Capítulo VII
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Los días iban pasando más rápido de lo que podía llegar a
pensar, considerando el solitario, silencioso y tranquilo lugar al que había
venido. Este día en particular la lluvia no había dado tregua, convirtiendo el
exterior de la casa en un auténtico lodazal. Estaba incapacitado para salir, a
no ser que quisiera volver empapado. Observé una vez más a través del bosque,
la visibilidad era tan mala que apenas podía distinguir la casa. Aspiré del
cigarrillo que tenía entre los dedos, y dejé que la ceniza cayera fuera por la
ventana entreabierta.
Kissa llevaba muchos días ausentándose por horas. La veía
escasamente cuando la suerte, o quizás mi propia nostalgia, lograba que el
espejo me mostrara su habitación. Durante esas horas yo me quedaba repasando las
frases sueltas que había podido escribir, todas ellas hablaban de melancolía,
de dolor… de soledad. Cuando no lograba centrarme en la libreta, observaba los
detalles de la habitación de ella. El modo en que los dibujos del papel que
decoraba la pared se entremezclaban en grises oscuros y violetas. La sabana que
se veía colgando bajo la colcha, asegurándome que Kissa había extendido la
cama, a medias, antes de salir. Absorbía todos los detalles que podía, hasta que ella cruzaba nuevamente la puerta y
yo volvía a sentirme medianamente vivo.
¿Qué estaría haciendo ahora? ¿La tendría prisionera la
lluvia igual que a mí?
Apagué el cigarrillo. Qué absurdo era pensar que el mundo en
el que ella vivía, fuera cual fuera, no tenía porque regirse por las mismas
normas que el mío ¿No?
Arrugué el ceño, pensar en esas cosas me causaba dolor de
cabeza. No quería cuestionarme, si comenzaba a hacerlo empezaría también a
pensar, y ahora mismo sin hacerlo estaba más cómodo. Me dejé caer en la cama y
cerré los ojos, apoyando un brazo sobre ellos para bloquear la luz. Quise
recordar a Kissa, imaginarla; recrearla en mi mente como algo hermoso e
inaccesible. Recordé el modo en que el timbre de su voz vibraba cuando le
contaba algunos detalles a Annie de su encuentro furtivo con Adrian. Parecía
tan emocionada que llegaba incluso a molestarme.
El día anterior dijo entre risas.
“Vamos a casarnos”
Y yo noté como se me apretaba el pecho y el estómago ¿Cómo
que iba a casarse? No llevaba con él ni un mes, con suerte llegaba a la mitad
de ese tiempo ¿No? ¿O era más? Ya no
estaba seguro del tiempo que yo llevaba aquí, aunque de todas maneras no era
relevante ¿No? Kissa decía que iba a casarse y eso sí era importante, era la
mayor estupidez que había escuchado en mucho tiempo.
Dejé caer el brazo a un lado en la cama y miré al techo.
Notaba la angustia y la ansiedad abriéndose paso poco a poco. El sonido de la
lluvia golpeando el tejado se escuchaba muy claro, a pesar de encontrarme en el primer piso. No
aguantaba más la espera. Me senté en la cama y volví a enfocarme en el paisaje,
intentando ver la casa. Tomé el abrigo que tenía, no sabía si lograría evitar
que el agua me mojara la ropa al pasar por el bosque, pero no quería quedarme
aquí sin al menos intentar ver a Kissa.
Salí de la habitación, encontrándome con la casa en
silencio. Era extraño, normalmente a esta hora Sarah estaba en la cocina
preparando la comida. Por lo que había llegado a notar ella se levantaba muy
temprano, y salía por las cosas que podía necesitar ese día. La zona comercial
del pueblo no estaba demasiado lejos, y todos los días pasaba un hombre en una
camioneta ofreciendo sus verduras.
Hoy no había nadie. Por una parte me alegré, ya que me
evitaría el tener que dar explicaciones de a dónde me dirigía en un día de
lluvia. Llegué a la cocina y me fui directo a la puerta. La lluvia entró
ligeramente en la casa pero de inmediato salí. Caminé rápidamente por el
sendero que yo mismo había creado con mis múltiples idas y venidas.
En cuanto entré liberé el aire que había contenido. Notaba
el rostro mojado por la lluvia, y a pesar del frío que hacía dentro me pareció
acogedor en comparación con el exterior. Me quité el abrigo y subí de inmediato
a la habitación del espejo. Para mi suerte, la ropa no se me había mojado demasiado,
sólo el borde de los pantalones pero nada que las botas altas no pudieran
contener.
Me miré frente al espejo, observando mi reflejo en él. Su
fría y acristalada superficie no me mostraba nada de lo que quería ver. Sin
embargo, y por primera vez, noté el fondo que se reflejaba en él. La pared que
había tras de mí junto a la puerta estaba cubierta por un papel gris muy
oscuro, matizado de violeta. Me giré para mirar mejor, pero en ese momento
escuché la puerta de la habitación de Kissa cerrarse de un golpe y me giré
hacia el espejo, encontrándome con ella y con su infaltable novio.
Suspiré mientras los observaba perderse en medio de los
besos.
“Podría subir”
Entendí que murmuraba Kissa en medio del beso, cuando el chico
intentaba quitarle la blusa.
“Cierra la puerta”
Le sugirió él. Ella rió.
“No puedo”
Él se quejó y volvió a intentar, empujándola para que
retrocediera hasta la cama.
“Adrian”
Lo reprendió Kissa aún entre risas. Él suspiró y alzó las
manos soltándola.
“Bien”
“No te enfades…”
Pidió ella, arreglando su ropa. Pero ¿Por qué le pedía
disculpas?
En ese momento se escuchó la voz de un niño al otro lado de
la puerta. Comprendí inmediatamente que no estaban solos. Kissa cuidaba algunas
tardes, de un niño.
“¡Ya voy!”
Habló Kissa, asegurándose de tener la ropa en su lugar.
“¿Hasta cuándo estará
aquí?”
Preguntó Adrián algo molesto.
“Hasta que llegue su
madre…”—se produjo una pausa— ¿Por
qué no lo llevamos a pasear?”
Propuso ella dulcemente.
Adrian suspiró y asintió con desgana.
“Llevamos tres días…
sin…”
Quiso quejarse él, pero no terminó la frase.
—Idiota —se me salió decirle.
“Vamos” —sonrió
ella, tomando su mano— “quizás tengamos
suerte más tarde…”
De ese modo los vi salir, y me quedé nuevamente solo. El un
silencio era tan abrumador, que me sentí angustiado de golpe.
No, no quería ese sentimiento.
Me puse en pie y comencé a caminar por la habitación como un
prisionero en una pequeña celda. Miraba al espejo y la habitación reflejada en
él, como si fuese una ventana a la libertad. Acerqué la mano hasta él, con la
absurda idea de entrar en aquel espacio que había al otro lado. Me encontré
sólo con la superficie fría del cristal, y el repiqueteo constante de una
gotera en una esquina, que me recordaba el abandono en el que se encontraba la
casa.
—¡Ahhhh!... —grité furioso y frustrado, deseando arrojar
algo, cualquier cosa contra él. Romperlo.
Respiraba rápida y agitadamente, apretando los puños para
contenerme.
Lo notaba, sabía que la tristeza estaba ahí. Se asomaba por
la grieta que se había producido en la corteza y que yo mismo había creado. Me sentía
asustado de que finalmente rompiera del todo. No quería sentir, no iba a ser
capaz de soportar el dolor. La necesitaba a ella, necesitaba que Kissa me
mostrara su vida, sus risas y sus preocupaciones. De ese modo podía seguir aquí
un día más.
Me acerqué nuevamente al espejo y me arrodillé frente a él,
suspirando cansado. Los accesos de emociones me agotaban de inmediato. Observé
la habitación una vez más, en detalle. Creo que casi podía describirla con los
ojos cerrados. Desde el umbral que alcanzaba a ver hasta la cantidad de piezas
de madera que componían el piso. En ese momento fui completamente consciente de
la necesidad que tenía que distraerme en cosas nimias, completamente
irrelevantes; absurdas incluso, con tal de no pensar en Tom.
Toqué el espejo con los dedos justo en la zona en la que
podía ver la cama de Kissa. Notaba dentro de mí el deseo de hundirme en medio
de sus sabanas, sólo para olerla. Cerré los ojos ante mis propios pensamientos.
Resultaba patético.
¿Qué había sido del cantante? ¿De la estrella de la música
que era?
No quería pensar. No quería.
Me dejé caer sobre la manta que había traído aquí hacia días,
intentando escabullirme en medio de los escasos recuerdos que tenía de Kissa. Sin
saber muy bien cómo, aquellos recuerdos comenzaron a convertirse en
ensoñaciones. Me imaginé traspasando aquel espejo, casi podía describir el modo
en que mis pies tocaban el suelo del otro lado, y el tacto del manillar de la
puerta al abrirla. Lo demás ya era pura imaginación. Y me vi bajando una
escalera como la que había en esta misma casa, buscándola en medio de las
habitaciones, deseando llegar a su lado. Cuando estaba en medio del pasillo
ella abría la puerta de entrada y se quedaba mirándome, para luego sonreírme.
En mi fantasía no había obstáculos ni presentaciones, ella simplemente me
conocía.
—¿Me has extrañado? —me preguntaba, con aquella coquetería
que tan bien le conocía ya.
—Quizás un poco… —aceptaba sonriéndole también. Y por un
instante, en medio de aquella realidad imaginaria, sentí que mi corazón se
agitaba.
Ella avanzaba hacia mí y más latía mi corazón. El deseo de
besar esa boca tan suave y de labios redondeados, se fue haciendo cada vez más
evidente. Sus ojos grises me investigaron, como solía hacer Kissa con cada cosa
que se presentaba ante ella. Curiosa.
—Si sólo es un quizás… entonces no debería besarte ¿No?... —me
decía. De alguna manera era como la había recreado, exenta de prudencias, completamente
jovial y dulce.
Me humedecí los labios de inmediato, tanto en mi imaginación
como en la realidad, aún me encontraba recostado en el suelo de aquella casa.
Kissa se enfocó en mi boca y se estiró intentando llegar a
mis labios, yo me incliné hacia ella facilitándole la labor. No llegué a sentir
su tacto, cuando un golpe seco me distrajo. Abrí los ojos asustado, mirando
dentro del espejo. Vi como Kissa rebuscaba en los cajones en los que estaba su
ropa, desperdigando prendas por el suelo con desesperación. Hasta que dio con
algo y volvió a salir. Olvidándose de cerrar la puerta, que se había golpeado
contra la pared por la fuerza con que la había abierto.
Algo pasaba, lo presentía, y el corazón me latía
vertiginoso. No estaba seguro de si por la fantasía que antes recreara en mi
mente, o por verla a ella tan exaltada.
Me quedé sentado frente al espejo por largos minutos, no creía
que fueran horas, pero la noche comenzó a llegar al otro lado del espejo al
igual que en este lado gris en el que vivía yo. Y nadie apareció.
—¡¿Bill?!
Escuché fuera la voz de Frederick. La lluvia se había
calmado. Ya no se escuchaba su repiqueteo contra el techo, y la gotera del
rincón había pausado notoriamente su ritmo.
—¡Voy! —avisé.
Me puse en pie, saliendo de la casa para encontrarme con el
esposo de Sarah. Traía consigo una chaqueta impermeable que probablemente sería
de él.
—Definitivamente muchacho, no hay como alejarte de esta casa
—se quejó, pasándome la chaqueta para que me la pusiera por encima del abrigo que
llevaba, y que para este momento estaba menos mojado—. Sarah está muy
preocupada —continuó hablando mientras caminábamos de regreso a su casa—. En
este tiempo, y con las lluvias, el río tiene crecidas y esta casa está
demasiado cerca de la orilla.
No le respondí. Lo cierto es que no tenía nada que decirle.
—Este no es un buen día para ella —continuó hablándome. Lo
miré de reojo, parecía necesitar hablar.
—¿Por qué? —pregunté finalmente, cuando noté que no se
animaba a seguir.
—Bueno —se encogió de hombros. Su expresión bajo la escasa
lluvia y la luz que nos proporcionaba la linterna que llevaba lo hicieron
parecer, de pronto, diez años más viejo—. Nuestro hijo murió, hoy, hace siete
años.
Era extraño sentir que la muerte estaba tan cerca de mí, y
sin embargo no había forma de que pudiera decir nada sobre ella. Para mí era
simplemente un hecho más, como caminar ahora, dormir o lavarse los dientes. Un
hecho tan irrelevante, que darme cuenta me abrumaba.
Frederick suspiró.
—Entraremos ahora que la casa está caliente y nos tomaremos
algo —intentó parecer más animado—, y tú deberías cambiarte esa ropa mojada.
—No tengo demasiada ropa —hablé finalmente, saltándome todo
lo que él me dijera, como si no hubiese existido.
—Tu madre envió algunas cosas —me avisó—, y dijo que la
llamaras.
Era cierto, llevaba… no recordaba ni cuantos días llevaba
sin llamarla.
Frederick empujó la puerta de entrada a la cocina y me
invitó a pasar delante de él. El calor del lugar me bañó de inmediato las
mejillas.
—¡Muchacho! —exclamó Sarah en cuanto entré por la puerta,
con aquella voz maternal que le recordaba, y me abrazó.
—Estoy bien —le dije, necesitando calmarla para que me
soltara.
Me miró.
—¡Deja ya de ir a esa horrible casa! —expresó con tanto ímpetu,
que logró sorprenderme— No es un buen lugar. Mala gente vivió ahí.
—¡Sarah! —se escuchó la voz seca y contundente de Frederick,
frenando cualquier otra cosa que ella pudiese decir.
Sarah lo miró, arrugó el ceño, y paseo la mirada por el piso
y luego por la cocina.
—Hay té recién hecho —ofreció, apartándose de mí mientras se
quitaba el delantal—. Yo iré a descansar.
Dejó el delantal colgando en el sitio de siempre ,y se
perdió por el pasillo. Ese día ya no volví a verla.
Continuará…
Muchas gracias por leer.
Siempre en amor.
Anyara
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