraña sensación de desolación al no poder seguir observando la vida de Kissa ¿Estaría bien? ¿Habría sido amable con ella ese tal Adrian?
—Ya sabes como le llaman a los pueblos de esta zona ¿No? —continuaba hablando Georg.
—No.
—La ruta de los cuentos de hadas, nada menos —me miró como si estuviese revelándome algo importante.
—Mmm —expresé sin más.
Georg se quedó en silencio un durante un momento en el que sólo se escuchaban nuestros pasos sobre la hierba, y el río a lo lejos.
—Veo que no te interesa —sentenció.
—No, la verdad —acepté.
Nuevamente un silencio. A pocos metros estaba la casa de Sarah y Frederick, esperándonos. Las luces del interior ya estaban encendidas, además de un pequeño farol en la puerta que servía de guía para encontrar la casa.
—¿Qué tal lo llevas? —quiso saber—, no hemos hablado desde que estabas en el hospital.
Me encogí de hombros.
—No sé qué decirte.
Y era verdad ¿Qué podía decirle? ¿No siento nada? ¿Estoy vacío? ¿Creo que me estoy volviendo loco?
—Puedes comenzar por contarme cómo estás aquí ¿El lugar te gusta?
—No está mal —pensé en la casa que iba quedando a nuestra espalda, y en lo que había descubierto en ella.
—Este sitio no encaja contigo, lo sabes ¿No? —preguntó.
—Quizás ahora sí encaja.
Georg me miró. No respondí a su mirada, pero la percibía clavada en mi rostro inexpresivo y cada día menos violáceo.
—Te llevaré a algún sitio —concluyó—, tiene que haber algún lugar al que podamos ir.
Su optimismo era impresionante.
—No creo que sea buena idea —dije sin entusiasmo.
—Te vendrá bien —me tocó el brazo, intentando alentarme.
Yo negué con un gesto. Ahora mismo, por egoísta que pareciera, lo único que quería era estar sólo y volver a la casa abandonada, y al espejo.
—Bueno —suspiró cuando vio mi empecinamiento—, pero podemos ir por una película y verla juntos—continuó animándome.
Lo miré, no iba a desistir. Suspiré.
—Vamos por una película —acepté—. Aunque no sé dónde la veremos, dudo que Sarah y Frederick tengan un reproductor.
—¡Ah! —alzó un dedo, indicando un hecho— ¿Para qué están los portátiles?
Por lo visto no había escapatoria.
—¿Y no se te hará tarde? —pregunté. Georg volvió a enfocarse en mí cuando sólo estábamos a un par de metros de la puerta.
—Cualquiera diría que no me quieres aquí —concluyo. Yo simplemente me silencie y Georg mantuvo ese silencio un poco más, analizando comportamiento— ¿Y qué hacías en esa casa? —cambió de tema—, está llena de telarañas y polvo.
Miré al suelo, notando una muy suave presión en el pecho al pensar en Kissa.
—Buscar un sitio tranquilo —respondí.
—Sarah dice que no es buena idea que estés ahí —me avisó.
—¿Entramos? —ignoré su advertencia. Georg se tomó un segundo.
—Claro —tocó a la puerta.
De ese modo, en cuestión de minutos, estábamos de camino a algún sitio. Yo embutido en un abrigo con capucha y tras mis lentes oscuros. Georg conduciendo.
—¿Qué película quieres que veamos? —preguntó.
—Me da igual —respondí, mirando por la ventanilla de cristales polarizados. Recordando el modo en que Kissa besaba a ese chico. Su amor confesado a su amiga, la manera en que había recorrido su cuerpo, deseando ser atractiva para su novio.
—Vengo en un momento —me avisó Georg, saliendo del coche en dirección a la tienda.
Los minutos comenzaron a pasar. Miré la hora en mi reloj, ya eran más de las siete de la tarde ¿Seguiría Kissa con su novio? ¿Se habría marchado? ¿Los habrían descubierto sus padres?
Sin darme cuenta estaba moviendo inquietamente un pie sobre el otro. Me sentía ansioso por saber, por ver… por estar con ella. Volví a mirar la hora, había pasado cerca de un minuto y medio desde que había consultado el reloj. El aire dentro del coche parecía condensado y húmedo, me estaba ahogando y necesitaba respirar. Respirar aire fresco, limpio.
Las ruedas de un choche se escucharon muy cerca, frenando con fuerza, y el corazón se me agitó dolorosamente. Las manos me sudaban y necesitaba respirar.
Abrí la puerta y salí del coche. Comencé a caminar rápidamente. La calle estaba casi desierta, no sabía dónde me encontraba, ni qué dirección tomar. Quería sentir el aire frío, quería que se enfriara mi mente y mis recuerdos. Empezaba a sentir el dolor brotando, y a pesar de lo mucho que quería que apareciera, ahora lo que experimentaba era pánico a él.
Verdadero pánico.
—Tom… —murmuré apretando una mano contra mi pecho, en tanto los ojos se me iba humedeciendo.
El dolor estaba asomando y aunque sabía que apenas era un indicio de él, dolía tanto que me asustaba. Doblé en un callejón y me apoyé contra la pared a pocos metros, fundiéndome con la oscuridad. Olía mal, a basura descompuesta, pero el olor no me impidió quedarme ahí inmóvil. Temeroso.
Mi madre me lo había dicho mientras apretaba mi mano, podía recordarlo. Pero entonces no quise sentir nada. No era cierto, no podía serlo. Tom y yo siempre estaríamos juntos, ninguno de los dos permitiría que fuese de otro modo.
—Bill… tienes que estar tranquilo… —me había pedido mi madre con voz temblorosa.
Asentí todo lo que el dolor físico me permitía.
—Lo estoy.
Le había respondido, sin dejar que saliera ni una sola lagrima. Lo cierto es que ni siquiera las sentía próximas. Era probable que me pincharan con un arpón el corazón y yo apenas me daría cuenta.
Pero ahora parecía querer brotar todo es sentimiento contenido, y abrí la boca para respirar sonora y profundamente. Me ahogaba por la presión que había en mi pecho. Cerré los ojos y pensé en Kissa, en su sonrisa, en su alegría… en el modo en que subía corriendo las escaleras hasta su habitación de forma tan estruendosa que la escuchaba. La manera en que se quitaba la ropa antes de dormir, casi sin esfuerzo, tirando todo a la silla junto al espejo para ahorrarse los viajes. Y casi sonreí. Notaba como el aire comenzaba a entrar en mis pulmones, calmándome poco a poco. Recordé sus ojos grises mirándome fijamente, aunque no me mirase en realidad. Y suspiré, sintiéndome físicamente agotado, como si hubiese hecho un día completo de gimnasio sin descansar. Me dolían los músculos por la tensión.
Escuché mi nombre a la distancia, Georg debía de estar buscándome. Tragué saliva, con la boca y los labios secos. Me impulsé con mucho esfuerzo, para separarme de la pared que literalmente me sostenía. Me mantuve de pie, con una mano apoyada en ella, oyendo mi nombre más cerca, hasta que me sentí con fuerza de caminar fuera de aquel callejón.
—Bill —me habló Georg cuando aparecí ante sus ojos, estaba alarmado— ¿Qué te pasó? ¿Por qué te fuiste? ¿Me has dado un susto de muerte?
En parte agradecí que sus múltiples preguntas no me dejaran sitio a respuestas, porque no las tenía.
—¿Estás bien? —preguntó finalmente, mientras caminábamos de vuelta al coche. Yo mantenía la mirada en el suelo, las manos en los bolsillos y los hombros caídos. No tenía fuerza.
—Sí… sólo quería un poco de aire —intenté excusarme.
—Tendrías que haberme dicho, te habría acompañado —continuaba preocupado.
—¿Ahora eres mi niñera? —intenté parecer gracioso, pero me dolía el pecho cuando reía. No era un dolor físico, era una extraña mezcla.
Todo dentro de mí parecía en ruinas.
Georg simplemente se mantuvo sereno y en silencio, caminando junto a mí hasta el choche. Una vez que estuvimos dentro se puso el cinturón y esperó a que yo hiciera lo mismo. Mis movimientos eran lentos y torpes, creo que incluso mi mente parecía adormecida.
Antes de ponernos en marcha de vuelta a casa de Sarah y Frederick. Georg puso el seguro automático a las puertas.
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Podía ver a mi hermano sentado en el borde de uno de los balcones de nuestra casa en Los Ángeles. Tom solía sentarse ahí y observar el paisaje. Me sonreía desde la distancia mientras me iba acercando a él, estirándome en el camino luego de muchas horas de descanso.
—¿Dormiste bien?—me preguntó.
—Podría haber dormido más —le contesté bostezando las palabras.
—Como siempre —sonrió girando la cabeza para mirar por encima de su hombro derecho. Nuestros perros debían de estar jugando en el jardín.
—Estaba muy cansado —quise explicarme.
—Lo sé… tuviste un mal día… —aceptó, aún mirando en la misma dirección. Yo me encontraba a un par de metros de él.
—Podría haber sido peor —me encogí de hombros. De pronto fui consciente de la extraña conversación que teníamos.
—Bill… —me habló, mirándome directamente.  Yo me detuve ante su expresión.
—¿Qué? —dije con prisa, notando la presión aumentar sigilosa en mi pecho.
—Promete que seguirás adelante —me pidió.
—¿Tom? —le pregunté, sin ser capaz de moverme del sitio en el que me encontraba.
—Promete que te esforzarás en estar bien.
—¡Tom!
Comencé a notar la angustia y la falta de aire. Los músculos se me tensaron y los ojos me quemaban.
—Bill —insistió.
—Lo prometo —acepté con rapidez, casi comiéndome las letras por la prisa que tenía en decir lo que Tom me pedía.
—Bien —asintió, con ambas manos unidas y los codos descansando en sus muslos. Me sonrió y se relajó cayendo hacia atrás.
—¡Tom!
Me desgarré la garganta gritando su nombre, pero antes de alcanzar el borde del balcón, me había despertado. Respiraba tan profundamente que sentía que me moriría, soltando el aire con fuerza antes de volver a respirar con un poco menos de profundidad. Me encontraba de rodillas sobre la cama que ocupaba con ambas manos apoyadas sobre el colchón, sosteniendo mi peso.
—Maldita sea —mascullé, hundiendo el rostro en la almohada. Notaba la presión de la angustia en el pecho sin poder eliminarla, y sin poder sentirla del todo.
Moví la cabeza a un lado cuando sentí que comenzaba a faltarme el aire ¿Los espíritus existirían?
Muchas veces había escuchado de personas que sentían la presencia de sus seres queridos muertos, pero yo no sentía nada. Tom se había ido, y me había dejado en medio de un vacio tan absoluto que ni mi cabeza funcionaba ya.
Me senté y comencé a vestirme. Georg se había ido poco después de que regresáramos. Me había dejado su portátil y la película que había comprado para que pudiese verla. Salí en dirección a la cocina, encontrándome con Sarah que terminaba de preparar la comida ¿Era posible que hubiese dormido tanto?
—Hola muchacho, pensé que tendría que ir por ti —me dijo, observándome mientras me hablaba para volver luego a su labor en la cocina.
—He dormido mucho —acepté. Cerca de catorce horas.
—Tú madre ha llamado, dijo que le llamaras quiere saber que le ha pasado a tu teléfono —me avisó.
—Está sin batería —tomé un par de rebanadas de pan que Sarah siempre mantenía sobre la mesa—. Iré a dar un paseo.
Ella dejó su labor y se giró para mirarme.
—¿A la casa de los Meier? —quiso saber. Yo asentí con un gesto lento de mi cabeza sin perderme detalle de su expresión. Suspiró— Supongo que no puedo hacer nada.
—¿Qué tiene de malo esa casa? —pregunté, tentando a la suerte. Quizás ahora me contara algo.
Negó suavemente como si le molestara sólo pensarlo.
—No vale la pena hablar de ello —volvió a su labor—. Recuerda que comemos a la una, falta poco…
—Sí.
Me puse el abrigo, y salí en dirección al bosque y a la casa que había cruzando un pequeño tramo. Quería saber qué había pasado con Kissa desde el día anterior. De alguna manera sentía que la extrañaba. Era bastante confuso sentir aquello por alguien que ni siquiera sabía si era real.
Continuará…
Ainsss mi pobre Billito, si eso es sólo un poco de lo que puede doler, no me extraña que se niegue a sentir.
Muchas gracias por leer, y espero me cuenten lo que opinan.


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